UN DICCIONARIO Y LA NACIONALIDAD
Homenaje a Cesar Guardia Mayorga

Por:
Sebastián Salazar Bondy

Publicado el 01/06/2010

 El Comercio. Lima, 30 de julio de 1959
 Hacía falta, por cierto, un diccionario manual de quechua y castellano, un instrumento práctico no destinado a los especialistas, filólogos o lingüistas, sino para uso de población culta, cuyo espíritu y concepción del país no olvidan ni escamotean la perentoria necesidad que existe de establecer una comunicación real entre la ciudadanía de habla española y la que se expresa en el viejo ilustre idioma indígena. Y ya lo tenemos. Su autor es el Dr. César Guardia Mayorga y su editor Minerva Miraflores. Un verdadero volumen de bolsillo, bien impreso y económico, ordenado, además con la habitual técnica del diccionario de empleo corriente. Son dos centenares de con 3200 vocablos de cada lengua, unas sencillas y útiles notas explicativas de introducción y un apéndice de elementales normas gramaticales. Hasta hoy —es preciso recordarlo— sólo había a la mano el magnífico tomo del Padre Lira, cuyo propósito es académico y cuyo uso, por ende, resulta poco fácil. La revalorización del quechua, pues, a la cual tantos etnólogos, historiadores y lingüistas están ahora contribuyendo, gana un nuevo aporte, y no pequeño. Revelaciones de poesía, revelaciones de cosmovisión, revelaciones del alma del Perú indio, nos están dando una noción cabal del bello y misterioso mundo del habitante autóctono antiguo y actual. ¿Cómo permanecer, si es parte de nuestro ser integral, si queremos interpretarla y sentirla plenamente nuestra? Aprender el quechua es un deber, en la tarea de cumplirlo ha de auxiliarnos bastante el diccionario comentado.
 
Lo antropología y la pedagogía contemporáneas han llegado a la conclusión de que no se puede alfabetizar y culturizar un pueblo que se mantiene rezagado con respecto a otros grupos, si no se lo provee de los elementos básicos a través de la lengua original, pues es bien sabido que una lengua es algo más que los signos convencionales de su verbo o grafía. Un idioma es una filosofía, que es imposible fracturar con arietes culturales, tratando de destruir las murallas que la defienden de las contaminaciones extrañas. El quechua se ha conservado aislado y solitario, desconfiando de su contorno mestizo o blanco, porque no ha asimilado los valores de la mixtión nacional, en su esencia misma. Lo occidental, lo hispánico, le ha sido extraño, porque han querido dárselo con violencia. Otra cosa ha de ser el día en que el educador, el comerciante, el político, la autoridad que tienen propósitos sanos ingresen a la psiquis del indio por la vía del espíritu. Esa vía es el lenguaje, cuya infinita riqueza vislumbramos tras las hermosas versiones de la canción y el himno que nos han sido brindados por traductores celosos y desinteresados desde Vienrich hasta Arguedas.
 
Los curas doctrineros de la colonia comprendieron bien el problema y sus vocabularios tenían menos una finalidad de investigación, o de exotismo, de muestra de una pericia universitaria, que el ánimo de sondear la profundidad del alma india, a cuyo hondón querían llegar con la nueva fe. Ese afán de penetración por el conducto más directo y  eficaz se perdió más tarde. La norma fue enterrar el idioma propio de la población aborigen para reemplazarlo por el castellano, como si todo se redujera a cambiar de instrumento. Hubo, en verdad, un error. Considerar el habla algo superficial, sobrepuesto, y no una afloración de la intimidad del hombre, de la intimidad de su cultura, de su historia. Es llegado el tiempo de enmendar esa falta. Primero es preciso comprender al quechua con interés humano, con afecto, sin la ambición de subsumirlo en el cúmulo de las ideas o costumbres occidentales que le llevamos abrumadoramente, llegando hasta él mediante la lengua en la que vive y se expresa. Heidegger, el filósofo alemán, ha llamado al lenguaje la “casa del ser”. Reconozcamos, antes que nada, ese mundo mágico del indígena, y luego hagámonos parte de él y que él sea parte de nosotros.
        
El diccionario de Guardia Mayorga no debe faltar entre los libros que un peruano culto tiene como obras clásicas de consulta. Es lo menos que se le puede pedir si, por razones involuntarias, no puede entregarse al estudio del quechua ni hablarlo ni leerlo como habla y lee el castellano y, a veces el inglés o el francés. Es parte esto de la obligación de integrar la nacionalidad como una sola e indisoluble unidad.
 
Óleo: Teodoro Núñez Ureta, Arequipa 1937.