CRISIS COLOMBIA - VENEZUELA:
EL OTOÑO DEL PADRINO

Por:
Raúl Zibechi

Publicado el 01/08/2010

La crisis desatada por el gobierno saliente
de Colombia, está siendo acotada por el resto de los gobiernos de la
región, que dieron prioridad a la UNASUR en detrimento de una OEA que
siguen en caída libre por estar más aferrada al pasado que al futuro.
 
“SANTOS DEBE HACER su mejor esfuerzo para que Uribe acepte la embajada
en Beijing”, escribió la revista británica The Economist como consejo
sencillo para evitarle al nuevo presidente lo que puede convertirse en
una pesadilla: la interferencia de Álvaro Uribe en todo lo que suceda en
Colombia durante su ausencia en el Palacio de Nariño. A estas alturas
son pocos los que dudan que detrás de la fuerte denuncia contra
Venezuela exista otra cosa que no sea el temor a perder pie en la
política interior, con riesgos graves para su propia persona.
 
Del lado bolivariano son también las cuestiones domésticas las que
llevaron a Hugo Chávez a escenificar el drama de la agresión al país,
con anuncio mediático que incluyó la presencia de Diego Armando
Maradona, convirtiendo el asunto en un sainete diplomático. Si el
colombiano teme por su futuro inmediato, el venezolano mira de reojo las
elecciones legislativas del 26 de setiembre que, por primera en sus diez
años de gobierno, pueden resultarle adversas llevando al régimen a una
situación compleja y delicada.
 
Luiz Inazio Lula da Silva fue el más cáustico de los presidentes de la
región: “Lo que me pareció extraño es que esto ocurre a pocos días de
que el compañero Uribe deje la presidencia. El nuevo presidente dio
señales claras de que quiere construir la paz. Marchaba todo bien hasta
que Uribe hizo la denuncia” (Telam, 25 de julio). La pregunta que todos
se hacen, es qué llevó al presidente de Colombia a desempolvar un tema
archisabido, la presencia de miembros de las FARC en suelo venezolano,
apenas dos semanas antes de abandonar el cargo.
 
Colonia del imperio
 
La revista Semana pasa por ser un medio vinculado a la familia Santos,
uno de los apellidos incrustados en la elite colombiana desde el período
colonial. En la columna semanal de Antonio Caballero, uno de los más
brillantes periodistas del país, el sábado 17 de julio, se develan
algunos pormenores de la fuerte pugna entre Uribe y Santos. “Es una
bofetada a Uribe nombrar canciller a la única funcionaria de su gobierno
que tuvo la dignidad de renunciarle porque discrepaba de su
clientelismo”, escribió en referencia a María Ángela Holguín, canciller
designada por el presidente electo.
 
“Historia de romanos” se titula la formidable pieza periodística. Porque
los emperadores de la decadencia romana solían asesinar a su antecesor,
pero siempre fue imposible asesinar al sucesor. “Es precisamente eso lo
que está intento hacer en los últimos días de su mandato: asesinar al
presidente electo”. Caballero interpreta la denuncia de Uribe sobre la
presencia de las FARC en Venezuela como un intento de sabotear la
normalización de las relaciones cuando Chávez ya había sido invitado a
la asunción del mando el próximo 7 de agosto.
 
Más aún. La canciller designada había manifestado su deseo de “aclarar
las diferencias” a raíz del bombardeo del campamento de Raúl Reyes en
Ecuador, lo que supone el intento por despolarizar las relaciones
bilaterales, algo que podría ser beneficioso para Colombia pero en modo
alguno para el Comando Sur que ha diseñado una política anclada en
escalar los conflictos como forma de ganar presencia en el patio trasero.
 
No quedan ahí las diferencias entre Uribe y Santos. El ministro de
Agricultura designado, Juan Camilo Restrepo, se opuso durante años a las
políticas agrarias del uribismo. Santos declaró su intención de
propiciar la reconciliación entre los poderes Ejecutivo y Judicial, que
tuvieron choques casi permanentes durante el uribismo, ya que el segundo
denunció decenas de casos de parapolítica (parlamentarios financiados
por los narcoparamilitares) en las filas del partido oficialista y
finalmente impidió la segunda reelección de Uribe pese a que las
encuestas lo daban como favorito.
 
“Sus últimos días de gobierno los está dedicando Uribe a raspar hasta la
costra la olla de las finanzas públicas, dejando comprometidos para 20
años los gastos de la nación”, denuncia Caballero. Entregó minas de oro,
firmó obras para el metro y un tren de cercanías, y llegó a nombrar
embajadores. Ese es Uribe. El hombre venido de abajo que la oligarquía
colombiana, a quien Santos encarna, nunca terminó de aceptar.
 
Pero las disputas no van a terminar con el emperador acuchillado. “Este
país no es un imperio, sino una colonia del imperio. Así que es más
probable que la cosa se resuelva con la extradición de Uribe a los
Estados Unidos”, concluye Caballero. ¿Exagerado? Sin embargo, de eso se
habla en voz baja en Bogotá, por lo menos desde hace cinco años. No es
probable que algo así suceda, pero no son pocos los que le tienen ganas
a Uribe. Y que se diga en voz alta, como se a hace ahora, es más que
significativo.
 
Uribe integró el narcotráfico y fue aliado de los paramilitares, según
figura en el Archivo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos
revelado por la revista Newsweek (8 de agosto de 2004). Allí se
establece que Uribe formaba, en los años 90, parte del cartel de
Medellín, comandado por el narcotraficante Pablo Escobar, de quien era
amigo íntimo.
 
El informe de la inteligencia estadounidense fue emitido en 1991,
incluye a más de cien traficantes, sicarios y abogados vinculado a
Escobar y dice textualmente: “Álvaro Uribe Vélez, un político colombiano
y senador dedicado a colaborar con el cartel del Medellín desde altos
niveles del gobierno”. En el mismo párrafo asegura que “es un amigo
personal cercano de Pablo Escobar”.
 
¿Quién dijo cambios?
 
Nadie debe esperar cambios de fondo con el gobierno de Santos. Como
ministro de Defensa de Uribe, fue quien dio la orden de atacar el
campamento de las FARC en Ecuador y es responsable directo de los
“falsos positivos”, los cientos de jóvenes asesinados por el ejército
para hacerlos pasar por bajas de la guerrilla. Sin embargo va a promover
algunos cambios. Hasta ahora mantuvo silencio en la disputa
Uribe/Chávez, y en su gira regional anunció que va a renovar totalmente
la cúpula militar, colocando por vez primera a un almirante e como
comandante en jefe.
 
Mientras Uribe y el canciller saliente, Guillermo Bermúdez, lanzaban
gruesos ataques a Venezuela, el futuro vicepresidente, Angelino Garzón,
ex sindicalista y hombre de izquierdas en los ochenta, valoró
positivamente las declaraciones de Chávez al pedirle a la guerrilla que
reconsidere su estrategia “porque el mundo de hoy no es el de los años
sesenta”.
 
Las relaciones internacionales serán la prioridad de Santos. Su estrecha
alianza con Estados Unidos está fuera de discusión, pero se propone
diversificar las relaciones, darle prioridad a la diplomacia, la
integración y la cooperación, y proceder a institucionalizar los
vínculos internacionales. De hecho, antes de asumir realizó una gira por
Europa y luego por Sudamérica.
 
“Para avanzar hacia la prosperidad democrática, será necesaria una mayor
diversificación de las relaciones internacionales de Colombia, tanto en
el ámbito multilateral como también en la búsqueda de nuevos socios y
alianzas estratégicas en el ámbito internacional”, dijo Santos al
delinear lo que serán los próximos cuatro años. La “prosperidad
democrática” sustituye como prioridad la “seguridad democrática”, lo que
representa una nueva apuesta estratégica.
 
Derrotada la guerrilla luego de ocho años de cerco y aniquilamiento,
reducida a su mínima expresión (menos de 10 mil combatientes aislados),
fortalecido el Estado y sus aparatos armados, se trata de recuperar la
economía como forma de pavimentar la estabilidad. En suma, la misma
política que se inauguró en 2002 con Uribe, pero adaptada a las nuevas
realidades, entre las que destaca un mundo multipolar y una
superpotencia en declive gobernada por Barack Obama.
 
Mejorar las relaciones con los vecinos y pasar de la “diplomacia del
micrófono” a una diplomacia más profesional. Por eso la opción de
nombrar a Holguín como canciller: “Hasta ahora los nombramientos en esa
cartera se han manejado como forma de pago por compromisos políticos”,
dice un experto en política exterior a Semana, que llevó a que “en las
embajadas el personal de carrera es tan sólo del 12 por ciento”. El
objetivo sería pasar de las reacciones en caliente a una planificación a
largo plazo.
 
Recomponer las relaciones con Venezuela tiene una lectura estrictamente
económica. El ex vice caniller Diego Cardona opina que el modelo
económico de Santos es similar al de los tigres asiáticos, “pero para
poder hacerlo realidad necesita un mercado como el de Venezuela, que es
un mercado natural”. En efecto, el país vecino fue siempre el segundo
mercado de las exportaciones colombianas hasta que las sucesivas crisis
diplomáticas lo hundieron.
 
En 2008 Venezuela importó de Colombia por 7.000 millones de dólares,
cifra que caerá a menos de 1.500 millones este año. La industria
manufacturera es la más afectada (papel, cartón, plásticos, material
eléctrico, vestimenta y alimentación) que ahora busca otros destinos. En
las zonas fronterizas la crisis es total y el contrabando creció hasta
un 70 por ciento. La caída de sus exportaciones hacia el vecino explica
por lo menos la caída de un punto del producto bruto que este año apenas
crecerá un 2,5 por ciento, frente a un promedio de 4 por ciento de la
región.
 
Por otro lado, Colombia ostenta el mayor nivel de desempleo y la mayor
tasa de informalidad de Sudamérica. La pobreza llega al 46 por ciento y
la indigencia al 16, tasas que se vienen reduciendo de forma demasiado
lenta. Este conjunto de problemas estructurales convenció a Santos de la
necesidad de priorizar la economía para poder sustentar los éxitos
militares, ya que un crecimiento acelerado sería la mejor forma de
evitar un renacimiento de la guerrilla y la protesta social.
 
La UNASUR, otra vez
 
El gobierno bolivariano aprovechó la crisis para cohesionar a su
electorado con un discurso centrado en la dignidad nacional y disparando
la sensación de país agredido por su vecino y, sobre todo, por Estados
Unidos. Hasta que Uribe disparó las denuncias sobre la presencia de
guerrilleros en Venezuela, los temas dominantes eran la pérdida de 120
mil toneladas de alimentos por mala gestión, equivalentes a 7.000
millones de dólares en un país jaqueado por la escasez, la caída del
producto bruto de casi un seis por ciento en lo que va de 2010 y una
inflación del 30 por ciento en el primer semestre.
 
Por eso muchos observadores estiman que la crisis no resolverá hasta el
27 de setiembre, el día después de las legislativas. En la coyuntura
internacional actual, a todos los países conviene una rápida solución
del diferendo y un restablecimiento del buen clima regional, que no sólo
lubrica las relaciones comerciales sino la integración.
 
Uno de los aspectos más destacados es el papel que está jugando la
UNASUR como eje de resolución de conflictos. Si Uribe prefirió la OEA
como escenario para sus denuncias contra Venezuela, el resto de los
países optaron por la alianza sudamericana que ya jugó un papel
relevante en 2008 cuando tomó cartas en el conflicto interno boliviano
respaldando a Evo Morales ante los intentos desestabilizadores de los
autonomistas de Santa Cruz.
 
En la siguiente crisis, en 2009 ante la cesión de instalaciones
militares a Estados Unidos por el gobierno de Uribe, la UNASUR sirvió
como espacio para que Colombia defendiera el acuerdo que había firmado
con Washington. Ahora muestra su consolidación como la institución en la
que los países decisivos de la región confían para vehiculizar sus
relaciones y resolver conflictos. La creciente marginación de la OEA es
uno de los resultados más esperanzadores de la crisis actual.
 
- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios
colectivos sociales.