Sobre los recortes a la ayuda para los desempleados

Si eres una de las
70.000 personas cuya edad se encuentra entre los 30 y los 45 años, has agotado
tu prestación de desempleo, tus ingresos no superan el 75% del salario mínimo
interprofesional y no tienes cargas familiares vete encomendando a quien
puedas, porque ni siquiera tendrás derecho a la ayuda de 426 euros que acaba de
prorrogar el gobierno por otros seis meses. En efecto, en absoluta consonancia
con su retórica fervientemente socialista y defensora a ultranza de los
derechos sociales y de la clase trabajadora, el ministro de Trabajo ha
anunciado, sin que nadie sepa por qué, que esas 70.000 personas, simplemente
por el hecho de tener entre 30 y 45 años, no tendrán derecho a la misérrima
ayuda de 436 euros mensuales durante 6 meses.
La cuestión tiene sus bemoles. ¿Podría el ministro explicar qué diferencia la
situación de una persona en la que confluyen todos esos requisitos pero que
sólo tiene 28 años de una que tenga 32 o de una que tenga 43 años con respecto
a una con 47? ¿Qué razón objetiva puede justificar una medida así? ¿Qué
maravillosa capacidad se le reconoce a los hombres y mujeres de ese abanico de
edad, de los 30 a
los 45 años, para que se les excluya de esa ayuda? ¿Tal vez la de haber
aprendido a vivir del aire? ¿O es que se supone que sus padres aún deben seguir
vivos y, por tanto, pueden volver al hogar para pasar a vivir de las pensiones,
por otro lado tan generosas, con las que malviven sus progenitores? ¿Es que
porque no tienen cargas familiares por lo que ya no necesitan alimentarse,
vestirse, pagar el alquiler o tomarse una cerveza?
Quieras que no, aunque sólo fuera para aparentar que vivimos en una sociedad
democrática y las decisiones del gobierno obedecen a alguna causa razonable
que, a su vez, debiera ser justificada ante la ciudadanía, el ministro tendría
que dar alguna explicación de por qué se ha excluido de la ayuda a esa cohorte
etaria. Es lo menos que se puede despachar en una democracia. Tenía que haberse
sentado ante los medios de comunicación y explicarles que no se les va a
conceder la ayuda a esas personas porque no le da la gana a él; o porque tiene
pruebas de que todas esas personas trabajan en el mercado negro y no necesitan
la ayuda; o porque sabe de buena tinta que se la van a gastar en vino o en
ansiolíticos… Por lo que sea, pero que lo explique y justifique.
Porque, en caso contrario, bien podría parecer que o se ha adoptado por mero
capricho o, lo que podría ser aún peor para la imagen de este gobierno
“socialista”, que la decisión se toma para ahorrarse los 100 millones de euros
que la misma le supondría a las arcas públicas.
Espero que ninguno de vosotros esté pensando tan mal de un gobierno que no cesa
de repetir su compromiso con las políticas sociales. Alguna razón profunda
tiene que haber para que este gobierno deje desamparado a un colectivo tan
vulnerable como es, precisamente, el de personas que no se encuentran
trabajando y han agotado su prestación por desempleo, candidatos perfectos a
una situación de excluidos sociales en donde es fácil entrar pero de donde
resulta muy complicado salir. Sería excesivamente cruel pensar que se pone en
riesgo de exclusión social a 70.000 personas simplemente por ahorrarse 100
millones de euros en estos seis meses, ¿verdad?
Máxime sabiendo que, por ejemplo, el rescate de Caja Castilla La
Mancha le está costando a las arcas públicas más de 2.000 millones de euros,
es decir, el equivalente a prorrogarles la ayuda a estas personas durante 10
años o, lo que es lo mismo, a duplicarles el importe reduciendo la duración de
la prestación a 5 años (eso siempre que ninguno llegue a incorporarse al
mercado de trabajo, claro está).
Sí, dejad de pensar mal y no tengáis en cuenta las declaraciones del Secretario
de Estado de Economía, José Manuel Campa, cuando hace unos días afirmaba que el
objetivo de reducir el déficit público al 6% en 2011 es “incondicional” y “no
depende de la evolución del cuadro macroeconómico” (por cierto, este pasado fin de semana Sarkozy
ha hecho unas declaraciones idénticas a las de Campa así que, una de
dos, o Campa se ha vuelto conservador o Sarkozy se ha hecho “rojillo”, pero
ambas cosas a la vez no pueden ser). Eso significa que nuestro gobierno está
decidido a rebajar el déficit cueste lo que cueste y si ello implica sacrificar
a 70.000 desempleados sin prestación a los que se les niega esta mísera ayuda
bien empleado estará (disculpad el macabro juego de palabras).
Cuesta seguir con la ironía ante esta muestra de violencia social instrumentada
desde el gobierno.
No es ya que un ministro diga una cosa y salga otro al día siguiente y diga la
contraria; no es ya que se llamen socialistas y practiquen las mismas políticas
con los conservadores; no es que dancen al compás del capricho de los mercados
financieros olvidando cuál es la fuente de legitimidad de su poder. No, no es
sólo eso; que también. Es la violencia que implica dejar desatendido a quien
carece de cualquier atención sabiendo que, en su gran mayoría, acabarán
integrando la masa de excluidos sociales de este país. Es la insensibilidad
social ante los más desfavorecidos, la prepotencia chulesca ante la parte de la
ciudadanía más débil y frente a la que se adoptan medidas que les perjudican
más que gravemente sin explicarlas siquiera mientras que se deshacen en
explicaciones, excusas y evasivas para evitar un aumento de los impuestos a las
personas con más renta de este país y ahí sí que con la mera alusión a la
justicia social sobrarían ya todas las explicaciones.
Pero es que, además, con esta medida este gobierno está olvidando dos cosas
esenciales.
La primera es que el déficit público no debe ser nunca un objetivo de política
económica en sí mismo, sino que es el resultado contable de la utilización de
las dos vertientes de la política fiscal: los gastos y los ingresos públicos.
Por lo tanto, dejar de gastar 100 millones de euros en una ayuda social que no
da siquiera para sobrevivir dignamente a un ciudadano porque hay que recortar
el déficit público es olvidar que detrás de esos 100 millones de euros hay
70.000 personas que carecen de cualquier otra fuente de ingresos propia. Ellos
y la mejora de su situación deben ser el objetivo a tener en cuenta y no sólo
el déficit público.
Y la segunda es que el Estado de bienestar surgió para superar las situaciones
de caridad y para convertir la solidaridad en el fundamento que permitiera dar
cuerpo a un conjunto creciente de derechos sociales. Sin embargo, con esta
medida fuerzan a miles de personas a depender de sus familias cuando debieran
estar sosteniéndolas y, en el peor de los casos, a retornar a la caridad y a la
humillación de suplicar por la subsistencia.
Si el Estado de bienestar trataba de desmercantilizar la supervivencia del ser
humano dotándolo de bienes sociales básicos y de una red de protección contra
los riesgos sociales, con esta decisión se obliga a estas personas a lanzarse
desesperadas a aceptar cualquier trabajo, ya sea formal o informal, para poder
percibir algún ingreso; las arroja a la ley de la selva que, en nuestras
sociedades, es la ley del mercado para que en él busquen cómo hacer frente al
desamparo en el que los ha abandonado el Estado.
Bonita tarea para un ministerio que se dice de Trabajo de un gobierno que se
dice socialista.