
No es la crisis, la
mala suerte o la cruel naturaleza. Tampoco es el mercado ni la economía. Es la
política, los intereses de los poderes empresariales y corporativos que modelan
a su antojo la economía, como si fuera el único orden de las cosas. El sistema
de libre mercado, instalado en Chile hace ya más de treinta años, ha generado
enormes riquezas en pocas manos, extendido la pobreza y creado la mayor
división socioeconómica de nuestra historia contemporánea. Se trata de un
modelo político-económico que pese a todos los elogios de los organismos
internacionales, de inversionistas, empresarios y especuladores, ha comenzado a
dar muestras evidentes de su fracaso. No para las grandes corporaciones, que
perciben aún ingentes ganancias y rentabilidades, sino para el conjunto de la
población, agotada de alimentar y reforzar los balances de aquellas
corporaciones.
El fracaso no está anunciado ni por caídas bursátiles ni en números rojos en
los arqueos empresariales: gozan de excelente salud. Está demostrado de manera
palmaria en las amañadas estadísticas sociales de Mideplan, que pese a su
manipulación no logran ocultar la realidad. El tan elogiado modelo económico
chileno genera pobreza y desigualdad. La pobreza aumentó durante los últimos
cinco años en 1,4 puntos porcentuales, lo que significa 335 mil personas más
bajo la línea de pobreza. Hacia finales de 2009 había en Chile 2,5 millones de
pobres, cifra que con toda probabilidad ha aumentado por las pérdidas
económicas y sociales derivadas del terremoto.
Si este es un dato concreto que expresa el fracaso del modelo económico no sólo
para superar la pobreza sino también de las políticas públicas orientadas a
tapar las enormes filtraciones del modelo de mercado, tenemos también otro, que
es la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza. Durante los
últimos cinco años el diez por ciento más rico de la población chilena aumentó sus
ingresos en más de un nueve por ciento, en tanto el diez por ciento más pobre
observó los propios estancados. En cifras al día, aquel diez por ciento
acomodado pasó de una renta de 2.700.000 pesos mensuales a una de casi tres
millones de pesos. Los más pobres sumaron mil pesos a sus ingresos. Pasaron de
113 mil a 114 mil pesos mensuales.
Alerta del Sernac: abuso y atentado contra consumidores
Empobrecimiento y desigualdad. Concentración de la riqueza y precarización
general. Uno de los sectores de la economía que expresan con claridad este
proceso dual de concentración y empobrecimiento es el financiero, que en los
últimos meses, del mismo modo que las estadísticas de Mideplan, incuba una
crisis. No de rentabilidad ni utilidades sino una crisis general y social. Nada
más sintomático de este grave trance es que el mismo Sernac bajo el gobierno
presidido por un empresario haya solicitado a los bancos, casas comerciales y
cajas de compensación ajustar sus contratos crediticios. ¿Por qué? Porque el
organismo público ha detectado “cláusulas abusivas que atentan contra los
derechos de los consumidores”.
El mercado desregulado es el escenario propicio para el engorde empresarial. Y
en esta materia no hay normas ni leyes claras. No hay regulación. Son meros
contratos entre las partes, que se traducen en un “tómelo o déjelo” en un
mercado controlado por tres grandes actores con características de cártel. El
consumidor, desprotegido, finalmente firma el contrato elaborado por los
numerosos abogados de la institución financiera.
El director del Sernac, Juan Antonio Peribonio, hizo estas declaraciones tras
haber recibido más de trece mil reclamos contra el sector financiero durante
los cuatro primeros meses de este año, la mayoría por cobros indebidos,
cobranzas abusivas e incumplimiento de lo contratado. Un contrato entre partes
bastante desiguales que ha llevado al gobierno empresarial de derecha -valga
esto como un recordatorio para la Concertación-, a enviar un proyecto de ley para
crear el Sernac financiero. Aun cuando ello no resolverá el problema, como lo
vemos en tantos otros sectores de la economía como las telecomunicaciones, los
servicios básicos o las farmacias coludidas, puede considerarse un pequeño
avance hacia una mínima regulación y el reconocimiento por parte del gobierno
del poder ubicuo que tiene el sector financiero sobre el consumidor y la
ciudadanía. Es aquí donde está la génesis del mal.
Al observar el desempeño del sector financiero no cabe otra cosa que
asombrarse, empezando por las ingentes ganancias, la desproporcionada
rentabilidad, la excesiva concentración del mercado en pocos bancos. O también
por las altas tasas de interés, por las comisiones arbitrarias, por los
reiterados abusos, reflejados, como una punta de iceberg, en los profusos reclamos
ante el Sernac.
Oligopolios y cárteles
La concentración de la banca ha convertido a este sector de la economía en un
oligopolio con prácticas de cártel. Esto significa que son los dos o tres
grandes actores, a veces de manera concertada, los que imponen en el resto las
reglas del juego. En caso de una rebelde competencia, su enorme poder no les
impide sacar del mercado al insubordinado. Desde 1990 a la fecha el número de
bancos ha caído de 40 a
sólo 25. Pero no es sólo un asunto de cantidad sino de concentración del
mercado crediticio. Si en 1990 tres bancos (Santiago, Chile y Osorno)
controlaban el 31 por ciento de los créditos, en 2010 otros tres (Chile,
Santander Chile y BCI) detentan el 52,4 por ciento. De estos tres, sólo dos, el
Chile y Santander, tienen casi el 40 por ciento.
El año pasado, pese a la crisis mundial, las principales empresas chilenas
elevaron sus ganancias en un diez por ciento. Entre las doce primeras, estaban
estos tres bancos. Y entre las seis primeras, el Banco Santander Chile y el
Banco de Chile. El primero, con utilidades por más de 831 millones de dólares;
el segundo, por más de 495 millones de dólares. Las enormes utilidades tienen
relación con la alta rentabilidad sobre el capital que tienen los bancos. El
año pasado el promedio del sector fue de 18 por ciento, sin embargo es en los
grandes donde está el gran negocio. Si los bancos pequeños tuvieron una
rentabilidad menor al cinco por ciento, y los medianos una del 14 por ciento,
los grandes bancos registraron un promedio de casi 24 por ciento. Pero hubo uno
que destacó: el Banco Santander Chile obtuvo una rentabilidad del 35 por
ciento, un monto que muy pocos negocios legales -y tal vez ilegales- pueden
exhibir.
Uno de los tantos negocios de la banca tiene relación con el diferencial entre
las tasas de interés del dinero que captan de los ahorrantes y el que prestan a
los inversionistas y consumidores. Aun cuando no hay suficientes estudios
públicos sobre esta materia, a comienzos de junio el presidente del Banco Santander,
Mauricio Larraín, admitió al diario empresarial Estrategia que el
diferencial de tasas en Chile es más alto que en los países desarrollados. Esto
significa tasas más altas para todo tipo de créditos, lo que tiene como efecto
no sólo el encarecimiento del precio del dinero para los consumidores, sino una
pérdida de competitividad de las empresas al tener que destinar gran parte de
sus utilidades al servicio de las deudas. Si ello puede ser perjudicial para
las grandes y medianas empresas al competir con sus productos en los mercados
internacionales (lo que en las grandes está matizado porque pueden emitir bonos
o conseguir financiamiento externo), es una situación dramática para las pymes,
a las que los bancos aplican generalmente tasas de interés mucho más altas que
a las grandes empresas. Este proceso es una nueva vuelta de tuerca a la
concentración de la riqueza, a la transferencia de la riqueza desde los
pequeños productores a las grandes corporaciones y, por cierto, a la banca.
Las utilidades de la banca no cesan. En febrero pasado aumentaron en 85 por
ciento interanual. Estuvieron lideras por el Santander Chile seguidas por el
Banco de Chile y el BCI. El Santander las elevó en un 72 por ciento, el Chile
nada menos que ¡167 por ciento! y el BCI 144 por ciento. Y no se trata de una
circunstancia sino de un proceso: entre enero y abril de este año las
utilidades de la banca crecieron más de 50 por ciento. El negocio financiero en
Chile es tal, que hoy, pese a constituir un pequeño mercado en comparación con
países desarrollados y otros latinoamericanos, no deja de ser relevante. El
Banco Santander trasfirió el año pasado a su casa matriz 831 millones de
dólares, el grupo BBVA (Banco BBVA, Forum y AFP Provida) transfirió 315
millones de dólares y el Scotiabank 155 millones. En todos los casos, estos
aportes a sus matrices aumentaron sensiblemente el año pasado respecto a
períodos anteriores. El Santander incrementó su aporte desde 6,1 a 6,3 por ciento del
total de las transferencias del exterior y el BBVA desde 2,3 a 4,8 por ciento. Para
tener una relación de la importancia que tiene Chile en los resultados del
grupo Santander, nuestro país es el segundo mercado que esta institución tiene
en Latinoamérica, sólo superado por el gigante Brasil, pero por encima de
México y Argentina.
El insaciable apetito de las casas comerciales
Entre las principales sociedades anónimas chilenas aparecen, desde hace algunos
años, las relacionadas con el comercio, como Falabella, Cencosud (Almacenes
París y Jumbo, entre otros) y D&S (Líder), que han conseguido alcanzar
estas posiciones al incursionar en el negocio del crédito, lo que les ha
llevado a situarse como las segundas colocadoras de créditos en Chile, sólo
precedidas por los bancos. De todas ellas, es Falabella la que tiene el
liderazgo, con el 36,1 por ciento del total del mercado; La Polar tiene el 21 por
ciento, después están Cencosud, Presto y Ripley. Un mercado que sólo en marzo
movió casi nueve mil millones de dólares.
Por lo general, las casas comerciales, por la escasa supervisión, apuntan hacia
los consumidores de menores ingresos, a quienes cobran mayores y a veces muy
altas tasas de interés, las que en algunos momentos han llegado a superar con
creces el 50 por ciento anual. Este fenómeno, que se ha expandido con fuerza
durante los años de crisis, refleja la situación de alto endeudamiento de los
chilenos, lo que ha quedado expresado en los reclamos ante el Sernac y en la
inquietud del gobierno por reglamentarlo. Las altas tasas y comisiones,
combinadas con la escasa evolución de los salarios, han conducido a un momento
de crisis que se manifiesta por una alta morosidad. Aun cuando los indicadores
de morosidad no ponen (aún) en riesgo al sistema, sí podrían hacerlo ante un
eventual recrudecimiento de la recesión mundial. Si la banca tiene un nivel de
morosidad del 2,1 por ciento, según la Superintendencia
de Bancos e Instituciones Financieras, el promedio de las casas comerciales,
según la misma institución, llega al 11,5 por ciento. De todas ellas, las de
más alta morosidad son las tarjetas Extra y Presto, ambas en torno al veinte
por ciento. Algo similar ocurre con los bancos ligados a las casas comerciales
en relación con los bancos tradicionales: los bancos Falabella y París duplican
el nivel promedio de morosidad del sistema bancario, en tanto el Banco Ripley
ostenta una morosidad más de cinco veces superior. Hace unos días la prensa
amarilla tituló con las deudas por 660 millones de pesos del ex diputado Jorge
Schaulsohn y su inclusión en los registros de morosos de Dicom. Aun cuando
estos medios trataron la situación como un chiste, tras la anécdota existe un
drama que afecta a millones de chilenos.
Hacia finales de julio hubo una reunión del Comité de Iniciativas por más
Izquierda (X + I), encabezado por Jorge Arrate, Faride Zerán, Manuel Cabieses,
Alvaro Ramis y Víctor Hugo de la
Fuente. Una línea de acción que pondrán en marcha será
colocar los abusos del sistema financiero como una de las materias que hoy
afectan la economía de los consumidores, extendiendo la pobreza y aumentando
las desigualdades. Algunos de los graves efectos de este trance han quedado más
o menos esbozados en esta crónica.