
El pasado 6 de agosto, la portada de Público interpelaba al
lector con una pregunta acompañada de dos fotografías. La pregunta era “¿Para qué sirve estar en
Afganistán?” y las fotografías eran de Aisha, una joven afgana de 18
años cuyas orejas y nariz habían sido mutiladas a cuchillo por su marido para
resolver lo que él consideraba una grave afrenta. De esa forma, Público
se hacía eco del debate que la publicación de unas fotos similares de Aisha en
la portada de la revista Time estaba generando
a nivel mundial y que centraba la atención en el papel de las fuerzas de
ocupación en Afganistán.
Desde mi punto de vista, existe otra manera de enfocar el debate (discusión que
cobra ahora trágica actualidad a raíz del asesinato, el miércoles pasado, de
dos guardias civiles y un traductor españoles, y el intento de asalto a la base
de Qala i Naw). De repente parece como si las tropas de ocupación llevaran años
en ese país para defender los derechos de las mujeres afganas y que, a la vista
de las fotografías de Aisha,el resultado no se está alcanzando. Parece como si
los discursos que se emplean para camuflar una ocupación militar dejaran de ser
proclamas propagandísticas para convertirse en razones ciertas y de la
suficiente solidez como para sentar las bases de un debate real con
consecuencias tangibles.
Vivimos tiempos de memoria frágil y a los invasores les resulta necesario
refrescar el argumentario con el que camuflan sus verdaderas razones, apelando
al sentimentalismo más primitivo. Creen que basta con mostrarnos el rostro
desfigurado de una niña para hacernos creer que cada bombardeo tiene como
finalidad la defensa de los derechos de las mujeres afganas y que, así, desvían
nuestra atención y olvidamos las verdaderas razones de su presencia en aquel
país.
Pero, puestos a entrar al trapo, es decir, suponiendo que la defensa de los
derechos de esas mujeres constituyera la principal razón de la ocupación
militar, lo que no debemos permitir es que nos impongan las preguntas y hasta
las respuestas en ese debate. Lo primero que deberíamos hacer sería cambiar los
términos del mismo y plantear abiertamente la cuestión como ellos suelen
hacerlo cuando de otras cuestiones se trata. Hablemos, por ejemplo, de
eficiencia, de si los medios empleados se corresponden con los fines perseguidos;
de si la inversión de recursos realizados hasta el momento están teniendo algún
efecto positivo sobre la que dicen que es la razón última de esta ocupación. Y,
en el caso en que ese resultado no se esté dando, preguntémonos si existe
alguna alternativa. Porque, si los resultados son negativos y si las
alternativas existen pero no se implementan, la conclusión que cabe extraer es
que alguien está engañando a alguien.
De entrada, algo debe estar haciéndose muy mal cuando la Misión de Asistencia en
Afganistán de las Naciones Unidas (UNAMA) acaba de publicar que el número de víctimas civiles en
ese conflicto ha sido de 1.271 muertos en los primeros seis meses del año,
un 31% más que en el mismo periodo del año anterior. Un resultado que tampoco
debería asombrarnos si recordamos que Barack Obama no sólo ha mantenido la
política belicista de George W. Bush, sino que la ha intensificado, solicitando
un incremento de un 6,1% en el gasto militar con respecto al pico máximo al que
llegó en tiempos del primero. Además, ha multiplicado por tres el número de
soldados estadounidenses en el país desde que asumió la presidencia de EEUU,
sin que las haya reducido desde que recibió el Nobel de la Paz.
Estos datos suponen una primera evidencia de que no son los
derechos de las mujeres afganas lo que está en juego. ¿O es que alguien puede
pensar que EEUU se habría gastado hasta el momento en Afganistán decenas de
miles de millones de dólares para defender esos derechos? ¿Tan importantes son
éstos para la Casa Blanca?
Es más, si efectivamente son tan importantes, ¿por qué EEUU y el resto de
gobiernos comparsa permiten que se forme un Gobierno títere integrado en gran
medida por los mismos señores de la guerra que han masacrado a la población
afgana y, especialmente, a sus mujeres, como vienen denunciando en la campaña http://www.lotienesqueparar.org ? ¿No sería mejor darles
un mayor peso en la política real del país a las mujeres y perseguir a los
señores de la guerra por sus crímenes contra éstas?
Nadie puede pensar en serio que la emancipación de la mujer afgana se
conseguirá a base de bombardeos y masacres. Es mucho más útil pensar que la
libertad para las mujeres de ese país sólo se logrará a base de educación y de
una transformación radical de las condiciones sociales y económicas del país,
como ha ocurrido en otros estados de la zona, como Bangladesh.
Si coincidimos en que esa es la verdadera vía de emancipación de las mujeres,
el debate sobre la ocupación de Afganistán quedaría rápidamente saldado apenas
tuviéramos en cuenta que con el millón de dólares que supone el mantenimiento
anual de un soldado estadounidense en Afganistán, podrían construirse 20
escuelas. O que con el mantenimiento de 246 soldados, se podría financiar un
plan de mejora de la educación en todo el país.
La verdadera transformación social es la que se produce a través de la
educación. Es lo que intentan a diario organizaciones como CARE,
que tiene 295 escuelas en Afganistán a las que han asistido más de 50.000 niñas
sin que las atacaran los talibanes. Eso es lo que genera esperanza,
expectativas de cambio, respeto y dignidad para las mujeres afganas. Y eso es
lo que destruyen cada día las “tropas de liberación” con sus bombardeos. Éstos
son los términos del debate sobre los que valdría la pena discutir.
http://blogs.publico.es/dominiopublico/2335/el-debate-sobre-afganistan/
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Economía
Aplicada de la Universidad
de Málaga y puedes leer otros textos suyos en su blog La
Otra Economía.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.