
Lo de Potosí puede
leerse como una sucesión de errores gubernamentales en el manejo del conflicto
(al igual que Caranavi) pero también puede tener otra lectura: si para
construir el proyecto político en la primera etapa, el gobierno necesitaba
derrotar a la derecha regionalizada, con base en Santa Cruz, en esta nueva
etapa es necesario disciplinar a las propias bases. Y esto tiene que ver con un
problema que debe ser afrontado con seriedad en el análisis.
Intelectuales como Isabel Rauber pueden seguir escribiendo cosas de wishful
thinking en estado puro como: “La expresión vivir bien, propia de los pueblos
indígenas de Bolivia, significa, en primer
término, vivir bien entre nosotros. Se trata de una convivencia comunitaria
intercultural y sin asimetrías de poder [sic]. No se puede vivir bien si los
demás viven mal” (ver www.rebelión.org), y
algunos intelectuales del proceso pueden creer que todo esto está escrito en la
nueva Constitución y con eso basta.
Pero, lamentablemente, las cosas son más complicadas, y Evo Morales –que conoce a sus bases como nadie- lo
sabe mejor que nadie. Los “movimientos sociales” son heterogéneos, e incluyen a
enormes grupos que, debido a una serie de condicionantes vinculados al tipo de
Estado y de economía que predominó históricamente en Bolivia viven en el límite
de la legalidad (comerciantes, cocaleros, algunos ayllus norpotosinos, etc.).
Luchan por mayores márgenes de presencia estatal en lo que el Estado tiene de
cara simpática (redistributiva/desarrollista) pero se oponen a un Estado
verdaderamente regulador, por lo que el proyecto de Estado fuerte debe
disciplinar hoy a todos estos sectores. Al final de cuentas, pese a toda la
retórica del “ala plurinacional” del gobierno, la nueva ley de aduanas podría
asimilarse a la construcción de un “país serio” (e incluso de un capitalismo
serio). Y para esto, Evo Morales tiene una legitimidad con la que ninguno de
sus antecesores siquiera soñó.
También la búsqueda de ganarle la pulseta a Potosí busca evitar nuevos conatos
de reivindicaciones regionales /corporativas por la vía de la acción directa.
“Queremos gasoductos en el Norte de Potosí para tener gas natural, queremos
carreteras...”; “En Puna todos hemos migrado a Argentina
para conseguir recursos”; “La vertebración caminera del departamento sigue
estancada”; “Usted ha visto, seguimos como en la colonia, sin tecnología, sin
agroindustria, arando con bueyes”. “Acá, en 200 años, no se construyó ni una
fábrica grande”. Todos estos son frases textuales recogidas en Potosí.
Obviamente, en la masificación del conflicto interviene una pluralidad de
factores: intereses políticos, búsqueda de protagonismo de los dirigentes,
demandas acumuladas, economía moral de la región frente al poder central
(“dignidad”, etc.), pero eso fue siempre así, incluso en las épicas
movilizaciones de 2000, 2003 o 2005. Lo que es claro es que en este segunda
gestión están surgiendo conflictos económicos, y que ya no alcanza con el combo
de compensación simbólica y políticas sociales (bonos) para contener a todos.
Hoy Evo le puede ganar a cualquiera, habrá que ver si los resentimientos de los
derrotados alcanzan para construir una oposición de algún tipo. O si predomina
la idea del presidente cercado por ministros inútiles.
Pero lo preocupante es que mientras en seminarios organizados por algunas ONGs
y ciertas dependencias estatales se sigue hablando largamente sobre la
descolonización, la superación de la modernidad socrática o el devenir del
poscapitalismo, sin ninguna referencia a los datos económicos y sociales,
crecen las demandas del bolsillo, y para muchos el “vivir bien”, lejos de
etéreos valores espirituales, es más terrenal: caminos, escuelas, hospitales y educación.
Y si es posible, un poco de asenso social. ¿Y si declaramos una moratoria en
este tipo de seminarios y comenzamos a discutir la descolonización en el marco
de un nuevo proyecto de país, que incluya un debate honesto y serio sobre el
modelo de desarrollo?