NUESTRAS HISTORIAS Y LA INTEGRACION


Ante las celebraciones del Bicentenario parece atinado reflexionar acerca del tratamiento de la cuestión de la independencia en nuestras historiografías nacionales y sobre la incidencia de esta cuestión en el proceso de integración regional.

Desde un punto de vista integracionista, la consecuencia menos querida de la guerra de la independencia ha sido la “balcanización” de la región. Ocurrida esa dispersión, las nacientes repúblicas debieron construir nuevos “relatos” o imágenes del pasado que reemplazaran el que se acababa de desplomar. Hacia fines del siglo XIX se verificaron los principales esfuerzos historiográficos para construir nuevas identidades colectivas o nuevas “comunidades imaginadas” al decir de Benedict Anderson. Tristán Platt dice que fue conveniente deshacer lo que hasta entonces se hallaba unido. Desapareció la posibilidad de una dimensión identitaria regional, construyéndose en su lugar imágenes nacionales difícilmente conciliables, en las cuales la cuestión de la veracidad ocupó un lugar relegado

Esa fragmentación de historiografías permitió a las noveles repúblicas recrear nuevas legitimidades y lealtades y unificar la formación de “ciudadanos y patriotas” a través de la enseñanza de la historia patria y de su evocación cuasi litúrgica. El pasado se volvió entonces una suerte de instrumento para amalgamar a las masas y hacerlas parte de una nueva fraternidad.

Luis Miguel Glave en “Un héroe fragmentado. El cura Muñecas y la historiografía andina” dice que “la afirmación nacional por contraposición con los vecinos ha sido una marca importante en el desarrollo de los discursos nacionales americanos, que se singularizaron respecto de un mismo tronco cultural (…) parcelando el conocimiento histórico como se parceló la realidad”.

De ese “descuartizamiento incruento” también fueron víctimas numerosos personajes cuyas biografías fueron segmentadas. Glave demuestra cómo Ildefonso Escolástico de las Muñecas fue uno de estos próceres que fue diseccionado por las diversas historiografías, en un afán de neto corte reduccionista.

Pongamos otros dos ejemplos que atañen a la Argentina y a Bolivia. Quizás pocos sepan que tres altoperuanos –digamos charquinos- gobernaron casi contemporáneamente tres provincias argentinas. El caso más conocido es el de José María Pérez de Urdininea quien gobernó San Juan entre 1822 y 1823. Pero también el potosino Diego Barrenechea gobernó La Rioja entre 1817 y 1820 y el tarijeño Gabino Ibáñez gobernó Santiago del Estero entre 1818 y 1820. De similar manera, unos pocos años después el mendocino José Videla Castillo gobernó Santa Cruz de la Sierra, mientras su comprovinciano José María Plaza estuvo al frente de la administración de Cochabamba.

Convengamos en que si el ánimo predominante hubiese sido el de resaltar las coincidencias o continuidades, esos datos, por cierto singulares, no hubiesen pasado prácticamente desapercibidos por nuestras historiografías, y serían saludables excusas para demostrar lo entramado de nuestros vínculos.

Es más, si tomamos el trato que ambas historiografías le dan a uno de estos personajes, José Videla Castillo, veremos que la disección parece practicada por un cirujano. En el Diccionario Biográfico de Cutolo - uno de los más conocidos en la Argentina - se pasa revista a numerosos hechos en los cuales participó Videla Castillo, tanto en la expedición de San Martín al Perú, como en la Guerra con el Brasil por la Banda Oriental y en las tremendas batallas en que el “Manco” Paz derrotó a Facundo Quiroga. Fue luego gobernador de su natal Mendoza hasta su derrota por el mismo Quiroga, el “Tigre de los Llanos” en la batalla de Rodeo del Chacón. ¡Nada se dice, sin embargo sobre su desempeño en Santa Cruz de la Sierra!

Veamos ahora lo que dicen los historiadores bolivianos sobre José Videla. Se dice que era argentino, y más precisamente cuyano. Tuvo destacada actuación en el levantamiento del campo de prisioneros de Chucuito, y le tocó enfrentar la invasión brasilera de Chiquitos. ¿Qué hizo antes de 1825, o después de 1826? ¡Nada se dice! Ya podrán imaginarse los que esto leen que aquel José Videla Castillo y este José Videla son la misma persona, con su vida, y hasta su nombre perfectamente fragmentados.

Algo similar pasa con José María Plaza –otro mendocino-, primer prefecto de Cochabamba de la era republicana. La biografía de Cutolo tampoco dice nada respecto a su desempeño al frente de la prefectura de Cochabamba. No sorprendería que ocurriese algo parecido con la biografía de Barrenechea, u otros.

Podría argumentarse que estas cuestiones son secundarias, nada medulares. Es cierto. Pero ilustran sobre la vigencia de un paradigma que prefirió acentuar las diferencias, o al menos la desconexión. Una especie de recelo ocupó más la atención que la producción de estudios objetivos. Mucho menos podría hablarse de un volumen significativo de estudios conjuntos con enfoque regional.

Como afirma Antonio Mitre: “no importa cuál sea el objeto de estudio, estamos tan acostumbrados a encuadrarlo dentro de la división política que se inaugura con la creación de las repúblicas que el no hacerlo nos parece algo así como una violencia contra el orden natural de las cosas”.

Y cabe preguntarse si ello no atenta contra los esfuerzos de integración que estamos realizando, dado que probablemente muchos de los contenidos desarrollados en aquella lógica aun sigan produciendo efectos disolventes.

Da la sensación que el Bicentenario es la ocasión propicia para intentar rearticular lo que siempre debió estar articulado, o para construir una historia de la integración. Por esa razón parece muy plausible la realización del primer encuentro de historiadores de la Argentina y Bolivia, que se realizó en Cochabamba en julio de 2010, el que ayudó a rebatir la idea de que los límites del análisis historiográfico son las fronteras actuales.