
Hay un fundamentalismo del cual casi no se habla, el fundamentalismo económico. Este fundamentalismo tiene unas características similares al fundamentalismo religioso, como demuestra acertamente Juan José Tamayo en su libro: “Fundamentalismos” (2004). Su dios es el dios dinero. El fundamentalismo económico, lease capitalismo internacional, impone su visión de las cosas y no admite la desidencia, ésta es marginada o reprimida. Se muestra ciego para lo que es evidente para otros, actúa autoritariamente en la aplicación de su ideología. Se creen dueño de la verdad. Su prédica neoliberal formula leyes universales y eternas, de obligado cumplimiento en todo tiempo y todo lugar.
Wall Street Journal, The Financial Times, The Economist y tantos otros anuncian
el evangelio de la felicidad del neoliberalismo y defienden la privatización
como solución a todos los males. Sus sacramentos de esta nueva religión son
todos los productos comerciales atraves de la publicidad con el proposito de
crear el consumismo desmedido, creando necesidades artificiales y no tomando en
consideración el ambiente. Su culto es el dios dinero.
Los templos del capitalismo son sus bancos, cuyos participantes se acercan al
mostratador con la misma reverencia y respeto como si fueran a sus propias
iglesias. Ofrece sus sacrificios en el artal de los 826 millones de seres
humanos que se encuentran en riesgo de falta de mala alimentación y
malnutrición. “Cada siete segundos un niño menor de diez años muere por efectos
directos o indirectos del hambre en el mundo...” según Jean Ziegler, relator de
la Organización
de Naciones Unidas para la alimentación.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, ex-vicepresidente del Banco
Mundial y ex-asesor económico en jefe bajo el gobierno de Bill Clinto, no duda
en llamar al mercado de “fundamentalismo neoliberal” sobre todo por el
dogmatismo del Fondo Monetario Internacional que pretende presentarse como la
única y válida interpretación autorizada para dirigir la globalización. Por
cierto, una globalización puramente financiera, sin alma y corazón.
El clero se hace presente en primer lugar bajo el “consenso de Washigton”, el
Banco Mundial y la organización Mundial de Comercio. Este clero predica
insistentemente que hay que agararse con celo a los dictames de los grandes
gurus del mercado. Sus cantos son variaciones sobre una misma canción “¡Fuera
del capitalismo no hay salvación! ¡Viva el neoliberalismo!”. Se visten de piel
de cordero pero son lobos ferozes. Para este clero no hay alternativas fuera
del capitalismo.
Sus valores son la competividad y el individualismo. Todo en la sociedad es
competencia, pasarle al otro por ensima, perder o ganar, mostrar que eres el
mejor sin importar las consecuencias éticas. El individualismo se manifiesta en
pensar solamente en mí y los míos y el resto del mundo que se lo lleve el
diablo. Yo primero, yo segundo y si sobra, yo también. La educación está bien
condicionada de esos valores.
Este fundamentalismo capitalista es el principal responsable de la crísis
económica que experimentamos y las guerras. Mata a millones sometiendolos al
hambre. Mueren 100,000 personas diariamente de hambre, según Ziegler. Desaloja
a familias enteras de sus casas sin importar si hay enfermos, ancianos o
minusválidos, no permite la emigración, pero permite la emigración de sus
mercancías. Tira a la calle a millones de desempleados. No perdona la
naturaleza. Su dios dinero es para las ganancias y el lucro de unos pocos
mientras la mayoría del mundo vive en la pobreza y la miseria, sin agua
potable, sin educación, sin viviendas, sin vestimenta o explotada en
condiciones inhumanas de trabajo forzado. Estos son los frutos del
fundamentalismo económico, “Por sus frutos les conocerán” dijo Jesús de Nazaret.
También dijo el Maestro: “No se puede servir a Dios y servir al dinero”.
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