
Mientras Europa se prepara para la movilización política y hasta se
hacen varios llamados a huelga general, en Estados Unidos vino y se fue el Día
del Trabajo. Es claro que en medio de la crisis y el elevado nivel de desempleo
existente en ese país, realmente no hay nada que celebrar.
En casi todo el mundo el día del trabajo se celebra el primero de mayo en memoria
a los mártires de Chicago, un grupo de sindicalistas anarquistas ejecutados en
esa ciudad en 1887 por su participación en la huelga de Haymarket el año
anterior. En Estados Unidos la celebración es el primer lunes de cada
septiembre, porque se le quiso evitar cualquier conexión con los hechos
sangrientos de aquella huelga y la represión que le siguió.
Hoy la falta de movilización en Estados Unidos es reflejo del triste estado en
el que se encuentra el movimiento sindical. La reforma laboral que se impuso a
partir de los años ochenta (iniciada cuando Ronald Reagan despidió al sindicato
de controladores aéreos) condujo al debilitamiento de los sindicatos en casi
todas las ramas de la actividad económica. En la actualidad sólo una minoría de
la fuerza de trabajo ocupada milita en un sindicato. Lo importante es que el
estancamiento en la evolución de los salarios en la economía estadunidense está
correlacionado con el debilitamiento y desaparición de los sindicatos. Además,
la incertidumbre y el miedo a perder el empleo promueven la desmovilización.
Por eso se dice que las crisis favorecen a la derecha, y eso es algo que quizás
vamos a observar en las elecciones de noviembre en Estados Unidos.
Desde el punto de vista legal y político, la realidad es que la clase
trabajadora en Estados Unidos se encuentra mucho más desprotegida que en
Europa. En lo político no sólo se debilitaron los sindicatos, sino que las
prioridades políticas del Partido Demócrata, tradicionalmente cercano al mundo
laboral, se fueron corriendo hacia la derecha.
Desde el punto de vista legal, en Estados Unidos se impuso hace mucho la
falacia de la flexibilización laboral con el fin de eliminar las distorsiones
en el mercado de trabajo. Varios factores incidieron en esto. La liberalización
comercial y financiera condujeron al traslado de miles de empleos a países como
México y después a China.
El mundo académico también puso su granito de arena. En los modelos de la
teoría macroeconómica se construyó la ficción del mercado laboral, que sirvió
al poder para desarrollar modelos que justifican la presión a la baja en los
salarios. Este golpe de propaganda es uno de los más grandes éxitos del
neoliberalismo. La premisa básica es que los salarios se determinan por la ley
de la oferta y la demanda. Así, la academia descubrió que cuando bajan los
salarios las empresas contratan más trabajadores. Pero ese modelo no tiene ni
pies ni cabeza y cualquier persona familiarizada con la teoría económica puede
fácilmente observar que el mítico mercado laboral es un concepto indeterminado
(o lo que es equivalente, el mercado laboral no existe). Además, por lo menos
desde Keynes está claro que la causalidad está invertida: cuando los salarios
caen, se reduce la demanda agregada, se contrae la inversión y se genera mayor
desempleo.
El otro gran triunfo mediático del neoliberalismo en Estados Unidos está
relacionado con los orígenes de la crisis. Los medios han machacado hasta el
hartazgo la idea de que la crisis se genera por la especulación y la
desregulación en el sector bancario. Por eso predomina la sensación de que la
crisis es esencialmente financiera. Se ignora que el modelo económico
estadunidense comenzó a sumergirse en desequilibrios y restricciones desde hace
30 años.
El estallido de la crisis es el choque con el piso, pero la caída comenzó hace
mucho. El pueblo estadunidense debió haber percibido el estancamiento salarial,
pero no lo hizo porque la demanda agregada se apuntaló con crédito fácil y una
política monetaria que favorecía ir dando tumbos de burbuja en burbuja.
La actual crisis es la más devastadora en siete décadas. En el crisol de esta
debacle se deben resolver problemas de la economía real, que sistemáticamente
fueron disfrazados por las autoridades económicas estadunidenses durante años. Aún
hoy, la Casa Blanca,
la Reserva Federal
y el Departamento del Tesoro siguen negando la profunda conexión entre la
crisis y los problemas que aquejan a la economía real, comenzando por la
desigualdad en la distribución del ingreso. Por eso nadie habla de cambiar ese
modelo. El nuevo paquete de estímulo fiscal propuesto por Barack Obama (50.000
millones de dólares) ni siquiera se acerca a rascar la superficie de los
problemas estructurales de la economía estadunidense. Quizás pronto los
trabajadores de ese país redescubran la vitalidad y alegría de la lucha
comunitaria, de la palabra y del diálogo creativo en calles y plazas. Ese día
la movilización podría abrir el espacio para un programa político que permita
revertir la agresión neoliberal.