
Entre obsequios
y celebraciones El 20 de diciembre de 2010, Ricardo
Seitenfus, representante especial en Haití de la Organización de Estados
Americanos, concedió una entrevista al diario Le Temps, Suiza, donde
expresaba su opinión sobre las causas y los errores que llevaron al fracaso de
la comunidad internacional en ese país caribeño. Para el 25 de diciembre,
mientras el grueso de la humanidad se recuperaba de los excesos de celebrar el
nacimiento de Jesús, la OEA destituyó al funcionario brasileño.
Entre otras críticas, el diplomático señaló que la ONU impuso la presencia de
tropas en Haití a pesar de que el país “no vive una guerra civil ni es una
amenaza internacional”, sino que su pecado es ser un vecino próximo a EEUU. En
su opinión “Se trata de congelar el poder y de transformar a los haitianos en
prisioneros en su propia isla”. Una de sus afirmaciones más fuertes es lo que
llama la oenegisación, es decir “una relación perversa entre la debilidad del
Estado haitiano y la fuerza de las ONGs en el país. Aquí el ‘bien’ es privado,
gracias a los médicos, hospitales, escuelas, comida que llegan de todo el
mundo, pero el ‘mal’ es público porque el Estado sólo está presente con la
Policía”.
No le falta razón al ex funcionario, Haití carece de recursos públicos para
poder echar las bases de un sistema mínimo de Estado y cuando la tasa de
desempleo alcanza el 80%, es imposible para la ONU o la OEA, desplegar una
misión de estabilización. No hay nada que estabilizar y todo está por hacerse,
pero cada ente de la cooperación monopoliza un nicho de las necesidades y lo
desarrolla a su manera, procurando que los haitianos no intervengan en la
gestión o el control. La mayor parte de los funcionarios de la cooperación
desprecia o ignora a los ministerios haciendo de ellos instancias
disfuncionales.
En Haití la cooperación internacional a dado paso a la caridad. Y la caridad no
puede ser punto de partida ni de las relaciones internacionales ni del aporte
de la comunidad mundial a un país con carencias extremas. Talvez las cosas
funcionarían mejor si se basaran en el respeto a la autonomía y la soberanía.
La dictadura de la cooperación internacional ha dado como fruto un incremento
de la dependencia, ha impedido la organización de la sociedad civil y ha
actuado como factor de desmovilización permanente. La solidaridad social, que
suele ser el resultado natural de un traumatismo mayor como un terremoto o una
guerra, ha sido inhibida concientemente por la “comunidad internacional”
dirigida por Bill Clinton y una multitud de ONGs.
Esto no significa que las ONGs como tales sean malas. Por el contrario,
neutralizan en parte a la burocracia de la ONU y la OEA que despilfarran
enormes sumas de dinero en sueldos y logística interna, pero es un hecho que el
excesivo protagonismo de los cooperantes impide la consolidación de estructuras
de la sociedad civil. Y esa es la perversión de la cooperación internacional,
que quiere imponer la democracia desde la cúpula pero aniquila cualquier germen
de participación comunitaria en el diagnóstico de las prioridades, la elaboración
de los proyectos y/o el control de la gestión de éstos. Hay excepciones como
OXFAM o Médicos sin Fronteras, entre otros, pero los grandes donantes temen que
de la participación comunitaria surja la rebelión.
Nadie, ni siquiera el Ejecutivo, tiene la menor idea de cuanto dinero llega a
Haití, cómo se organizan los gastos y quién decide las prioridades. De esta
manera, los haitianos -que están supuestos a ser los destinatarios de la ayuda-
son infantilizados y terminan formados en una fila, rodeados por militares y
policías, y su rol se reduce a recibir lo que otros decidieron que necesitan.
Fórmese y reciba agua, fórmese y reciba alimentos, fórmese para que lo vacunen,
fórmese y vote para que reciba democracia, y así… Los ciudadanos haitianos están
formados en una ilusa e interminable fila de espera donde agencias extranjeras
le prometen mejor vida, pero en la que nunca nadie les preguntó ¿qué tipo de
vida es la que quieren?
Por cierto, sólo la elite haitiana y los extranjeros celebraron la navidad en
la isla naufragada en el Caribe.
Terremotos en Nicaragua, México y Haití
Los terremotos y otras catástrofes son grandes promotores de la solidaridad
social y de la participación comunitaria.
Así quedó demostrado por ejemplo en Nicaragua, con el terremoto de Managua del
23 de diciembre de 1972 que destruyó la ciudad. Ante la adversidad los
“managuas” se pusieron a ayudar a los heridos, a remover los escombros y
enterrar cadáveres y a encontrar y compartir agua y comida. Los actos de
pillaje fueron mínimos y los actos de heroísmo abundaron. La población
nicaragüense se descubrió a si misma y al enorme potencial que tenía la acción
colectiva.
Quien también se dio cuenta inmediatamente de ese potencial fue “Tacho” Somoza
que se encargó de reprimir, robarse la ayuda internacional para revenderla y
desplazar a miles de ciudadanos a zonas no urbanizadas. El tirano sabía que la
capacidad de organización del pueblo era un enemigo y la disuadió o reprimió
según el caso.
Sin embargo, el germen ya estaba en la población y siete años después la
Revolución Sandinista, derrocaba a Somoza respaldada por la mayoría de esa
ciudadanía que vivió el terremoto como un gran parteaguas en la vida de la
nación centroamericana. Desde luego que operaron diversos factores socioeconómicos,
pero lo que todos los analistas nicaragüenses reconocen es que el terremoto
actuó como un gran detonante de la sociedad civil, que pudo medir sus fuerzas y
valorar la dimensión de lo que podía lograr de si misma en un impulso común.
En México, los terremotos del 19 y 20 de septiembre de 1985 también fueron
precursores del surgimiento de una movilización social sin precedentes en la
historia del país. La población del D.F. de una manera espontánea, sin esperar
consignas del gobierno, desarrolló un caudal de solidaridad, apoyo
y trabajo de rescate y auxilio que superó largamente la acción gubernamental.
Los ciudadanos del Distrito Federal y la sociedad civil en general se avocaron
a la búsqueda organizada, al trabajo en la dramática labor de rescatar a las
personas atrapadas de entre los escombros. En una maternidad, brigadas
ciudadanas pudieron sacar con vida a 16 recién nacidos, el último de los cuales
se rescató al noveno día después del terremoto.
A diferencia de la dictadura de Somoza, el PRI en el gobierno tuvo la habilidad
política de otorgar una distinción a esa acción solidaria de miles de
individuos y cientos de organizaciones sociales, privadas, nacionales y
extranjeras. Estas personas y organizaciones recibieron el "Reconocimiento
Nacional 19 de Septiembre", que se otorgó al valor heroico, a la
solidaridad social e internacional.
La habilidad del gobierno mexicano le permitió recuperar la solidaridad social,
que es la forma inicial de la participación comunitaria y la convirtió en una
de las estrategias macro implantadas desde los ochenta en el Sistema Nacional
de Salud y en la Prevención de Desastres Naturales entre otros. Año con año
conmemora el aniversario del terremoto con una masiva movilización que reafirma
entre los mexicanos su sentido de la solidaridad y capacidad de movilización.
Aún y con esa instrumentación política por parte del régimen, la izquierda
mexicana reconoce que muchas de las organizaciones populares que nacieron en la
capital y que habrían de culminar en los partidos antagónicos al PRI, tiene sus
antecedentes en el descubrimiento que hizo la ciudadanía de su capacidad de
movilización y ejecución sin necesidad del Estado. Frentes populares y
agrupaciones urbanas descubrieron “su músculo” y 26 años después continúan ejerciéndolo.
¿Qué pasó en Haití? ¿Acaso los ciudadanos de Port au Prince son menos
solidarios y fraternos que los managuas o los defeños? Historias de solidaridad
y de rescate de sobrevivientes existen. Pero es más que evidente que el tejido
social haitiano, especialmente el capitalino, estaba muy destruido y la
presencia de tropas extranjeras en el territorio nacional, encargadas de todo,
contribuyó a que de forma “natural” se les encomendara asumir también las
labores de emergencia y posteriormente las de reconstrucción. Bajo pretextos de
intervención humanitaria y con el desgastado argumento de que se trataba de un
“Estado fallido”, la comunidad internacional le arrebató al pueblo haitiano el
derecho y la posibilidad de organizarse y hacerse cargo de si mismo.
Los desastres naturales y las desgracias dejan enseñanzas a los pueblos, pero
los grandes poderes políticos y económicos también sacan sus lecciones y son
muy rápidos y voraces en sus reacciones. Desde esta perspectiva los errores y
el fracaso de la ONU y la OEA toman otra dimensión.
¿Vale más dictador conocido que democracia por conocer?
Ejemplo de este drama y de la doble moral de la cooperación internacional es el
caso de la segunda vuelta electoral en la que Haití debía elegir presidente
para el período 2011-2016. Prevista inicialmente para el 16 de Enero, fue
postergada sin fecha, ante la imposibilidad de conocer los resultados de la
primera ronda, plagados de fraude. El Comité Electoral Provisional (CEP) de
Haití, anunció que la segunda vuelta no se realizaría "antes de
febrero" y la postergación amenaza con ser prolongada. Las reacciones de
los demócratas fueron minimizadas y quedó el conformismo de siempre. ¿La OEA?
Muy bien, saludos.
Sumidos en la nostalgia, la desesperación y el olvido, la mayoría de los
haitianos que votan hoy no había nacido cuando Baby Doc abandonó el país.
Por eso es tan grave que coincidentemente regresara el hijo de Duvalier. Está
claro que el regreso del ex dictador de Haití no es una acción improvisada.
Baby Doc es el Tonton Macoute número uno y si regresa 25 años después de
exilio dorado en Francia, es porque en su cálculo político la precariedad en la
que vive el país y la ausencia de un Estado le permiten aspirar a un retorno al
poder.
Algunas ONGs y la oposición reclamaron la detención en Haití del ex dictador
Duvalier por violaciones de derechos humanos, torturas y asesinato cometidos
durante sus años en el poder (1971 a 1986). No tuvieron mayor eco y los
tribunales haitianos se enfocaron en los delitos financieros que tras 25 años
ya no se pueden perseguir. Lo que no se extingue es la violación a los Derechos
Humanos pero hasta el momento el gobierno de Preval no parece interesado en
llamar a rendir cuentas por crímenes de lesa humanidad a Jean Claude “Baby
Doc” Duvalier.
El regreso del ex dictador huele a trampa, a una emboscada en la que se mezclan
el cinismo de Francia con el oportunismo de EEUU y los organismos
internacionales. Duvalier ha dicho que ha vuelto para mostrar su solidaridad
con el pueblo de Haití, y que quiere participar en el renacimiento del país.
Apostándole al olvido y a la mala memoria Duvalier hijo quiere darse un baño de
pureza democrática y presentarse a elecciones de la mano de la complicidad de
la elite haitiana.
Lo que es difícil para las fuerzas internacionales presentes en Haití es
criticarle que disfrace sus verdaderas intenciones detrás de un supuesto gesto
de buena voluntad y deseos de ayudar a reconstruir el paìs. ¿Acaso no es el
mismo discurso de muchos gobiernos, incluyendo el de EEUU?
La desesperación es mala consejera y hay un espacio para la demagogia
democrática del ex dictador. A fin de cuentas su razonamiento es: ¿puede ser
peor un ex dictador convertido en demócrata que el desastre actual que reina en
Haití? ¿Y si Francia le apuesta al olvido y está respaldando esa opción con la
indiferencia o complicidad del resto de sus socios? El gobierno galo tiene una
larga experiencia en reconvertir dictadores africanos en demócratas pro
occidentales y el caso haitiano no parece muy distinto ante sus ojos
neocoloniales.
El precedente sería nefasto y el llamado de alerta es necesario.