LOS GRAMSCIANOS ARGENTINOS “PASADO Y PRESENTE”: LO SCOPO MANCATO
(Objetivo Frustrado)

Por:
Roberto A. Ferrero

Publicado el 01/02/2011

     En los primeros años Sesenta, gran cantidad de dirigentes y pensadores jóvenes del socialismo, de la izquierda frondizista y del Partido Comunista rompían con sus organizaciones, hastiados del rutinarismo, el sectarismo o el oportunismo de sus respectivos partidos. Buscaban reinterpretar la realidad histórica mediante la recategorización y nacionalización del marxismo alienado y mecanicista que se les había inculcado.

    De manera que, cuando en 1963/64, alrededor de la figura de José “Pancho” Aricó y su revista “Pasado y Presente” en Córdoba y de Juan Carlos Portantiero y la revista “Táctica” en Buenos Aires (más bien maoísta en un principio), una importante fracción de las huestes juveniles del comunismo se apartó del paradigma esterilizante del codovillismo, reivindicando las ideas de Antonio Gramsci, se desarrolló en la izquierda del campo nacional la razonable expectativa de que esa juventud iconoclasta se orientara a posiciones de una nueva visión del marxismo y el leninismo. Sobre todo cuando el propio Aricó declaraba en el Editorial del primer número de la revista cordobesa que era necesario indagar las trabas que habían impedido que el marxismo arraigara en la clase obrera argentina, “partiendo del criterio de que esas trabas no provenían exclusivamente de la clase o del país, sino también del propio instrumento cognoscitivo, o mejor dicho, de la concepción que de él se tenía y de cómo se entendía la tarea de utilizarlo como esquema apto para la plena comprensión de la realidad nacional” (1). Meses más tarde, en el n° l de “Táctica”, Portantiero planteaba pertinentemente que “el rasgo fundamental de la autocrítica marxista-leninista obliga a colocar el eje del examen en la contradicción entre postulación y realidad en la estimación de las propias fallas internas(2). Más adelante agregaba que el destacamento de vanguardia del proletariado “debía realizar un análisis correcto, histórico, de la estructura económicosocial de un país, de las correlaciones entre las clases y de las contradicciones fundamentales y derivadas que emergen de la sociedad nacional” (3). Renegaba del voto comunista a la Unión Democrática en 1946 y mostraba una gran comprensión -lejos de los torpes insultos “antifascistas” típicos del codovillismo gorila- del rol del Ejército en 1945 y del significado del 17 de Octubre. En diciembre de 1965, en su artículo “Socialismo y Nación”, en la Revista “Nueva Política”, insistía sobre el objetivo del grupo: “De lo que se trata […] es de ser capaces de asumir, de raíz, la crítica de la sociedad argentina en su pasado (lejano o inmediato) y en su presente, pero asumirla desde el interior de la historia del pueblo-nación”(4). Quedaba así cuestionado el paradigma interpretativo del stalinismo tradicional y del marxismo que el mismo utilizaba, que Aricó y sus amigos deseaban superar apelando al pensamiento y las categorías desarrolladas por Antonio Gramsci, conceptos éstos que bien manejados eran curiosamente aptos para dar mejor cuenta de la realidad de la sociedad argentina. Categorías tales como “Hegemonía”, “Voluntad Nacional-popular”, “Cesarismo” (o bonapartismo), “Bloque Histórico”, “Revolución Pasiva” (o desde arriba), “Rivoluzione mancata” aparecían, como dijimos antes, como posibilidades fructíferas para una nueva visión ideológica y política.

     No eran en esto originales, los nuevos gramscianos, ya que en 1951 Héctor P. Agosti, el mayor intelectual del Partido Comunista, en su libro “Echeverría”, había tratado de dar una interpretación de un tramo de la historia argentina y especialmente de la Revolución de Mayo aplicando la categoría gramsciana de la “rivoluzione mancata”, vale decir: una revolución fallida, un proceso que no pudo ser completado por la incapacidad de la burguesía jacobina para movilizar a las masas de campesinos. El intento de Agosti fracasó, porque en nuestro país no existían “masas campesinas” más que en la imaginación febril del doctrinario, ya que lo que había eran gauchos e indios, una civilización ecuestre y no de cultivadores siervos de la gleba, y porque además Rivadavia (visto por Agosti como promotor de la “reforma agraria”) no era ni de lejos un jacobino: era, sencillamente, un político conservador e ilustrado, al estilo borbónico y nada más. Así que lo que resultó “mancato” fue el ensayo de Agosti, pero al menos debe reconocérsele que hizo la tentativa.

     En cambio los jóvenes gramscianos de los Sesenta, después de un promisorio arranque, ni siquiera intentaron aplicar las nuevas categorías que estudiaban para entender la historia y la sociedad argentina superando el esfuerzo del maestro. Cuando insurgieron en el panorama intelectual de la izquierda, la revista “Izquierda Nacional”, por la pluma de Ricardo Videla, saludó como muy promisoria su aparición, citando conceptos de Aricó y de Portantiero, y Alfredo Terzaga sostuvo varias charlas con el joven Aricó tratando de orientarlo por el buen camino. No lo consiguió. Los gramscianos argentinos se internaron cada vez más en la pura especulación filosófica y estética, por lo que Terzaga decía gráficamente que los disidentes habían pasado directamente “de los sótanos de la Lubianka a los perfumes de Coty”. Se convirtieron en grandes estudiosos y conocedores del marxismo y especialmente de su versión ítalo-gramsciana. Portantiero publicó su gran libro “Los usos de Gramsci”, Oscar del Barco el no menos notable “El otro Marx” y Aricó su mejor trabajo: “Marx y América Latina”, terminando por ser editor de clásicos olvidados del marxismo europeo y comentador erudito y gran conocedor de la obra de Marx y de Gramsci, un gran marxólogo. Pero al parecer, por estudiar tanto el “instrumento cognoscitivo”, no tuvieron tiempo de aplicarlo a la realidad nacional y latinoamericana. El libro más importante de Aricó –“Marx y América Latina”- no es una descripción ni una interpretación de la estructura social-económica y cultural de Hispanoamérica desde el punto de vista del marxismo, como podría creerse, sino una indagación de la relación entre el fundador del socialismo científico y nuestro continente, una búsqueda encarnizada de la razón por la que Marx ignoró y/o menospreció estos suburbios de Occidente. Lo mismo cabe decir de sus ensayos más importantes (“La cola del diablo”, “La hipótesis de Justo” y su “Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano”), aunque contuvieran agudos pantallazos. En cuanto al concepto más específico y particular que esbozó acerca de una Córdoba como “ciudad de frontera”, no se trataba de un hallazgo propio sino una reelaboración de ideas que ya estaban en José Ingenieros, en Alfredo Orgaz (la “bifacialidad” de Córdoba), en Santiago Monserrat y su interpretación de Modernidad y Tradición en esta ciudad, y en el Alfredo Terzaga de “clericales y liberales” de sus artículos de los años Sesenta. Lo que Horacio Crespo dice de Aníbal Ponce (que, siendo “conocedor del marxismo y experto anotador de los clásicos, no se vislumbra en él, sin embargo, la disposición de utilizar el marxismo como clave interpretativa original de la realidad”) (5) es totalmente aplicable a José Aricó y a Portantiero. No surgió de ellos un nuevo examen crítico de la Argentina y de Latinoamérica, de sus peculiaridades y de sus problemas, como el que realizaron –mal o bien- Juan B. Justo, Jorge Abelardo Ramos, Nahuel Moreno y Milcíades Peña,  Rogelio Frigerio,  Silvio Frondizi e incluso el PCA, o Mariátegui y Haya de la Torre en el Perú. Y eso que contaban con un ejemplo muy cercano a sus inquietudes teóricas: “Las Tesis de Lyon” de Gramsci, de 1926, que –dice Campione- “forman parte de una re-lectura acerca de la estructura social y la configuración política de Italia” (6).       

     Nunca realizaron los gramscianos argentinos esa “re-lectura”, ese “análisis correcto, histórico, de la estructura económicosocial del país” que reclamaba para sí mismo Portantiero. Y su ausencia, su falta de una visión integral del país, de sus clases, su dinámica y sus perspectivas redundó en una línea política errática, inconsistente. Primero trataron los “pasadopresentistas” de constituirse como un grupo político-cultural informal, centrado en la revista, que reconocía la “centralidad del proletariado”. Luego, en 1964, depositaron sus esperanzas en la guerrilla de Jorge Ricardo Masetti (el EGP), que decidió operar en el norte argentino rural en un país eminentemente urbano, cuyas concentraciones de proletariado industrial se encontraban a dos mil kilómetros de su zona de acción, y que les exigió ex post facto la formulación de un agregado a la tesis central del grupo: “En nuestro país, el proletariado urbano y rural podrá triunfar si sabe acompañar su actividad con la acción de las masas explotadas del noroeste del país, que constituyen el eslabón más débil de la cadena de la dominación burguesa” (7). Fracasado, como era previsible, este “foco” guerrillero descolgado de toda realidad social decisiva, Aricó y los suyos volvieron a acordarse de Gramsci, de Córdoba como la “Turín argentina” y de “la centralidad de la cuestión obrera”, como dice Burgos (8) al analizar un ensayo de Aricó del n° 9 de la revista (septiembre de 1965), lo cual no obstará a que su mayor influencia se ejerciera durante el gobierno de Arturo Illia (1963-1966) sobre la pequeñoburguesía universitaria. Caído el gobierno radical, al aparecer “Montoneros”, nuevamente los gramscianos experimentan el llamado de las armas y se aproximan con grandes simpatías al grupo de Firmenich. En 1976, con el golpe de estado de Videla, la plana mayor de los gramscianos argentinos emprende el camino del exilio a Méjico.

   En el país azteca, contrariamente a Aníbal Ponce -que había empezado a cuestionar allí, poco antes de su trágica muerte, sus propias concepciones liberal-marxistas para aproximarse a una visión más latinoamericana de las cosas- el grupo Aricó-Portantiero sufrió un proceso inverso: un paulatino alejamiento de la  circunstancia continental en que se insertaban. Así, para explicar la carencia de un análisis científico de Latinoamérica y sus hombres por parte de los fundadores del marxismo, José Aricó construyó un edificio teórico fundado en unas pocas evidencias y en mucho razonamiento deductivo, que se asemeja bastante a una explicación psicoanalítica por su penetración arbitraria en la mente de Marx, al que le adjudica “mecanismos de negación” indemostrables. Su endeblez es tal que hasta marxistas que se encuentran en su misma línea de pensamiento crítico, como el peruano Carlos Franco (9) o el venezolano Alberto Filippi (10), le han formulado serias objeciones. Comprimida a su esencia, la tesis de Aricó sostiene que la “ceguera” de Marx para entender a América Latina en su especificidad se debía a su animadversión por el régimen que contemporáneamente había establecido Napoleón III (Luis Bonaparte) en Francia, con el que Marx creía que se habían identificado los nuevos países latinoamericanos, cuyo funcionamiento estatal se asemejaría así más al esquema de Hegel que al del autor de “El Capital”: actuar como centro “productor” de la sociedad nacional, fundar “desde arriba” las nuevas nacionalidades. Si semejante tesis explicativa fuera verdadera, la primera víctima de la “carencia” visual de Marx habría sido, naturalmente, el propio Napoleón III y su enemigo no podría haber escrito su formidable libro “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”. No hay motivos para descreer que así como analizó tan en detalle el gobierno del sobrino de Napoleón I, pese a la aversión que sentía por él, podría haber estudiado y explicado también los regímenes “bonapartistas” – que así los “veía” Marx, según Aricó- de América Latina.

    En realidad, ese desinterés por los fenómenos de Latinoamérica (sólo quebrantado cuando ciertos procesos se relacionaban de modo decisivo con la economía o la política de los países centrales) y el desprecio por sus pueblos y sus dirigentes que sentían Marx y Engels, se sustentaba en una doble raíz: primera, la influencia de la opinión pública inglesa y europea en general, que Aricó descarta despectivamente, como si Marx y Engels fueran “inoxidables”, impermeables a la atmósfera cultural en que estaban inmersos desde hacía muchísimos años; y segunda: la herencia de la concepción hegeliana de los “pueblos sin historia”, asimilada por ellos sin crítica alguna.

     Es conocida la enorme influencia de Hegel en la constitución de la Weltanschauung marxista. Sus creadores no sólo recibieron del profesor de Jena su concepción de la dialéctica (a la que Marx puso “de pie”, pues estaba “de cabeza” en su versión metafísica), sino otras ideas, entre ellas la de las “Naciones sin historia”, que vendrían a ser aquellas que no tenían conciencia de su pasado y que carecían de la vitalidad nacional necesaria para culminar su desarrollo en la constitución de un Estado propio. De hecho, sin teorizarlo, Engels marcaba dos grupos de pueblos de este tipo de naciones “no vitales”. En el primero incluía a las nacionalidades “reaccionarias”: checos, rumanos, croatas y en general eslavos del sur y de los Balcanes, a quienes apostrofaba por haberse puesto del lado de la reacción europea en las revoluciones democráticas de 1848 (y de esta manera y muy arbitrariamente, elevaba un comportamiento político que era sólo coyuntural a la calidad de una característica ontológica: su imposibilidad de un destino histórico). Y se extendía además a otras pequeñas nacionalidades: búlgaros, eslovenos, rutenos: “estos pigmeos étnicos” como los llamaba en una carta a Kautsky, esos “desechos de pueblos”, “pintorescas nacioncitas”, “pueblos de bandoleros” como los balcánicos. En el segundo grupo, sin declararlo expresamente, se encuadraban las nacientes subnacionalidades latinoamericanas, a las que Marx y Engels menospreciaban sin haber realizado un juicio crítico de su evolución social y de sus posibilidades históricas de desarrollo. Vale decir: las menospreciaban desde el prejuicio. Es en este punto donde la raíz hegeliana del menosprecio marxista se conecta con la otra raíz, la del clima de época, que también debía mucho a Hegel.

     En efecto: Hegel no era el creador de las ideas minusvalorantes sobre el Nuevo Continente, pero les había dado jerarquía filosófica al aceptarlas en su sistema como de buena moneda. En realidad, todas las nociones absurdas sobre la inferioridad de la naturaleza, la fauna, la flora y las poblaciones americanas habían sido echadas a rodar desde un principio por eminencias como Cristóbal Colón, Américo Vespucio, Gonzalo Fernández de Oviedo en su “Historia General de las Indias”, el científico Leclerc de Buffón, el abate Cornelius de Pauw, su colega Reynal, el historicista alemán Juan Gottfried Herder y otros. Hegel hizo el resumen final cuando escribió: “América siempre se ha mostrado y se muestra aún impotente física y culturalmente” (11), como estampó en sus “Lecciones sobre la Filosofía de la Historia”. Esta faceta del hegelianismo -y no la más artificiosa de la inversión de la dualidad “Estado-Sociedad Civil”- es la principal herramienta explicativa del indiferentismo marxiano respecto de Latinoamérica, aunque en Aricó ocupe un lugar subordinado frente a la otra. Jorge Abelardo Ramos fue el primero en ponerla de relieve: “Ramos -reconoce justicieramente su adversario Néstor Kohan- supo advertir más de una década antes que Pancho Aricó –quien ni siquiera menciona su nombre en su Marx y América Latina- el origen hegeliano del prejuicio de Marx hacia Bolívar y hacia nuestro subcontinente” (12). Efectivamente, el fundador del FIP había aseverado ya en 1968, en su “Historia de la Nación Latinoamericana”, que “como en los tiempos de Hegel, los pensadores de Europa, Marx entre ellos, consideraban a la América Latina como un hecho geográfico que no se había transmutado todavía en actividad histórica” (13), y páginas más adelante, haciendo mención a la biografía del Libertador pergeñada apresuradamente por el autor de El Capital, añadía: “Estos infortunados juicios de Marx sobre Bolívar estaban sin duda influidos por la tradición antiespañola prevaleciente en Inglaterra, donde vivía Marx y por el común desprecio europeo hacia el Nuevo Mundo, cuyos orígenes se remontaban a los filósofos de la Ilustración y a las observaciones olímpicas de Hegel en su Filosofía de la Historia Universal” (14).

    Por lo demás, en Méjico el equipo de “Pasado y Presente” abandona definitivamente el pensamiento revolucionario de Gramsci y elabora la teoría de la “profundización de la Democracia” (que ya no es calificada de burguesa ni semicolonial), basada en “reglas de juego claras” (¡que deberían respetar las clases explotadoras!), en un ámbito no cuestionado de “Economía de mercado” (ya no es más el régimen capitalista burgués). Un Gramsci socialdemócrata y evolucionista justificará de hecho el nuevo posicionamiento con la teoría de la gran ”revolución moral e intelectual ¡a cargo de Alfonsín!, a quien Portantiero le redacta muchos de sus discursos, olvidando que la candidatura del hombre de Chascomús había sido urdida en la embajada de Estados Unidos. Y será Portantiero, precisamente, quien explique sobre la Democracia, en un reportaje de noviembre de 1986, que “Mc Fershon dice que no importa saber qué cosa es la democracia participativa, sino cómo se puede llegar a ella. Es decir, no es un lugar, una tierra prometida, sino un camino” (15). Era la vieja teoría revisionista de Edouard Bernstein de que “el fin no es nada, el movimiento es todo”, sólo que degradada, porque al fin y al cabo el teórico alemán se refería al socialismo, mientras que el argentino se conformaba con la democracia burguesa semicolonial. Tampoco quedaba nada de la centralidad del proletariado: “en ciertos procesos de cambio en America Latina –había dicho Aricó en el mismo medio que su correligionario, dos meses antes- es necesario utilizar otra categoría que no es la del proletariado para fundar la idea del sujeto histórico” (16). No era nada original: ya lo había esbozado Nahuel Moreno.

     No tuvieron mejor suerte los intentos pasadopresentistas de conseguir “una unidad raigal y profunda del intelectual con el pueblo” y especialmente con la clase obrera (17), vale decir: de constituir una capa de “intelectuales orgánicos” del pueblo-nación argentino, por decirlo en idioma gramsciano. Para ello, siendo la aplastante mayoría del proletariado de ideología peronista hubiera sido preciso para empezar una empatía emocional hacia el gran movimiento, además de una comprensión del mismo y una estrategia de acompañamiento y solidaridad con su resistencia -todo lo moderada que se quiera- a las estructuras redivivas de la vieja Argentina. En cambio, Aricó veía al movimiento nacional no como un momento del desarrollo de la conciencia obrera y popular, sino como “falsa conciencia” y como un “inconveniente” puesto a la unidad entre la “intelectualidad pequeñoburguesa radicalizada y las masas populares” (18), como bien explica el aricosista Luis García. Por lo demás, Aricó impugnaba en el movimiento nacional tal cual era “el tipo de manejo que hacía el peronismo de las organizaciones sindicales o el aplastamiento de las ideas distintas”, y exigía de la “voluntad nacional-popular” que fuera “moderna y democrática”(19). En una palabra: Aricó solicitaba de la historia que el peronismo fuera alfonsinismo. Éste sí era “moderno” y “democrático” (en el sentido burgués de instituciones partidocráticas que confiscaban la voluntad popular en el juego formal de la democracia semicolonial), pero sería difícil creer que encarnara una Voluntad Nacional consistente e históricamente conformada, ya que fue sólo la expresión momentánea de las veleidosas clases medias argentinas. De allí que hubiera una línea de consecuencia política cuando el grupo de la revista cordobesa decidió apoyar a la organización Montoneros, ya que ésta era una tendencia sustancialmente antiperonista crecida en el seno del movimiento comandado por Perón alrededor del terrible malentendido de “Socialismo nacional”, como se vio en el famoso “Retiro” de las huestes de la Tendencia en la Plaza de Mayo en 1974.

    La producción del grupo, ya sea que proviniera de sus propios integrantes o de la gran cantidad de autores editados en artículos de “Pasado y Presente” o en la colección de sus “Cuadernos”, satisfizo en su momento una gran curiosidad intelectual de la pequeñoburguesía, nacida con la caída del peronismo, bajo cuyo régimen había quedado comprimida e insatisfecha. Pero si sirvió a esta finalidad, fue estéril en cambio en orden a contribuir a la comprensión de la realidad nacional, de la que quedó enajenada por la extraneidad -presentada como diálogo con la cultura burguesa, “apertura” y similares- de los temas abordados y los autores difundidos, en un ochenta por ciento europeos o norteamericanos. Si algún argentino se incluía, era porque éste escribía sobre una temática ajena a la modesta circunstancia de estas tierras y pocas veces sobre la “estrecha” política, salvo en la segunda etapa, la época “montonera” de la revista. Tanto fue así que Raúl Burgos, un autor bastante favorable a la corriente gramsciana, escribe sin ánimo irónico que, “fuera de la primera página y algunos anuncios, algunos de los números dificultarían la vida de un lector desprevenido para descubrir el país de origen de la publicación” (20).

    Claramente, el primigenio objetivo de “Pasado y Presente” no había sido conseguido.

 

                                               N O T A S

 

1) Raúl Burgos: “Los Gramscianos Argentinos”, Buenos Aires 2004, pág.75

2)Juan Carlos Portantiero: “Revista Táctica” N° 1, Bs.As. Enero/febrero 1964, pág.15

3)Idem, pág. 16

4)Juan Carlos Portantiero: “Revista Nueva Política” n° 1, Bs.As diciembre 1965, pág.18

5)Horacio Crespo: “José Aricó”, Córdoba 2001, pág. 50

6)Daniel Campione: “Para leer a Gramsci”, Bs. As. 2007, pág.30

7)Raúl Burgos: op. cit., pág .89

8)Idem, pág.94

9)Carlos Franco: “Presentación” al libro de José Aricó “Marx y América Latina”, Méjico 1982.

10)Alberto Filippi: “Instituciones e Ideologías en la Independencia Hispanoamericana”, Bs. As. 1988

11)Arturo Chavolla: “La Imagen de América en el Marxismo”, Bs. As. 2005, pág. 77

12)Néstor Kohan: “De Ingenieros al Che”, Bs. As. 2000, pág. 234

13)Jorge Abelardo Ramos: “Historia de la Nación Latinoamericana”, Bs. As. 1968, pág.480

14)Idem, pág. 495

15)Juan Carlos Portantiero: en diario La Voz del Interior, Córdoba 23-11-1983

16)José Aricó: en idem., 21-09-1987

17)Raúl Burgos: op. cit., pág.74

18)Luis García: “La Insurrección es un arte y no un teorema”, en AA.VV: “El Pensamiento Latinoamericano en la Universidad”, Córdoba 2005, pág. 208

19)Idem: pág.211

20)Raúl Burgos: op. cit., pág.114

                                                                 Córdoba, 7 diciembre de 2010