
El pasado mes de
diciembre, el Fondo Monetario Internacional anunciaba la condonación del 87%
(unos $1000 millones) de la deuda externa de Guinea-Bissau, país de África
occidental. Este es un capítulo más de países altamente empobrecidos que han
sido chantajeados por el FMI y el Banco Mundial a través de su deuda externa,
siguiendo un procedimiento que se repite. El país se endeudó gravemente durante
los años 70 y comienzos de los 80, debido al comportamiento irresponsable e
interesado de sus dirigentes, así como de los prestamistas. Apenas se tuvo en
cuenta la viabilidad de los proyectos para los que se contraía deuda, las
condiciones locales para implementarlos y la corrupción de la élite
político-militar. Significaba dinero para unos y negocio para otros. Quien
acabaría pagando sería el pueblo.
El resultado fue: deuda contraída y fracaso de los proyectos, en su mayoría
concebidos para el desarrollo económico.
La deuda, debido a las renegociaciones, las subidas de los tipos de interés de
los préstamos y la fragilidad y el atraso de su economía, se ha vuelto
prácticamente impagable para Guinea.
En 1987 es cuando el FMI hace aparición en el escenario económico de Guinea-Bissau.
Se hace cargo de la deuda existente y concede nuevos préstamos. A partir de
este momento, el objetivo con respecto a la deuda comienza a cambiar: ya no se
trata de cobrarla, pues es muy difícil; se trata de aprovechar la situación de
dependencia de Guinea-Bissau para proceder al chantaje. Se le obliga a preparar
su economía para la entrada del capitalismo, como condición para reducir la
deuda. Para esto se diseñan los “Planes de ajuste estructural” (PAE).
La aplicación de los PAE significa, en la mayoría de los casos: abrir la
economía nacional al mercado internacional, recorte del gasto público,
privatizaciones, eliminación de subsidios a productos básicos, aumento de
impuestos indirectos, desregulación laboral y medioambiental y producción orientada
a la exportación.
El capitalismo siempre justifica estas medidas a través de indicadores de
crecimiento económico. Pero el resultado de este crecimiento, cuando realmente
se da, está lejos de acabar con la pobreza: economías frágiles y vulnerables,
distribución desigual de la riqueza, precariedad laboral, degradación
medioambiental, pérdida de soberanía alimentaria y disminución de servicios
públicos básicos.
El capitalismo hace negocio, y se expande, aprovechando la miseria y el
padecimiento de los pueblos.
La historia reciente de Guinea-Bissau está marcada por la inestabilidad
política, social y económica; la corrupción, y una guerra. Y, además, desde
hace más de 20 años, tiene que apretarse el cinturón a instancias del FMI y el
BM. El resultado es una esperanza media de vida de 45 años, una mortalidad
infantil del 10%, una tasa de analfabetismo del 50%, y que el 65% de la
población vive con menos de 2 dólares al día.
Hace pocas semanas, una delegación del FMI estuvo en la capital, Bissau, para
firmar los acuerdos de condonación de la deuda y hacer algunas comprobaciones
sobre el terreno. El comportamiento de Guinea en la aplicación de los PAE,
según el FMI, ha sido muy bueno. Esto, junto con la reciente estabilidad
política, han sido los motivos de la cancelación.
En el mes de marzo habrá otra visita del FMI, para dar un paso más en el
proceso. Guinea-Bissau está preparada, a criterio de la institución, para
recibir a los inversores y competir en el mercado internacional.
Es necesario desenmascarar a estas instituciones criminales. No pueden seguir
sometiendo a los pueblos y condenándolos impunemente. Implementan una de las
formas más inmorales y despiadadas del capitalismo. Su discurso de acabar con
la pobreza y fomentar el desarrollo de los países más pobres es una trampa tras
la que se esconde la expansión del imperio económico y el lucro.