You Don’t Like the Truth - 4 days Inside Guantánamo, del canadiense Luc Coté y el chileno Patricio Henríquez, se basa en material recientemente desclasificado sobre los interrogatorios a un menor de edad con vínculos nunca probados con Al Qaida. |
Desde hace más de medio siglo, la ciudad griega de Tesalónica, recostada
sobre las mansas aguas del mar Egeo, al norte del país, alberga en noviembre uno
de los festivales más antiguos y respetados de Europa, dedicado casi
exclusivamente al campo de la ficción. Mucho más joven, con sus trece años,
apenas en la pre-adolescencia, el Thessaloniki Documentary Festival que se
lleva a cabo en estos idus de marzo –organizado por el mismo equipo, con el
crítico Dimitri Eipiades a la cabeza– aspira a ocupar un lugar equivalente al
de su hermano mayor, con 225 documentales abiertos a un público
mayoritariamente joven, proveniente de la universidad local.
Con entradas generales a precios populares y muchas funciones gratuitas para
estudiantes, el TDF consigue algo infrecuente para un festival dedicado al
documental: tener salas casi llenas, con un público informado y activo, como el
que ayer asistió a la exhibición de You Don’t Like the Truth - 4 days Inside
Guantánamo, un excelente trabajo de investigación realizado a cuatro manos por
el director canadiense Luc Coté y el chileno Patricio Henríquez. A partir de un
material recientemente desclasificado –las cintas de video del interrogatorio
al que fue sometido en Guantánamo el ciudadano canadiense Omar Khadr–, los
realizadores desnudan no sólo los métodos de coerción y tormento que se llevan
a cabo en esa infame prisión estadounidense, ajena a cualquier jurisdicción internacional,
sino también la complicidad –por acción y omisión– del gobierno canadiense en
este caso en particular. Que es particularmente grave, considerando que Omar
tenía apenas 15 años cuando en 2002 fue apresado y torturado por el ejército
estadounidense de ocupación en Afganistán y luego trasladado ilegalmente a
Guantánamo, donde aún permanece, esposado y enjaulado como un animal, enfundado
en esos uniformes de color naranja que se han convertido en el símbolo de la
violación a los más elementales derechos humanos.
Nacido y criado en Toronto, Khadr es hijo de un egipcio con vínculos probados
con Al Qaida y caído en combate en Pakistán. Pero eso no incrimina
necesariamente a Omar en la muerte de un miembro de un cuerpo de elite
estadounidense (la tristemente célebre Delta Force), que es el crimen del cual
se lo acusa y que él sistemáticamente ha negado, una y otra vez, durante más de
siete años. Hasta que en octubre del año pasado, tras infinidad de presiones e
interrogatorios, Omar decidió declararse culpable, para cumplir una pena de
ocho años en vez de continuar indefinidamente cautivo y aislado en Guantánamo.
Al día de hoy, desde el juicio de Nuremberg, Omar es el primer condenado como
criminal de guerra por un hecho que habría cometido siendo menor de edad.
El mérito inicial del film de Coté y Henríquez (un chileno largamente radicado
en Quebec, reconocido por sus films sobre violaciones a los derechos humanos,
como El lado oscuro de la Dama Blanca, acerca del buque insignia de Chile que
durante la dictadura de Pinochet fue uno de los más feroces centros
clandestinos de detención) está, evidentemente, en el hallazgo de su material
de base. Las tres cámaras ocultas que registran los cuatro días de
interrogatorio a Omar ofrecen ya de por sí una idea de lo siniestro en su
estado más puro. No sólo se le encubre al prisionero que está siendo filmado
–en un caso, a través de los visillos de un equipo de aire acondicionado, lo
que pone al espectador en la incómoda situación de voyeur–, sino que la textura
rugosa, precaria, pixelada del material, donde los rostros de los
interrogadores han sido deliberadamente borrados por las autoridades
canadienses que desclasificaron el material, parece la metáfora más elocuente
del acto oscuro y violento que se está llevando a cabo.
Esas tres cámaras, encendidas simultáneamente, funcionan en el documental como
una suerte de dinámica split-screen, una pantalla dividida cuya ventana
restante completan los testimonios recogidos para el film. Allí aparecen desde
ex compañeros de celda de Omar hasta familiares (su hermana, su madre),
abogados, expertos en derechos humanos e incluso funcionarios, tanto de Estados
Unidos como de Canadá. Nada tiene, sin embargo, más tensión, más suspenso, más
angustia que la lucha del propio Omar delante de sus interrogadores, agentes
del servicio secreto canadiense, que en el colmo de su cinismo pretenden
chantajearlo con una hamburguesa y una Coca-Cola.
Desde la esperanza inicial de Omar, convencido de que esos canadienses que
tiene delante de sí vienen a ayudarlo, hasta la desolación de saberse solo e
indefenso una vez más, todos los estados de ánimo pasan por su borrosa figura,
por su cuerpo doblado por el llanto. Hasta que al final, con los interrogadores
ya resignados a no conseguir la confesión que querían escuchar, Omar les tira a
la cara la frase que le da su título al documental: “A ustedes no les gusta la
verdad”.