El mandatario de EEUU alcanza la Casa Blanca con el lema: "¡Hope!". Significa esperanza. Hombre de color, joven, de clase media, carismático promete enmendar errores y horrores de su antecesor. Sin embargo, hasta ahora, al menos en política exterior, incumple.
El campo de concentración de Guatánamo continúa vigente y en sus lóbregos
recintos -sin debido proceso- languidecen prisioneros de guerra acusados de
"terroristas".
Irak aun padece la ocupación de EEUU. Jamás se encontraron las armas de
destrucción masiva que, según Bush, almacenaba el Presidente Sadam Hussein. Bombardeos,
muertos y mutilados. Incluso el museo de Bagdad objeto de pillaje. Esa
violación de los DDHH perdura.
No conforme con ello Obama activa la intervención en Afganistán. Pretexto Bin
Laden y el fundamentalismo islámico. Ello supone incremento de presencia de
tropas yanquis en Pakistán.
Irán es objeto de chantajes por desarrollar la energía nuclear y Libia
amedrentada por la US Navy y Washington apoya a la OTAN en intervención
de ese país árabe norafricano.
En suma, Obama ratifica la política imperialista de EEUU. Discrepamos de
quienes, en el III mundo y, específicamente, en nuestra América, se engolosinan
con la "globalización". Se contrargumenta: perdura la dicotomía
Centro-Periferia.
La presencia del Presidente Obama es deplorable. Supone la sombra de quienes,
apenas ayer, en 1989, invaden Panamá y encarcelan a su Presidente. Los que
intervienen en nuestra política interna. Ahora mismo nos imponen una
contaminante central termoeléctrica así como ayer empujaron el pronunciamiento
del Once y después envenenan nuestra uva de exportación.
Reiterando nuestra tesis nacionalista se manifesta que el líder de
"¡Hope!" hoy es el representante el viejo y vigente "Big
stick". Aplaudirlo implica complicidad con una megapotencia cuyo afán de
tutoría supone la práctica del terrorismo vulnerador de los DDHH y de la
soberanía de los Estados de la humanidad sumergida.