ESCLAVITUD Y COLONIALISMO EN AFRICA
Historia de los colonizadores Eucaristus de Campos, Savorgnan de Brazza y Leopoldo II, un rey ambicioso y cruel

Por:
Roberto Correa Wilson

Publicado el 01/05/2011

La Habana, (Prensa Latina).- La historia de la República Centroafricana está relacionada con su ubicación geográfica, que le posibilitó el cruce de diferentes corrientes migratorias producto de las cuales se fue conformando la nacionalidad. El intenso flujo migratorio determinó que la nación se convirtiera en un mosaico étnico y lingüístico de características propias; varios grupos conforman su población, entre los que sobresalen las bandas con un 47 por ciento, seguido en menor proporción por bayas y otras minorías.

 

La población autóctona centroafricana no fue víctima del comercio de esclavos hacia América debido a su alejamiento de las costas occidentales, de donde partían los barcos con nativos cazados en países de esa región.


Sin embargo, la trata se dirigió hacia otra área. Estudiosos afirman que la zona fue utilizada hasta el siglo XIX por los árabes para abastecerse de esclavos, aunque no especifican la ruta seguida por ese tráfico hasta el mar Rojo, en la costa oriental de Africa, cuya distancia es considerable.


Tampoco indican los países árabes receptores de esclavos, ni la dimensión y naturaleza de esa acción, aunque ciertos estudios permiten ver diferencias con la practicada en las colonias europeas en América.


Los esclavos fueron llevados al denominado Nuevo Mundo para trabajar en plantaciones agrícolas, fundamentalmente; en las naciones árabes -según las fuentes- solo existían modestas parcelas agrícolas donde laboraban los hombres, mientras que las mujeres se utilizaban como domésticas o concubinas. Desde tiempos remotos el territorio fue centro de intenso tráfico comercial hacia regiones del oeste y del este continental, lo que dio mayor importancia al país.


La colonización


En plena expansión del colonialismo, en el siglo XIX, el territorio centroafricano no demoraría en caer bajo dominio de alguna metrópoli europea, y esa sería Francia, que se había apoderado de varios países de la zona.


Para la época, Francia y Gran Bretaña disfrutaban del mayor imperio colonial en Africa, con posesiones en todas las regiones donde extraían materias primas para una creciente industrialización; las metrópolis prosperaban mientras las colonias se empobrecían.
La población autóctona recibió los primeros contactos extranjeros en 1887, cuando Francia extendió sus acciones hacia el norte del Congo (actual República del Congo), en el Africa occidental, donde los galos arribaron y lo convirtieron en una colonia.
Se establecieron los colonizadores franceses en la zona que actualmente ocupa Bangui, la capital centroafricana, y su presencia no fue bien recibida por los nativos. Nuevas oleadas de colonizadores arribaron al país posteriormente e introdujeron trabajadores para labores en plantaciones de café, algodón, cítricos y otros cultivos.


Los franceses llamaron Nbangui-Charí a la nación centroafricana, un nombre impuesto sin tener en cuenta la opinión nativa, como era común en los sistemas coloniales implantados en el continente. El trato despótico, aplicado por los europeos a los diferentes grupos étnicos, causaba el descontento contra los colonizadores y fueron frecuentes las rebeliones de los bayas y otras etnias, reprimidas salvajemente por las autoridades coloniales.


Con la aplicación de un régimen de mano dura, basado en sangrientas represiones, París dejaba claro que no toleraría violaciones al sistema establecido en esa colonia. En Centroáfrica los franceses implantaron el trabajo semiesclavo; los nativos carecían de los derechos más elementales y veían cómo los recursos del país, fundamentalmente producciones agrícolas, servían para enriquecer a la metrópoli.


A pesar de la represión desde principios del siglo XX, surgieron voces dispersas que rechazaban la brutalidad de la dominación extranjera. Aunque no hubo una vertebración política de esas voces que se tradujera en la creación de un partido u organización anticolonial, los activistas fueron perseguidos y encarcelados.


Los métodos represivos empleados por Francia en otras colonias se trasladaban a Centroáfrica, donde las fuerzas coloniales lo aplicaban con saña particular; la violencia de los explotadores provocaba más odio contra la opresión.


Nuevos tiempos


En el período posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), por la influencia de los movimientos en otros países africanos y el nacimiento de una joven generación educada en la metrópoli, se sintieron en la colonia voces más fuertes que condenaban la dominación extranjera.


Ese movimiento posibilitó que se permitiera la formación de una Asamblea territorial como expresión de los intereses nacionales y la fundación del Movimiento para la Evolución del Africa Negra, que se convirtió en partido político.


A pesar de que después del conflicto mundial el sistema colonial en Africa comenzó a resquebrajarse, en Centroáfrica las autoridades coloniales en un principio hicieron oídos sordos a los reclamos de independencia del partido recién fundado.


Como una forma intermedia, en 1958 la colonia abogó por un territorio autónomo dentro de la comunidad francesa bajo el nombre de República Centroafricana. En el olvido quedaría el nombre dado por los franceses de Nbangui-Charí. Finalmente, en 1960 se proclamó la independencia de la nación, una pieza que se desgajaba del gran imperio colonial constituido por Francia en el continente africano.


Leopoldo II, un rey ambicioso y cruel


En pleno apogeo del colonialismo en Africa un monarca europeo, Leopoldo II de Bélgica, se apoderó de un país en el corazón de la región con una superficie territorial más de 70 veces superior a la de su pequeño reino. Era el siglo XIX y al tener conocimiento de las enormes riquezas del Congo (actual República Democrática del Congo), se despertó la codicia del rey belga, a quien la historia describe como un hombre de carácter despótico y cruel.


El dominio belga en el Congo significó una de las mayores tragedias vividas hasta ese momento por el pueblo africano que, sin embargo, nunca se resignó a ser una colonia de la nación europea.


Con más de dos millones 300 mil kilómetros cuadrados, es el tercero por su extensión territorial en el continente, superado sólo por Sudán y Argelia; hay más de 200 lenguas y dialectos, entre ellos los más hablados son swahili, tchiluba y lingala.


Los pigmeos son considerados como los primeros habitantes de la Cuenca del Congo. Su llegada a esa zona data entre los siglos X y XIV, y las invasiones de los pueblos bantúes los desplazaron hacia las áreas boscosas.


Formados por varias tribus, los bantúes se establecieron en la zona y crearon varios reinos.


Los navegantes portugueses descubrieron en 1482 el estuario del río Congo y entraron en contacto con el reino de los bakongos, de origen bantú, donde el rey era Manikongo.
El reino denominado Kengo era un Estado típico sudanés (denominación dada a la región que ocupa el sur del desierto del Sahara desde Senegal hasta Sudán), el cual fue fundado por un grupo procedente del sureste de Africa, probablemente a finales del siglo XIV o principios del XV.


En 1490 los portugueses enviaron a la zona a los primeros misioneros acompañados de albañiles, carpinteros y otros artesanos, que convirtieron a la religión católica a los bakongos y construyeron la capital del reino en piedra.


Durante ese período los portugueses iniciaron la captura de grandes cantidades de africanos para trabajar como esclavos en plantaciones de Brasil, lo cual provocó la oposición de los nativos.

Miles de hombres y mujeres del área también fueron enviados a otras colonias europeas en América por traficantes del Viejo Mundo, y la zona se convirtió en una de las que más esclavos aportó.


Portugal envió al Congo a Paulo Dias de Neveis, quien comenzó una guerra de conquista contra los pueblos de la zona; los bakongos lo derrotaron pero quedaron debilitados para mantener la unidad interna de su reino, que comenzó a fragmentarse.


Nueva época


A la oscura etapa de la esclavitud en Africa le siguió otra no menos turbia, el colonialismo; en el siglo XIX comenzaron las exploraciones sistemáticas del continente, en las que destacó el misionero escocés David Livingstone (1813-1873).
La notoriedad que alcanzó en sus exploraciones hizo que el propietario de un periódico norteamericano enviara a un joven corresponsal de guerra, Henri Morton Stanley, a encontrar a Livingstone. Stanley partió en busca del explorador el 17 de noviembre de 1878, y se reunió con él alrededor de tres años después en Boma, sobre el río Congo; ambos emprendieron la investigación del lago Tangañika, ubicado entre ese país y la actual Tanzania.


A su regreso a Europa, Stanley se entrevistó con un representante del rey Leopoldo, a quien le contó las maravillas que vio en el Congo, un país con riquezas incalculables. Esa conversación fue del conocimiento del soberano y actuó como un detonante de sus ambiciones.


El rey belga constituyó la Asociación Internacional Africana, que tenía por finalidad el estudio y la explotación de las riquezas del Congo bajo su égida. Por esa época, Gran Bretaña ocupó militarmente Egipto en 1881, violando los acuerdos con Francia. Esta respondió con la invasión a Túnez y la ratificación de los jefes tribales y al colonizador francés Savorgnan de Bazza en una posición importante en la Cuenca del Congo.
Este hecho parecía afectar los intereses de Portugal en viejos asentamientos de Angola, y Gran Bretaña tenía la posibilidad de libre comercio en la Cuenca del Congo; la ambición por controlar nuevos territorios provocaba pugnas entre las metrópolis.
Todos estos factores fueron aprovechados por Leopoldo II para convocar a una Conferencia en Berlín, en diciembre de 1884, con vistas a poner orden entre tantos enfrentamientos y acelerar el reparto de Africa en zonas de influencia.
El Acta de Berlín trató de garantizar la libertad de navegación por los ríos Congo y Níger, dos de los más importantes de Africa, por los barcos de cualquier bandera y proclamó la constitución del Estado Libre del Congo, propiedad de Leopoldo II de Bélgica.


La presencia colonial belga en el Congo fue considerada como una de las páginas más sombrías de su historia, caracterizada por el robo de sus recursos naturales a manos de compañías concesionarias y la aplicación masiva del trabajo semiesclavo.
De 1890 a 1898, durante la construcción de 388 kilómetros del ferrocarril que unía Leopolville (actual Kinshasa), con el puerto de Matadi, al sur, murieron miles de congoleses; los métodos crueles provocaron la fuga o resistencia de la población autóctona.


Para perpetuar la dominación en el país, el soberano belga creó un ejército denominado Fuerza Pública, comandado por oficiales de la nación europea e integrado por algunos miles de africanos.


Una comisión investigadora reconoció en 1904 que durante los primeros 15 años de dominio colonial, tres millones de congoleses murieron a consecuencia de enfermedades y malos tratos, y en varios países se emprendió una campaña contra la política colonial de Leopoldo II.


Esa campaña, junto a las crecientes dificultades financieras de la monarquía, produjeron la venta en 1908 del Estado Libre del Congo, propiedad de Leopoldo II, por 25 millones de dólares al Estado belga: el soberano vendió al país con todo su pueblo y sus riquezas como una mercancía.


La nación pasó a denominarse Congo Belga y recibió una estructura colonial semejante a la impuesta por otras metrópolis europeas para reforzar el sistema de explotación.


Dos colonizadores europeos


Eucaristus de Campos, originario de Portugal y Savorgnan de Brazza, explorador de Francia, como otros ciudadanos europeos dejaron su impronta en Africa, aunque en países distintos, y el nombre del segundo sirvió para denominar una capital. El nombre de Eucaristus nunca hubiera aparecido en documentos históricos de Africa sin su obsesiva participación, en el siglo XVIII, en el comercio de esclavos de la antigua Dahomey, Benin después de la independencia.


No inició el lusitano la trata esclavista aunque sí lo hicieron sus compatriotas dos centurias antes, en el siglo XVI, cuando Brasil era una colonia de Portugal y había necesidad de mano de obra para las plantaciones agrícolas.


Los propietarios consideraban que sus haciendas sólo podrían prosperar utilizando esa fuerza laboral traída desde el lejano continente y demandaban más esclavos a los traficantes, quienes obtenían cuantiosos ingresos con la trata.


En la formación histórica de Dahomey incidieron dos movimientos migratorios: el de los hueda, que dieron nombre a la ciudad de Ovidah, y los agassouvi, que finalizaron con la creación de tres reinos, Allada, Porto Novo y Abomey, este último con características de imperio a la llegada de los extranjeros.


Los contactos iniciales de la población autóctona con los europeos datan del siglo XIV con el arribo de los primeros navegantes portugueses a las playas de esa nación de Africa Occidental, al igual que lo hicieron con otros lugares de la región.
En un principio la relación entre los europeos y los africanos se limitó a un modesto intercambio comercial, fundamentalmente con las poblaciones que habitaban próximas a las costas. Durante el siglo siguiente los portugueses no mostraron interés en penetrar en el interior de Dahomey para ocupar todo el territorio, sólo se establecían factorías en el litoral.


Una centuria más tarde, en el XVI, los portugueses comenzaron el desarrollo del comercio de esclavos; en un principio fue lento, pero después creció aceleradamente, a tal grado que el territorio resultó una de las zonas más explotadas en ese sentido en el Africa Occidental.


De los miles de africanos arrancados de tierra dahomeyana y enviados a América, muchos quedaron en el océano Atlántico como consecuencia de las pésimas condiciones impuestas durante la travesía.


Es en 1752, en pleno siglo XVIII, que Eucaristus de Campos emerge como una figura importante en el tráfico de esclavos organizado en el reino de Porto Novo, adonde había llegado alegando fines comerciales; el portugués ocultó sus verdaderas intenciones.


Utilizando diversas artimañas, incitó al soberano para que colaborara en la trata; el poco entusiasmo mostrado por el rey nativo a participar en la cacería de africanos provocó la indignación de Eucaristus, un hombre de carácter sumamente agresivo y autoritario.


Bajo presiones y amenazas, el comercio de esclavos de Eucaristus se extendió hasta 1757, cuando abandonó el país; en sus seis años en el reino de Porto Novo, fue uno de los europeos que más se esforzó en promover la trata en suelo africano.
Esa fue la huella dejada por Eucaristus en el antiguo Dahomey, un país que al alcanzar la independencia, en el siglo XX, había sido víctima de la esclavitud y el colonialismo.


Savorgnan de Brazza


A principios del siglo XIX, los colonos galos habían desplazado a los portugueses de los territorios que ocupaban, Gabón y Congo (actual República del Congo); Francia pugnaba con Gran Bretaña como los dos mayores imperios coloniales en Africa.
El origen de la ulterior Africa Ecuatorial Francesa estuvo ligado de una forma muy directa a la conquista de Gabón, primer asiento galo en la costa del océano Atlántico. Esa conquista se estableció mediante un tratado firmado en 1839 por Benet Willaumez y el jefe tribal local Louis Dowe, denominado el rey Denis. El establecimiento de semejantes acuerdos siempre llevaba desventajas a la parte africana.
Los franceses, presentes en Congo y Gabón, construyeron factorías en las costas y luego iniciaron expediciones hacia el interior, tras crear en 1849 la ciudad de Libreville, actual capital gabonesa. La urbe también resultó el primer centro administrativo del golfo de Guinea; las expediciones fueron llevadas a cabo por miembros de la marina francesa.
En esas circunstancias aparece en el escenario congolés Savorgnan de Brazza, quien realizó su primera incursión por el río Oggoue y atravesó posteriormente, en 1875, el río Congo, el más caudaloso del continente.


Enviado por las autoridades francesas, en quien confiaban para llevar a cabo exitosamente su misión colonizadora, durante su primera gira entre 1875 y 1878, Brazza atravesó a pie el territorio del Congo.


En su segunda expedición 1879-1883, se firmaron los tratados con el Makoko, rey de los tekes, con el fin de asentar el dominio sobre esa parte del Africa Central e impedir similares intentos por parte del grupo dirigido por el inglés Stanley, por la otra orilla del río, entre 1874 y 1877.


Brazza impuso una especie de protectorado y se pronunció por métodos pacíficos de colonización, mientras en la práctica se procedía al exterminio de poblaciones enteras que ofrecían resistencia a la presencia extranjera.


En 1881, Francia designó a Brazza como Comisionado y en 1883 todas las tierras conquistadas desde Gabón hasta el Congo quedaron bajo su autoridad, luego de reformas en el sistema de colonización que incluyeron la extensión de poderes a los gobernadores.


La Conferencia de Berlín, celebrada en 1884-1885, donde las potencias europeas realizaron el reparto de Africa, afirmó el dominio colonial de París sobre Gabón y Congo, que junto a otras colonias formaron la denominada Africa Ecuatorial Francesa.
Cumplida su misión colonizadora en Congo, Savorgnan de Brazza dejó entre otras herencias su nombre a la capital del país: Brazzaville.


* Periodista cubano especializado en política internacional, ha sido corresponsal en varios países africanos y es colaborador de Prensa Latina.