
Primera parte de un documento en dos entregas que examina los métodos utilizados por las corporaciones farmacéuticas internacionales para controlar los mercados y las vidas.
Junto a enfermedades neumocóccicas como meningitis y neumonía, la diarrea
relacionada con rotavirus es una importante asesina de niños en los países en
desarrollo, de la que se piensa que destruye las vidas de 500.000 niños cada
año. Un abrumador 85% de estos niños son africanos y asiáticos. La necesidad de
milagros médicos es mayor que nunca, pero la manipulación de los precios por
las corporaciones farmacéuticas genera inmensos beneficios, mientras aumenta el
precio de medicinas que pueden salvar vidas.
La corporación farmacéutica basada en Gran Bretaña, GlaxoSmithKline (GSK),
ofreció recientemente un convenio para suministrar a naciones pobres 125
millones de dosis de la vacuna rotavirus –Rotarix– a 2,50 dólares la
dosis, solo un cinco por ciento del precio habitual en los mercados
occidentales. A través del grupo GAVI, la agencia de vacunas internacional
financiada por países desarrollados como el Reino Unido, se espera que GSK y la
multinacional farmacéutica Merck –que, entre ellas dominan el mercado de la
vacuna rotavirus– suministren una línea segura de medicinas a bajo coste a
unos cuarenta países en el futuro cercano.
¿Pero es realmente un descuento?, y si lo es, ¿quién paga el coste?
El mecanismo financiero que subvenciona la vacuna se llama Advance Market
Commitment (AMC) [Compromiso anticipado de mercado], un proyecto creado por el
G8, así como por el Banco Mundial y la Fundación Gates,
como incentivo “atrayente” para que las multinacionales farmacéuticas
consideren los mercados a largo plazo de los países en desarrollo para “bienes
públicos” farmacéuticos como las vacunas. Rotarix ha despegado bien: Desde 2007
unos 50 millones de niños –mediante 100 millones de dosis– ya se han
beneficiado de Rotarix; en 2009 las ventas globales de Rotarix llegaron a 440
millones de dólares –un aumento del 50% en comparación con 2008, y Rotateo de
Merck llegó a 564 millones de dólares en ventas.
El ejecutivo jefe de GSK, Andrew Witty, describió la estructura de los precios
como, “ni como un artilugio ni como un gesto filantrópico aislado”, sino más
bien como “parte de una estrategia concertada para cambiar nuestro modelo de
negocios” –diseñado para combinar “el éxito comercial con contribuciones
sustentables a largo plazo”.
Estructuras de precios y beneficios
Compañías farmacéuticas como GSK han afirmado frecuentemente que el alto coste
de la “innovación”, es decir investigación y desarrollo (R&D, por sus
siglas en inglés) es de entre 1.000 y 1.700 millones de dólares para introducir
un nuevo medicamento al mercado. La recolección de 4.300 millones de dólares por
AMC y GAVI para financiar la compra de vacunas se proyectó con la premisa de
que hay que compensar el alto coste de R&D de las multinacionales
farmacéuticas.
Durante las últimas décadas, la industria farmacéutica de EE.UU. –más de la
mitad de la cual incluye compañías basadas en Europa– ha sido en su mayor parte
la industria más lucrativa en la economía de la nación, gracias a mecanismos
como la ausencia de una estructura de precios impuesta por el gobierno. “La
libre fijación de precios y la rápida aprobación aseguran un rápido acceso a la
innovación sin racionamiento”, dijo Daniel Vasella, ex jefe de Novartis (basada
en Suiza), sobre las ventajas de hacer negocios en EE.UU.
Las multinacionales farmacéuticas afirman que los consumidores estadounidenses
están obligados a financiar la investigación y desarrollo necesarios para
mantener el funcionamiento de la innovación global. En Australia, Europa, así
como en Canadá –la fuente de la “re-importación” de muchos medicamentos
recetados por ciudadanos estadounidenses, donde las medicinas se venden a veces
por la mitad del precio normal en EE.UU.– los gobiernos aseguran que las
estructuras de los precios hagan que los medicamentos patentados sean
asequibles.
Aunque las multinacionales farmacéuticas generan considerables beneficios en
esos países, cerca de un 50% de las ganancias de la industria farmacéutica
global se genera en EE.UU. En 2006, por ejemplo, las ventas globales de
medicamentos recetados ascendieron a más de 640.000 millones de dólares, de los
cuales casi 300.000 millones fueron ventas generadas en EE.UU.
Pero el verdadero engaño son menos las tácticas maquiavélicas utilizadas por
las principales compañías farmacéuticas para aplicar Botox al resultado neto
que el terrible mito detrás del “verdadero” precio de la innovación: la píldora
de los mil millones de dólares. De 1996 hasta 2005, las grandes compañías
farmacéuticas gastaron 739.000 millones de dólares en mercadeo y
administración: En este caso los costes de “administración” incluyen
contabilidad, salarios de los ejecutivos (incluidas bonificaciones, opciones de
compra de acciones, etc.), así como gastos de recursos humanos. “Mercadeo”,
mientras tanto, consiste de publicidad directa al consumidor, argumentos de
venta y muestras gratuitas para los médicos, junto con publicidad en las
revistas médicas.
Un examen más minucioso del coste de los medicamentos
Durante el mismo período de 1996
a 2005, las compañías farmacéuticas gastaron 288.000
millones de dólares en R&D y 43.000 millones en propiedad y equipamiento, y
generaron 558.000 millones en beneficios.
Desde el principio, es posible ver que R&D está en penúltimo lugar en
términos de gastos. Pero el desglose del propio R&D no es transparente: las
compañías no detallan los gastos reales para el desarrollo de un medicamente en
particular, y afirman que esa información incluye secretos comerciales
exclusivos y/o confidenciales.
Sin embargo, según Harvard Business Review: “El coste de un nuevo
medicamento aprobado ha aumentado más de un 800% desde 1987, o 11% por año
durante casi dos décadas”. Corporaciones farmacéuticas como Novartis y GSK
declaran que compañías que producen medicamentos genéricos –a menudo indias–
pueden eludir costes semejantes, y vender sus medicamentos “copiados” por una
fracción del precio del producto patentado, vendiendo frecuentemente entre 65%
y 99% más barato que las firmas intercontinentales.
El “coste de 1.000 millones de dólares” se deriva de un estudio de 2003
publicado en el Journal of Health Economics por Joe DiMasi et al del Tufts
Center for the Study of Drug Development. Los autores y su organización
afirmaron que el estudio fue objetivo, a pesar de que el propio Tufts Center
está financiado en un 65% por las compañías farmacéuticas.
Aunque los resultados se han normalizado como exactos por los medios, los
hechos han sido desacreditados desde hace tiempo por especialistas
independientes.
Los autores analizaron diez grandes corporaciones farmacéuticas (responsables
entre ellas de un 42% de los gastos en R&D en EE.UU., donde se realiza la
mayor parte de ese trabajo), examinando los costes de R&D de 68
medicamentos seleccionados al azar, y determinaron el coste del desarrollo de
cada uno en 802 millones de dólares (elevado a 1.000 millones por el ajuste a
la inflación).
Como los datos fueron presentados confidencialmente por las compañías
farmacéuticas a los autores, no hay modo de verificar la calidad de la
información, ni hubo alguna consideración del volumen potencial de manipulación
corporativa de los precios entre compañías. Los nombres de las firmas no se
mencionaron; tampoco los nombres de los medicamentos, los tipos de
medicamentos; o su estatus –si se trataba de un medicamento prioritario,
incluyendo tratamiento avanzado, o de un medicamento “para todos”– es decir una
variación de productos que ya estaban en el mercado.
“Desmitificando” los costes
Para comenzar, la cifra de 802 millones de dólares no tomó en
cuenta la forma opaca y extraña de contabilidad involucrada, comenzando con
“costes capitalizados”. Según los autores, los gastos de R&D. “deben ser
capitalizados a una tasa de descuento apropiada –el ingreso esperado del que se
privan los inversionistas durante el desarrollo cuando invierten en R&D
farmacéutica en lugar de una cartera igualmente arriesgada de valores financieros”.
Como declaró Marcia Angell, doctora estadounidense, ex jefa de la redacción de The
New England Journal of Medicine y catedrática senior en la Escuela de Medicina de
Harvard: "Los consultores de Tufts simplemente lo agregaron a los costes
generales de la industria. Esa maniobra contable casi duplicó los 403 millones
de dólares a 802 millones.”
Por lo tanto, al tomar en cuenta costes actualizados por PhTMA (2006), el
aumento de R&D general a 1.320 millones de dólares, más de 650 millones han
sido simplemente incluidos como “investigación y desarrollo” por compañías
farmacéuticas pretendiendo ganancias míticas que podrían haber sido generadas,
si hubieran invertido en, digamos, Wall Street – y no en la “innovación”
científica utilizada para justificar inmensas ganancias de patentes exclusivas.
El estudio tampoco incluyó alivios impositivos y subsidios corporativos, así
como la evasión fiscal deliberada y legal de impuestos corporativos (ni hablar
de cualquier evasión tributaria ilegal).
En la revista BioSocieties, el sociólogo Donald Light y la economista
Rebecca Warburton “desmitifican” los costes del desarrollo de medicamentos en
R&D analizando también los alivios impositivos involucrados en los costes
de R&D.
La Oficina de Evaluación Tecnológica (OTA, por sus siglas en inglés) de EE.UU.
reveló que: “El coste neto de cada dólar gastado en investigación debe ser
reducido por el monto de impuestos evitados por ese gasto”. Los autores
utilizaron datos de fuentes oficiales como el Tax Policy Center [Centro de
política tributaria], para revelar ahorros impositivos adicionales de un 39%.
Acumulativamente, los subsidios y créditos de los contribuyentes redujeron los
costes generales de 403 millones de dólares a 201 millones.
Secreto fiscal
Además, como explica el artículo “Planificación Tributaria” de
Ernst & Young, los costes de R&D usualmente se transfieren a
jurisdicciones de alta tributación para compensar costes. Por otra parte, los
beneficios generados por patentes frecuentemente se "re-ubican"
en jurisdicciones de baja tributación. Las compañías farmacéuticas
prefieren generar “gastos” de R&D en jurisdicciones de alta tributación
como EE.UU. a fin de compensar los costes contra el ingreso gravable. Sin
embargo, el coste de R&D no incluye impuestos “evitados”. No es
sorprendente que la mayoría de las compañías farmacéuticas también estén
ubicadas en jurisdicciones de impuestos bajos y secreto fiscal como Delaware en
EE.UU., donde los beneficios se pueden transferir a beneficios pasivos y a
compañías de propiedad intelectual.
En un artículo [impreso originalmente en el periódico New Age, y
publicado en línea en Al-Jazeera] escribí con John Christensen, fundador
de la Red de
Justicia Tributaria y ex consejero económico de Jersey, uno de los máximos
paraísos fiscales del Reino Unido, revelamos cómo el secreto fiscal y la
propiedad intelectual (IP) se explotan para beneficiar a las corporaciones
farmacéuticas, en lugar de servir las necesidades de gente vulnerable.
"Pfizer, Novartis, GlaxoSmithKline, así como más de un 60% de las
multinacionales de Fortune, mantienen todas entidades en Delaware,
aprovechando a tope los instrumentos de opacidad legal y financiera. Aparte del
secreto fiscal y la nula revelación del beneficiario efectivo, Delaware permite
que las sociedades matrices establezcan compañías holding en dos días, que no
producen nada, que no realizan ninguna actividad económica en el Estado, y que
en general albergan solo un accionista (la compañía madre). Semejantes
entidades, que permiten que la compañía madre pague a la entidad recién creada
un “honorario” por el uso de la IP,
sirve como un conducto pasivo que convierte renta imponible en beneficio pasivo
no imponible. El único sentido de la entidad es poseer y administrar ingresos
blanqueados generados de la
IP.”
Los gigantescos gastos legales incurridos por especialistas
en el desarrollo de patentes, defensa legal, la contratación de los paraísos
fiscales y otros temas relacionados con la IP constituyen más costes, incluidos como
R&D. Esta estrategia de optimización tributaria se parece de cerca a la de
compañías de “alta tecnología” que dependen de capital intangible para la mayor
parte de su riqueza. Según la revista Forbes, en 1999, tres de las
cuatro personas más ricas del mundo hicieron su fortuna con derechos de
propiedad intelectual. Debían su fortuna, dijo Michael Perelman, a “Microsoft,
uno de los mayores propietarios de derechos de propiedad intelectual, algo muy
apropiado para la denominada Nueva Economía en la cual el Capital DOS ha
suplantado a El Capital”.
Beneficios del tratamiento del SIDA
La administración de los derechos de propiedad intelectual puede ser
ciertamente un negocio lucrativo. El primer tratamiento de VIH/SIDA, zidovudina
[AZT], vendido con el nombre de marca Retrovir, fue fabricado por la compañía
Burroughs Wellcome, incorporada posteriormente a GSK. En 1983, dos años después
de que se informó por primera vez sobre el SIDA, los Institutos Nacionales de
Salud [NIH] de EE.UU. y el Instituto Pasteur de París identificaron su causa
–el retrovirus VIH. Ese mismo año Samuel Broder, jefe del Instituto Nacional
del Cáncer (una filial de los NIH), estableció un equipo global para
seleccionar instrumentos antivirales, incluida la molécula AZT descubierta por la Fundación del Cáncer de Michigan,
subsiguientemente adquirida por Burroughs Wellcome.
El equipo NIH-NCI de Broder, junto a eruditos de la Universidad Duke,
descubrió la efectividad de AZT contra el virus del SIDA y realizó los primeros
ensayos clínicos en 1985. Como explica Marcia Angell en su informativo libro: The
Truth About Drug Companies [La verdad sobre las compañías farmacéuticas],
Burroughs Wellcome patentó inmediatamente el medicamento y “realizó los ensayos
posteriores que posibilitaron que recibiera la aprobación de la Agencia de Alimentos y
Medicamentos o Agencia de Drogas y Alimentos de EE.UU. [FDA] en 1987” después de un estudio
de solo unos pocos meses. La corporación cobraba a los pacientes más de 10.000
dólares anuales por el tratamiento y se auto-cumplimentó en demasía por el
logro de la medicina salvavidas.
Después de una carta auto-laudatoria de ese tipo del presidente ejecutivo de
Burroughs Wellcome al New York Times, Broder y sus colegas del NCI y de la Universidad Duke
respondieron airadamente, declarando: “La Compañía no desarrolló específicamente o
suministró la primera aplicación de la tecnología para determinar si un
medicamente como AZT puede suprimir el virus vivo del SIDA en células humanas,
ni desarrolló la tecnología para determinar a qué concentración se puede lograr
un efecto semejante en seres humanos. Además, no fue la primera en administrar
AZT a un ser humano con SIDA, ni realizó los primeros estudios clínicos
farmacológicos en pacientes. Tampoco realizó los estudios inmunológicos y
virológicos necesarios para deducir que el medicamento podría funcionar, y que
por ello valía la pena continuar con más estudios. Todo esto fue realizado por
el personal del NCI trabajando con el personal de la Universidad Duke.”
Acentuando la información, agregaron: “Por cierto uno de los obstáculos para el
desarrollo de AZT fue que Burroughs Wellcome no trabajó con virus vivos del
SIDA, ni quiso recibir muestras de pacientes con SIDA”.
Tácticas asesinas
Paradójicamente, el medicamento Retrovir fue clasificado por la compañía como
“medicamento huérfano”, es decir: un medicamento para el cual existe un mercado
de menos de 200.000 personas –y por ello no era probable que fuera lucrativo
comercialmente. Esto se hizo para pedir un crédito de 50% del gobierno por los
costes de los ensayos clínicos. En 2005 se acusó a GSK de aumentar
artificialmente sus beneficios a corto plazo al no aumentar la producción para
satisfacer la demanda en drástico aumento, creando así “escasez” de su producto
patentado. Esto se vio como un último intento de explotar la patente que debía
expirar en septiembre de 2005. Poco después, el gobierno de EE.UU. aprobó
versiones genéricas del medicamento.
En África se conoce a GSK –literalmente– por sus tácticas asesinas.
Cuando el distribuidor en Ghana, Healthcare Ltd. importó una versión genérica
del medicamento (una combinación de AZT y 3TC – conocida como Combivir) de una
compañía farmacéutica india llamada CIPLA, que la suministraba a un precio
asequible (90 centavos de dólar por píldora) en lugar del precio patentado
estadounidense (10 dólares por píldora), GSK amenazó al distribuidor con los
tribunales, llevando a Healthcare Ltd. a cesar las ventas. Sin embargo, incluso
mientras GSK acusaba a CIPLA de violar los derechos de la patente, GSK no
poseía los “derechos” de Combivir en la oficina regional de patentes de África
Occidental. AZT y otros tratamientos para el SIDA siguieron siendo medicamentos
que fueron éxitos de venta para GlaxoSmithKline, generando 2.400 millones de
dólares en beneficios en los primeros seis meses de 1997, gracias en particular
a AZT y 3TC. En 1998, se referían al SIDA como “crisis sanitaria a escala
mundial”, considerada por muchos como “una epidemia”.
Consecuentemente GSK ganó miles de millones de dólares con una patente, controló
un mercado y determinó las vidas –y las muertes– de miles de millones de
personas en todo el mundo, mediante algo que ellos no habían inventado.
Afirmaron, sin embargo, que ellos concibieron que funcionaba. Esta noción bastó
para excluir a los científicos del NCI, incluido Broder, de ser mencionados
como inventores.
¿Pero es un ejemplo aislado?
La segunda parte de “La gran estafa de los miles de millones de dólares de las
corporaciones farmacéuticas” se publicará próximamente.
Khadija Sharife es periodista y académica visitante en el Centro por la Sociedad Civil
(CCS) basado en Sudáfrica, y colaboradora de la Red por la Justicia Tributaria.
Es la corresponsal sudafricana de la revista The Africa Report, editora adjunta
de la revista
World Poverty and Human Rights de Harvard, y autora de Tax Us If You
Can Africa.