
La nueva crisis general del capitalismo, evidenciada no
sólo en la periferia del sistema sino en su propio corazón europeo y
norteamericano, torna más urgente que nunca el reexamen de los grandes legados
teóricos de la tradición marxista. La bancarrota del neoliberalismo, sostenido
apelando a dosis cada vez mayores de violencia, se torna evidente en los
“acampes” que conmueven al Estado español, la inesperada “poblada” islandesa
(meticulosamente oculta por la prensa del capital), la tenaz resistencia de los
griegos (siete huelgas generales en contra del ajuste y el FMI) y la
insurgencia de los trabajadores estadounidenses en Wisconsin. Signos estos de
una crisis que salta a la vista de todos, pese a las mentiras de las
oligarquías mediáticas que engañan, desaniman y desmoralizan a nuestros
pueblos. En Nuestra América, tras la contraofensiva imperialista luego de las
múltiples derrotas sufridas en la primera década de este siglo con el derrumbe
del ALCA, continúa la heroica sobrevivencia de la revolución cubana, el ascenso
del chavismo, los triunfos de Evo Morales y Rafael Correa y el paralelo
surgimiento, en el flanco atlántico, de gobiernos calificados de “progresistas”
en Argentina, Brasil y Uruguay que, aunque con vacilaciones y ambigüedades y no
siempre movidos por las mejores causas, prestaron su colaboración para
viabilizar la existencia de proyectos más radicales como los arriba nombrados.
Derrotas infligidas por nuestros pueblos a las que ahora se agrega la
incertidumbre provocada por el despertar de las masas del norte de Africa y
Medio Oriente y la inesperada reacción de hombres y mujeres del Primer Mundo
que, como decía una pancarta en la
Puerta del Sol, en Madrid, cayeron en la cuenta de que lo que
había no era una crisis sino una estafa.
En este contexto, nada puede ser más necesario que revisar el arsenal donde se
guardan las armas de nuestra crítica. Por supuesto, se trata de un rearme
teórico, que sólo será efectivo en la medida en que se anude inseparablemente
con una praxis transformadora. Una vez más conviene recordar aquellas conocidas
sentencias de Lenin cuando decía que “sin teoría revolucionaria no hay praxis
revolucionaria”; o que “nada es tan práctico como una buena teoría”; o que “el
marxismo no es un dogma sino una guía para la acción”. Una de las grandes
victorias ideológicas del capital ha sido convencer a los explotados de todo el
mundo que las ideologías han muerto, que sólo importa “lo práctico, lo útil”,
confinando la reflexión teórica a las estériles aulas universitarias, cada vez
más escindidas de la tragedia que se desenvuelve extramuros.
Despojadas del bagaje teórico del marxismo, fundamento irreemplazable de
cualquier crítica a la sociedad capitalista, las clases populares quedan
indefensas; podrán dar muestras de abnegación y heroísmo, pero difícilmente
derrotar a sus enemigos. Lo ocurrido en Argentina en 2001 es una prueba
irrefutable de esta tesis; y existe el peligro de que las grandes victorias
populares obtenidas en Egipto y Túnez se evaporen sin dejar rastros a causa del
mismo defecto: la ausencia de una buena teoría que guíe el impulso
contestatario de las masas, señalando claramente quién es el enemigo, de qué
armas dispone, cuál es el terreno de la lucha y cómo se puede hacer para
prevalecer en ella.
No hay aquí el menor asomo de “teoreticismo” o escolasticismo. Se trata de una
convocatoria a fortalecernos mediante la recuperación de nuestro gran legado
teórico, instrumento indispensable e insustituible en la lucha contra la
dominación del capital. Es a causa de esto que Fidel llamó a librar la gran
batalla de ideas.
Crítica implacable del reformismo
Y es en este terreno, precisamente, donde la herencia teórica de Rosa
Luxemburgo (aparte de las enseñanzas ejemplares que nos deja su propia vida)
adquiere una extraordinaria actualidad. Rosa fue una crítica implacable del
reformismo socialdemócrata y de las maliciosas trampas que tendía a los
movimientos populares. Situada en una encrucijada fundamental de la historia
del capital -la recuperación, luego de la “Larga Depresión” que se extendió
entre 1873, poco después de la derrota de la Comuna de París, hasta casi finales del siglo
diecinueve-, Rosa se vio tempranamente involucrada en la polémica sobre el
revisionismo, propuesto nada menos que por el albacea testamentario de
Friedrich Engels, Edouard Bernstein. En ese extraordinario debate descollaron
dos figuras marginales al mundo de la socialdemocracia: Vladimir I. Lenin y
Rosa Luxemburgo, ambos procedentes de la periferia europea -uno de la atrasada
Rusia, otra de la no menos atrasada Polonia, gran parte de la cual se
encontraba bajo el dominio del zar-. Al calor de la polémica uno y otra fueron
proyectados al centro de un debate intelectual y político, otrora reservado
casi con exclusividad para los intelectuales socialistas de las metrópolis
europeas del capitalismo, principalmente Alemania.
Nacidos en 1870 y 1871 respectivamente, y del todo marginales hasta el momento,
sus contribuciones habrían de marcar el punto más alto de un debate cuya
actualidad no sufrió merma con el paso de los años. Sociológicamente hablando,
el protagonismo de Lenin y Rosa señaló la entrada en escena de una nueva
generación de intelectuales marxistas. Si Bernstein había sido amigo de Engels;
si Bebel y Liebknecht tenían fluidas relaciones con los fundadores del
materialismo histórico; si Kautsky también disfrutaba de la confianza de ambos,
la abrupta irrupción de Lenin y Rosa, que jamás habían tenido contacto alguno
con Marx o Engels, reflejaba, por una parte, la extraordinaria difusión alcanzada
por el marxismo en la periferia europea y, por la otra, un salto generacional
significativo. Al momento de estallar la polémica, en 1899, ninguno de los dos
alcanzaba los treinta años de edad. Luego de su intervención en el “Bernstein
Debatte” sus nombres se convertirían en referencia obligada del movimiento
socialista internacional.
¿Reforma social o revolución?
El ¿Qué hacer? de Lenin, y ¿Reforma social o revolución? de Rosa,
son los escritos en donde se plasman sus críticas frontales contra el revisionismo
bernsteiniano(1). Si en el primero de los textos el eje fundamental
de la argumentación lo constituye el problema de la organización de las clases
y capas explotadas -un problema esencialmente político, por supuesto, y no
meramente instrumental o burocrático-, la obra de Rosa incluye un amplio
abanico de temas relacionados con el curso del desarrollo capitalista, el papel
y los límites de las reformas sociales y la misión del Partido Socialista.
Más allá de algunos lugares comunes -como, por ejemplo, la acusación de
“espontaneísmo” contra la revolucionaria polaca, o de “aparatismo” con que se
suele (mal)interpretar el libro de Lenin- ambos textos expresan un contrapunto
susceptible de conjugarse en una armoniosa síntesis. Tarea tanto más urgente en
tiempos como los actuales, cuando una reflexión sobre las perspectivas del
socialismo a comienzos del siglo xxi está signada por una temeraria
subestimación de la centralidad de la organización (que habilita ensoñaciones
como la de “cambiar al mundo sin tomar el poder”) y un no menos temerario
desprecio por la teoría, cuando no un sesgo abiertamente antiteórico.
Por eso, al menos en América Latina, las reflexiones actuales sobre el porvenir
del socialismo tienen todavía mucho que ver con ambos autores. Con Lenin, por
la decisiva importancia de las cuestiones organizativas en la lucha contra una
“burguesía imperial” organizada como nunca antes en su historia: contrástese si
no, la fría eficacia práctica de Davos con el intrascendente colorido del Foro
Social Mundial, que se resiste tercamente a darse una organización global para
luchar contra una burguesía globalizada. Con Rosa, por sus aportaciones sobre
los límites del reformismo y la necesidad de pensar en “otro” tipo de reformas,
que lejos de consolidar al capital (como hicieron los “reformistas”
latinoamericanos) preparen el advenimiento del socialismo. O sus reflexiones
sobre el surgimiento de la conciencia obrera como producto de la lucha de
clases; o acerca de los infranqueables obstáculos que la lógica del capital
impone a la democracia y, por ende, la necesidad de construir una democracia
socialista porque, según ella, “sin socialismo no hay democracia, y sin
democracia no hay socialismo”. ¿Qué podría ser más actual que esta fórmula para
develar la miseria de las democracias liberales en América Latina, en realidad,
plutocracias disfrazadas de democracia?(2)
Lamentablemente, ambos autores y su densa obra teórica son muy poco conocidos
en la actualidad. Por decisivos y cruciales que sean los temas abordados por
Rosa, ellos constituyen una parte que sólo cobra pleno sentido cuando se la
vincula con la obsesiva preocupación leninista por las cuestiones
organizativas, dado que, como Lenin lo recuerda con frecuencia, la única arma
con que cuentan las clases subalternas para cambiar este mundo es su propia
organización. Por eso, uno de los más graves peligros que enfrenta el
movimiento popular en América Latina es caer en la falsa antinomia que opone a
Lenin y Rosa. Si las fuerzas de las clases subalternas han de prevalecer en su
combate contra el capital, la síntesis de la obra de estos dos grandes
revolucionarios constituye un imperativo categórico.
Actualidad de su herencia teórica
Quisiéramos poner fin a esta breve nota planteando la pregunta acerca de la
actualidad de la herencia teórica de Rosa. En su penetrante ensayo sobre Rosa,
Lelio Basso fustiga el balance final que Karl Kautsky extrae de la obra de la
revolucionaria polaca. Este decía que “Rosa Luxemburgo y sus amigos tendrán
siempre un puesto de gran relieve en la historia del socialismo; de esta
historia ellos personificaron una época, la cual ha llegado al final”.
Precisamente lo que sostiene el teórico italiano es lo contrario: sólo ahora,
con el fracaso de la socialdemocracia y con la crisis del dogmatismo, se abre
verdaderamente el período histórico en el que el método y el pensamiento de
Rosa Luxemburgo pueden y deben convertirse en una guía intelectual del
movimiento obrero, porque hoy más que nunca es necesaria la síntesis
luxemburguiana de lucha cotidiana y objetivo final para combatir tanto el
oportunismo como el revisionismo, que han llevado a la mayoría del proletariado
occidental a una capitulación y al extremismo seudomarxista, que ignora las
mediaciones necesarias y quiere “rápida y absoluta” la revolución total.(3)
En esta misma línea se inscribe una valoración sobre la herencia de Rosa hecha
por Néstor Kohan, al decir que en el renovado clima político que se vive en
América Latina comienzan nuevamente a discutirse las alternativas al
capitalismo y las perspectivas del socialismo, estigmatizadas y dejadas fuera
de la agenda de la Izquierda
durante largos años. El fracaso del seudoprogresismo -o del “retroprogresismo”,
como lo llama Alfredo Grande- de los regímenes de la “centroizquierda” en
Argentina, Brasil, Uruguay y Chile, algunos de los cuales, como el chileno,
fueron exaltados hasta la saciedad como el “modelo a emular”, porque
supuestamente habría exitosamente completado las dos transiciones cruciales:
del autoritarismo a la democracia -imitando a la perfección las “virtudes” del
Pacto de la Moncloa
hoy repudiado en las calles y plazas de toda España-, y desde una economía
“estatista y socialista” hacia una de libre mercado. Estos regímenes han
desnudado su absoluta incapacidad para crear sociedades más justas y
equitativas, ya ni digamos socialistas, porque nunca fue eso lo que sus
gobernantes se propusieron. En este nuevo clima ideológico, la reaparición del
interés por la obra de Rosa no tiene nada de casual. Y Kohan agrega, con razón:
“Cuando ya nadie se acuerda de los viejos pusilánimes de la socialdemocracia,
de los jerarcas cínicos del estalinismo, ni de los grandes retóricos tramposos
del nacional-populismo, el pensamiento de Rosa Luxemburgo continúa generando
polémicas teóricas y enamorando a las nuevas generaciones de militantes”.(4)
Agobiados por un régimen de producción cada día más opresivo, predatorio y
explotador, que hace que la revolución sea hoy más necesaria que nunca, el
extraordinario libro de Rosa combina una mirada analíticamente penetrante y
acerada como pocas con una inclaudicable pasión puesta al servicio de la
revolución. Por la relevancia de los problemas que aborda, por el modo como los
resuelve, por la sorprendente actualidad de sus análisis sobre la articulación
entre capitalismo, reformismo, democracia y revolución, su pequeño gran libro,
un legítimo clásico del pensamiento marxista, ofrece una contribución
invalorable para las luchas emancipadoras de nuestra época. ¡A no desaprovechar
ese formidable recurso que pone en nuestras manos!
(*) Retomo algunos conceptos vertidos en la Introducción a la
nueva edición de ¿Reforma social o revolución?, de Rosa Luxemburgo
(Buenos Aires, Ediciones Luxemburg, 2010). (1) El título de la obra
de Rosa en diversas traducciones aparece como Reforma o revolución,
algunas veces entre signos de interrogación y otras no. Otras traducciones
ofrecen Reforma o revolución social. El título exacto es ¿Reforma
social o revolución?, traducción del que la autora le puso en alemán: Sozialreform
oder Revolution?
(2) Hemos examinado este tema en Aristóteles en Macondo. Notas
sobre el fetichismo democrático en América Latina (Córdoba, Ediciones
Espartaco, 2009).
(3) Basso, Lelio: Rosa Luxemburgo (México, Nuestro Tiempo,
1977 ), pp. 213-214.
(4) Kohan, Néstor: “Rosa Luxemburg. La flor más roja del
socialismo”, en Rebelión, http://www.rebelion.org/docs/17281.pdf, p. 2.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 737, 8 de julio, 2011)