POR SIEMPRE EVA

Por:
Isabel Rauber, doctora en filosofía

Publicado el 01/08/2011

A 59 años de su muerte

Pasaron 59 años de la muerte de María Eva Duarte de Perón, la mujer que suscitó fuertes pasiones, desató torrentes de afectos y que, a la vez, despertó odios surcados por una rabiosa envidia.
Haciéndose cargo de su poder y magnetismo, tuvo la grandeza de ponerlos en función de los derechos de los trabajadores de la ciudad y el campo, de los discriminados, abonando caminos de justicia y equidad sociales. Con sus obras, su pensamiento y su creciente compromiso militante, María Eva Duarte de Perón se parió a sí misma como la Evita de los trabajadores, la Evita de los pobres, la Evita de los humildes. Y sigue siendo fuente de inspiración y vida para millones de argentinos y argentinas.
A finales de los 40, en un rinconcito misionero, los jóvenes Arnoldo e Isabel, ambos hijos de trabajadores inmigrantes europeos, luchaban por su amor, enfrentándose a los prejuicios y dogmas provenientes de la vieja cultura europea sobreviviente en los inmigrados que añoraban el país de origen, al cual pensaban pronto retornar. Por eso, muchos cerraron las puertas a la integración con colectividades de origen diferente y, más aún, rechazaron y condenaron el mestizaje con los llamados criollos o “negros”.
Así las cosas, Isabel fue considerada una “negra” por los familiares de Arnoldo, a quien exigieron que pusiera fin a su relación, amenazándolo con la expulsión de la familia. El destierro significaba –allá y entonces– que no podría sobrevivir. Para Arnoldo, la disyuntiva era abandonar a su amada Isabel o buscar cómo independizarse para vivir juntos.
La elección resultaba clara, pero no las alternativas para concretarla. Fue entonces que una luz se alzó en el horizonte, lejana, pero no inalcanzable: Eva Duarte de Perón.
Con sus apenas 18 años, Arnoldo decidió escribirle y exponerle su situación. Cualquiera podría pensar hoy que aquella carta fue enviada al vacío, que Eva nunca la leería o que no la tomaría en cuenta. ¿Qué valor político tendría atender una situación particular? ¿Cuántos votos o prensa le daría solucionar ese caso? Obviamente, si ésa hubiera sido la mentalidad de Eva yo no estaría escribiendo esta nota. La historia demuestra que no sólo recibió la carta, sino que la leyó y se ocupó personalmente del caso.
Habló con Juan Domingo Perón para que interviniera y solicitara al presidente del Banco de la Nación Argentina que se le abrieran a Arnoldo las posibilidades para acceder a una plaza en dicho banco, en la localidad donde él radicaba. Y no sólo habló y solicitó, sino que siguió atentamente, durante más de un año, la evolución de la situación hasta comprobar que –efectivamente– él contaba con un empleo allí, cuestión que una vez resuelta de manera favorable, Eva se lo comunicó directamente. De ello da fe la carta que le escribió a mi padre, cuya copia comparto a continuación.
Así fue como Arnoldo pudo independizarse, casarse con Isabel, el 21 de enero de 1950, y formar una familia de la cual soy parte.
Con este sencillo relato quise expresar mi reconocimiento a quien hiciera posible los sueños de aquellos jóvenes y mi propia existencia, y a un año de la muerte de mi madre pienso: Evita, vida nuestra; Evita, vida mía.