EL EURO EXTENDERA LAS REVUELTAS”
Entrevista con el economista Alberto Montero Soler sobre el rumbo de Europa

El sistema que gobierna hoy el mundo es el capitalismo financiero, una
megamáquina cuya clave de lectura es sobre todo económica, pero
también política. Desde hace casi dos años, los países mediterráneos
de Europa están en el ojo del huracán financiero y la Unión Europea.
Va para dos años que la Unión Europea vive en la emergencia perpetua,
en un sinfín de momentos cruciales. El 26 de octubre, en otra de esas
Eurocumbres, se tomaron decisiones importantes.
Para entender qué está pasando en el Viejo Continente, entrevistamos a
nuestro compañero Alberto Montero Soler, profesor de Economía Aplicada
en la Universidad de Málaga, presidente de la Fundación Centro de
Estudios Políticos y Sociales y autor del blog La otra economía.
1. ¿Qué resumen haces de las medidas aprobadas el jueves en la Eurozona?
Si nos limitamos a resumir el contenido de los acuerdos de la cumbre
pudiera parecer que se hubiera avanzado de forma importante sobre los
principales problemas que aquejan a la Eurozona.
Así, en primer lugar, se ha acordado la necesidad de intervenir -o, en
términos políticamente correctos, de supervisar de forma permanente- a
Grecia a cambio de un rescate por valor de unos 100.000 millones de
euros que permitirían que el Estado griego no quebrara en tanto se
produce su desmantelamiento. Según los cálculos más optimistas de la
Troika, Grecia necesitaría en torno a 220.000 millones, dada la
gravedad de su recesión, para poder garantizar la sostenibilidad de su
deuda pública o de 450.000 millones si nos vamos al peor de los
escenarios. Esos 100.000 millones son, por lo tanto y de partida,
insuficientes por lo que, probablemente, a mediados del próximo año
asistamos a una nueva cumbre en la que vuelva a plantearse que la
economía griega necesita de nuevos fondos.
En segundo lugar, y una vez constatado lo que fácilmente era intuible
-que Grecia no podría atender el pago de su deuda pública viva-, se ha
planteado la necesidad de proceder a una suspensión de pagos parcial
de su deuda. La quita ascendería al 50% del valor de la misma pero aún
debe ser asumida por las instituciones acreedoras que se siguen
mostrando reticentes a aceptarla, es decir, sigue en el aire.
En tercer lugar, se ha decidido forzar a la banca a recapitalizarse y
subir sus niveles de capital del 5% al 9%. Esto significa, según
cálculos provisionales de la Autoridad Bancaria Europea, que serán
necesarios en torno a 106.000 millones de euros para recapitalizar al
sistema bancario europeo. Un monto muy elevado en un contexto de
desconfianza generalizada en los mercados que, por ejemplo, los test
de estrés no han conseguido eliminar. Baste recordar que, por ejemplo,
Dexia, que se encuentra en proceso de nacionalización por los
gobiernos francés y belga, había superado sobradamente el test de
estrés de julio pasado.
Si se tiene en cuenta que la opacidad en los balances sigue siendo la
norma y la desconfianza en los mercados el sentimiento dominante,
muchos de los recursos para la capitalización finalmente deberán
llegar por la vía de las inyecciones de dinero público.
Y, en cuarto lugar, se ha decidido también ampliar el Fondo Europeo de
Estabilidad Financiera hasta el billón de euros. Este aumento tiene la
finalidad, en primer lugar, de avalar las emisiones de bonos soberanos
de aquellas economías que tienen dificultades para acceder a los
mercados (Grecia, fundamentalmente); en segundo lugar, de
recapitalizar la banca, en el caso en que los inversores privados no
aporten financiación y/o los gobiernos no puedan asumir las
necesidades de capital de su sistema financiero; y, en tercer lugar,
de intervenir en los mercados secundarios para estabilizar las primas
de riesgo de los países cuya deuda se encuentre sometida a ataques
especulativos.
2. Entonces, ¿Europa está a salvo? En la prensa se lee que los
mercados asiáticos recibieron con alivio la noticia, que hubo grandes
alzas en las Bolsas europeas. Pero también se lee que en Italia se
eleva la edad de jubilación a 67 años, se facilita el despido, se
impone la movilidad a funcionarios públicos y se anuncian
privatizaciones de inmuebles públicos. El pasado jueves este plan se
presentaba como el plan "definitivo"; el viernes ya había dudas; y el
sábado FMI, BCE y UE hablaban de un plan de emergencia ("contingency
plan") para defender España e Italia.
El análisis de los acuerdos alcanzados nos debe llevar a plantearnos
la cuestión realmente relevante que, es como preguntas, si Europa está
realmente a salvo, si estos acuerdos efectivamente alejarán la crisis
del horizonte europeo.
Ante esa pregunta no puedo manifestar más que mi escepticismo. Un
escepticismo que parte de la constatación de la falta de voluntad
política de los gobernantes de la Eurozona para resolver de una vez
por todas los problemas que aquejan a la misma. Están tratando el
problema, en esta y en todas las cumbres precedentes, como si éste
fuera meramente coyuntural y producto del contagio de una crisis
financiera originada en Estados Unidos que ha afectado el balance de
los bancos europeos y que, ante las necesidades de financiación de
éstos, ha mutado en una crisis de deuda soberana al acudir los Estados
al rescate de las instituciones bancarias.
Al partir de ese análisis es lógico que se planteen soluciones que
ponen el punto de mira en mejorar las posiciones de solvencia de la
banca. Aún aceptando ese análisis, podemos o no compartir que ésa
pueda ser la receta, que no se haya permitido que los bancos se
responsabilicen de las consecuencias de los excesivos riesgos asumidos
y que se haya evitado que éstos quiebren o que las aportaciones de
fondos públicos no se hayan traducido en nacionalizaciones y
conversiones de las entidades rescatadas en bancos públicos. Es decir,
podemos aceptar el diagnóstico pero discrepar de la receta para
solucionar la enfermedad.
Sin embargo, creo que hasta eso sería un grave error. Sería aceptar un
marco de análisis que nos limita aún más las posibilidades de
intervención, al hacerlas girar exclusivamente sobre el sistema
bancario, pero que, sobre todo, desenfoca completamente el problema de
la crisis europea y, por lo tanto, evita que puedan ofrecer soluciones
adecuadas a la naturaleza de la misma.
Y es que, en mi opinión, nos encontramos ante una crisis que es
producto de los errores en el diseño de la propia Eurozona. Unos
errores que, para más inri, fueron criticados desde el primer momento,
cuando se publicó el denominado Informe Emerson –“One Market, One
Money”-, tanto por economistas de derecha como por economistas de
izquierda cuando los primeros afirmaron que la Eurozona no era una
zona monetaria óptima y los segundos denunciaron las carencias en
términos de mecanismos de integración económica real y cohesión social
del proyecto.
Sin embargo, haciendo caso omiso de dichas advertencias, los gobiernos
de la Unión Europea primaron la dimensión política de un proyecto que
era esencialmente económico olvidando que, en un espacio dominado por
el mercado, hay ciertas relaciones económicas básicas que deben ser
respetadas y mantenidas en equilibrio si no se desea que la renta y la
riqueza se vayan concentrando en los países más desarrollados del
mismo.
En el caso de la Eurozona, esa concentración era ineludible porque los
Estados miembros partían de puntos muy distantes en cuanto a niveles
de productividad, competitividad y protección social; no existía
sincronía entre sus ciclos económicos y se desprendían de instrumentos
de ajuste, las políticas monetaria y cambiaria, que son esenciales
para reequilibrar las relaciones económicas entre países cuando los
desequilibrios se hacen insostenibles. Y todo ello lo hacían sin poner
en marcha mecanismos supranacionales que permitieran ir equiparando
las condiciones productivas y de bienestar entre los distintos Estados
miembros, especialmente una Hacienda Europea que hubiera asumido la
soberanía en materia fiscal, al igual que el Banco Central Europeo la
asumió en materia monetaria.
Lo único que primaba en aquel momento era la construcción de un
espacio para la rentabilización de los capitales europeos, un mercado
único que, sin embargo, carecía de los requisitos mínimos para su
viabilidad una vez que los desequilibrios de partida comenzaran a
agudizarse. Y esos desequilibrios iban a agudizarse porque, desde el
punto de vista liberal, la Eurozona carecía de un mercado de trabajo
lo suficientemente flexible como para absorber la función de
estabilización de la que se habían desprendido los Estados al ceder la
política monetaria; mientras que desde el punto de vista de los
economistas de izquierda, carecía de los mecanismos de intervención
supracomunitarios que permitieran corregir dichos desequilibrios.
Cuando la máquina se puso en marcha y comenzaron a actuar los
diferenciales de productividad junto a las diferencias en las
políticas salariales en el seno de la Eurozona la resultante fue la
acumulación de superávit y déficit comerciales enormes en los países
centrales y periféricos, respectivamente. Déficit comerciales que eran
cubiertos gracias a la financiación que también llegaba desde los
países centrales y que permitían mantener una apariencia de
sostenibilidad.
Sin embargo, una vez que se produce la crisis de Lehman Brothers en
septiembre de 2008 y se seca la liquidez internacional, instalándose
la desconfianza generalizada, se produce la ruptura del mecanismo que
había permitido mantener la apariencia de normalidad en el seno de una
Eurozona en la que los desequilibrios externos a nivel
intracomunitario habían alcanzado proporciones nunca vistas con
anterioridad.
Ese es el grave problema al que nos enfrentamos y que esta cumbre no
corrige en lo más mínimo. Si los gobernantes europeos compartieran
este diagnóstico –y no sé cómo no podrían hacerlo- se encontrarían
que, para estar a la altura del momento histórico en el que nos
encontramos y de la decisión política que permitió la creación del
euro, deberían responder frente a esta crisis con medidas políticas.
Es decir, creo que el principal problema en estos momentos es que esta
crisis económica solo se puede solventar desde la política.
3. Leyendo el comunicado de la Cumbre, llama la atención que se inste
a a España (párrafo 5) a seguir creciendo y a reducir el desempleo. La
receta para ello sería esta: “Las acciones deben incluir la mejora de
los cambios del mercado laboral para aumentar la flexibilidad a nivel
de empresa y la empleabilidad de la fuerza laboral y otras reformas
para mejorar la competitividad, especialmente la ampliación de las
reformas en el sector servicios”. ¿Cómo se traduce? ¿Facilidad de
despido, como en Italia? ¿Más privatizaciones?
Pues se traduce en que, como señalaba en la pregunta anterior, los
economistas liberales plantearon que para que una unión monetaria sea
óptima deben darse una serie de requisitos, el más importante de ellos
es una flexibilidad lo más elevada posible en el mercado de trabajo.
O, lo que es lo mismo, máxima flexibilidad tanto salarial y movilidad
absoluta de la población activa por el territorio de la unión. Es
decir, se sustituye la pérdida de dos instrumentos esenciales de
intervención pública sobre la economía, como son las políticas
monetaria y cambiaria, por un instrumento de ajuste de mercado: la
flexibilidad del mercado de trabajo.
De esa forma, si en un país de la Eurozona se acumula un déficit
comercial muy elevado frente a otro país, ello se traducirá en una
reducción de salarios dentro del primero (para reducir costes de
producción y abaratar precios, incrementar las exportaciones hacia el
superavitario y reducir las importaciones de productos de éste, ya que
se vuelven relativamente más caros para el poder adquisitivo de los
asalariados) y en un desplazamiento de trabajadores desde el primero
hasta el segundo (que permite reducir la demanda agregada en el
primero e incrementarla en el segundo). El resultado esperado será el
reequilibrio progresivo de la balanza comercial por la vía de utilizar
a los trabajadores como meros peones en el ajuste, como si sus vidas,
sus relaciones, sus raíces, sus sentimientos fueran indiferentes.
La solución de la crisis que se está proponiendo va precisamente en
esa línea. Mientras se dedican sin pudor ingentes cantidades de dinero
para rescatar al sistema financiero, se está produciendo una
reestructuración dentro de las partidas de gasto público de los
Estados reduciéndose, bajo el chantaje de los planes de ajuste, las
destinadas a los servicios sociales e incrementándose las destinadas a
la atención de la deuda pública que, no olvidemos, se incrementa en
gran medida como consecuencia de las deudas del sector privado que se
están socializando.
La consecuencia es, pues, una menor red de seguridad social que va
compeliendo progresivamente a los ciudadanos a convertirse en peones
de ese mecanismo de ajuste perverso e invisible que es la
flexibilización y liberalización del mercado de trabajo.
Por eso, todos los llamamientos que se realizaron en la Cumbre y fuera
de ella para incrementar la flexibilidad del mercado de trabajo, para
eliminar la negociación colectiva, para vincular los salarios a la
productividad, para reforzar la empleabilidad de la fuerza de trabajo,
como si el problema fuera de inadecuación de la oferta de trabajo a la
demanda y no de carencia de puestos de trabajo directamente.
En este sentido, el llamamiento a España debe ser interpretado en esa
línea. Parece que está diciendo: ante la gravedad de la situación de
su economía y de lo dramático de su tasa de desempleo, procedan a
introducir cuanto antes los mecanismos de ajuste en el mercado de
trabajo, invisibles pero dolorosos socialmente, a ver si puede
evitarse el rescate. Y ello parte, a mi modo de ver, de un nuevo
diagnóstico incorrecto: la consideración de que la elevada tasa de
desempleo española, que mina decisivamente su capacidad de
recuperación económica, obedece a problemas de rigidez del mercado de
trabajo en lugar de a la incapacidad de la estructura productiva del
país para generar nuevos puestos de trabajo. Valga recordar, por
ejemplo, que incluso en el momento más álgido de la burbuja
inmobiliaria la tasa de desempleo española era superior al 7%, es
decir, muy elevada para una economía sobrerrecalentada.
4. Aunque se afirma que el caso griego merece una solución
"excepcional y única", se ve que a todos los Estados que no ejecutan
las directrices que llegan de Frankfurt o Bruselas, les llega un
diktat, como en el caso de la carta de Trichet y Draghi al gobierno
italiano. En el comunicado de la Cumbre, se nota un paso más en la
injerencia de la Comisión en Grecia (la cursiva es mía): “En el
contexto del nuevo programa, la Comisión, en cooperación con los demás
socios de la Troika, se establecerá para la duración del programa una
capacidad de supervisión sobre el terreno, incluso con la
participación de expertos nacionales, para trabajar en cooperación
estrecha y continua con el Gobierno griego y la Troika de asesorar y
ofrecer asistencia a fin de garantizar la aplicación plena y oportuna
de las reformas”. ¿Se hace oficial la pérdida de soberanía de los
países?
Efectivamente, la pérdida de soberanía a la que se va a ver sometida
Grecia es ya una realidad porque la concesión del segundo préstamo y
la negociación de la quita están condicionadas a la aceptación de ese
estado de excepción al que se verá sometida la economía griega al
mejor estilo del Fondo Monetario Internacional en América Latina.
Eso se traduce en que la democracia griega queda completamente vaciada
de contenidos. Desde el momento en el que las decisiones sobre gastos
e ingresos públicos, sobre la estructura del gasto público, sobre las
fuentes de financiación, sobre privatizaciones y destino de los
recursos obtenidos de las mismas, sobre el gasto social pasan a estar
supervisadas y controladas por un tercero con capacidad de decisión
sobre las mismas, ¿sobre qué podrán decidir los griegos? ¿cuál será el
contenido sustantivo de su democracia? Todo estará condicionado a la
aprobación o reprobación de una autoridad no elegida que impondrá su
voluntad, no en interés de los griegos, sino de la sostenibilidad de
su deuda y, por tanto, de los acreedores internacionales. Estaremos
asistiendo, por tanto, a la expresión más cruda, menos eufemística, de
la dictadura de los mercados pues a no otros intereses sirve la
Troika.
Lo más grave es que en un espacio que se supone democrático, sean los
países económicamente poderosos en estos momentos (aunque esa es una
cuestión relativa porque son también quienes tienen un sistema
bancario en una posición más comprometida) quienes impongan la
restricción de la democracia sobre aquellos que necesitan de ayuda. No
olvidemos que la propuesta de poner bajo tutela a las economías
necesitadas de financiación proviene precisamente de Holanda que ha
llegado a plantear directamente que aquellos países que necesiten de
ayuda y no se sometan a ese requisito deberían abandonar el euro. Y
que algo muy similar planteó Trichet en su última declaración pública
antes de concluir su mandato en el BCE. Las carencias estructurales e
institucionales de la Eurozona se resolverán, a partir de ahora y
según ese criterio, por la vía de privar a los ciudadanos de sus ya
menguadas democracias. La transferencia de la soberanía nacional hacia
los mercados se habrá completado con la aquiescencia y complicidad de
todos nuestros gobernantes.
5. Ahora, la pregunta del famoso billón de euros. Cuando se explica de
dónde se sacará el dinero para esa ampliación del Fondo Europeo de
Estabilidad Financiera, nos topamos otra vez con ese oscuro lenguaje
proprio del capitalismo financiero (“Special Purpose Vehicles”, “risk
insurance”). Más adelante (párrafo 21), la sensación de inquietud
aumenta, si cabe: se entiende que hasta noviembre el Eurogrupo no
fijará los términos y las condiciones de la financiación del Fondo.
¿El billón de euros existe?
La propuesta para obtener la financiación del Fondo Europeo de
Estabilidad Financiera (FEEF) se nutre de dos componentes que tienen
como característica común la profundización de la dependencia de la
Eurozona de los mercados financieros. En lugar de forzar al Banco
Central Europeo a superar sus resistencias para financiar dicho Fondo,
en la Cumbre se ha optado por la vía de nutrirlo sobre la base de
emisiones en los mercados financieros y, por lo tanto, de quedar
nuevamente al albur de estos, de sus estrategias y de sus intereses.
Así, como primera vía de financiación se plantea que el Fondo se
convierta en una suerte de aseguradora que avale parcial o totalmente
la deuda emitida por los Estados. De esa forma, el Fondo se
comprometería a atender, en caso de impago del Estado correspondiente,
la deuda emitida por el mismo hasta el porcentaje de la misma avalado.
Es decir, si éste se fija en el 30% del valor de la deuda emitida, el
acreedor se garantiza que, en caso de impago, el Fondo respondería por
valor de ese 30%. Sería, por decirlo así, como un equivale a los
famosos CDS que los inversores contratan para protegerse del riesgo de
impago.
Y, por otro lado, el Fondo también podría allegar recursos financieros
mediante sociedades instrumentales (esos “Special Purpose Vehicles”)
destinadas básicamente a recaudar fondos mediante la asociación con
instituciones financiera públicas y privadas o con inversores
financieros. Esas sociedades emitirían activos financieros (conocidos
como vehículos de inversión) específicamente destinados a captar la
financiación necesaria para el Fondo.
Entre los socios en los que se está pensando se encuentran,
esencialmente, el Fondo Monetario Internacional y los fondos soberanos
de los países emergentes, de ahí el llamamiento a China o Noruega, por
ejemplo.
6. Sarkozy, por televisión, trataba de tranquilizar a su audiencia del
rescate chino de Europa diciendo que no veía ningún problema en que
quienes poseen el 60% de las reservas globales -o sea, China-
inviertan en euros en lugar de en dólares. Klaus Regling, responsable
del Fondo Europeo, voló a China para negociar la intervención de
China, pero no hubo acuerdo inmediato. Leemos que China había comprado
ya 1 billón de bonos portugueses, griegos y españoles, y que posee ya
una buena parte de los eurobonos emitidos este año por el Fondo
Europeo. El Financial Times informaba de que la Republica Popular
podría invertir hasta 100.000 millones de dólares, pero China no está
dispuesta a ser eternamente el buen samaritano: no quiere poner en
peligro la salud de su economía, y exige certezas sobre sus
inversiones. ¿China es una buena cura para Europa? ¿O se contagiará el
Dragón de fiebre europea?
La respuesta de Sarkozy es realmente expresiva de la falta de proyecto
político detrás de la construcción europea y de la mirada tan corta
como cortoplacista que tienen nuestros gobernantes europeos. Antes de
haber dicho semejante dislate podía haber preguntado a Obama qué
sintió, como presidente estadounidense, cuando el gobierno chino a
través de sus medios oficiales advirtió a Estados Unidos, tras la
rebaja de la calificación de su deuda por Standard & Poor’s el pasado
mes de agosto, de que debían superar su adicción a la deuda y reducir
sus gastos militares y sociales.
Pareciera como si Sarkozy no tuviera suficiente con la cesión de
soberanía a los mercados financieros que se produce por el modo en que
se está enfrentando la crisis, tal y como señalaba anteriormente, sino
que también se congratula por la cesión de soberanía a la que está en
camino de convertirse en la nueva potencia imperial del siglo XXI.
Baste recordar como ejemplo de ese poder imperial en ciernes las
presiones a las que se encuentra sometida China para que revalúe su
moneda y la indiferencia con la que las trata, vengan de Estados
Unidos o de la Unión Europea.
Frente a la posibilidad de que la Unión Europea se constituyera en un
actor mucho más relevante e independiente en la nueva geopolítica en
construcción nos encontramos con unos gobernantes que, con tal de
conseguir fondos para atender las tensiones actuales e incapaces de
moverse fuera del rígido corsé de la ortodoxia económica en la que se
manejan, son capaces de ceder poder de decisión indirecto (soft power)
a China en lugar de ceder cuotas de soberanía nacional para construir
unos verdaderos Estados Unidos de Europa.
Y todo ello sin olvidar que ese apoyo chino, de producirse, no saldrá
gratis. De entrada, porque los chinos, como el resto de inversores,
presionarán para que su contribución al Fondo se rentabilice
suficientemente, con la consiguiente carga sobre las economías de la
Eurozona que tengan que recurrir al mismo. Y de salida porque a cambio
de esa contribución demandarán tanto concesiones en términos de
eliminación de lo que ellos entienden como barreras comerciales
discriminatorias hacia sus productos como acceso privilegiado a las
oportunidades de negocio que surjan en los procesos de privatización
en marcha, como ocurrió cuando se atribuyó a empresas chinas la
gestión del principal puerto comercial griego.
7. Abordemos ahora el acuerdo alcanzado por la autoridad bancaria: se
aumentará hasta un 9% la ratio de capital de los bancos. ¿Ese 9%
servirá para sanear las cuentas de los bancos?
Para el caso de la recapitalización del sistema bancario lo que se
plantea es que, de forma temporal, los bancos incrementen su ratio de
capital, es decir, constituyan un colchón de activos de reserva más
elevado y de mejor calidad y, para ello, los activos deberán
encontrarse ponderados por su riesgo para evitar incorporar activos
que, en teoría, pueden ser de la máxima calidad pero que la evolución
del mercado los haya deteriorado.
Además, los bancos deberán valorar sus posiciones en deuda pública
soberana a precios de mercado y no, como ocurre por ejemplo en el caso
del suelo y los inmuebles en la banca española, que se encuentran aún
en el balance al precio al que se valoraron cuando se utilizaron como
aval de las operaciones de financiación de su compra o construcción.
La consecuencia inmediata de este plan es que los bancos volverán a
dar una vuelta más al grifo del crédito de forma generalizada, puesto
que necesitarán todos los recursos disponibles para hacer frente a
esta nueva exigencia; que habrá bancos que ni siquiera dando esa nueva
vuelta de tuerca podrán conseguir los recursos necesarios, y por lo
tanto, deberán acudir a los mercados monetarios o, en su defecto,
necesitarán financiación pública. Nos encontraremos, finalmente, con
una nueva presión sobre las cuentas de los Estados, nuevas emisiones
de deuda pública y nuevas posibilidades de que, cuanto mayores sean
las necesidades de financiación de esos Estados para tapar el agujero
de sus bancos, mayores posibilidades de tensar la cuerda sobre los
gobiernos por parte de los mercados.
8. Describes una espiral. El sistema bancario sufre metástasis. Los
Estados se contagian intentando rescatarlos y cada vez están más
abducidos por las urgencias que dictan las finanzas. En nombre de la
"competitividad" con otros actores globales, Europa emprende el camino
de la "austeridad" y el "desarrollo", que acaba con las conquistas de
la Europa social. No parece haber salida en esta espiral de la deuda,
en la que siguen ganando los de siempre. Galapagos, economista de Il
Manifesto, citaba hace poco un estudio reciente de Credit Suisse según
el cual en 2011 menos del 1% de la población mundial controla el 39%
de la riqueza total. En sólo un año la riqueza de los más ricos ha
aumentado el 3,4%. Si la concentración de la riqueza es una de las
características del capitalismo financiero, se diría que esta
megamáquina, como la define Luciano Gallino, no está en crisis y gana
con esta economía basada en la deuda. ¿La quiebra no sería un modo de
liberarse del yugo de este capitalismo financiero?
Coincido plenamente con la interpretación de Gallino. Yo creo que el
proyecto neoliberal goza de plena salud. ¿Que está siendo sometido a
una mayor y general contestación social? Sin duda. Pero creo que
tampoco deberían caber las dudas acerca de su salud. No sólo ha
seguido profundizando la concentración de la riqueza en manos de unos
pocos, sino que también, por ejemplo, en Estados Unidos ha conseguido
recuperar la tasa de beneficios a niveles previos a la crisis; eso sí,
el empleo y la actividad económica siguen sin recuperarse, los
salarios siguen su tendencia a la baja y la pobreza ha alcanzado
niveles desconocidos desde que se tienen estadísticas al respecto en
aquél país. Mientras tanto, en Europa los beneficios aún no se han
recuperado a los niveles previos a la crisis pero la tendencia apunta
en ese sentido. Si eso no es gozar de salud…
Con respecto a tu pregunta, en la que se aprecia la sombra de los
planteamientos de Fumagalli, no estoy muy seguro de poder compartir
ese planteamiento tal y como está expresado. Lo comparto en la medida
en que me parece un imperativo la renegociación de la deuda y que el
peso de los riesgos que se han acabado por materializar sean asumidos
por quienes los contrajeron, esto es, los acreedores. Pero que la
quiebra así, en términos generales, sea la respuesta es otra cosa bien
distinta. Sería como plantear que un tsunami fuera la solución a un
problema de sequía. Claro está, siempre en el entendimiento de que nos
seguimos moviendo en el marco de economías capitalistas en donde
quienes ejercen el poder de facto pueden aceptar concesiones, como la
renegociación parcial de las deudas, pero que no van a permitir bajo
ningún concepto que la pervivencia del sistema se cuestione. Otra cosa
es que planteemos la quiebra como detonante y punto de partida, que
sería por otra parte ineludible, del tránsito al socialismo.
9. La Merkel recordó ante el Parlamento alemán el peligro de la
guerra. Javier Solana afirmaba hace poco: "Las generaciones que llegan
al poder se están olvidando de las guerras". Hace unos días. La
sociedad financiera suiza UBS también avisaba del riesgo de revueltas
civiles. En este vídeo Galbraith afirma que la "austeridad" que se
impone a los PIIGS conducirá a la violencia y que podría comenzar en
Grecia. Jean Quatremer, analista europeo de Libération, vaticina dos
escenarios en Europa: en uno de ellos estalla una revuelta en Grecia,
Francia intenta crear una unión latina mientras que Alemania se
rearma. El ministro de Hacienda polaco avisaba del peligro de guerra
en 10 años. ¿Crees que existe, en caso de caída del euro, un peligro
real de revueltas, o hasta de guerra, o bien es un "coco" que se airea
para amedrentar e imponer un ataque al Estado social?
Creo que no debemos olvidar que el proyecto europeo nace originalmente
como un intento de evitar que Europa fuera el escenario de nuevos
conflictos bélicos generalizados (una aspiración solo parcialmente
satisfecha si recordamos, por ejemplo, las guerras yugoslavas de la
década de los noventa del siglo pasado). En este sentido, los anuncios
de guerra en Europa si se derrumba el euro no hacen sino resucitar la
que fuera la justificación original y presentarla como una posibilidad
real, como si no pudiera existir vida en Europa más allá del euro.
Pareciera que, dada la ofensiva contra el Estado social promovida para
salvar la moneda a costa del bienestar ciudadano y, por lo tanto, a
que cada vez es más difícil asimilar euro a bienestar, faltan los
argumentos para defender al euro y se hace necesario volver a los
orígenes remotos de la creación europea. Pero en esa vuelta a los
orígenes se olvidan de que el proyecto europeo original no era la
creación de una moneda sino un proceso de integración económica y
política. Se olvidan, pues, de que existen países dentro de la Unión
Europea que no están en la Eurozona y con los que no se ha entrado en
guerra e, incluso, países fuera de la Unión Europea con los que
tampoco se está en guerra. Se olvidan de que Europa ha vivido sin
guerras y sin moneda única durante décadas. Esas declaraciones me
parecen un intento de atribuirle al euro unas propiedades
pacificadoras que están claramente sobrevaloradas. No es una moneda
común lo que impide una guerra sino los esfuerzos de los Estados
implicados por tratar de arreglar sus diferencias pacíficamente. Sin
el euro nos quedará la Unión Europea e, incluso, sin la Unión Europea
nos quedará la confianza en que los gobiernos usen siempre los cauces
pacíficos para la resolución de los conflictos.
Otra cosa son las revueltas dentro los Estados. En ese caso, mi
posición es menos optimista. Yo creo que, precisamente y si la crisis
se sigue gestionando en contra de los intereses del pueblo, será el
euro el que extienda las revueltas. La violencia ejercida contra los
ciudadanos en forma de recortes sociales, en forma de pérdida en sus
niveles de vida, de deterioro de sus condiciones de trabajo y recorte
de sus salarios se acabará contestando con violencia. Si los
gobernantes siguen aplicando esa violencia social y permanecen
impasibles ante las demandas de un reparto más justo y equitativo de
los costes de la crisis, esa violencia será contestada por la
resistencia social y, probablemente, con violencia popular. Creo que
todo tiene un límite y cada vez nos encontramos más cerca de él. Ojalá
me equivoque.