ESPAÑA, ¿CUAL ESPAÑA?

Por:
Atilio A. Boron

Publicado el 01/05/2012

El entredicho entre el gobierno argentino y la empresa Repsol YPF ha
desencadenado una virulenta reacción de funcionarios del gobierno
ultraconservador español. Las declaraciones del ministro de Asuntos
Exteriores, José Manuel García-Margallo, de la vicepresidenta del
gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, y del secretario de Estado de
España para la Unión Europea, Iñigo Méndez de Vigo, revelan que a
pesar del largo tiempo transcurrido estos funcionarios de la corona
todavía no se percataron del resultado de la batalla de Ayacucho, que
en 1824 terminó de demoler los restos del imperio español en esta
parte del mundo. Tanto su “puesta en escena” –rostros endurecidos de
furia, frases altisonantes, dedo índice en ristre de García-Margallo–
como el contenido amenazante de sus declaraciones, especialmente la
del tal Méndez de Vigo diciendo que la Argentina se convertiría en un
“apestado internacional” y sufriría “consecuencias malísimas” en caso
de que se afectaran los intereses de Repsol YPF son un oportuno
recordatorio de que, lamentablemente, las peores tradiciones del
colonialismo español siguen vivas y regurgitan cada vez que sienten
que alguna de sus antiguas colonias se aparta del curso de acción
fijado por la antigua metrópolis.

La violencia simbólica desatada en estos días se inscribe en el
sórdido panorama que presenta la España actual, atribulada por una
profunda crisis económica y por el fenomenal retroceso experimentado
en materia de derechos ciudadanos y libertades públicas. Hace apenas
un par de días que el presidente del gobierno Mariano Rajoy hizo
pública su intención de vigilar y maniatar las redes sociales, por lo
que toda convocatoria a protestas o manifestaciones políticas de
cualquier tipo hecha a través de las mismas será tipificada nada menos
que como un delito penal. Todo esto con el afán de impedir que las
víctimas del brutal ajuste neoliberal puedan luchar contra la
injusticia de un proyecto al que sola y exclusivamente le preocupa
salvaguardar los intereses del capital, no el bienestar del pueblo.

El argumento más socorrido por estos enardecidos funcionarios de la
corona es que cualquier agresión a Repsol YPF sería un ataque a España
y, por ende, a los españoles. No hay que caer en esa trampa. El pleito
no es con España o los españoles sino con su burguesía, que explota y
desangra a los pueblos tanto fuera como dentro de España, cosa que hoy
es evidente hasta para un ciego. Porque España no es esa pandilla de
saqueadores profesionales, dignos descendientes de quienes cometieron
en nuestras tierras el mayor genocidio de la historia, amparados por
la maléfica alianza entre la cruz y la espada. España no son esos
especialistas en vaciar empresas y en arrancar pingües ganancias como
lo han hecho por toda Latinoamérica y el Caribe bajo la protección de
sus padrinos políticos, sean estos Felipe González, José María Aznar o
Mariano Rajoy. España no es esa corona nauseabunda y parasitaria,
hundida en una ciénaga de escándalos que “la prensa seria” de la
península se encarga de disimular. Para nosotros España es la poesía
de Miguel Hernández, Rafael Alberti y Federico García Lorca; las
pinturas de Pablo Picasso; la música de Manuel de Falla y Pablo
Casals; la filosofía de Manuel Sacristán Luzón y de mi inolvidable
maestro Adolfo Sánchez Vázquez. España es la extraordinaria labor de
los republicanos exiliados en México: Wenceslao Roces, José Gaos y
Eugenio Imaz, entre otros, eximios traductores al castellano de El
Capital y otros textos de Karl Marx, así como de muchos otros autores
del pensamiento clásico. España, por último, es el indoblegable
heroísmo de la Pasionaria y los anarquistas y comunistas que lucharon
contra la barbarie franquista, de la cual Rajoy, Aznar y el Partido
Popular son sus indiscutibles herederos. Estos energúmenos, tardíos
sobrevivientes de un conjuro medieval, representan con sus exabruptos
de hoy lo peor de España. Son los perros guardianes de los
filibusteros de traje y corbata que siembran miseria dentro y fuera de
España. La lucha es contra esa España, no contra los españoles ni
mucho menos contra la otra España, con la cual nos sentimos
hermanados.