
¿Cuál
habrá sido la reacción interna en las transnacionales del petróleo frente a la Nacionalización
que realizó el Gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) en 2006? ¿Cómo la
habrán calificado una vez que este proceso tomó el curso impuesto por el
presidente Evo Morales y el vicepresidente García Linera?
Una reciente evaluación realizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo
Laboral y Agrario (CEDLA) le ha querido poner cifras a la respuesta. De ellas
tal vez podamos inferir los calificativos.
El estudio realizado por el economista Carlos Arce señala: “Si en 2004 -sobre
un valor de producción hidrocarburífera de 1.172 millones de dólares- (las
transnacionales) controlaban el 75 por ciento, equivalente a 879 millones, en
2010-sobre un valor de 3.053 millones- controlaron el 35 por ciento,
equivalente a 1.068 millones de dólares.
“Esto explica –dice Arce- por qué las transnacionales no abandonaron un país
gobernado por ´socialistas comunitarios´”.
Cuando se le cuestionó sobre las diferencias en relación a las nacionalizaciones
de 1935 y 1969, el Gobierno denominó a ésta una “nacionalización inteligente”.
Curiosamente los beneficios que sus predecesoras reportaron al país resultaron
muy superiores a los de las empresas y las marginaron definitivamente del
negocio. Por ello, jugando con las palabras, así como le gusta al Gobierno,
quizás podríamos ponerle otros apelativos a la actual: ¿“nacionalización light”?,
¿“nacionalización anoréxica”?, ¿“nacionalización cariñosa?”.
Quién sabe si los ejecutivos y socios de las transnacionales un día de 2007 o
en 2008 o este 2012 ya la hayan calificado así. Los gestos del Gobierno hacia
ellas dan para esos tipos de reacciones.
Bien podría llamarse una “nacionalización magnánima” si advertimos que la
producción de hidrocarburos permanece controlada mayoritariamente por las
transnacionales. El Cedla señala que han mejorado su participación en los
últimos años: “Mientras las operadoras extranjeras pasaron de controlar el 74,2
por ciento de la producción de gas natural y líquidos en 2006 al 82,2 por
ciento en 2010; YPFB –a través de sus filiales Andina y Chaco- disminuyó su
participación en el mismo período de 25,8 por ciento a 17,8 por ciento”.
Los dueños de las transnacionales también podrían llamarla la “nacionalización
regalona”. Eso queda claro al advertir que contrariamente a lo sucedido en 1935
y 1969, la nacionalización del MAS implicó una compra onerosa de las empresas
privatizadas durante los gobiernos neoliberales.
Según el Cedla, en varios casos el valor de la compra alcanzó o sobrepasó el
valor de venta de la privatización neoliberal. En el caso de Chaco –actualmente
con una demanda internacional- la compra de la mitad del paquete accionario
costaría el 76 por ciento del valor de la “capitalización”. La compra de
Transredes alcanzaría al 91 por ciento del precio de la capitalización. La
recompra de la empresa de Logística y de la de Refinación, alcanzaría al 109
por ciento del valor de su privatización durante el gobierno de Banzer.
Y bien pudo ser llamada en las suntuosas petrooficinas una “nacionalización a
pedir de boca” para las transnacionales. Si se suma entre otras cosas que
el hecho más revelador radica en que la “nacionalización” promueve las
ganancias de las transnacionales. Por
ejemplo se llega al extremo de la reposición en estos días del “gasolinazo” de
2010. En efecto, el Decreto Supremo 1202 dispone un incentivo para los
productores de petróleo de 30 dólares por barril.
Con esta medida se les devolverá parte de la renta controlada: el Estado que
obtiene 13,55 dólares por IDH y regalías -sobre un precio de 27,11 dólares-,
pagará una subvención de 30 dólares en forma de Notas de Crédito (NOCRES), es
decir una subvención 2,2 veces mayor que la renta obtenida.
Las transnacionales podrían calificarla de muchas maneras, pero seguramente la
mejor la sintetizó el presidente de la Repsol, Antonio Brufau, este 1 de mayo en el
megacampo Margarita. Era el aniversario de la obra considerada cumbre y símbolo
del actual proceso político.
Justo ahí, ese día y junto al líder del proceso, Brufau reía y sonreía como si
los resultados de la nacionalización lo bendijeran eternamente.