Al parecer a medio mundo, incluso a las duras transnacionales petroleras, se le ha ablandado el corazón y ahora todos abogan por el futuro del planeta. El discurso ecologista ya es la golosina favorita de los políticos y la publicidad empresarial. En varios casos ha dejado de constituir un matiz para ser parte esencial de los mensajes.
“Combustible
verde”, “barriles verdes”, “energía limpia”, “energía renovable para salvar al
planeta”, son algunos de los eslóganes de las petroleras. Van acompañados de
imágenes con prístinos paisajes y niños jugando que han reemplazado a las
clásicas escenas de trabajadores y megacampos. “Porque amamos nuestra tierra”,
“queremos un futuro con el aire y el agua limpios” y frases similares concluyen
los mensajes
publicitarios.
No sólo se trata de publicidad. Los proyectos avanzan notablemente y se
traducen en la generación de biocombustibles. Este tipo de discursos y su
contraparte se mostraron también en el reciente Congreso del Gas celebrado en
Santa Cruz la semana pasada. La “moda” llegó pronto a las empresas
sudamericanas. Alimentos como el maíz se
convierten ya en alcoholes o diesel que alimentan los parques automotores.
De pronto, se han generado formidables sociedades entre agroindustrias,
petroleras (convertidas paulatinamente en “empresas de energía”). A veces hasta
ambas celebran el favor que les hicieron previamente algunos extraños y
contemplativos grupos “ecologistas” y “conservacionistas”.
Obviamente este proceso tiene sus consecuencias. No queda ahí. Así lo informó
claramente una nota de la agencia IPS publicado este 17 de mayo. Refleja
la preocupación que se ha generado en los países de desarrollo intermedio y que
se ha traducido en una cumbre interestatal.
Los viceministros de Agricultura del Grupo de los 20 (G-20) países industrializados
y emergentes se reunieron en México entre jueves y viernes. Uno de los temas
centrales constituyó La crisis alimentaria, agravada por el uso del maíz y
otros granos en la producción de etanol. El impacto de esta problemática en la
humanidad fue
presentado por la investigación “Agrocombustibles: fogoneros del hambre. Cómo
las políticas de Estados Unidos para el etanol de maíz aumentan el precio de
los alimentos en México”. Lo produjo la organización ActionAid.
”Hemos visto alzas
de precios muy fuertes (de los alimentos) desde fines de 2000, luego se
repitieron en 2007 y
volvieron en 2010 y 2011″, dijo a IPS el estadounidense Timothy Wise, director
del Programa de Investigación y Política del Instituto de Desarrollo Global y
Medio Ambiente de la
Universidad de Tufts.
”Eso coincide con la expansión del etanol en
Estados Unidos”, indicó Wise, coautor del informe. “Lo que se ve en México es
el aumento del precio de la tortilla de maíz”, el tradicional alimento de este
país y cuyo
precio se elevó 60 por ciento desde 2005. Wise y la también coautora Marie
Brill, directora de políticas de ActionAid, aseguraron que México perdió desde
2005 entre 250 millones y 500 millones de dólares por año al tener que importar
el grano, debido a las altas cotizaciones internacionales.
”La expansión de
los agrocombustibles
contribuye a la inseguridad alimentaria en México. Las alzas de precios
asociadas al etanol afectan negativamente a los consumidores, especialmente a
aquellos que carecen de seguridad alimentaria y no son productores”, concluye
el estudio.
Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, el año pasado se
consumieron en ese país 53.302 millones de litros de etanol de maíz. Para la
elaboración se destinó 40 por ciento de la cosecha del grano. En los últimos
años, el desarrollo de algunos monocultivos ha mutado hacia el
aprovisionamiento de materia prima para la elaboración de combustibles. Destaca
el etanol proveniente de la caña de azúcar y
el biodiésel obtenido a partir del aceite de palma africana.
A ese riesgo se
suma la creciente aceptación del ingreso de semillas patentadas por grandes
transnacionales de la agroindustria. Es posible que se genere una dependencia
entre proveedores de semillas, productores de materia prima para los
biocombustibles y transnacionales de la energía.
Eso en un planeta donde el hambre castiga y mata lentamente a más de 900
milones de personas. Un cuarto de millón de esa gente sobrevive en Bolivia.
Mientras tanto, el confort, los excesos de una pequeña élite planetaria
parecen haber pasado a ordenar que ahora los biocombustibles se roben la
comida “limpiamente”