A FUERZA DE CHICOTAZOS

Por:
Ernesto Murillo

Publicado el 01/07/2012

Muchos padres de familia han creído más en la fortaleza del chicotazo
que en la reflexión. Los hombres que hoy bordean los 50 o más años han
recibido alguna vez el correctivo en casa o en la escuela porque se
había instalado la tradición de que la letra entra con sangre.

En muchas casas aún cuelga el recordado “quimsacharani”, el nombre
viene por las tres tiras de cuero, que recuerdan al niño que, en
cualquier circunstancia, hay un límite de tolerancia y las
extralimitaciones obligan a acudir al instrumento de castigo.

Lo que no se puede explicar es que entre personas mayores haya un
correctivo en pleno Siglo XXI, de manera que el que piense distinto se
hará pasible a un chicotazo en vía pública. Lo que es peor, un
parlamentario justificó la actitud, de manera que reveló el estado
primitivo de su pensamiento, por el que las ofensas se pagan con
sangre.

El visitante que se abre paso a fuerza de chicotazos no hace sino
mostrar un grado de intolerancia y violencia que merece una severa
corrección, porque si a cada acción corresponde una reacción, los que
se sintieron muy valientes el pasado miércoles, haciendo estallar su
chicote sobre la espalda de varones y mujeres, se exponían a que el
otro, en reacción natural, le lance con una piedra en la cabeza o le
propine una golpiza, pero no ocurrió aquello, porque los ofendidos
fueron prudentes.

El pasado miércoles salió a flor de piel el instinto primitivo de
algunos y para explicar este instinto hay que regresar al periodo
cavernícola en el que el hombre estaba sujeto a este factor para
preservar la vida. Con la escasa información que tenía entonces en su
mente, su cerebro estaba siempre en estado de alerta para responder al
ambiente que le rodeaba. El cerebro era entonces una especie de
centinela del ataque.

A la par de los chicotazos a diestra y siniestra sonaban los
dinamitazos en calles cerradas, de manera que la explosión terminaba
por irritar más a quienes presenciaron la contramarcha de los que
apoyan al Gobierno. Lejos de ganarse la simpatía, éstos se ganaron la
antipatía de los ciudadanos, porque pocos comulgan con la violencia,
la intemperancia y el ataque al que piense distinto.

La próxima vez que los llamados ponchos rojos, verdes o amarillos
ingresen en la ciudad, habrá que colocarse cascos o protectores en la
espalda para circular por las calles o tomar la actitud de los
policías, que días antes corrieron a los valientes del chicote por el
centro de la plaza, lo que muestra: quien a chicote mata a chicote
muere. Pero esta no es una invitación a la violencia, sino a la
corrección y sería bueno que dos o tres de los chicoteadores pasen al
menos un par de días en celdas para darse cuenta de su falta de
racionalidad. Tienen derecho a marchar, pero respetando al otro.

Ernesto Murillo Estrada es editor general de El DIARIO