
La que
se va a leer es la respuesta-comentario que el autor envío a Sergio Saíz
contestando el envío de su excelente trabajo teórico “El Materialismo
Dialèctico: ¿Instrumento de liberación o de dependencia?” allá por el año 2008.
Estimado Sergio:
He leído con gran atención (y admiración) tu
ensayo sobre “El Materialismo Dialéctico” y debo decirte que coincido
totalmente con tu tesis –que creo es el núcleo central del texto- acerca de que
es posible capturar la esencia del ser latinoamericano abandonando el instrumental
teórico del marxismo euro céntrico sin caer por ello en
el irracionalismo que predica Marcela Kabusch
–entre muchos- en su trabajo en “La
Bastilla” (que tengo). Y que en realidad no es- ese rechazo
del paradigma racional in toto- ninguna intuición inmediata o un nuevo
paradigma más comprensivo, sino simplemente la sustitución de aquél por un
pensamiento mágico o una concepción feudal-religiosa que no se atreven a decir
su nombre. Vale decir: un retroceso.
Esta operación cognoscitiva
para aprehender nuestra propia y específica realidad se despliega en dos fases.
En la primera, como decía Jauretche, debemos “desaprender” todo conocimiento
postizo, falso en cuanto expresión del sujeto imperial eurocéntrico
(comprendido esa “nueva Europa” que son los
EE.UU). Queda aquí incluida la eliminación de todas las categorías y conceptos
marxistas que funcionan como a prioris en los análisis de los filósofos o cientistas
latinoamericanos que han introyectado la ideología del racionalismo imperial,
ya que, en efecto, no debemos consentir en un
Marx que nos interpela en y desde el lenguaje
del colonizador, como bien señalas. En la segunda fase, debemos utilizar todo
el herramental necesario para una comprensión más acabada de nuestra tierra y nuestros
fenómenos. En realidad, aunque la operación de renovación del paradigma
cognoscitivo se presenta esquemáticamente en dos etapas, en
los hechos son movimientos simultáneos, que
configuran una dialéctica (dialéctica en la segunda de las acepciones
gramscianas: no como proceso de tesis, antítesis y síntesis, sino como diálogo,
como interinfluencia mutua) entre el abandonar y el incorporar.
En un sentido metafórico,
podemos decir que el abandono, el “desaprender” jauretchiano, produce un vacío
cognoscitivo que debe ser llenado. ¿Con qué lo llenaremos? Obviamente, no lo
podemos hacer con las viejas concepciones del mundo unilaterales y erróneas,
como el escolasticismo (como hacen los nacionalistas oligárquicos), ni con el positivismo
(como hacían de modo inconsciente los teóricos de la socialdemocracia alemana
heredera de los Fundadores y sus imitadores criollos), ni menos con el estructuralismo,
que si bien útil en ciertos aspectos, subestima completamente la dimensión
histórica de los fenómenos, como en Lévi-Strauss. Sólo el marxismo puede dar
cuenta acabada de Latinoamérica, pero –como bien señalas- un marxismo despojado
de su discurso acuñado en el racionalismo del colonizador o
del “sujeto moderno”, un marxismo sometido a una
constante crítica epistemológica que nos haga posible encontrar en él a aquel
Marx “que construyó definiciones y herramientas que permiten descentrar a la modernidad,
y violentarla hasta su ruptura” (pág.14). Como vos, yo también estoy convencido
–contra la Vulgata
peronista antimarxista, contra José Pablo Feimann- de que “dentro del
corpus marxiano existen
los elementos que permiten una afirmación no
eurocéntrica del marxismo”. Algunos de tales elementos son aquellas categorías excéntricas,
secundarias para el marxismo eurocéntrico pero que, por lo mismo, se nos
aparecen como “pistas” decisivas para nosotros los latinoamericanos: la
necesidad de proteccionismo y reforma agraria
para Irlanda; la posibilidad del paso de las
estructuras semifeudales al socialismo en Rusia sin pasar por las “horcas
caudinas” delcapitalismo a condición de que la revolución sobreviniera antes de la disolución de la comunidad aldeana
del mir (señalo de paso que Mariátegui hizo esta misma observación para el Perú
sin conocer el
epistolario ruso de Marx con Vera Zasúlich y
Chukovski); la combinación para la España de 1808 de la resistencia contra el
opresor extranjero con las tareas de la transformación antifeudal para un triunfo
definitivo, combinación cuya ausencia causó la derrota social del pueblo
español y la consolidación de la hegemonía de las clases
parasitarias; el análisis del Modo de Producción
Asiático como instancia de ruptura de la serie “Comunidad primitiva –
esclavismo – feudalismo - capitalismo-socialismo” que canonizó Stalin, no
obstante que Marx aclaró específicamente que ella sólo era aplicable “a los países
de Europa Occidental”, según escribió en su famosa carta a Vera
Zasúlich. Y hay varias más, que un “rastrillaje”
detallado del corpus textual del marxismo pondrá en evidencia.
Ahora bien: ¿Cómo fue posible que un eurocentrista” como Marx (“estoy afirmando que
hay eurocentrismo en Marx”, dices a pág. 15) pudo legarnos categorías como las
ejemplificadas, tan pasibles de una
aplicación analógica entre nosotros, con las
debidas reservas de tiempo y lugar? Muy perspicaz la respuesta de Lander-Saiz:
porque Marx no habitó el centro del lenguaje del colonizador, “sino su
frontera: Marx habitó el límite del lenguaje del colonizador”. En el habla coloquial
e irreverente de Jauretche diríamos: porque tenía una pata
adentro –la mas grande, por cierto, una que
calzaba 44- y otra (tamaño 35, digamos, pie femenino o menos) fuera del
discurso de la modernidad imperial. Y como dice el Freire que citas por allí,
dado que “la cabeza piensa donde los pies pisan”, como la pata chica pisa fuera
del discurso cultural de la modernidad, esa parte de don Carlos piensa y
crea categorías excéntricas al mismo.
Empero, el marxismo aporta
a la comprensión de Nuestra América –según la llamaba José Martí- no sólo
mediante estas categorías excéntricas, estos “puntos de fuga” de su sistema
central, como los denomina Aricó, sino además –pero principalmente- mediante la
aplicación de su “núcleo duro” (materialismo, historicismo, dialéctica y
totalidad) a los problemas y las incógnitas del ser latinoamericano.
Ese núcleo irreductible del marxismo, sin el
cual el marxismo deja de ser Marxismo y pasa a ser “marxismo”, es el que nos
permite mirarnos desde la óptica de una nueva cosmovisión, una nueva
Weltanschauung, que es productora de nuevas categorías, específicamente latinoamericanas
y –cuando más- tercermundistas, que se suman a las
pocas empleables que el Marx “pensador de
frontera” nos dejó para que las utilizáramos adecuadamente. Como dice Lukacs en
“Historia y Conciencia de Clase”, un “marxista serio” puede “rechazar sin excepción
todas las tesis sueltas de Marx sin tener en cambio que abandonar ni por un
minuto su ortodoxia marxista”, ya que “la
ortodoxia se refiere exclusivamente al método”.
Podemos dejar de lado todas las categorías, todas las concepciones particulares
de Marx y Engels (que como todo lo existente tiene carácter histórico y por lo tanto
son pasibles de deterioro y desaparición), pero seguiremos siendo marxistas
ortodoxos en cuanto conservemos su Weltanschauung, su “método” o “guía para la
acción”, como le llamaba errónea pero muy gráficamente Engels y después el
mismo Lukacs. “Guía para la acción”, sí, pero antes para el análisis, como
forma de acción teórica, a lo Althusser. La aplicación de la concepción del
mundo marx-engelsiana a estos pobres países, a estos “tristes Trópicos” no
garantiza, por supuesto, resultados exactos de forma automática. Muchísimo
depende la inteligencia y la capacidad del analista, ya que “lo que natura non da,
Marx non presta”, pero al menos ella establece, planta, la posibilidad de
llegar a la comprensión necesaria, mientras que la aplicación “a lo Procusto”
del cuerpo de doctrinas hechas del marxismo eurocéntrico conduce –como ha
conducido siempre, desde Juan B. Justo a
Codovilla o Guillermo Lora- a errores
manifiestos en el pensamiento teórico y muy dañinos y frustrantes en la práctica
política. Esta doble aportación del materialismo histórico
y dialéctico (su cosmovisión como canon de interpretación y comprensión
general, y sus categorías excéntricas) es posible porque, contrariamente a lo
que
piensa Feimann-Hernandez-Cooke, las condiciones
históricas más generales que le dieron origen no han sido superadas. Y eso es
así porque la insurgencia del Tercer Mundo no ha cuestionado “en totalidad el
orden burgués en el siglo XX”, como él cree.
Más bien ha ocurrido lo contrario. La de Feimann es una
ilusión sesentista, porque en la
Revolución Colonial que comenzó al final de la II Guerra Mundial y culminó
en los años ’60-’70 los pueblos de África y Asia alcanzaron su independencia
formal, pero simultáneamente fueron objeto de una colonización económica,
callada, subterránea, sin estridencias, por parte de la burguesía
norteamericana e incorporados completamente al
orden burgués mundial. El Tercer Mundo no sólo
no puso en tela de juicio ese orden, sino que lo reforzó. Bajo la
apariencia de una “puesta en cuestión” del Primer Mundo por parte del Tercero,
lo que hubo fue un recambio de las burguesías europeas (inglesa, francesa, portuguesa)
por parte de la burguesía yanqui. Los países del Tercer
Mundo dejaron de ser colonias para pasar a ser
semicolonias, vale decir, dominios del capital industrial y financiero. ¿En
dónde está el cuestionamiento total?
El nuevo tipo de control económico de la
periferia y la posterior globalización han extendido y reforzado el orden
capitalista a otras regiones del planeta, vale decir: han ampliado y
actualizado las “condiciones históricas” que presidieron el nacimiento del
marxismo, a punto tal que ciertas categorías que eran propias del pensamiento
eurocéntrico e inaplicables en la periferia, se
han vuelto aplicables a situaciones que antes no las admitían, precisamente
porque el despliegue del orden neo-burgués ha hecho de algunos países –verbigracia,
Japón- países centrales o “europeos”, en un sentido económico y
material-civilizatorio. “Europa”, como categoría más que
geográfica, como concepto geocultural, ha
ampliado sus fronteras hasta incluirlos en ellas. ¿De qué cuestionamiento,
entonces, podemos hablar con seriedad?
Y ya que estamos con
Feimann, digamos que la famosa frase de John William Cooke que reproduces: “el
peronismo es el hecho maldito del país burgués”, es muy eufónica, pero es
radicalmente falsa. Si hubiera dicho que el peronismo es el hecho maldito
del “país oligárquico”, habría acertado. En efecto: el movimiento peronista es
producto del desarrollo burgués acaecido en el
país después de la reactivación de 1935 y, sobre todo, de la industrialización sustitutiva
durante la guerra. Enseguida, el peronismo –como gobierno- contribuyó
decisivamente al crecimiento de nuestra industrialización, urbanización y
modernización entre 1943 y 1955. De lo que resulta que el movimiento que
encabezó el general Perón, lejos de ser un hecho
“maldito”, fue una bendición para el país
burgués. Quien no pudo domesticar al peronismo fue la oligarquía, no la burguesía,
que sí pudo domesticarlo, es decir: mantenerlo dentro de los límites de la ideología
burguesa y el respeto a la propiedad privada nacional.
En realidad, a la inversa de lo que predicaba Cooke, el peronismo
fue el hecho burgués del país maldito, un
país maldito por la hegemonía oligárquica y el dominio imperialista. Tal cual.
Y ya que me puesto en objetor de los mitos de la izquierda semi-nacional
–digo así porque soy caritativo- la emprenderé ahora con
la idea de Aricó, desarrollada en “Marx y
América Latina”, de la que veo por una nota de pág. 8 que es aceptada por vos a
través de la coincidencia con el análisis de Juan Sebastián Malecki. En aquel
texto “Pancho” asegura que la incomprensión de nuestros países por parte del brujo
de Tréveris no se debe a algún supuesto “eurocentrismo”, ya que él no sufría de
tal enfermedad. Según Aricó esa radical incomprensión
(es un adelanto: ¡al menos no niega la
incomprensión, como los comunistas criollos clásicos!) derivaba, sencillamente
de su aceptación –así sea parcial- de la filosofía de la historia de Hegel y de
su paralelo rechazo a su filosofía del Estado, por odio al extremo
prusianismo del hombre de Jena. Pero esta
argumentación no deshace ni contradice la caracterización del “eurocentrismo”
en Marx. Por el contrario: lo confirma tácitamente al explicarlo, ya que esos
dos núcleos teóricos de Marx descubiertos por Aricó son típicamente y tópicamente
europeos. Por el primero, Europa se erige en único
protagonista de la historia y nos priva de nuestra
identidad, condenándonos a un estado de barbarie, de “pueblos sin historia”, sujeto
casi totalmente natural; por el segundo, nos priva -menos mal que sólo a nivel
teórico y no práctico- de la posibilidad de una
intervención creadora del Estado periférico
sobre la sociedad. Raro es, en este sentido, que Carlos Marx, gran lector y
gran conocedor de la historia europea, no se haya dado cuenta que precisamente
este rol del Estado como “productor de la sociedad” era el que se había visto puesto
en escena en Rusia con los grandes Zares, especialmente con
Pedro el Grande, al extremo, como dice Trotsky
en el primer capítulo de su “Historia de la Revolución Rusa”,
que el Estado zarista “fomentaba y reglamentaba la formación” de “las clases
pudientes”. Y no lo percibió quizá porque Rusia era la menos europea de las
naciones del Viejo continente y quizá también –complementariamente- porque la
vida no le dio tiempo para estudiar a fondo este
gran país, al que se había arrimado en sus últimos años a raíz de la curiosidad
y la interpelación de sus seguidores del imperio Zarista.
Acuerdo también con tu visión de la
“cuestión nacional”, escueta pero exacta, de las págs. 23/25, aunque percibo
una concepción del peronismo dotada de cierta a-temporalidad, en cuanto, por
ejemplo, lo presenta como un proyecto de Liberación Nacional sin más, desgajado
del transcurrir histórico, ya que el movimiento peronista fue, efectivamente,
un proyecto de liberación nacional pero ya no lo es
más. Este Proyecto, esta Revolución
Nacional es actualmente una dimensión vacía que busca un sujeto social que lo
anime, por decir así.
Finalmente, una corrección,
por la que te pido disculpas: la cita exacta de la Pág. 23 es: “La Patria es un dolor que aún
no sabe su nombre”, pero su autor no es Ernesto Sábato, que no sabe nada de la Patria,
sino Leopoldo Marechal, que la sentía mucho. Pertenece a su poema
“Descubrimiento de la Patria”,
de su Heptamerón II de 1960.
De los demás temas, como la
esencia del hombre, la alienación, la naturaleza de la conciencia, el sujeto
experiencial y otros no me atrevo a opinar, porque mis conocimientos de orden
filosófico son pocos y rústicos. Mi formación es más bien política.
Cordialmente.
ROBERTO A. FERRERO