VARIOS PUENTES, NO POCOS PRECIPICIOS
Pensando en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela

Resumen
La relación entre izquierda y “populismo” ha
sido siempre un tema en extremo complejo, y esas relaciones ambivalentes se
reactualizan hoy con la llegada al gobierno de varios movimientos que reviven
la matriz nacional-popular. Este artículo combina un análisis empírico de los avances,
las inercias y los desafíos de los gobiernos de Argentina, Bolivia, Ecuador y
Venezuela con una discusión más amplia: ¿existe
verdaderamente un clivaje izquierda/derecha?, en
ese caso, ¿ese clivaje es pertinente para aprehender las realidades latinoamericanas?.
La tesis central de este artículo es que una agenda de izquierda puede
contribuir a poner en discusión temas que ni el
nacionalismo ni el indigenismo abordan
adecuadamente.
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La cantidad de adjetivos disponibles para
caracterizar a los gobiernos latinoamericanos que se proponen dejar atrás el
neoliberalismo (progresistas, de izquierda, nacionalistas e incluso
posneoliberales -¡dos prefijos seguidos!-) dan cuenta, en sí mismos, de una
dificultad para englobar en un solo bloque a un conjunto de experiencias
disímiles, y producto de trayectorias,
coyunturas y culturas políticas muy diferentes entre sí pero que están
atravesados por una ciertasolidaridad ideológica [1] . Con todo, el clivaje izquierda/derechasiempre fue complicado en el
llamado “tercer mundo”, donde el antagonismo
nación/imperialismo contribuyó a desestabilizar -y a
menudo a marginalizar- las visiones clasistas
tout court y a definir senderos en los cuales las izquierdas exitosas fueron a
menudo “izquierdas nacionalistas”.
Como ha señalado la sovietóloga Sheila
Fitzpatrick, en gran medida la vertiente desarrollista del marxismo (para
alcanzar a los países desarrollados se pensaba como requisito abandonar el
capitalismo) predominó sobre su vertiente emancipatoria [2] . En efecto, si los
“soviets” como forma de democracia popular semidirecta cayeron
rápidamente en desgracia, la “electrificación”
-como metonimia de proyectos industrialistas a menudo desmesurados- sigue
vigente en gran medida hasta hoy.
Obviamente, el vínculo
izquierda-desarrollismo-antiimperialismo determinó un sendero en el que
claramente Lenin se impuso a Marx, y la geopolítica sobredeterminó -y ahogó-
otras perspectivas más libertarias y emancipatorias, que quedaron a menudo como
expresiones de “debilidad pequeño burguesa” frente a los grandes combates en la
guerra entre el campo socialista y el campo capitalista.
Simplificando a “tipos ideales”, en América
Latina un sector de la izquierda defendió el matrimonio con el nacionalismo
(populista) –la “izquierda nacional” fue la expresión más clara al respecto-
como una posible vía hacia el poscapitalismo a través de la profundización de las
reformas nacional-populares (reforzamiento del Estado,
nacionalización progresiva de la economía,
integración latinoamericana, etc.) en tanto que una vertiente más “socialdemócrata”
o marxista “revolucionaria” consideró que el
populismo no abría sino cerraba la vía hacia el
socialismo. Los primeros en virtud del carácter estadocentríco y antipluralista
(organicista) del populismo, y los segundos porque -finalmente- los regímenes
“populistas” eran expresión de una burguesía nacional que sólo quería avanzar
limitadamente en la movilización de las masas y
acotarla a una serie limitada -y ambivalente- de
reformas que incluían mayores derechos junto con elevados niveles de
regimentación estatal. Como es sabido, los partidos comunistas se posicionaron
de manera ciclotímica en estas discusiones, según los lineamientos internacionales
decididos en Moscú, pasando de caracterizar a los
gobiernos nacional-populares de los años 40 como
“nazifascistas” (por ejemplo en Argentina con Juan D. Perón y en Bolivia con
Gualberto Villarroel) a considerar al peronismo, por ejemplo, como un aliado en
la lucha por la liberación nacional y social [3] .
Tras esta breve introducción quizás vale la pena
preguntarse, ¿cuánto de estas tensiones perviven hoy en la relación entre lo
que podríamos denominar genéricamente una ideología de izquierda y los
gobiernos del bloque del cambio realmente existentes en su vertiente nacional-popular?,
¿es posible seguir leyendo la realidad en términos
de izquierda y derecha?
Una primera constatación del actual proceso de
cambio a escala sudamericana después de la hegemonía neoliberal -especialmente
durante los años 90- es que los regímenes considerados más radicales, tanto por
las izquierdas como por las derechas, son aquellos que llegaron al poder a
través de organizaciones políticas que no provienen del tronco
de las izquierdas tradicionales (Venezuela,
Ecuador y Bolivia) y los que sí provienen de una tradición de izquierda son los
considerados “moderados” (Brasil, Uruguay e incluso Chile). Y en este punto
vale la pena detenernos e intentar avanzar algunas hipótesis preliminares.
1. La radicalidad de los procesos sudamericanos
no depende solamente de las apuestas ideológicas de los gobiernos (“carnívoros”
o “vegetarianos”, según Álvaro Vargas Llosa), sino de una serie de trayectorias
políticas e institucionales previas, incluyendo los niveles de desconfianza
política. Donde el sistema de partidos
implosionó y el propio sistema político fue
cuestionado como una democracia de élites excluyente (Bolivia, Venezuela y
Ecuador) surgieron demandas de refundación del país que se expresaron en la convocatoria
a asambleas constituyentes. Entre otras cosas, estas se proponían acabar con el
“colonialismo interno”, que en el caso de
Bolivia y Ecuador -pero también en Venezuela-
excluyó material y simbólicamente a las mayorías indígenas, afros o mestizas.
2. La izquierda organizada que llegó al poder
(el Partido de los Trabajadores brasileño, el Frente Amplio uruguayo y en parte
el Partido Socialista chileno, a los que
podríamos agregar ahora el FMLN salvadoreño) sufrió de manera directa el
impacto de la crisis post 1989, que en general derivó en la profundización de
un tránsito hacia
el centroizquierda (una evolución que en América
Latina ya se había iniciado durante los procesos de restauración democrática en
los 80, alentada además por la autocrítica de la violencia en los años 70). Ello
no ocurrió, u ocurrió en menor medida, con las izquierdas más débiles y
dispersas que buscaron una tabla de salvación en el
nacionalismo y el indigenismo (el país real y
sumergido frente al país visible y formal), así como en el antipartidismo. Ello
les proveía nuevas fuentes de radicalización ideológica: la defensa de la
patria, la reivindicación de los indígenas, el rechazo a la partidocracia... El
principal significante de las refundaciones es que ahora “hay
patria para todos”, eje del antineoliberalismo.
3. En efecto, si observamos con más detalle los
procesos más “radicales”, es posible concluir que su fuente de radicalidad
proviene de la matriz nacionalista: antiimperialismo, polarización entre pueblo
y oligarquía, nacionalizaciones, recambio de elites en el poder, etc. y si el
socialismo (“del siglo XXI”) ha vuelto a la agenda, vuelve a ser pensado como
la profundización lineal del nacionalismo (no
casualmente, ni Chávez, ni Evo ni Correa suelen
hablar de lucha de clases). Incluso en gran medida, dado el carácter extractivo
de las economías venezolana, ecuatoriana y boliviana, opera una suerte de socialismo
o nacionalismo geológico [4] . Lo novedoso en todo caso es que el nuevo
nacionalismo ya no pendula entre la derecha y la
izquierda (como Vargas, Perón o Paz Estenssoro)
y ha desaparecido su faceta anticomunista; de hecho hay un fuerte vínculo geopolítico/afectivo
con el régimen cubano.
Si miramos hacia las sensibilidades
ético/morales, no es difícil advertir que estos procesos no sólo carecen de
radicalidad sino que pueden (al menos sus fracciones hegemónicas) ser
abiertamente conservadores en términos de derechos reproductivos o los derechos
para las llamadas minorías sexuales y de género. Un caso aparte es el
kirchnerismo, que ha hecho de estas banderas
progresistas un eje de sus políticas, mostrando la capacidad casi infinita del
peronismo para incorporar reivindicaciones y demandas muy diversas y en este
caso ajenas a su historia, incluso la más reciente.
4. Adicionalmente, el clivaje izquierda/derecha
hoy es teóricamente desafiado no solamente por la tradición nacional-popular
(que propone la alianza de las clases nacionales, aunque hoy se utilice poco
esta terminología) sino por el indianismo y diversas lecturas post o decoloniales
y subalternistas que plantean como clivaje alternativo modernidad/colonialidad
vs. decolonización/ “mirada otra”. Esto ocurre
especialmente en Bolivia y Ecuador, donde la
presencia mayoritaria o significativa de indígenas permite construir una serie
de lecturas en términos de otredad radical cuestionadoras de la modernidad/colonialidad
con influencia en la academia estadounidense. Para Mignolo, por ejemplo hablar
de una “izquierda indígena” para
caracterizar al Movimiento al Socialismo de Evo
Morales es una prueba de “imperialismo de izquierda” [5] y para el intelectual
aymara y dirigente opositor Simón Yampara, quienes siguen hablando de izquierda
y derecha mantienen en sus cerebros el “chip colonial”.
No hay duda que en países como Bolivia una parte
de la izquierda tuvo actitudes coloniales frente a los indígenas. El problema
es que si la lectura en términos de izquierda/ derecha no logra aprehender
todos los elementos en juego de los actuales procesos de cambio, lo menos que
se puede decir es que plantear las cosas en términos de modernidad/decolonialidad
no simplifica precisamente las cosas y agrega una nueva serie de problemas,
especialmente si trascendemos lo que los actores dicen de sí y complementamos
las entrevistas a los voceros con observaciones de campo, descripciones densas
e incluso etnografías sobre los subalternos realmente existentes.
5. En realidad, el problema de la vigencia del
término izquierda no se relaciona con su capacidad para armar un “gran clivaje”
del campo político contra la derecha (aunque es cierto que los nuevos gobiernos
populares han reactivado una lectura de las disputas existentes en esos
términos). Su potencialidad se vincula a objetivos más limitados
pero no menos potentes: una agenda de izquierda
puede poner en debate temas que ni el nacionalismo ni el indigenismo van a
propiciar, en pos de una democratización radical de la sociedad. Además de la
mencionada agenda anticonservadora en el terreno ético-moral, la
izquierdadebería reponer lecturas socioeconómicas del conflicto social que las
visiones binarias del nacionalismo sólo lee en
términos políticos (o con la revolución o en contra). Lo mismo vale para
discusiones sobre posibles articulaciones estado/mercado -que los indigenistas
reducen a versiones trivializadas de la complementaridad [6] y los
nacionalistas a lecturas politicistas (empresarios “patriotas” o “antipatriotas”,
por ejemplo) o ilusiones desarrollistas de matriz “cincuentista”. Para
esto último es necesario un verdadero balance
crítico de las experiencias del socialismo real, incluyendo el caso cubano. La anulación
de la pertinencia de la vigencia del término “izquierda” suele generar, a
menudo, un silencio sobre esa agenda que es
neurálgica a la hora de pensar el cambio
político, social y cultural.
A la luz de los actuales procesos, no se trata
de reclamar el privilegio ontológico de la izquierda sobre otras matrices y tradiciones,
sino de pensar una posible articulación entre izquierda, nacionalismo popular y
democrático e indianismo/decolonización para
pensar un proyecto emancipatorio que de cuenta y
luche contra una pluralidad de opresiones. Esto no tiene nada de
particularmente nuevo; lo nuevo, en todo caso, es que ya no se trata sólo de un
debate teórico en un auditorio universitario, sino de una discusión que define
tomas de posición concretas frente a los gobiernos “populares”
realmente existentes.
A partir de estos comentarios generales es
posible recortar algunos aspectos de las experiencias donde estas tensiones nacionalismo/izquierda
se vuelven más visibles: Venezuela, Bolivia, Ecuador y -por la evolución
“setentista” del peronismo kirchnerista-
Argentina.
Crisis políticas y emergencias plebeyas
Venezuela, Ecuador y Bolivia han sido los países
donde más fuertemente ha impactado la crisis del sistema de partidos y donde la
dinámica de la movilización social ha generado procesos de renovación política
y cambio de élites que han llevado a analistas políticos, activistas y dirigentes
de movimientos sociales de la región y el exterior a
considerar que estos tres procesos constituyen
el ala radical del giro a la izquierda sudamericano. Aunque ello puede ser
discutible, especialmente a partir del análisis de las políticas públicas efectivamente
aplicadas y la amplitud de las utopías en juego, no es menos cierto que fue en
este bloque donde los discursos de refundación
tuvieron mayor calado. De estas demandas emergió
la convocatoria de Asambleas Constituyentes que se propusieron no solamente
reformar las cartas magnas vigentes, sino rediseñar el esqueleto institucional.
Argentina presenta una situación intermedia: la
crisis de 2001 abrió paso a una agenda posneoliberal sui géneris que no incluyó
la nacionalización de los recursos naturales (al menos hasta la estatización de
YPF en 2012) pero sí, por ejemplo, reivindicaciones
progresistas como el matrimonio igualitario,
ausentes en los otros tres países. Pero lo determinante fue que la capacidad
del peronismo para reciclarce ideológicamente limitó severamente la renovación política
que se terminó procesando como una disputa a su interior, hoy una suerte de
federación de peronismos provinciales (al decir del
propio Néstor Kirchner) o, dicho de otro modo,
un frente de gobernadores. Así, no se trata de una renovación de las élites
sino de una autorregeneración del peronismo que en los 90 fue neoliberal y hoy es
de nuevo nacional-popular. Strictu sensu, el kirchnerismo es progresista en la
ciudad de Buenos Aires y ultrapragmático en el interior argentino; su hegemonía
nacional se basa en acuerdos con gobernadores peronistas que han pasado ya por
el menemismo, el duhaldismo y ahora adhieren al kirchnerismo... [7].
Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales (y muy
parcialmente Néstor y Cristina Kirchner) son el resultado de esta combinación
de implosión del viejo sistema político y de la emergencia de alternativas electorales
renovadoras, pero, no obstante, estas crisis –vinculadas a un creciente
cuestionamiento al consenso de Washington- se procesaron
de diferente manera en cada uno de los países,
por lo cual vale la pena detenerse en cada uno de los procesos concretos de
crisis y renovación de la política.
En el caso venezolano, el Caracazo constituirá
un baño de realidad sobre la inestabilidad -y estrechez- del consenso
democrático instaurado a partir del Pacto del Punto Fijo de 1958, en tanto que
en Bolivia y Ecuador se producirán una serie de derrocamientos
presidenciales que marcarán el agotamiento de un
tipo de “gramática política” que marcó los ciclos democráticos iniciados en
1982 y 1979 respectivamente; pero en ambos casos se observa un elemento en
común: van a ser exitosos los discursos que interpelan a una parte de la sociedad
que por motivos étnicos y socioeconómicos se siente excluida del sistema
político. Ello se traducirá luego en consignas que
enfatizarán que -procesos de cambio mediante- la Patria (y los recursos
naturales estratégicos) serán, como ya mencionamos, al fin de todos. En otras
palabras, transformar al Estado en garante de un “acceso efectivo de los menos
privilegiados a los derechos y a los beneficios materiales y espirituales (en
término de estatus y de poder
simbólico, por ejemplo) de la pertenencia a la
colectividad nacional” [8] .
En gran medida, hoy se vuelve a la idea de la
existencia de un “partido de la nación” frente a la antinación, lo que conlleva
una “politización” de los conflictos de intereses (es común que se acuse a tal
o cual lucha reivindicativa, incluso llevada adelante por grupos sociales o
políticos aliados, de “hacer el juego al imperio”), un
cierto organicismo no dicho y una idea sui
géneris del pluralismo: como lo ha planteado el propio vicepresidente García
Linera, el pluralismo se expresaría en Bolivia al interior del Movimiento al Socialismo
(MAS).
Un dato adicional es el ingreso de militares a
la política en el caso venezolano: según la Asociación Civil
Control Ciudadano, más de 200 funcionarios de la Fuerza Armada
Nacional ocupan altos cargos en el gobierno y 2000 oficiales se desempeñan en
puestos medios y subalternos de la administración pública [9] . Ello marca una
diferencia, con Bolivia, Ecuador y mucho más con
Argentina donde el progresismo no puede ser menos que antimilitarista.
Tipos de liderazgo y nuevos partidos
Hugo Chávez es en muchos sentidos el clásico
líder populista en el sentido de Ernesto Laclau [10] : el líder que debe
“construir” al pueblo como sujeto político; en tanto que Evo Morales hizo el recorrido
inverso: dirigente sindical, es producto de un proceso de
descorporativización de una serie de sindicatos
agrarios y organizaciones de vecinos y trabajadores que se desbordaron al
ámbito político. De allí que en el caso de Chávez predomine la dimensión carismática/afectiva
en su liderazgo frente a la autorrepresentación en el caso de Evo Morales
(“ahora somos presidentes”, “voy a mandar obedeciendo”, etc.), liderazgo
acompañado de una fuerte “confianza
étnica”. Rafael Correa, por su parte, apareció
como un outsider de la política en un contexto de crisis del sistema político y
niveles decrecientes de movilización social. Y Néstor y Cristina Kirchner salieron
de una tradicional carrera política iniciada en el extremo sur argentino -luego
de un pasaje de juventud por el peronismo de
izquierda-, donde su mayor utopía -al menos
hasta 2003- fue agrandar la fortuna personal para posibilitar una acción
política de mayor envergadura en línea con su definición de la política como
“cash más expectativas” [11] . Si Carlos Menem hizo un giro liberal de acuerdo al
estado del mundo luego de la caída del Muro de Berlín, los Kirchner hicieron un
giro al centroizquierda en la nueva situación creada por
el levantamiento popular de 2001 en Buenos
Aires.
Con relación a los nuevos partidos, también se
observan situaciones muy diferentes: en Bolivia llegó al gobierno un partido
(aunque no se defina a sí mismo como tal) creado en 1995 como “instrumento
político” de los sindicatos y organizaciones campesinas; en Ecuador se
construyó algo a las apuradas Alianza País en torno a Correa y a un grupo de
intelectuales progresistas, en Argentina el
“peronismo infinito” (al decir de Maristella Svampa) mantuvo el poder con
reconfiguraciones internas, mientras que en Venezuela el Partido Socialista
Unido (PSUV) luego del MBR 200 y del Movimiento Cuarta República [MVR]) fue construido
desde el Estado a partir de 2007.
Para el sociólogo Edgardo Lander, “el PSUV es un
campo de tensión: ni representa el ejercicio pleno de la democracia desde la
base, ni es un espacio que pueda controlarse completamente desde arriba”. No obstante,
la profundización de la tendencia al liderazgo personal ha ido erosionando el
primer término de la ecuación (una de las consignas del PSUV luego de las
elecciones de 2010 fue “Somos millones, una sola
voz”). Esta tendencia fue expresada por el
propio Chávez sin apelar a eufemismos en la concentración realizada el 13 de
enero de 2010 con motivo de la celebración de los 53 años de la caída de la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Allí enfatizó:
“Exijo lealtad absoluta a mi liderazgo… no soy
un individuo, soy un pueblo. Estoy obligado a hacer respetar al pueblo. Los que
quieran patria, vengan con Chávez… Aquí en las filas populares, revolucionarias,
exijo máxima lealtad y unidad. Unidad, discusión
libre y abierta, pero lealtad… cualquier otra
cosa es traición”.
De allí que se pregunte sin responderlo: ¿Cómo
procesar las tensiones permanentes que existen entre el impulso del tejido
social de base que se ha fortalecido en estos años, la organización y
participación democrática desde abajo, y un modelo de liderazgo y toma de
decisiones jerárquico y vertical? [12]
En el caso boliviano, como hemos señalado, la
densidad organizativa de los sectores populares pone límites -encuadra- al
liderazgo carismático de Evo Morales. Pero ello hasta cierto punto. Moira Zuazo
se pregunta en un artículo publicado en Nueva Sociedad, parafraseando al
vicepresidente García Linera [13] , ¿qué pasa cuando los soviets se repliegan?
Claramente, hoy el MAS es incapaz de construir espacios de
debate interno y de posicionar temas en la
agenda pública. En efecto, la figura del “gobierno de los movimientos sociales”
o el “mandar obedeciendo” a las organizaciones no es sencillo en la práctica, cuando
los repliegues corporativos debilitan las miradas más universalistas. Allí el
Estado aparece como el portador de lo universal frente a los movimientos como
agentes de intereses particularistas. ¿qué pasaría si “las organizaciones” se
distancian del gobierno? Por ejemplo, cuando la federación campesina Túpac
Katari de La Paz
pidió cambios de ministros, Evo Morales se molestó y señaló: “yo no nombro
dirigentes sindicales, ustedes no van a nombrar a los
ministros”. O cuando el vicepresidente rechazó a
las organizaciones indígenas que se oponen a la exploración petrolera en la Amazonía de hacer valer
sus intereses particulares por encima de los del país.
Asistimos, así, a una compleja combinación entre
liderazgo carismático y autorrepresentación social, que en el caso boliviano
aparece como complementaria más que contradictoria, como a priori podría
esperarse. El punto débil de estas lógicas organizativas es la formación de cuadros
e inestables procesos de aprendizaje, y pese a esfuerzos por armar una escuela
de cuadros, estos no han logrado revertir los
déficits de formación política y técnica de los
militantes masistas.
En el caso ecuatoriano, Rafael Correa -quien,
como mencionamos, pasó fugazmente por el ministerio de Economía durante el
gobierno de Alfredo Palacio- se presentó exitosamente “por fuera” de la
política, con una fuerte dosis de extroversión. Una mezcla de carisma juvenil, aura
de competencia tecnocrática y cierta prepotencia mesiánica. En cierto sentido,
su forma de “autoritarismo” es muy “ejecutiva”,
mezclada con una especie de narcisismo
característico de los intelectuales públicos. Así, en los debates se
caracterizó por su gran eficacia para desarmar los argumentos de sus
adversarios. Y luego desarrollaría aún más estos rasgos desde su programa de
radio y
televisión de los sábados, donde suele jugar el
papel del “gran
profesor de la nación” [14] .
Como señala Ramírez, “La
candidatura de Correa fue, en efecto, más lejos que ninguna otra, nunca antes,
en su intento de sacar provecho del arraigado anti-partidismo ciudadano. Por un
lado, y a contracorriente de los outsiders del pasado, Correa desconectó su
candidatura de todo anclaje partidista y fundó un movimiento ciudadano -
Alianza País- (...). Con la figura de ‘movimiento ciudadano’ se buscaba
remarcar el origen societal de la nueva formación electoral. A la vez, AP tomó
la
riesgosa e inédita decisión de no acompañar la
postulación presidencial con la presentación de candidaturas parlamentarias.
Ello delineó la identidad originaria del movimiento (anti-partidista), le otorgó
un carácter antisistémico, y prefiguró la estrategia del cambio político
radical que Correa conduciría desde entonces” [15].
Para Ramírez, la mercadotecnia ocupa un
importante lugar en la construcción política correísta, “el implacable realismo
de poder del gobierno, se complementa así con un sutil realismo sociológico: no
tiene sentido procurar la movilización de una sociedad harta y distante de la
política. Se trata, más bien, de interpelarla como
opinión pública y de hacerle ver -televisión
mediante- los logros del gobierno. Nada más efectivo para llegar a una masa de
ciudadanos aletargados y desorganizados que el despliegue mediático […] La suplantación
de la construcción organizativa y la deliberación democrática por el marketing
y la procura de amplias audiencias no
bastan, sin embargo, para generar vínculos
políticos ni espacios reales de participación e interlocución con actores
realmente existentes” [16] .
Finalmente, el kirchnerismo tiene varias fechas
de nacimiento como movimiento hegemónico al interior del peronismo. Una podría
ser 2003, cuando Eduardo Duhalde, a falta de candidatos y luego de renunciar a postularse
él mismo, pone al gobernador de Santa Cruz como su candidato. Otra podría ser
2005, cuando Cristina Kirchner le gana a
Chiche Duhalde la senaduría por la provincia de
Buenos Aires y denuncia a Duhalde como “capo mafia”. Una tercera podría ser
2008, cuando luego de perder el conflicto con los agroexportadores, Kirchner decide
radicalizar el discurso y se embarca en la guerra con Clarín -promulga la Ley de medios- y con la Iglesia, al organizar él
mismo,
como diputado, la aprobación del matrimonio
igualitario. Y una cuarta etapa es la posterior a la muerte de Néstor Kirchner
en 2010, cuando por un lado el ex presidente se vuelve un mito movilizador de
un “nuevo sujeto”: la juventud, cuya expresión más oficialista, La Cámpora,
traza el vínculo con la “gloriosa juventud de los 70” [17] y
con un peronismo de izquierda bastante ajeno a
la “historia oficial” del movimiento; operación político simbólica a la que se
suma entusiastamente Cristina Fernández.
Asistencialismo o igualdad: ¿Qué inclusión
social?
La voluntad de salir del rentismo se expresó en
Venezuela en la fórmula de Arturo Úslar Pietri: “sembrar petróleo”, que
apuntaba a reinvertir los recursos de la renta petrolera en sectores
productivos de la economía, especialmente en la agricultura; y esa agenda sigue
siendo el pilar del nacionalismo también en
Ecuador y Bolivia, donde bastaría con reemplazar petróleo por gas. Pero -como
demuestra la historia- no es fácil salir del extractivismo y no alcanza para
ello la voluntad presidencial; muchas fuerzas se estructuran alrededor de los
intereses que sedimenta. Hoy Venezuela es uno de los mayores importadores de
alimentos de toda América Latina (por un monto de más
de 5.000 millones de dólares [18] ).
También Bolivia y en gran medida Ecuador, cuya
economía, además, sigue dolarizada, padecen de esta “enfermedad neocolonial”.
Incluso en Argentina, el auge de la megaminería fue impresionante en los último
años, fomentando la acumulación por desposesión [19] . Pero a diferencia de los
otros casos, aunque con altos niveles de
concentración y extranjerización [20] ,
Argentina presenta una mayor diversificación industrial, hoy combinada con una
recuperación de la capacidad de negociación salarial de los sindicatos, en un
contexto de reducción del desempleo y ampliación de las políticas sociales (especialmente
a través del innovador Seguro Universal por Hijo) pero
de muy elevada inflación.
Es en Venezuela donde se han ensayados más políticas, aunque
también, de los tres, es el país donde estos emprendimientos han estado más desarticulados
con las institucionalidad vigente. Vale la pena detenernos aquí, ya que el
socialismo bolivariano es a menudo considerado la experiencia más radical en el
continente. En más de una
década, el régimen de Chávez ha ensayado varios
mecanismos -en la primera etapa, “operativos cívicos militares”- para llevar
adelante “procesos de inclusión masivos y acelerados” a través de “una distribución
más justa de la renta petrolera”. Los críticos del rentismo hablan de la
“cultura de campamento” en Venezuela, en la que
predominan los operativos extraordinarios sin
continuidad en el tiempo [21] . Pero fue el propio Chávez quien, admitiendo
implícitamente el fracaso de una agenda de desarrollo poshidrocarburífera,
definió al proyecto en marcha como “socialismo petrolero” [22] .
En ese marco, la receta más exitosa para este
fin fueron las misiones sociales, con mucha repercusión dentro y fuera de
Venezuela y cuyo comienzo está fechado en 2003. Las razones de su
implementación estuvieron relacionadas con la coyuntura política y el propio
Chávez relacionó la implementación de las misiones con las encuestas que le
daban perdedor para el revocatorio convocado
para 2004 a
iniciativa de la oposición, ante lo cual pidió ayuda a Fidel Castro para montar
una megapolítica social [23] .
Aunque incluso los críticos admiten los efectos
positivos de las misiones, los cuestionamientos remiten a su carácter ad hoc de
la institucionalidad vigente (en general, son financiadas por la petrolera
estatal PDVSA), lo que se justificó en el oficialismo en la necesidad de evitar
las trabas burocráticas y dotarlas de celeridad
(el viejo Estado aparece a menudo como una traba
para la revolución que se resuelve creando institucionalidades paralelas y no
poco inestables en términos de continuidad).
Al mismo tiempo, el sistema de salud formal ha
enfrentado su peor crisis entre 2008 y 2009 y las propias autoridades
reconocieron el colapso funcional del sistema sanitario (incluyendo casos de
cierre por migración del personal médico, el mal estado de la infraestructura y
la insalubridad y la inseguridad) [24] . A lo que se suman niveles
muy elevados de inseguridad ciudadana que
afectan sobre todo a los sectores populares.
También en Ecuador y Bolivia el modelo podría
definirse como una combinación de extractivismo -con una mayor presencia
estatal, vía procesos de nacionalización [25] -, desarrollismo moderado (sobre
todo infraestructura caminera) y democratización en el reparto de la renta hidrocarburíferas
. En general, también en Argentina, se apuesta por
políticas de transferencia directa de renta
(bonos) e infraestructura social (salud, educación, alimentos a bajo costo,
etc.). Pero a pesar de los discursos -que trasmiten mucho de ilusión desarrollista/industrialista-
y ciertos planes de desarrollo más
heterodoxos (sobre todo en Ecuador, al menos en
el papel) hay pocos avances en la elaboración de una agenda posextractivista de
mediano o inclusive de largo plazo.
***
A la luz de este rápido repaso, sin duda hay
puentes entre una izquierda libertaria y los actuales procesos de cambio, pero
también hay algunos precipicios. Es claro que las izquierdas formaron parte de los
movimientos populares que debilitaron al neoliberalismo en las calles y que en
Bolivia, Venezuela, Ecuador y -de manera mucho menos directa y más compleja- en
Argentina habilitaron nuevos gobiernos
progresistas. Si estos gobiernos fracasan lo que
vendrá no será “más izquierda” sino tendencias restauracionistas del viejo
orden (aunque en lagunos países surgieron renovadas oposiciones de
centroizquierda que complejizan en algo esta afirmación). Sin duda, la vuelta
del Estado, niveles más consistentes de independencia nacional y voluntad de
integración latinoamericana son parte del haber de los nuevos
gobiernos y las izquierdas deberían escapar a
las lecturas “antipopulistas”: la política ha vuelto al centro de la escena y
eso es positivo.
Sin duda, es posible observar un proceso de
democratización en su sentido amplio: siguiendo a Tilly, el desarrollo de la
confianza política, la disminución de la autonomía de los centros de poder independiente
(los poderes fácticos) en relación a la producción de las políticas públicas y
el aumento de la igualdad política [26].
Pero eso no debe impedir enfrentar tendencias
efectivas contra la autonomía social derivadas de lógicas organicistas o
procesos de judicialización de la política, ni deberíamos caer en
polarizaciones “fáciles” contra enemigos elegidos por los gobiernos en función
de objetivos a menudo coyunturales.
Lo mismo vale para la economía: si se avanzó en
políticas sociales más amplias no es menos cierto que un proyecto de izquierda
debería ir más allá de perspectivas compensatorias y poner la redistribución en
un plano más ligado a un proyecto de reformas consistente (no es casual que la
reforma impositiva siga siendo una tarea pendiente a excepción de Ecuador). Y
eso también vale para los valores: en Venezuela se ha conformado la llamada
“boliburguesía” o “burguesía bolivariana” en un
contexto de elevadísima corrupción y niveles no
menos preocupantes de impunidad. En tanto que en Argentina, el kirchnerismo
(por su propia trayectoria y forma de construcción política) ha habilitado
niveles de pragmatismo político incompatibles con una verdadera reforma intelectual
y moral de la política. Acá habría que decir que criticar la idea de que “la
política es no hacerle asco a nada” (Néstor
Kirchner) es sinónimo de mera candidez
intelectual. No hay que perder de vista que la cara oscura del “retorno de la
política” -y esto vale especialmente para Argentina- es el capitalismo de
amigos, una medición “política” de la inflación y la consolidación de una
visión camarillesca del poder.
Un tema aparte es el geopolítico. El apoyo más o
menos explícito del bloque “nacional y popular” a Kadafi o el dictador sirio
Bashar al Asad ha colocado a los gobiernos de Chávez, Evo Morales, Daniel
Ortega y Correa en una posición hostil hacia la revolución democrática árabe. El
hecho de que en un comienzo Chávez haya admitido que se informó de la situación
que vivía Egipto y Túnez a través de Kadafi y Asad dice
mucho de la visión puramente “geopolítica” del
nacionalismo en el poder en contra de una solidaridad internacionalista
efectiva con los pueblos que luchan. Al mismo tiempo, el abrupto giro de Chávez
frente a Colombia, a cuyo gobierno ahora entrega a jefes capturados de las Farc
[27] , advierte sobre la necesidad de no hacer seguidismo y
mantener posiciones críticas e independientes. Obviamente,
el apoyo crítico no es sencillo en la práctica donde a menudo es difícil
posicionarse entre el oficialismo acrítico y la oposición “destituyente” sin
aparentar neutralidad o dar la imagen de
purismo intelectual. Como es sabido, cualquier
toma de posición en política tiene consecuencias que escapan a quien emite
cierto discurso. Pero entre meterse acríticamente en el “barro” para “estar con
el pueblo” o mantenerse en una cómoda torre de marfil hay una variedad de
posicionamientos posibles tanto en términos políticos como intelectuales, sin
aceptar un binarismo que en boca de Bush o de
Chávez conduce al mismo resultado: ahogar el
pensamiento crítico. Como señala Guillermo Almeira, llevar a la política una
instrucción que aparecía al lado de los choferes del transporte colectivo en Argentina:
“no molestar al conductor”.
[1] Eso quedó claro en el apoyo del “moderado”
Lula Da Silva al “radical” Hugo Chávez durante el golpe de 2002 en Venezuela, o
en el sostén de Michelle Bachelet -desde Unsasur- al proceso de cambio en Bolivia
durante el golpe “cívico-prefectural” de 2008.
[2] Sheila Fitzpatrick, La revolución rusa,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
[3] Ver Carlos Altamirano, Peronismo y cultura
de izquierda, Temas,
Buenos Aires, 2001.
[4] Fernando Molina, El pensamiento boliviano
sobre los recursos
naturales, Pulso, La Paz, 2009.
[5] Walter Mignolo, La idea de América Latina,
Gedisa, Madrid, 2007.
Ver Posfacio a la edición española.
[6] Por ejemplo, Yampara ha dicho que las
transnacionales deben
“complementarse” con el Estado boliviano, sin
reparar en las lógicas
del capitalismo, de la ganancia y en las
relaciones de poder.
[7] A veces los aspectos más bizarros de la
realidad aportan luces. En
2010, en un debate entre el empresario de la
carne y personaje
excéntrico Alberto Samid y un productor agrario
cercano al partido
socialista de Santa Fe en el programa televisivo
de Luis Majul pudo
escucharse este diálogo a los gritos:
Samid: “Yo soy peronista; apoyé a Menem, a
Duhalde y ahora estoy con Kirchner”
Dirigente rural: “¿Pero cómo podés estar con los
que privatizaron y
con los que dicen que hay que volver al Estado?”
Samid: “¡Callate, vendepatria!”
[8] Marc Saint-Upéry, “¿Hay patria para todos?
Ambivalencia de lo
público y ‘emergencia plebeya’ en los nuevos
gobiernos progresistas”,
en Íconos. Revista de Ciencias Sociales, Nº 32,
Flacso, sede académica
Ecuador, Quito, septiembre 2008.
[9] Vanessa Cartaya y Flavio Cartucci, informe
para la Fundación
Fridrich Ebert, 2010.
[10] Ernesto Laclau, La razón populista, FCE,
Buenos Aires, 2005.
[11] Walter Curia, El último peronista. La cara
oculta de Kirchner,
Sudamericana. Buenos Aires, 2006.
[12] Edgardo Lander, “¿Quién ganó las elecciones
parlamentarias en
Venezuela? ¿Estamos ante la última oportunidad
de discutir el rumbo
del proceso bolivariano?”, Rebelión, 5-10-2010.
[13] Moira Zuazo, “¿Los movimientos sociales en
el poder? El gobierno
del MAS en Bolivia”, Nueva Sociedad, mayo-junio
de 2010.
[14] Algo similar puede atribuirse a García
Linera en sus más
esporádicas apariciones en el canal estatal,
donde da literalmente
clases al país sobre el proyecto de gobierno.
Aunque Chávez hace
pedagogía en el Aló Presidente, a menudo lápiz y
mapas en mano, está
lejos de la clase magistral y apuesta a un
vínculo pedagógico/afectivo
y de movilización de emociones con las bases,
mezclando temas de
gobierno con un show mucho más multifacético y
argumentalmente
bastante caótico.
[15] Franklin Ramírez Gallegos, “Participación y
desconfianza política
en la transformación constitucional del Estado
ecuatoriano”, ponencia
presentada en el seminario Reforma del Estado en
los países
andino-amazónicos, IFEA-PIEB, La Paz, junio de 2009.
[16] Franklin Ramírez G. “Post-neoliberalismo
indócil. Agenda pública
y relaciones socio-estatales en el Ecuador de la Revolución
Ciudanana”, Revista Temas y Debates 20, año 14, octubre 2010,
Universidad Nacional de Rosario-CLACSO.
[17] Esto no debería llevarnos de ningún modo a
creer que hay algún
punto de comparación biográfico entre estos
jóvenes funcionarios y los
combatientes de los años 70.
[18] http://www.americaeconomia.com/negocios-industrias/importaciones-de-alimentos-en-venezuela-ascenderan-us6500m-en-2011
[19] Maristella Svampa y Mirta Antonelli
(coord.), Minería
transnacional, narrativas del desarrollo y
resistencias sociales,
Biblos, Buenos Aires, 2009.
[20] Daniel Aspiazy Martín Shorr, “La
recuperación salarial en la
Argentina posconvertivilidad”, Nueva Sociedad, enero-febrero
2010.
[21] Rafael Uzcátegui, La revolución como
espectáculo. Una crítica
anarquista al gobierno bolivariano, El
Libertario- La cucaracha
ilustrada- Malatesta- Tierra del Fuego, Buenos
Aires, 2010.
[22] Durante el Aló Presidente 288, el
mandatario venezolano explicó
que “estamos empeñados en construir un modelo
socialista muy diferente
al que imaginó Marx en el siglo XIX. Ese es
nuestro modelo, contar con
esta riqueza petrolera”. Afirmó, además, que “El
socialismo petrolero
no se puede concebir sin la actividad petrolera”
y que este recurso
“le da una configuración peculiar a nuestro
modelo económico”
(“Chávez: Estamos construyendo un socialismo
petrolero muy diferente
del que imaginó Marx”, Prensa de PDVSA,
29-7-2007, Aporrea, en línea:
http://www.aporrea.org/ideologia/n98719.html)
[23] “Ustedes deben recordar que, producto del
golpe y todo el
desgaste aquel, la ingobernabilidad que llegó a
un grado alto, la
crisis económica, nuestros propios errores, hubo
un momento en el cual
nosotros estuvimos parejitos [con respecto las
fuerzas de oposición],
o cuidado si por debajo. Hay una encuestadora
internacional
recomendada por unos amigos que vinieron a mitad
del 2003, pasaron
como dos meses aquí y fueron a Palacio y me
dieron la noticia bomba:
‘Presidente, si el referéndum fuera ahorita
usted lo perdería’. Yo
recuerdo que aquella noche para mi fue una bomba
aquello… Entonces fue
cuando empezamos a trabajar con las misiones,
diseñamos aquí la
primera y empecé a pedirle apoyo a Fidel. Le
dije: ‘mira tengo esta
idea, atacar por debajo con toda la fuerza’ y me
dijo: ‘Si algo sé yo
es de eso, cuenta con todo mi apoyo.’ Y
empezaron a llegar los médicos
[cubanos] por centenares, un puente aéreo,
aviones van, aviones vienen
y a buscar recursos… Y empezamos a inventar las
misiones… y entonces
empezamos a remontar en las encuestas, y las
encuestas no
fallan…”Citado en Marta Harnecker,
Intervenciones del Presidente el
día 12 de noviembre del 2004 (Aporrea), citado
en Uzcátegui, op. cit.
[24] Cartaya y Cartucci, op. cit.
[25] Con todo, algunos sectores acusan a Chávez
de debilitar la
nacionalización de los ‘70 con los contratos de
asociación con
empresas transnacionales (ver sitio web www.soberanía.org)
[26] Charles Tilly, Democracia, Akal, Madrid.
[27] “¿Qué significa la deportación del director
de Anncol a
Colombia?”, La semana, 26-4-2011,
http://www.semana.com/nacion/significa-deportacion-del-director-anncol-colombia/155717-3.aspx