Ramos y el FIP siempre sostuvieron que el apoyo al peronismo debía formularse desde una posición independiente en el plano de las ideas, la política y la organización.
El domingo 18 de agosto, La Nación publicó un artículo con la firma de Jorge Fernández Díaz, en uno de cuyos párrafos se señalaba que Jorge Abelardo Ramos, “ideólogo de la izquierda nacional y el ensayista que Cristina más admiró”, fue “un duro crítico de las juventudes peronistas que quisieron condicionar a Perón y que se metieron en las organizaciones armadas durante los ahora reivindicados años 70”. La breve referencia concluía del siguiente modo: “Ramos sentía desprecio por esta vanguardia que pretendía colocarse por encima del movimiento de masas.”
La mención de las diferencias de la izquierda nacional expresadas a través de la política del Frente de Izquierda Popular, del que Ramos fue su presidente, son ciertas, pero no aclaran el fondo del problema. El cuestionamiento de Ramos y del FIP no se centraba simplemente en el hecho de que la Tendencia y Montoneros quisiesen condicionar a Perón. Se fundaba ante todo en una advertencia: pese a todas las declaraciones que desde el exilio el jefe popular formulara sobre la marcha del mundo hacia el socialismo, ni él ni su movimiento tenían en el horizonte tal puerto de arribo.
Entre 1946 y 1955, el peronismo en el gobierno sostuvo un programa nacionalista burgués, en oposición al bloque encabezado por la oligarquía terrateniente en alianza con el capital extranjero, y ese programa lo mantuvo durante los 18 años que duró la proscripción de su jefe. En esa misma dirección se propuso gobernar el tercer gobierno peronista a partir de mayo de 1973, aunque con medidas más modestas.
Ramos y el FIP siempre sostuvieron que, en tanto el peronismo representase a la mayoría de los trabajadores y las grandes masas populares, siguiendo un rumbo nacional-popular, debía ser apoyado por quienes luchaban por el socialismo. Pero ese apoyo debía formularse desde una posición estrictamente independiente en el plano de las ideas, la política y la organización.
Querer avanzar hacia el socialismo a través del peronismo y exigir a su jefe que aceptase ese mandato, como pretendía la pequeña burguesía recientemente peronizada, era preparar las condiciones de una crisis que objetivamente sólo habría de beneficiar a los enemigos del movimiento nacional. La expresión extrema de esa línea, que encerraba una alta dosis de oportunismo, fue la experiencia de Montoneros y su política de provocaciones armadas, cuando ya estaba configurado el clima político que iba a desembocar en el 24 de marzo de 1976.