
A veces se pueden decir muchas cosas en pocas páginas. Y un
buen ejemplo es el coloquio Mestizajes y Ascenso
Social en Bolivia,
coordinado por Ximena Soruco y publicado en el
último número de la
revista Tinkazos. Allí participan Silvia Rivera,
Nico Tassi, Cecilia
Salazar y Jorge Llanque, y deja claro que cuando
la discusión tiene
base empírica y no sólo whishful thinking la
posibilidad de comprender
los procesos sociales avanza de manera
significativa.
Las palabras clave
dan buena cuenta de la discusión, sin duda
nuclear para entender la Bolivia contemporánea
(aunque la discusión se
limitó a la región andina): mestizajes,
movilidad social, identidad
cultural, nuevas élites, procesos de acumulación
económica. Ni los
movimientos sociales, ni la evolución del actual
proceso de cambio, ni
mucho menos los debates sobre el vivir bien
pueden ser analizados sin
tener en cuenta estas cuestiones. Nico Tassi
estudia a los
comerciantes aymaras de la Uyustus y la zona del Gran
Poder de La Paz,
pero junto con un grupo de investigadores/as
extiende su trabajo al
corredor Iquique- Cobija, donde hay ubicada una
comunidad de
orinoqueños que llega con sus actividades al
mercado brasileño. Su
trabajo incluye una cuestión clave: los vínculos
entre los
comerciantes aymaras y China.
Por su parte, Silvia
Rivera cuestiona las visiones puristas
sobre lo indio y postula la existencia de un
mestizaje chixi, que
permite salir de la (falsa) disyuntiva entre si
“somos todos mestizos”
(lo que a menudo encubre las discriminaciones y
desigualdades de
matriz colonial aún no erradicadas) y la
búsqueda de indígenas ideales
e idealizados. Jorge Llante estudia a los qamiris
(aymaras ricos) de
Oruro y los circuitos económicos y de ascenso y
legitimación social en
esa zona tan vinculada a la economía del norte
chileno, en tanto que
Cecilia Salazar plantea el rol de la reforma
agraria y la revolución
del 52 que introdujo la diarquía propiedad y
libertad y habilitó los
procesos posteriores.
Llanque recuerda que
los qamiris orureños llevan a sus hijos a
estudiar a colegios privados como el Alemán o el
Americano, “porque
piensan que es la forma de subir, de escalar socialmente”.
Y agrega:
“En las entrevistas dicen: Nosotros ¿qué
hacemos? Vemos cómo están
haciendo, cómo están trabajando en China, cómo
están trabajando en
Europa, etcétera, y decimos cómo podemos usar
esto para nosotros”.
Rivera agrega el caso de una familia de
“contrabandistas a gran
escala” en la frontera con Perú que mandó a su
hijo a estudiar a EEUU
para que aprenda inglés y hoy es parte de una
red familiar que importa
legalmente productos de Turquía y Oriente Medio.
Otros, como apunta
Tassi, mandan a sus hijos a Shanghái o
Guangzhou... “Entonces hay todo un manejo muy
consciente de la
tecnología y una división del trabajo -prosigue
Rivera-, en el que los
viejos están a cargo de las redes sociales, de
los códigos simbólicos,
de los aynis y todo eso, y los jóvenes son
hachas en la nueva
tecnología, que también entre ellos alimenta
redes”.
Es cierto, como dice
Llanque, que todo esto se hace desde las
propias lógicas andinas, pero no habría que
exagerar con la retórica.
Cuando alguien dice “mi plata por ejemplo es
hembra, entonces como es
hembra tiene que producir”, ¿eso es andino? Más
allá del sexo de la
plata (o del dinero, que sería masculino), me
hizo acordar a la
fórmula D-M-D (dinero-mercancía dinero) de Marx.
También habría que
tener cuidado en construir un capitalismo
“individual”, excesivamente
“robinsoneano” a la hora de contraponerlo a las
redes de economías
familiares.
Silvia Rivera
plantea con claridad las ambivalencias de estos
procesos en términos emancipatorios y sus dudas
al respecto, dejando
el final abierto. El caso de los talleristas en
Buenos Aires, que
mantienen vínculos con sus comunidades de origen
es uno de los temas
más espinosos, dada la existencia de trabajo
semiesclavo.
Se trata, no
obstante, de un tema apasionante, vinculado a las
globalizaciones no hegemónicas (según el término
utilizado por el
brasileño Gustavo Lins Ribeiro), que al mismo
tiempo subvierte y se
subsume en el capitalismo global. Un capitalismo
flexible al extremo
que, como señala Tassi, hace que algunos
comerciantes aymaras pinten
sus comercios con el logo de LG o Samsung cuando
está por llegar el
representante (para mostrar que cumplen con el
contrato de
exclusividad) para despintarlos y repintarlos
después para mantener
sus lógicas aymaras de no poner nunca todos los
huevos en la misma
canasta. Quizás en futuros trabajos debería
incorporarse la fuerte
expansión pentecostal (continuando la línea de
los trabajos de A.
Canessa comparando pentecostalismo e indianismo
o Víctor Hugo Frías
con Mistis y mocochinches. La cuestión
pentecostal en América Latina
parece atraer solamente a los sociólogos o
antropólogos de la religión
cuando es un tema central para pensar los
sujetos populares del siglo
XXI).
Son cuestiones que
las ciencias sociales ya no pueden dejar de
analizar, pero tampoco pueden estar fuera de los
análisis políticos, y
las izquierdas, hasta ahora, no parecen entender
mucho de qué se
trata.
Pablo Stefanoni es
periodista.