HACE SESENTA AÑOS

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Publicado el 01/11/2012

El 11 de mayo de 1968 murió Sergio Almaraz Paz, uno de los bolivianos
cuya conciencia patriótica y sentido de lo nacional todavía marcan la
historia boliviana, que tuvo, un día como hoy, hace exactamente 60
años, uno de los mayores hitos de su vida independiente: la
nacionalización de las minas, la recuperación para que las administre
el Estado Boliviano de las minas que hasta entonces habían vuelto
millonarios a un puñado de oligarcas, a costa de la miseria de todo un
pueblo. Hoy, casi nadie menciona esa “rosca minera” que fue la
golpeada por la nacionalización y que está magistralmente retratada en
uno de los libros de Almaraz: El Poder y la Caída.
Pero la muerte sorprendió a Sergio cuando aún tenía mucho que
producir. Como él mismo dijo un año antes: “La rosca minera constituye
el tema central de El Poder y la Caída, pero con relación al examen
global del problema no es más que el antecedente histórico. Mi
propósito –agregó- es el de un ensayo más completo sobre el estaño. La
primera parte, aun limitada, está concluida. El pasado queda cerrado
con la nacionalización, las tendencias que se desarrollaron en su seno
y que en último término determinaron los cambios de la política
boliviana, la enconada contienda que se libra en torno a la fundición
y la metalurgia y la orientación adoptada en materia minera en los
últimos años brindarán la temática del próximo trabajo”.
Eso, que es apenas un párrafo de la amplia producción de Almaraz, es
siempre pertinente, pero principalmente hoy, cuando aquella primera y
por entonces sumamente audaz “nacionalización” marcaría para siempre
la historia boliviana.
El trabajo precursor de Sergio, sin embargo, está lejos de haber
concluido. Algo hemos avanzado en metalurgia, pero mucho menos de lo
que la potencialidad minera boliviana permitiría, con relativa
facilidad.
Pero ahora, además de la metalurgia, tenemos pendiente la siderurgia y
principalmente la petroquímica, que a veces sentimos que se volatiliza
en forma de promesas políticas.
Por eso vamos a rematar con otro pensamiento de Sergio Almaraz, quien
en otro de sus libros “Réquiem para una República” decía:
“Este, que es un país desgarrado al que le predican e imponen una
suerte de resignación abyecta ante la debilidad, tiene hombres fuertes
que sin ostentación dan de sí mismos todo aquello que permite la
permanencia de la vida; ellos mismos son este terco, milagroso
afirmarse constante de la existencia. En una amarga y silenciosa
epopeya dejando rastros sangrientos se entreteje la historia de un
pueblo que se obstina en llevar mucho tiempo su pesada cruz, en busca
de una esperanza que se llama patria”.
Por eso, quienes nos considerados leales seguidores de Sergio Almaraz
en varias oportunidades lo hemos equiparado con el mítico guerrero
español del siglo XV, Cid Campeador. Y tenemos el indeclinable
compromiso de seguir luchando por esos ideales patrióticos.
Que ahora, además, corresponden a una Patria Grande.