El 11 de mayo de 1968 murió Sergio Almaraz Paz, uno de los
bolivianos
cuya conciencia patriótica y sentido de lo
nacional todavía marcan la
historia boliviana, que tuvo, un día como hoy,
hace exactamente 60
años, uno de los mayores hitos de su vida
independiente: la
nacionalización de las minas, la recuperación
para que las administre
el Estado Boliviano de las minas que hasta
entonces habían vuelto
millonarios a un puñado de oligarcas, a costa de
la miseria de todo un
pueblo. Hoy, casi nadie menciona esa “rosca
minera” que fue la
golpeada por la nacionalización y que está
magistralmente retratada en
uno de los libros de Almaraz: El Poder y la Caída.
Pero la muerte sorprendió a Sergio cuando aún tenía mucho que
producir. Como él mismo dijo un año antes: “La
rosca minera constituye
el tema central de El Poder y la Caída, pero con relación al
examen
global del problema no es más que el antecedente
histórico. Mi
propósito –agregó- es el de un ensayo más
completo sobre el estaño. La
primera parte, aun limitada, está concluida. El
pasado queda cerrado
con la nacionalización, las tendencias que se
desarrollaron en su seno
y que en último término determinaron los cambios
de la política
boliviana, la enconada contienda que se libra en
torno a la fundición
y la metalurgia y la orientación adoptada en
materia minera en los
últimos años brindarán la temática del próximo
trabajo”.
Eso, que es apenas un párrafo de la amplia
producción de Almaraz, es
siempre pertinente, pero principalmente hoy,
cuando aquella primera y
por entonces sumamente audaz “nacionalización”
marcaría para siempre
la historia boliviana.
El trabajo precursor de Sergio, sin embargo,
está lejos de haber
concluido. Algo hemos avanzado en metalurgia,
pero mucho menos de lo
que la potencialidad minera boliviana
permitiría, con relativa
facilidad.
Pero ahora, además de la metalurgia, tenemos
pendiente la siderurgia y
principalmente la petroquímica, que a veces
sentimos que se volatiliza
en forma de promesas políticas.
Por eso vamos a rematar con otro pensamiento de
Sergio Almaraz, quien
en otro de sus libros “Réquiem para una
República” decía:
“Este, que es un país desgarrado al que le
predican e imponen una
suerte de resignación abyecta ante la debilidad,
tiene hombres fuertes
que sin ostentación dan de sí mismos todo
aquello que permite la
permanencia de la vida; ellos mismos son este
terco, milagroso
afirmarse constante de la existencia. En una
amarga y silenciosa
epopeya dejando rastros sangrientos se entreteje
la historia de un
pueblo que se obstina en llevar mucho tiempo su
pesada cruz, en busca
de una esperanza que se llama patria”.
Por eso, quienes nos considerados leales
seguidores de Sergio Almaraz
en varias oportunidades lo hemos equiparado con
el mítico guerrero
español del siglo XV, Cid Campeador. Y tenemos
el indeclinable
compromiso de seguir luchando por esos ideales
patrióticos.
Que ahora, además, corresponden a una Patria
Grande.
HACE SESENTA AÑOS