INDIGNACION IN CRESCENDO

Por:
Alberto Montero Soler

Publicado el 01/11/2012

Cuando uno contempla la realidad económica y social española y de ahí
amplía su mirada y la dirige hacia la de los pueblos portugueses o
griegos no puede dejar de hacerse algunas preguntas incómodas: ¿hasta
cuándo serán capaces de aguantar tanto sufrimiento? ¿Cuál será la
capacidad de resistencia de las estructuras familiares que, en estos
momentos, son la red última de seguridad para evitar la caída de
millones de personas en la exclusión social? ¿Merecen acaso dichos
pueblos la tragedia que están sufriendo cuando han vivido y siguen
viviendo en un entorno marcado, precisamente, por su grado de
desarrollo y la amplitud de sus estructuras de bienestar social? ¿En
qué momento entenderán que esta crisis solo admite soluciones de
ruptura y que toda propuesta reformista que no entre de lleno a las
razones de la crisis está abocada a prolongar el sufrimiento? Y en el
momento en el que entiendan esto último, ¿cuál será su reacción frente
a una clase política que ha borrado de su vocabulario, y no digamos de
sus políticas, el concepto de dignidad?

Como puede apreciarse, las preguntas no son pocas ni la incomodidad
que despiertan es menor. En cualquier caso, muchas de ellas ya están
siendo objeto de discusión en el marco de una reacción popular tan
particular como es la de los “indignados” en España.

Una reacción que surge al abrigo de una convocatoria puntual de
movilización ciudadana y que se ha convertido en foco de atención e
interés mundial. Su demanda no podía ser más básica y, al mismo
tiempo, más perturbadora: democracia real.

De repente, la crisis económica erosionaba el principal pilar de la
legitimidad de la clase política española: el acceso al consumo.
Mientras que la renta y los niveles de vida de la población fueron en
aumento y éstos se asociaron tanto al advenimiento de la democracia
como a la incorporación a la Unión Europea y, posteriormente, en la
Unión Monetaria nadie quiso cuestionar la pantomima democrática que,
desde los tiempos de la Transición, se ha vivido en España. La mejora
de las condiciones económicas, aún a pesar de su desigual
distribución, alejaba cualquier posibilidad de cuestionamiento del
orden político y ha tenido que ser el deterioro de las mismas el que
ha abierto la caja de Pandora.

De repente, una ciudadanía desideologizada y despolitizada, adormecida
por la condición de nuevos ricos generada al calor de la burbuja
inmobiliaria, descubría, con su estallido, que había entregado la
soberanía popular a una clase política que actuaba en connivencia con
los poderes económicos y en contra de sus representados; descubría que
sus condiciones de vida dependían, en última instancia, de la política
y no, como les habían hecho creer, de las leyes del mercado y su
capacidad de posicionarse en el mismo; descubría, paulatinamente, la
distinción entre la Política en mayúsculas y la clase política en
minúsculas.

El proceso no ha sido ni fácil ni ágil. Para muchos fue el
descubrimiento de las asambleas, del respeto a la palabra ajena, de la
importancia de la argumentación, de lo complicado que resulta la
propuesta en positivo frente a la crítica en negativo. En gran medida,
para la gran mayoría ha supuesto el nacimiento a su condición de seres
políticos que, aún en pañales, contemplan con ingenuidad el mundo que
les rodea y las formas de transformarlo.

Con ello no quiere minusvalorarse en lo más mínimo al movimiento, tan
sólo se lanza una nota de advertencia sobre sus posibilidades reales
de transformación de la realidad política española. Y es que, desde su
aparición, el movimiento de los “indignados” o el 15M como se le
conoce en España, es una expresión diferente, rara, anómala de los
movimientos sociales clásicos y eso es tanto la fuente de sus
fortalezas como de sus debilidades.

De sus fortalezas porque es una realidad en continua construcción,
capaz de reinventarse así misma bajo nuevas formas, que aglutina a
sectores sociales que hasta ahora habían permanecido estancos pero
que, ahora, confluyen en un sentimiento: la indignación. Una
indignación que puede obedecer a razones muy diferentes, disímiles
entre sí, pero que actúa como vector dinamizador de la protesta
ciudadana y se convierte en la principal expresión, frente a las
reivindicaciones concretas, del propio movimiento.

Pero, al mismo tiempo, esa forma anómala y ese actuar en torno a un
sentimiento y no alrededor de reivindicaciones concretas puede ser la
principal fuente de su debilidad. La alianza táctica entre quienes
desean simplemente reformar el sistema capitalista y entre quienes
plantean no sólo la necesidad de una reescritura completa del pacto
social que nos rige sino también la superación del capitalismo es muy
quebradiza, máxime en un contexto crecientemente represivo y dominado
por la virulencia de los recortes económicos y sociales. En ese
entorno, la influencia de las posiciones conservadoras, temerosas de
cualquier ruptura, puede impedir el avance hacia la única
reivindicación verdaderamente emancipatoria: democracia real y
efectiva.

http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-206080-2012-10-22.html

Alberto Montero Soler @amonterosoler ([email protected]) es
profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y presidente
de la Fundación CEPS. Acaba de publicar junto a Juan Pablo Mateo el
libro "Las finanzas y la crisis del euro: colapso de la Eurozona", en
Editorial Popular. Puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra
Economía.