
Ya tenemos aquí el tan esperado rescate bancario y, como no
podía ser
de otra forma, llega dando una nueva vuelta de
tuerca sobre la
economía española y, más concretamente, sobre
los trabajadores del
sector y sobre el conjunto de los
contribuyentes.
Hasta ahora, la condicionalidad asociada al
rescate, contenida de
forma convenientemente difusa en el Memorándum
de Entendimiento, había
afectado al conjunto de la economía tanto por la
vía de los ajustes
asociados a la persecución draconiana de un
equilibrio fiscal
imposible como por la de las reformas
estructurales centradas en el
mercado de trabajo y destinadas a quebrar
cualquier tipo de capacidad
negociadora de los trabajadores. Una
condicionalidad que se ha
convertido en la línea directriz de una política
económica que empuja
de manera suicida a la economía española hacia
un abismo sin fondo,
tal y como acaban de poner de manifiesto las
previsiones recién
publicadas de la OCDE para el año 2013.
Pero en el Memorándum también se decía que el
rescate tendría
implicaciones sobre el sistema financiero y que
éste debería verse
sometido a un proceso de reestructuración. Dada
la hipertrofia
adquirida por el mismo durante su proceso de
cebado de la burbuja
inmobiliaria, esto era, hasta cierto punto,
lógico y esperable. Nadie
puede dudar de que era necesaria una
reestructuración del sistema
financiero que eliminara parte de su excedente
de capacidad y lo
readecuara a las necesidades de una economía en
proceso de
desapalancamiento.
Pero, claro, hay reestructuraciones y
reestructuraciones y la que se
nos ha impuesto es de las que, más que ayudar a
una transición suave y
a amortiguar sus costes sociales y personales,
deja a los pies de los
caballos a los trabajadores, convirtiéndolos en
moneda de cambio de
unos beneficios que difícilmente aparecerán en
una economía en caída
libre como es la española. Aunque eso no debe
quitar el sueño a la
Comisión que sabe que detrás de las instituciones rescatadas
se
encuentra el erario público y, por tanto, el
dinero de todos los
contribuyentes por si aquéllas no pueden
devolver por sí mismas los
fondos recibidos.
Y es que, si algo no debemos olvidar, es que los
préstamos del
presente son los recortes sociales del futuro;
así de torcidos son los
renglones con los que escribe la troika sus
pactos mefistofélicos y
sólo de esa forma puede calificarse la
reestructuración llegada desde
Bruselas en el día de ayer cargada de argumentos
para la indignación.
Veámoslos.
En primer lugar hay algo que, aunque pudiera
parecer una cuestión
meramente nominal, creo que no lo es. Hablamos
de ayudas para
instituciones nacionalizadas a las que se aporta
fondos públicos
directamente y a las que se respalda el monto
del rescate con el
dinero de nuestros impuestos y, sin embargo,
sigue sin plantearse
ningún tipo de participación pública activa en
la gestión de las
instituciones, no sólo por ejercer mínimamente
el derecho de
propiedad, sacrosanto en el capitalismo, sino
para reconducir su
actividad hacia la recuperación del crédito.
Pues no, se les entrega
el dinero de todos y se les permite que sigan
con su negocio, que si
no responden ya lo hará el resto de españoles
por ellos.
En segundo lugar, nos encontramos con que tan
sólo cuatro
instituciones van a recibir, en total y de
momento, una inyección de
67.000 millones de euros de ayudas públicas
(37.000 millones aportados
por Europa y 30.000 millones aportados por
España, tal y como recoge
el comunicado de prensa de la Comisión Europea),
es decir, más del 6%
del PIB español, mientras se recortan cada día
derechos sociales que
afectan al bienestar de todos nosotros porque,
según nos dicen, no hay
recursos para atenderlos.
Las preguntas, entonces, son claras: ¿por qué
motivo estas
instituciones deben ser rescatadas y no se podía
permitir su quiebra y
que fueran los accionistas y acreedores quienes
cargaran con el coste
de la mala gestión? ¿Es realmente sistémica
Bankia como para que se le
inyecten 36.000 millones de euros? ¿Cuánto de
sistémicos tienen
NovaGalicia o Catalunya Caixa para que nos
cuesten 10.000 y 14.000
millones de euros, respectivamente? Y ya el
colmo es el caso de Banco
de Valencia que, en lugar de dejarlo quebrar, se
lo sanea
completamente con dinero público por valor de
7.000 millones de euros
y se vende a CaixaBank por 1 euro. Ahora que
cada cual piense lo que
quiera de la operación.
Si ninguna de las entidades rescatadas tenía
carácter sistémico, ¿qué
podría justificar entonces que no se les dejara
quebrar? Eso nos lleva
al tercer argumento para la indignación. La
única razón que podría
esgrimir el gobierno para legitimar el rescate
sería su voluntad de
proteger los puestos de trabajo del sector
intentando que la
reestructuración fuera lo menos traumática
posible. Pero tampoco es el
caso. Lo que acaba de hacer Bruselas con la
aquiescencia del gobierno,
que es quien avala los planes de
reestructuración de cada entidad, es
cortar por lo sano y facilitar que las empresas
traten de conseguir
beneficios por la vía de despedir masivamente
trabajadores. Es decir,
nuevamente el empleo se convierte en la variable
de ajuste del
sistema, su única vía para recomponer la tasa de
ganancia.
¿Qué más da si para conseguir beneficios Bankia
tiene que despedir a
6000 personas o NovaGalicia a 2500? ¿Por qué no
probamos a hacer los
números del rescate sobre otros parámetros y
dividimos los 1.000
millones de euros aprobados para Bankia en el
plan de rescate entre
los 6000 despedidos? El resultado no puede dejar
indiferente a nadie:
por cada despido Bankia recibirá de Bruselas 3
millones de euros (casi
1.000 millones de las futuras pesetas) que es,
paradójicamente, casi
la misma cantidad que se llevó Miguel Blesa al
abandonar Caja Madrid
(2,7 millones de euros). Ahora, si lo deseamos,
podemos devolver el
análisis a los parámetros financieros
convencionales y relacionar las
ayudas con los ratios de capital y las
provisiones o podemos, por el
contrario, preguntarnos cuánto, de esos tres
millones de euros por
despido, se destinará a pagar la respectiva
indemnización de cada
trabajador. ¿Correrán todos ellos la misma
suerte que Blesa? Un Blesa
que, para más inri, se enorgullecía en su
comparecencia parlamentaria
de haber multiplicado el balance del banco por
seis como si eso no
tuviera nada que ver con la quiebra de la
institución, como si el
incremento de cantidad no tuviera ningún tipo de
relación con la
calidad.
Eso sí, en cualquier caso que sepan esos
trabajadores que serán
inmolados por una causa superior y que, por
tanto, “su sacrificio no
será baldío”, como ha declarado Goirigolzarri,
porque sus despidos se
harán en aras de una “auténtica refundación” del
banco nacionalizado.
Ofrecer un consuelo de esa naturaleza a 6.000
trabajadores a punto de
ser despedidos es de una inmoralidad que raya en
lo obsceno.
Y, para concluir, hay algo que todos deberíamos
tener meridianamente
claro: nada garantiza que con estas reformas se
puedan obtener
beneficios o, si lo prefieren lo digo en roman
paladino, lo más
probable es que todas estas ayudas tengan que
ser devueltas con el
dinero de los contribuyentes. Y es que con las
limitaciones a las que
se ha sometido a las instituciones rescatadas
tanto en términos de
negocio (centrado en las pymes y particulares
cuya situación
financiera es de todos conocida), como
geográficas (lo cual no deja de
ser sorprendente: Bruselas ha restringido el
derecho de
establecimiento a nivel autonómico para estas
cuatro entidades.
¿Podría salir alguien de este gobierno a
explicarlo, por favor?) o
para la captación de financiación, mucho tendría
que cambiar la
coyuntura económica para que las entidades
pudieran generar los
beneficios necesarios para cubrir el monto del
rescate. Así que, por
lo que pueda pasar, vayan pensando que de aquí a
unos años la factura
de estas “ayudas” la tendremos sobre la mesa
para digerirla entre
todos. Y, si no, al tiempo.
http://www.fundspeople.com/gente/alberto-montero-soler/blog/el-rescate-bancario-prestamos-a-cambio-de-despidos