El desbaratamiento de la red de extorsión y corrupción cuya
fortaleza
fue establecida en las altas estructuras del
gobierno plurinacional ha
sido tal vez el golpe más duro que la corrupción
le dio a la
credibilidad del denominado proceso de cambio,
dando serias pautas de
que la corrupción heredada de anteriores
gestiones, y que es parte de
nuestra historia, no sólo no ha desaparecido
sino que ha logrado un
fortalecimiento que pocos suponíamos posible en
un gobierno cuyo
acceso al poder es consecuencia justamente del
anhelo popular de
expulsar para siempre esta perversión de las
estructuras estatales.
En verdad el esquema instaurado por un grupo de
extorsionadores es por
lo menos motivo de sorpresa dentro y fuera del
país, y muestra cómo el
entramado legal puede ser utilizado por grupos
delictivos que logran
un acceso al poder. El caso que tratamos va
mucho más allá de un caso
de corrupción funcionaria pues involucró al
armazón judicial y otras
estructuras del Estado que aún no se han
especificado. De hecho se
mencionaron las presiones sobre algunos jueces
gracias a un inaudito
poder que las nuevas normas jurídicas habrían
concedido al trabajo de
los fiscales.
El Ministro de Gobierno aseguró que el 100 por
ciento de la
investigación que permitió la caída de la red de
extorsión se gestó en
su ministerio, desmintiendo versiones
periodísticas que aseguran la
participación de investigadores del FBI, aunque
el presidente Evo
Morales aseguró que ordenó la investigación del
caso tras conocerlo
gracias a mensajes que llegaban a su celular. No
queda muy claro el
papel que le cupo desarrollar al actor Sean Penn
–nominado poco antes
“embajador del Mar” por el Primer Mandatario–
tras su visita a la
cárcel Jacob Ostreicher, la principal víctima
del caso.
Pero, más allá del hecho de conocer las tareas
que culminaron con la
caída de este grupo extorsionador que había
logrado un poder que
parecía inexpugnable, creemos en la necesidad de
que la investigación
despeje cualquier duda en torno a la
organización de este grupo
delictivo y si no están involucrados
funcionarios de un estrato mayor
al de quienes ya han sido individualizados y
enviados a la cárcel. No
olvidemos que el caso Ostreicher no es el único
que manejaba esta red,
ellos tenían a su cargo otros nueve casos que el
Gobierno
Plurinacional consideró “claves”, desde el caso
Terrorismo en Santa
Cruz.
Tampoco podemos dejar de lado las “ganancias”
logradas en dichos
casos, más aún si reparamos que sólo la venta
del arroz confiscado al
señor Ostreicher representaría la suma de 27
millones de dólares, esto
sin mencionar las ganancias logradas por la
venta de sus tierras y
ganado. ¿Dónde fue a parar semejante suma de
dinero? ¿En qué banco se
la ha depositado y quiénes son dueños de esas
cuentas? Los montos de
la extorsión a los acusados en los otros nueve
casos también deben
alcanzar cifras exorbitantes, y se supone que
las leyes contra el
enriquecimiento ilícito recién aprobadas nos
permitirán saberlo.
También queda mencionar la necesidad de una
remoción severa en las
estructuras legales, no olvidemos que la
aprobación de leyes con
términos tan drásticos que son capaces de poner
en duda principios
universales como la presunción de inocencia, son
las que el cártel de
extorsionadores recurrió para lograr sus fines.
También sería justo
buscar algunas bases para lograr cierta
fiscalización en el trabajo de
jueces y fiscales que, de alguna manera, no sólo
permitirían terminar
con este lastre que significa la retardación de
justicia y otras
obligaciones económicas que suelen exigirse a
ciertos acusados.
Los logros de estos objetivos ayudarían a
recuperar por lo menos parte
de la credibilidad que el Gobierno Plurinacional
ha perdido a causa
del proceso gestado desde sus propias
estructuras por este grupo
delictivo
LAS ESTRUCTURAS DE LA CORRUPCION