
Hace 75 años, en 1958, el historiador mexicano Edmundo OGorman
publicó un libro titulado La invención de América, con el que sacudió la
historiografía dedicada a documentar y explicar el descubrimiento y la
conquista americana. Inventar, significa, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua, hallar o descubrir
algo nuevo o no conocido. En su texto, O ´Gorman explica, de manera novedosa
para su tiempo, la forma en la que el relato sobre la historia y el devenir del
“nuevo continente” fue construido. Hoy, retomando esa imagen, podemos decir que
América Latina se está reinventando.
El concepto América Latina tiene tras de sí una
larga historia. Muchos años antes de que OGorman publicara su obra, en 1857, el
escritor colombiano José María Torres escribió en su poema Las dos Américas las
claves del nuevo imaginario regional: “Mas aislados se encuentran,
desunidos/Esos pueblos nacidos para aliarse:/La unión es su deber, su ley
amarse:/Igual origen tienen y misión;/La raza de la América latina,/Al frente
tiene la sajona raza,/Enemiga mortal que ya amenaza”. Poco antes, en 1856, el
filósofo chileno Francisco Bilbao, había usado durante una conferencia, el
mismo término.
La región está en un proceso de reinvención
porque su visión de sí misma, su destino como territorio y su relación con las
grandes potencias, especialmente con Estados Unidos, se está transformando
radicalmente. Si, hasta ahora, su inserción con el resto del mundo ha estado
condicionada por la presencia de las potencias imperiales (España, Portugal,
Inglaterra, Francia y Estados Unidos), con el nuevo siglo ha comenzado a
construirse como un conglomerado de naciones con procesos de integración
crecientemente soberanos.
Se trata de un proceso complejo, ambiguo, en
ocasiones contradictorio, que no avanza en línea recta, en el que no todo está
definido y cuyo destino final no está aún escrito. Un proceso en el que sus
riquezas naturales, como la abundancia de agua dulce (alrededor de la mitad del
planeta), sus reservas de petróleo y gas, sus recursos minerales y la riqueza
de su biodiversidad, desempeñan un papel central.
Como señas distintivas de esta reinvención se
encuentran, entre otras, la refundación de varios Estados nacionales a partir
de Asambleas Constituyentes; la ruptura con el Consenso de Washington; la
recuperación de su soberanía petrolera, de sus recursos naturales y bienes
estratégicos; la puesta en práctica de políticas de inclusión social,
redistribución de la renta y reconocimiento de la diversidad cultural; la
existencia de poderosos movimientos sociales emancipatorios, y la firma de
acuerdos de integración regional guiados por la idea de la cooperación, la
complementación económica y la ayuda mutua.
Esta reinvención de América Latina implica,
obligadamente, una nueva redefinición de su lugar en el orbe, en el que
abandone su lugar como “patio trasero” de Estados Unidos. Un nuevo rol
internacional en el que tiene como herramientas medulares, la construcción de
foros y entidades regionales sin presencia de Washington –Mercosur, Unasur,
Alba y Celac– y la diversificación de las relaciones económicas, comerciales y
tecnológicas con naciones que, en otras zonas del planeta, hacen contrapeso
geopolítico a Washington, como China, Rusia e Irán.
El fin de la Doctrina Monroe
El pasado 18 de noviembre, en la sede de la Organización de
Estados Americanos (OEA), el secretario de Estado, John Kerry, anunció el fin
de la era de la
Doctrina Monroe, y la decisión de Estados Unidos de compartir
responsabilidades con los otros países del continente y tomar decisiones como
compañeros en el marco de una relación de iguales.
Sin embargo, tan pronto como fue proclamado, ese
supuesto fin del viejo enunciado colonialista redactado por John Quincy Adams y
enunciado por primera vez por el presidente James Monroe –América para los
americanos–, fue desmentido por el jefe de la diplomacia estadunidense.
Contradiciendo sus palabras, marcó la agenda de su país para la región:
promover la democracia, mejorar la educación, adoptar nuevas medidas de
protección ambiental y desarrollar el mercado energético. Y, ya encarrerado,
criticó a los gobiernos de Cuba y Venezuela.
El fin de la Doctrina Monroe
tiene, como telón de fondo, una pérdida relativa de la influencia de Washington
en la región, no como producto de una decisión de la superpotencia, sino como
resultado de las luchas de los movimientos sociales y la elección de gobiernos
progresistas que reivindican la recuperación de la soberanía, la ruptura con el
neoliberalismo y la integración latinoamericana. Estos proyectos han modificado
el esquema de relación con Estados Unidos.
Sin embargo, este cambio no ha implicado, ni
mucho menos, el fin del dominio estadunidense en la región. El Imperio está muy
lejos de ser un tigre de papel. A pesar de los problemas que enfrenta en todo
el mundo y del surgimiento de nuevos ejes de poder, su supremacía militar, el
vigor de sus empresas e inversiones, su capacidad para condicionar los flujos
comerciales a su favor, la hegemonía semántica de sus industrias culturales y
la fortaleza de sus agroindustrias lo convierten en la única potencia
estratégica global.
Estados Unidos es el país con mayores gastos
militares en el mundo. En 2011, su presupuesto para este rubro representó el 40
por ciento de los gastos totales en el planeta, seguido, muy de lejos, por
China y Rusia. Es, también, el principal fabricante y exportador de armamento.
Este predominio tiene tras de sí una poderosa base productiva. Lockheed Martin,
Boeing y BAE Systems lideran la industria militar mundial. Las dos primeras son
estadunidenses.
Su poderío y superioridad bélica se complementan
con las 827 bases militares en el mundo, 27 de ellas en América Latina. En
abril de 2008, restableció el funcionamiento de su IV Flota, responsable de las
operaciones en el Caribe, América Central y América del Sur.
A pesar de sus dificultades, la economía
estadunidense sigue siendo la de mayor magnitud del planeta. Su PIB nominal
representa una cuarta parte del PIB nominal mundial. De las 500 empresas más grandes
del mundo, 133 tienen su sede en Estados Unidos, el doble del total de
cualquier otro país. Por ventas, 8 de las 10 principales compañías del orbe son
estadunidenses; por valor, 9 de cada 10, por tecnologías de la información y
comunicación, 3 de las 4 primeras. Ese Imperio conserva, a pesar de las
relocalizaciones, un relevante y competitivo sector industrial, especializado
en alta tecnología, que elabora el 20 por ciento de la producción manufacturera
de la tierra. Su mercado financiero es el más grande.
Para la Casa Blanca la comunicación y las nuevas
tecnologías asociadas a ellas, han sido, desde la década de los 50 del siglo
XX, asunto de Estado. Sabe que quien conduzca la revolución informática será
quien dispondrá del poder en el futuro. Los artículos culturales y de
entretenimiento son una de sus principales generadoras de divisas. Su presencia
rebasa la esfera exclusivamente mercantil: sus productos venden un estilo de
vida, son parte de una hegemonía semántica.
Estados Unidos es el mayor exportador agrícola
mundial y manda la mitad de su trigo y soya y, tres cuartas partes de su
cosecha de algodón, a compradores internacionales. China es el principal
destino de las ventas en este terreno.
La presencia de Washington en América Latina en
todos estos rubros es notable. Es el principal abastecedor de armas a la
región, a pesar de la creciente exportación rusa y china. De lejos, es la
potencia militar más influyente en el área. Es, también, el principal inversor
extranjero directo. Todo tipo de empresas de ese país hacen negocios en el
hemisferio.
A pesar de la creciente presencia china, los
consumidores latinoamericanos compran en sus países una vasta variedad de
mercancías con el sello “Made in USA”. Las exportaciones de automóviles,
computadoras, maíz, trigo, series de televisión, carnes, películas, jugos y
frutas congeladas, celulares, juguetes, cosméticos, combustibles y aeronaves no
cesan. De los 20 acuerdos de libre comercio que Estados Unidos tiene con
diversos países en el mundo, la mitad de ellos fueron firmados con naciones
latinoamericanas y del Caribe. En 2011 las exportaciones de productos
estadunidenses a los países de este subcontinente alcanzaron los 347 mil
millones de dólares. El aumento de 54 por ciento en las exportaciones a la región,
es mayor a la tasa promedio de crecimiento de exportaciones con el resto del
mundo. Aproximadamente, el 85 por ciento de los bienes que comercia Washington
entran libres de impuestos en Chile, Colombia, Costa Rica, República
Dominicana, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México, Panamá y Perú.
Por si fuera poco, como lo señaló Julian
Assange, el 98 por ciento de las telecomunicaciones desde América Latina hasta
el resto del orbe pasan por Estados Unidos, incluidos mensajes de texto, llamadas
telefónicas, correos electrónicos. Ese país tiene a la mano la información de
cómo se comporta la región, la ruta que siguen las transacciones económicas, el
comportamiento y las opiniones de los principales actores políticos.
Aunque formalmente declare el fin de la Doctrina Monroe,
su intervencionismo en la región es evidente, a través de temas como el
narcotráfico, el terrorismo y la migración, además de su participación
“discreta” en golpes blandos como los registrados en Honduras y Paraguay. Su
influencia se hace sentir, también, en la apuesta por la Alianza del Pacífico, como
contrapeso a los otros procesos de integración de América Latina.
El dragón chino
La actual bonanza económica de América Latina
está estrechamente asociada a la entrada de China en el hemisferio. El dragón
asiático es un voraz consumidor de los alimentos, minerales y metales, y
combustibles que se producen en la región. La inversión de ese país fue central
en permitirle al área enfrentar sin grandes descalabros la recesión económica
de 2009.
La presencia china en el hemisferio aumenta
aceleradamente en todos los rubros: intercambios comerciales, inversiones
directas, financiamiento e, incluso, actividades culturales. Salvo un declive
en el crecimiento o graves conflictos políticos en la nación asiática, nada
parece indicar que esta tendencia vaya a desaparecer.
Las inversiones de la patria de Mao Tsetung en
América Latina aumentaron de 15 mil millones de dólares en 2000, a 200 mil millones en
2012. En 2017 podría alcanzar la cifra de 400 mil millones. El volumen de
comercio de este país con Brasil, Chile y Perú, superó al que estas naciones
tuvieron con Estados Unidos. El gigante oriental fue, también, el segundo
destino comercial de Argentina, Costa Rica y Cuba. El 40 por ciento de las
exportaciones agropecuarias de la región van a este país(1).
Las inversiones directas de China en el área en
2011 superaron los 8 mil 500 millones de dólares. Y, entre 2005 y 2011,
concedió préstamos a países del hemisferio por 75 mil millones de dólares. Se
trata de inversiones y préstamos no condicionados a la aceptación de dogmas de
desarrollo, consideraciones ideológicas o criterios estrictamente políticos.
Ellos hablan siempre de cooperación y apoyo mutuo.
Según reporta el periódico El País, la
dependencia de la economía de América Latina con China es tan grande, que por
cada 1 por ciento que crece el PIB en el país asiático, aumenta un 0.4 por
ciento en la región; por cada 10 por ciento que crece el dragón asiático, se
incrementa las exportaciones del hemisferio en un 25 por ciento.
La creciente presencia China en un área que
tradicionalmente ha sido zona de influencia estadunidense, no se ha topado con
la animadversión de Washington. El Imperio ha buscado contener y administrar el
impacto de la potencia oriental, y circunscribirlo a la esfera estrictamente
económica. A su vez, Pekín ha actuado con cautela y ha dejado claro que su
intención es ampliar sus fronteras económicas.
Entrevistado por El País, Daniel P. Erikson,
asesor de la Oficina
para Occidente del Departamento de Estado de Estados Unidos, dijo, cauteloso,
que la creciente economía del país asiático le obliga a buscar nuevos mercados,
una necesidad que también comparte América Latina por los mismos motivos.
El oso ruso y las mineras canadienses
Impulsada por las crecientes ventas de armamento
a América Latina, Rusia ha comenzado a redibujar su presencia en la región.
Entre los quinquenios 1999-2003 y 2004-2008, las exportaciones de armamento del
oso al hemisferio se incrementaron en un 900 por ciento. Se trata de su nuevo
mercado de productos bélicos más relevante. Rusia abastece equipo militar a la
región en mejores condiciones de pago y de entrega, también sin
condicionamientos políticos. Con Venezuela ha realizado maniobras militares
conjuntas.
Sus negocios en la región, sin embargo, van más
allá de este asunto. El antiguo imperio de los zares invierte en el área,
también, en petróleo, metalurgia, vivienda, hidroeléctrica y fabricación de
autobuses.
La principal carta de presentación de Canadá en América Latina son sus empresas mineras. Según datos del 2008 las empresas canadienses controlan aproximadamente el 37% de la producción minera. Actualmente están activas 286 empresas y mil 500 proyectos, aunque aún no todos en explotación(2). Todas ellas han dejado una cauda de evasión fiscal, saqueo, contaminación masiva, problemas de salud pública, corrupción, desposesión, violencia contra opositores.
Canadá es la principal potencia minera del
mundo. El 75 por ciento de las mineras del orbe se registran en Canadá y el 60
por ciento emiten sus acciones en la
Bolsa de Valores de Toronto. Muchas de ellas son sólo
formalmente canadienses porque, en realidad, son compañías con capitales
australianos, suecos, israelíes, belgas y estadunidenses.
La legislación minera canadiense es flexible y
en su régimen impositivo generoso con los inversionistas. Ellos son favorecidos
en su financiamiento y en el terreno diplomático y judicial. Las empresas que
cotizan en la Bolsa,
pueden poner en valor yacimientos potenciales. De hecho, algunas sacan sus
ganancias de la especulación bursátil en torno a yacimientos potenciales.
En todos los países de América Latina en el que
operan mineras canadienses a cielo abierto se han producido severos conflictos comunitarios.
Esa es hoy la marca distintiva de las relaciones establecidas entre América
Latina y su otro vecino del norte.
La reinvención
América Latina está en un proceso de reinvención
como hemisferio. Su futuro no está aún definido, su destino final no está
escrito. El hemisferio está redefiniendo su inserción en el mundo.
En la última década, la región ha obtenido
ingresos extraordinarios por la venta de materias primas, y capitales para la
inversión de valores, exacerbados por liquidez abundante provista por los
bancos centrales del mundo y tasas de interés históricamente bajas. Pero hoy,
ese ciclo, apunta a su fin. Por ello, su reinvención implica necesariamente,
una redefinición de su inserción en un mundo multipolar, en el que modifique su
actual rol de proveedor de materias primas, que lo coloca en una situación
frágil y vulnerable, para buscar un tipo de industria con tecnología de punta y
el desarrollo de las manufacturas, al tiempo que desarrolla su mercado interno
con equidad y justicia. Si no lo logra, sus sueños de integración e
independencia, anunciados por José María en su poema Las dos Américas, serán
muy difíciles de realizar.
1 http://www.wilsoncenter.org/sites/default/files/ LAP_120810_Triangle_rpt.pdf
2 Ver: “La minería canadiense en América Latina.
Un panorama contemporáneo”, de Arthur Phillips, Mary Roberts, Alix Stoicheff y
Saviken Studnicki-Gizbert.
- Luis Hernández Navarro es coordinador de
Opinión y articulista de La
Jornada de México.
* Este texto es parte de la revista América
Latina en Movimiento, 490-491, correspondiente a noviembre - diciembre de 2013,
que recoge intervenciones y artículos de los participantes en el Encuentro
Latinoamericano "Democratizar la palabra en la integración de los
pueblos". http://alainet.org/publica/490.phtml.