Patria Grande y hegemonía de la clase trabajadora en el camino por la liberación nacional

Por:
Néstor Gorojovsky

Publicado el 01/03/2014

El amigo Gilberto Felisberto de Vasconcellos nos pidió que hiciéramos alguna reflexión, al retomar el contacto con los lectores brasileños a través de Caros Amigos, sobre la relación entre Bolívar y Marx. Hijos intelectuales de Jorge Abelardo Ramos como somos, no podemos sino hacerla a partir del rescate de un texto de Ramos ahora algo olvidado, que se titulaba “Bolivarismo y Marxismo”.

Ese texto era la conclusión final de la edición de 1968 de la “Historia de la Nación Latinoamericana”[1]. Libro deslumbrante, de gallarda andadura en su intento de contribuir a la formación de una nueva generación de revolucionarios latinoamericanos en las tareas esenciales de la época, esa edición de 1968, agotada ya mucho tiempo atrás, reconoció nueva vigencia cuando -por esos imponderables de la política, que a veces se divierte con la vanidad humana-, llegó a las manos del Comandante Hugo Chávez[2].

El gran líder bolivariano descubrió en esa versión original de la obra de Jorge Abelardo Ramos lo más cercano a una conceptualización teórica de la Revolución Bolivariana. Fiel a su estilo y espíritu, la dio a conocer de inmediato por los medios masivos de comunicación, sin inquietarle (¿ignorando quizás?) que en ediciones posteriores el autor del texto hubiera retirado el capítulo final, que exponía la necesaria unidad entre bolivarismo y marxismo como garantía de triunfo y perduración de la unidad nacional latinoamericana.

Trataremos de rescatar aquí, para el público brasileño, lo esencial de ese capítulo.

El punto de partida conceptual de la lucha de la Izquierda Nacional, que Ramos sintetiza allí, es la idea de que todos los países que se extienden al Sur del Río Grande tienen un problema común. Ese problema es una cuestión nacional irresuelta. Y esa cuestión es la del ejercicio pleno del derecho a la unidad nacional de América Latina.

Según esa tesis, la reunificación nacional latinoamericana es, simplemente, el resultado natural de arraigar la acción política en las tendencias inmanentes más profundas de nuestras grandes masas populares, tendencias reconocibles en nuestra historia y guía segura en la práctica política. Lo impuesto es la balcanización[3]. Lo natural es la reunificación. Esa reunificación nacional bolivariana es la vía específica y la culminación necesaria de nuestra revolución. “Bolivarismo y marxismo”, sin embargo, da un paso más.

Para el Ramos de 1968[4], el mismo que maravilló a Chávez décadas después, “indios caribes, proletarios de la siderurgia, peones de estancia, campesinos sin tierra, chacareros ricos, quechuas de milenarias comunidades estáticas, estudiantes politizados, …militares de encontradas tendencias y desniveles históricos profundos”, conformaban un cuadro que “se resiste a una fórmula simple”, tanto en su relación antagónica con respecto a “oligarquías extranjerizantes” como en la compleja dialéctica que las unía o enfrentaba a (nuestro énfasis) burguesías nacionales frágiles y cobardes (1968, p. 599).

De esto último deducía Ramos que en América Latina la resolución de las tareas democráticas y nacionales solo puede lograrse por medio del socialismo (p. 600)”. Es más: “la aparición del proletariado en la América Latina del siglo XX ha planteado desde nuevas bases la tarea de su revolución inconclusa” y “el plan bolivariano sólo podrá desenvolverse bajo las banderas del socialismo” (íd., 597). Es que, explicaba, “la burguesía nacional es incapaz de lograr el dominio político en el interior de cada Estado balcanizado; con mayor razón, ni sueña con la unidad de todos ellos… la tarea de Bolívar pasa a los discípulos de Marx. Estos no podrán realizarla, sin embargo, sin la tradición de Bolívar ni volviendo las espaldas a los movimientos nacionales.” (p. 600).

Para las formas no bolivarianas del pensamiento socialista, la ruta de la revolución pasa por denunciar como “no socialistas”, a los movimientos nacionales, y atacarlos. Con lo cual se colocan inmediatamente -“por izquierda”, eso sí- del lado de la contrarrevolución. Ramos plantea que, por el contrario, corresponde imprimir un rumbo socialista a la lucha de liberación nacional que llevan esos movimientos, para lo cual se debe “reunir a Marx con Bolívar”, la cuestión social y la cuestión nacional.

Ese “marxismo bolivariano” se caracteriza por considerar todas las formas de la acción política como “fases de una misma estrategia cuyo corolario no puede ser otro que la formación de los Estados Unidos Socialistas de América Latina” (íd., 599), puesto que “el carácter combinado de nuestra realidad social determina las formas mixtas, nacionales y socialistas, de nuestro programa” (600)[5].

América Latina constituye una nación fragmentada que necesita reunificarse, y solo con la hegemonía de sus sectores más sumergidos en la lucha por la reunificación se lograría llevarla a cabo. Ésa es la tesis completa. El resto, nada menor, pero al fin de cuentas “el resto”, es ponerla en práctica en cada situación concreta. Cada una de las astillas es hoy una combinación única de recursos naturales, medios de producción, distribución y cambio, y clases sociales.

Pero, fundamentalmente, dos siglos de historia en aislamiento que han generado intereses, vinculaciones, una cultura, tradiciones, sentimientos, lugares comunes y percepciones colectivas que no pueden borrarse por un decreto. Forzada por dos siglos de soledad a desarrollar su política en el reducido ámbito provinciano, cada una deberá encontrar su camino hacia la Patria Grande. La única “receta” es que esta última solo se podrá efectivizar bajo el comando de los trabajadores y las clases populares.

Cuando percibimos, en nuestros días, las dificultades que tienen las burguesías nacionales latinoamericanas para sostener a los gobiernos que intentan fortalecerlas frente al imperialismo (ni hablemos de su ceguera ante el sentido que debe tener la reunificación nacional, ceguera que es por cierto muy notoria en la burguesía “bandeirante” hegemónica en el Brasil de hoy), no podemos sino concluir, por nuestra parte, que el Ramos de 1968 tenía toda la razón.

De allí el rescate de ese capítulo omitido: el camino del bolivarismo solo podrá encontrar verdadera culminación si se lo recorre con la preocupación permanente de asegurar la hegemonía de los trabajadores y los más oprimidos en la conducción de la larga marcha que nos espera; es ése el principal mandato del “marxismo bolivariano” que Ramos, en 1968, presentó tan magníficamente por primera vez.

Ese camino está aún por recorrerse. A ello nos convocó, casi como mensaje final, Hugo Chávez Frías.



[1] Ramos, Jorge Abelardo. Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor, 1968.

[2] En ediciones posteriores, el autor eliminó ese capítulo. Por lo tanto, no se lo encuentra en la –por lo demás excelente y absolutamente recomendable- versión de la “Historia de la Nación Latinoamericana” que la Editora Insular, de Florianópolis, publicó en 2011. Esta edición traduce puntillosamente al portugués la versión en castellano de las editoriales Peña Lillo/Continente en Buenos Aires, también de 2011, que entre otros cambios con respecto a la versión de 1968 reemplaza dicho capítulo por una alocución de Jorge Abelardo Ramos, en su carácter de embajador argentino en México, con motivo de la fundación en 1991 de una cátedra universitaria de América Latina.

[3] Balcanización: política de poder, ejercida desde una o varias potencias dominantes, sobre otras formaciones económico sociales, que consiste en disgregarlas políticamente en varios estados impotentes, o en fomentar disgregaciones preexistentes que ya fueron superadas por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.

Es la forma territorial de la política colonial general de "dividir para dominar". Políticamente, se apoya en las clases sociales más retardatarias de la formación balcanizada y ataca a las más progresistas y revolucionarias.

Algunos ejemplos, además del latinoamericano: la política anglofrancesa sobre los Estados alemanes, desde el siglo XVII hasta 1871; la política austro-papista en Italia, desde el siglo XV (Maquiavelo luchó contra ella) hasta 1860; la política austrohúngara y turca sobre los pueblos balcánicos (de allí su nombre), entre los siglos XVII y XX, y aún en nuestros días; el astillamiento en decenas de Estados inviables de las posesiones francesas en África; la política de "bantustanes" anglobóer con respecto a los habitantes negros de Sudáfrica; la política francesa en Indochina; la política británica en la India, que tuvo un éxito parcial al dividir al país en tres (Pakistán, India y Bangla Desh) después de la independencia.

El último ejemplo vivo de balcanización fue el protagonizado por los secesionistas de Sudán del Sur, que con apoyo occidental e israelí partieron en dos al Sudán para impedir que la China contara con una fuente favorable de hidrocarburos en África Oriental.

En nuestro caso, tenemos la política anglofrancesa en la Península Ibérica que impidió la fusión natural de los pueblos peninsulares en un solo Estado y repercutió luego en la división entre lusoamericanos e “hispano”americanos, pero la garantizó tanto en el actual Reino Unido como en Francia no sin la aplicación de una furiosa violencia (persecución de los albigenses y hugonotes en Francia, integración forzosa de Escocia y de Irlanda en el Reino Unido) desde el poder centralizador.

[4] Y también, es justicia decirlo, para Jorge Enea Spilimbergo, quien -después de verse obligado a emprender rumbo propio a partir del paulatino pero creciente alejamiento de Ramos con respecto al marxismo bolivariano- mantuvo en vigencia, hasta el último día de su vida, las tesis que Ramos había expresado en 1968.

[5] No escapará al lector medianamente informado que la raíz de estas dos concepciones está en León Trotsky. El compañero de Lenin en la revolución de Octubre lanzó la consigna de “los Estados Unidos Socialistas de América Latina” desde su exilio en 1934, es decir cuando todavía no había llegado a conocer América Latina a través de su estadía en México. Bolivarianismo y marxismo llegaban a idénticas conclusiones antes incluso de conocerse mutuamente. Que los autodenominados “trotskistas” de nuestros días no tengan nada que ver con este planteo es problema de ellos, y no de Trotsky, quien tal como Marx “sembró dragones y cosechó ratones”.