Macondo no es un pequeño pueblo caliente, en las orillas del rio Magdalena y donde suceden cosas sorprendentes, mágicas, porque Macondo es toda América Latina, donde la realidad está siempre acompañada de magia, por eso, hoy nosotros escribimos también desde Macondo.
Gabriel García Márquez, (Gabo) el periodista que nos hizo conocer Macondo ya no está, pero la magia macondiana no desaparecerá nunc a más, estará siempre presente en las extravagancia de ese Patriarca que llegó al poder casi absoluto, solamente porque quería conocer el mar.
No es difícil descubrir en ese personaje de Gabo al venezolano Gómez, al boliviano Melgarejo, al dominicano Trujillo o a cualquier de esos personajes que han caracterizado siempre a esta tierra mágica, donde por supuesto no es raro que hasta una vaca se asome por un balcón presidencial.
Ese Patriarca, cuyo otoño fue magistralmente imaginado por García Márquez, es uno de los libros mejor escritos en la lengua castellana y el mismo Gabo en varias oportunidades dijo que deseaba ser recordado por El Otoño del Patriarca, que no es solamente literatura, sino mucho más.
Porque con ese lenguaje simbólico magistralmente manejado, el mágico
inventor de Macondo, cuya muerte duele tanto, nos aproximó a los laberintos del
poder, que tanto apasionó a ese escritor que pudo, también, convertir en
héroe humano a ese libertador que quisieran hacernos creer que es de bronce y
está en un pedestal.
Porque con lectura crítica, se da cuenta uno que el Patriarca no es una
persona, sino el símbolo de un sistema de poder, que a veces tiene que recordar
cómo es su nombre, porque él mismo suele creer que es liberal,
social-demócrata, neo-liberal o tener cualquier otro nombre.
Cerca de él, su madre simboliza algún poder institucional, (¿la ONU?), para
recordarle su nombre con papelitos que esconde junto a miel, en aquella inmensa
casa del poder que el patriarca tiene el hábito de recorrer todas las noches,
apagando las luces. Eso es magia.
Ese realismo mágico fue utilizado por el creador de Macondo en el Otoño del
Patriarca para decir que el sistema, con cualquier nombre que adopte, no tiene
futuro, no puede tenerlo porque nació sin líneas en las manos.
Esa magia está en toda
la creación de Gabriel García Márquez, lo mismo en La Cándida Eréndira, que es
explotada por su Abuela Desalmada, que en esa Remedios, la bella, que en pleno
país de las abundantes leyes, como es Colombia, Remedios no respeta ni la ley
de la gravedad.
Ahora el Mago, a quien nos hizo conocer en 1958 un profesor de literatura
llamado Ricardo Rada, ya no está y no solamente Macondo lo está llorando, sino
el mundo entero, donde de vez en cuando aparecen unos retacitos macondianos.
Por eso, para terminar esta humilde nota de homenaje, vamos a utilizar una idea del inolvidable Pedro Shimoshe, quien, cuando escribió sobre Bolivia en el exilio, dijo que quería gritar pero que le salía espuma.
Hoy, a nosotros, se nos vuelven agua salada los ojos.