LA RUSIA ZARISTA EN HISPANOAMERICA

Por:
Roberto A. Ferrero

Publicado el 01/05/2014

Es interesante saber que, antes de la construcción de los partidos comunistas de América Latina obedientes a Moscú, la Rusia Zarista había estado ya presente en nuestro continente a partir de una política expansionista que tenía su base en los yermos helados de Alaska. Si existió, desde una perspectiva geopolítica, una continuidad histórica entre este expansionismo y el practicado por la burocracia soviética en una etapa posterior, es sin embargo pertinente señalar que el primero se realizó por la vía de la extensión territorial de su dominio, mientras que el segundo se valió de la instrumentación política de los partidos stalinistas, salvo en Europa Oriental y Central, donde la conquista militar apenas quedaba disimulada por la fachada de gobiernos “socialistas” impuestos por la fuerza y el fraude.

La mencionada base de partida, el  territorio de Alaska -hoy el Estado n° 49 de la Unión norteamericana- , había sido explorado por los ingleses en 1778 y por diversas expediciones  marítimas  en 1775,1779, 1788, 1790 y 1791 realizadas por los españoles, quienes reivindicaban la región y toda la costa americana del Pacífico en virtud de  la bula Inter  Caetera, por tratarse de tierras al oeste de la Línea de Tordesillas que les adjudicara el Papa Alejandro VI. Sin embargo quienes colonizaron efectiva y permanentemente alguna de sus islas, parte de la costa y las Islas Aleutianas fueron los rusos, cuya presencia se concreta mediante la creación  de un  establecimiento comercial en la isla de Kodiak en 1784 por parte de GrigoriIvánovichShélijov, llamado el “Colón ruso”, quien previamente había aplastado sangrientamente la resistencia de los nativos de las Aleutianas. Más tarde, mediante la concesión del monopolio de los derechos de caza y comercialización que le hiciera el Zar Pablo I° (1796-1801), NicoláiPetróvichRezánov organizó la “Compañía Ruso-americana” de 1799, con apoyo de la administración zarista. Tras fundar una factoría peletera en  Sitka, el nuevo representante de la Compañía AleksandrBaránov, debe afrontar la destrucción de la misma por parte de los  nativos tlingitsen 1802, pero vuelve a los dos años, masacra a los tlingits y reconstruye Sitka bajo el nombre de Novo-Arjánguelskaya. A partir de entonces, la  Compañía ( RAK por sus iniciales) comienza su expansión costera hacia el sur, sobre territorios de la actual Columbia Británica (Canadá), Oregón -disputado entre Inglaterra y EE.UU.- y Alta California, parte integrante del Virreinato de Nueva España (luego Méjico). Incluso editan un atlas geográfico de la zona.

  Se fueron así escalonando factorías comerciales especializadas en el comercio de pieles, especialmente de la muy apreciada nutria marina, en un número que alcanzaba los 23 establecimientos en las vísperas de la Venta de Alaska a Estados Unidos. El más meridional de ellos fue el llamado “Fuerte Ruso” (Krépost Ross, en ruso; hoy Fort Ross), situado  en la costa novohispánica de  la Alta California, 80 kilómetros al norte de la actual ciudad de San Francisco, aproximadamente en el paralelo 38° 33´, en las vecindades de una misión franciscana y el presidio de Sonoma en la Bahía de Bodega, rebautizada Bahía Rumiantaev. Había sido organizado en 1812 por Ivan A. Kuskov, administrador de la Compañía, con el objetivo de constituirse en un centro agrícola capaz de abastecer con continuidad a las demás factorías situadas más al norte y en la Alaska insular y continental. A esos efectos, fue dotado de “un pequeño establecimiento portuario con astillero, el primero de California”(1). Algunas decenas de soldados, funcionarios  y cazadores rusos, polacos, aleutianos y californianos criollos fueron sus primeros habitantes. Simultáneamente, marinos y militares rusos, antes y después de los años de la Independencia mejicana, exploraban las costas americanas del Pacifico Norte y dejaban constancias de sus esfuerzos en textos que se publicarían en Rusia.Los científicos que los acompañaban y estuvieron relacionados con Fort Ross fueron los primeros en estudiar la historia natural y cultural de la zona, al tiempo que la Compañía introducía en California adelantos tales como la vacunación, los hornos, las ventanas de vidrio y las casas de madera. Se estaba en plena “Fur Rush” (Carrera de las pieles), que no tardaría en agotar el recurso animal aprovechable y a la que seguiría la más notoria Golden Rush.

En vista de estas actividades y de “las violentas  e importantes amputaciones que sufría el Imperio español en sus dominios septentrionales -dice Edmundo Heredia- no podía dejar de inquietar la presencia de los rusos en la Alta California” (2). De allí que las autoridades metropolitanas, en febrero de 1814, instruyesen al Virrey Félix María Calleja diciéndole que “con el noble objeto de separar a los rusos de los proyectos de establecimiento que tengan ideados, parece a Su Alteza muy conveniente que V.E. encargue se haga como suele decirse la vista gorda; pero que las autoridades la tengan muy delgada para no permitir que el tráfico se extienda a ningún otro punto más que a los de las Misiones de la Alta California, y no de la Baja; y que en él se limiten al cambio de efectos propios de la agricultura e industria de los habitantes de ambos establecimientos españoles y rusos”(3).

En 1821, habiendo alcanzado Méjico su independencia por obra de Agustín de Iturbide, el territorio de la Alta California quedó bajo la jurisdicción de la nueva república, incluido el “Krépost Ross”, que se mantenía ahora con un status jurídico impreciso: “poblado por súbditos del Imperio Ruso pero con soberanía de jure incierta”, al decir de un autor. Era una época de inestabilidad política en el país, marcada por el ascenso y la caída de Iturbide como efímero Emperador mejicano, circunstancia ésta que, sumada al vacío demográfico y las distancias, hacían propicia la ocasión para intentar una ampliación de los dominios zaristas en la zona.

De esta manera, “un ambicioso oficial de la Compañía Ruso-Americana, DimitriiZavalishin, esperaba aprovechar la anarquía que reinaba en Méjico para poner a California bajo una especie de protectorado ruso y llevar a cabo una activa política expansionista en América. Durante su estancia en California -completa Evgueni Dik- empezó a maquinar un complot entre los misioneros franciscanos con el propósito de afianzar el establecimiento de Rusia en la región”(4), pero sus planes no fueron aprobados por el Zar Alejandro I, porque su ejecución significaba chocar con Estados Unidos, además de hacerlo con Inglaterra, como hasta el momento.Es que,por ese entonces, los norteamericanos, que habían adquirido los derechos españoles a la zona por el Tratado Adams-Onís de 1819, se incorporaron al club de pretendientes que ya integraban Inglaterra, Rusia y España. En 1824, los acuerdos de Rusia- Estados Unidos y Gran Bretaña-Rusia, reconocieron la soberanía rusa sobre Alaska y sobre  la ribera norte del Pacífico, que con un ancho de 48 kilómetros se extendía -en la cartografía rusa- hasta el paralelo 51°, donde se fijó el  límite, constantemente desconocido, en la práctica, por cazadores, tramperos y comerciantes (5). Estos tratados, además, significaban la renuncia de Rusia a extenderse por el vasto territorio del Oregón, que quedó como condominio anglo-norteamericano por varias décadas . No obstante que a los colonizadores rusos de Alaska les empezó a convenir más avituallarse con la “Compañía de la Bahía de Hudson” -británica- , aun hicieron un esfuerzo para crear en los años 30 en torno al Krépost Ross otros establecimientos agrícolas: la granja  triguera de VasiliJlebnikov, de 70 acres con molino, la de PietrKostromitinov de 100 y la de YegorChernych, frutícola y vinícola y dotada de una estación meteorológica, la primera de California. En el año 1831, cuando el Gobernador mejicano de la Alta California, don Manuel Victoria, informaba a las autoridades centrales que los rusos “eran buena gente” (6)comparados con la avalancha de aventureros, colonos y pistoleros norteamericanos que se iban instalando en la provincia, el comercio entre californianos criollos y rusos del Fuerte seguía siendo muy activo.

   En parte para poder regular esta actividad y en parte para formalizar relaciones diplomáticas que volvieran más difícil la temida expansión rusa sobre California y la segregación consiguiente de parte del territorio nacional, las autoridades mejicanas trataron de obtener el reconocimiento de Méjico como nación independiente y concertar un tratado de comercio, navegación y amistad con Rusia, en el cual también estaba interesada la “Compañía Ruso-Americana” por razones propias. A ese efecto, en 1830 se abrieron conversaciones entre el Ministro azteca  Manuel Eduardo Gorostiza y el embajador zarista en Londres, el conde Liven, que no condujeron a nada, lo mismo que las que mantuvieron seis años más tarde el ex-gobernador de Alta California, José Figueroa, y el barón Ferdinand Wrangel, ex-director de la “Compañía”. Ello porque el nuevo Zar Nicolás I, enrolado en la corriente“legitimista” de las monarquías europeas, negaba tenazmente los derechos a la independencia de los “rebeldes” latinoamericanos, sublevados contra sus legítimos señores.

  Deficitario pese a la ampliación de sus establecimientos, al cabo de casi treinta años, el Fuerte -administrado entonces por Alexander G. Rótchev desde 1838- fue finalmente vendido particularmente al empresario y aventurero  suizo Johann  Sutter, quien se hizo cargo de él 1° de enero de 1842, siendo aun ciudadano de Méjico y Méjico aún dueño de la Alta California. Legalmente mejicano durante dos décadas, al ser vencido el Presidente Santa Anna en 1848 en su desastrosa guerra contra Estados Unidos, por el  Convenio Guadalupe Victoria pasó el Fuerte, como toda la Alta California, a ser parte de la nación norteamericana. En esta contienda, tanto el Zar como su Canciller, el conde Nesselrode, consideraron que la causa yanqui era muy “justa” y digna de apoyo. “Las simpatías rusas -dice Evgueni Dik- estaban totalmente del lado norteamericano, encargado de castigar a este anárquico país, una especie de Polonia latinoamericana” para ellos (7).Curiosamente, la misma posición adoptaron los padres fundadores del marxismo: Federico Engels, expresaría en 1849 su satisfacción de que “los enérgicos yanquis” hubiesen arrancado “la magnífica California a los perezosos mejicanos que no sabían qué hacer con ella”(8). Una misma visión eurocéntrica embargaba a todos.

Estos sucesos, que dejaron  definitivamente a Fort Ross en territorio estadounidense,  no hicieron desaparecer sin embargo cierto temor por la persistencia rusa en establecer relaciones de comercio más estrechas con las naciones hispanoamericanas del Pacífico, como lo prueba, algunas voces de alarma posteriores. El publicista chileno Francisco Bilbao, por ejemplo había advertido en 1856  el  peligro de esta pulsión ciclópea que venía del oeste eslavo y que, después de anexarse toda Siberia, había cruzado el Estrecho de Bering en el siglo XVIII para establecerse en América: propondría la unidad sudamericana “como instrumento defensivo ante la expansión de EE.UU y de Rusia”(9). Luego, tenemos el rechazo, durante la guerra naval de España contra Chile y Perú (1862-1868), a la propuesta del embajador español en Estados Unidos, Gabriel García Tassara, para que Rusia oficiara de árbitro en el conflicto: el gobierno peninsular estimaba que “Rusia podría inclinarse a favor de América Latina, aprovechando así la circunstancia para aproximarse mejorar su participación en materia económica” (10).

Estas tratativas de arbitraje habían ocurrido en 1866 y las protagonizó, como representante de Rusia, el Barón Eduard de  Stoeckel, embajador en EE.UU, el mismo diplomático que en marzo de 1867 sería el negociador de la venta a ese país de la Alaska  continental y sus islas, que eran el núcleo central de la “América rusa”, como se denominaba al conjunto. Actuó en nombre de los compradores el visionario expansionista William H. Serward, Secretario de Estado del país del norte, quien pagó por el gigantesco y helado territorio y su prolongación al Sur la irrisoria suma de 7.200.000 dólares.

   La amenaza del expansionismo ruso-zarista sobre la costa hispanoamericana del Pacífico había desaparecido para siempre, pero solo para ser sustituido por el más agresivo y cercano del naciente imperialismo yanqui.

 

                                                   Córdoba,14 de abril de 2014

 

N O T A S

 

1)EvgueniDik: “La posición rusa hacia México en vísperas de la guerra de 1847”, Biblioteca ITAM, México, Estudios 47-59, pág. 104

2)Edmundo Heredia: “Relaciones Internacionales Latinoamericanas”, Grupo Editor      Latinoamericano, Buenos Aires 2006, pág. 78.

3)Cit. en Edmundo Heredia: op. cit., pág.78.

4)EvgueniDik: op. cit, pág. 102.

5)AllanNevins y Henry SteeleCommager: “Breve Historia de los Estados Unidos”, Cia. General de Ediciones, Méjico 1953, pág. 365.

6)Cit. en Evgueni Dik: op. cit., pág.103.

7)Cit. en Evgueni Dik: op. cit., pág. 111.

8)Federico Engels: “Der DemokratischenPavslawismus”, en la NeueRheinischerZeitung del 15 de febrero de 1849, cit. por Pedro Scaron en la selección Marx-Engels: “Materiales para la Historia de América Latina”, Cuaderno N° 30 de Pasado y Presente, Argentina 1972, pág. 189.

9)Pedro Godoy: “Siete Ensayos Suramericanos”, Ediciones Nuestramérica, Santiago de Chile, 2000, pág. 71.

10)Edmundo Heredia: “El Imperio del Guano”, Alción Editora, Córdoba 1998, pág. 116.