
Los
asambleístas de ambas cámaras -con la única excepción saludable del senador
Eduardo Maldonado- nos acaban de dar la sorpresa de aprobar una nueva Ley de
Minería que nos deja perplejos. Porque si nos ponemos a analizar cuál es la
médula económica de este proceso de cambio, nos encontraremos, sin duda, con
que esa médula es la nacionalización de nuestros recursos (seguida por su
industrialización, pero éste sería otro tema). Y, efectivamente, el primer
aldabonazo fue la nacionalización de los hidrocarburos, luego vendrían las
telecomunicaciones y la electricidad y la aeronavegación y los aeropuertos, qué
bien…
Por eso, cuando nos anuncian que por fin se va a
sustituir la Ley de Minería de Sánchez de Lozada, lo que esperábamos era que se
siguiera esa línea nacionalizadora y recuperáramos lo que ocurrió en 1952
(Comibol incluida). Sin embargo, nos encontramos con que lo que se
discutió el mes pasado en el Senado era un proyecto elaborado por los
mineros cooperativistas (cualquier cosa menos expresión de los intereses
nacionales).
Ese disparate condujo a una crisis social seria
(incluso con muertos y heridos) y a un debate social profundo. El Presidente
llegó a hablar de traición a la patria y desde el Gobierno se anunció la
vuelta del proyecto de ley a fojas cero. Esperanzador. Pero luego vino el jarro
de agua fría que nos lleva a la pregunta que da título a este comentario.
Para empezar, se mantuvo como texto base el
proyecto cooperativista, y si bien se le hicieron algunas modificaciones, el
resultado final -aprobado sin dificultades por los asambleístas del cambio
(para satisfacción de los demás)- no ha variado en su esencia. Veamos unos
cuantos botones de muestra:
1. De nacionalización de los recursos no hay
nada; por el contrario, varios artículos (en especial el 130) lo que hacen es
facilitar los procesos de des-nacionalización, a costa de la pobre Comibol…
¡Como gran cosa se ha extendido a cinco años el plazo para la conclusión de las
reservas fiscales! Y las transnacionales, por supuesto, intactas. El papel del
Estado sigue siendo el de firmar contratos con privados (artículo 61), e
incluso se establece que no serán objeto de revisión los 7.920 contratos ya
legalizados (y que ocupan nada menos que dos millones de hectáreas, artículo
132). Por su parte, los cooperativistas siguen en condiciones de quedarse cada
vez con más áreas (más aún si tenemos en cuenta que si les conviene pueden
considerarse actores privados).
2. De reconocimiento del agua como derecho
humano fundamentalísimo (artículo 373 de la Constitución) no queda nada,
únicamente se han ablandado los términos, ya que para cambiar los cursos de
agua -en beneficio de la explotación minera- basta con hacer una solicitud ante
la autoridad competente (artículo 112).
3. La protección de áreas protegidas y
territorios indígenas no sólo no existe, sino que se ha facilitado más aún su
destrucción en aras de la minería, al haberse sacado del texto original la
condición de un estudio de impacto ambiental (artículo 220).
4. La ley compromete la autoridad del Estado
para la protección de cualquier emprendimiento minero, negando así el derecho a
las luchas sociales por la recuperación de los recursos minerales. Los
artículos 99 y 100 así lo disponen, garantizando, incluso, el uso de la fuerza
pública contra cualquier tiempo de acciones "que de cualquier modo
afecten, alteren, perjudiquen el normal y pacífico desarrollo de sus labores y
actividades; sea que se trate de personas individuales o colectivas”…
¿Tiene todo esto algo que ver con
"nacionalización”? ¿No es más bien un decidido avance hacia la
des-nacionalización? ¿Es para eso que hemos elegido asambleístas que estaban
con el cambio, algunas de ellas con una prometedora trayectoria política?
¿Tienen algo que explicar las y los asambleístas del MAS?
Sí, en teoría queda la esperanza de que el
Presidente se niegue a promulgar esa ley directamente antinacional (y
anti-Madre Tierra), pero sería una especie de milagro, ya que no parece
probable que los y las asambleístas hayan votado sin calcular lo que hará el
Presidente. Y ahora ¿quién podrá defendernos?