Destrucción social y caos mundial

Es difícil no sentir que el mundo, la humanidad y nuestra madre tierra,
están siendo empujadas a la catástrofe por el imperio neoliberal, o sea Estados
Unidos (EE.UU.) y sus aliados de la OTAN. Esto es tan válido si hablamos de la
naturaleza, de la acelerada extinción de especies y el recalentamiento global,
como de las sociedades, o mejor dicho de lo que de ellas resta en tantos
Estados-naciones que se han dejado o están siendo empujados a despojarse de
toda soberanía nacional y popular.
Este caos actual es el producto de las políticas de un imperialismo que desde
el derrumbe de la Unión Soviética trata de mantener un orden unipolar para
instaurar mundialmente y sin alternativa de cambio el neoliberalismo, hacer
realidad el “no hay otra alternativa” de Margaret Thatcher.
Pero, como quedó demostrado cuando EE.UU. fue forzado a cambiar su política de
agresión en Siria, a partir de septiembre del 2013, la unipolaridad ya no es
posible no solo por el activo papel que juegan dos grandes potencias, como lo
son Rusia y China, sino por la mayoría de países en el mundo que apoyan el
retorno a un multilateralismo y se oponen a perder la soberanía nacional y
popular que les permita adoptar sus propias políticas socioeconómicas e
integrarse internacional o regionalmente de manera compatible con sus legítimos
intereses nacionales.
La unipolaridad ya estaba comprometida por la constatación en el Oriente Medio,
África y Asia de que EE.UU. y sus aliados provocan guerras que no ganan
–Afganistán, Irak, Libia y Siria-, pero que siempre dejan el caos, muertes, refugiados,
miseria y destrucción económica y social.
En el 2011 los dos principales aliados del imperio en el Oriente Medio, Israel
y Arabia Saudita, criticaron abiertamente a Washington por no haber lanzado una
guerra contra Irán y haber permitido el derrocamiento del presidente Mubarak en
Egipto, haciéndole llegar al presidente Barack Obama el mensaje de que ``no se
abandona a los aliados``. Todo el mundo, y en primer lugar los aliados de
Washington, saben que las guerras que lanzan EE.UU. y sus aliados no se ganan,
que destruyen países, economías y sociedades, y dejan el caos. Desde Afganistán
hasta Siria, pasando por Irak y Libia –sin olvidar Paquistán, Sudan y otros
países africanos-, solo han dejado destrucción, cruentas luchas entre
comunidades religiosas y grupos étnicos, y cientos de miles de muertos, heridos
y refugiados, y una gran miseria. EE.UU. no tiene nada de positivo que mostrar.
Hace casi dos décadas el economista ítalo-estadounidense David Calleo escribió
sobre las fases de decadencia final de los imperios de Holanda e Inglaterra,
calificándolas como “hegemonía explotadora”, en las cuales el imperio no tiene
nada que ofrecer de positivo (desarrollo socioeconómico o seguridad militar,
por ejemplo) a los países que domina y componen el sistema, incluyendo a la
economía y sociedad del imperio, y entonces se dedica a exprimirlos a fondo, a
vivir de las rentas que por todos los medios puede extraer de esos países. El
imperio estadounidense se encuentra en esa fase.
Para muestra basta un botón: en una conversación privada el ministro de
Relaciones Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, puso en claro que la
alianza de su país con EE.UU. y la OTAN no los beneficia y que, al contrario,
provoca peligrosos focos de tensiones con los países vecinos (1). Lo mismo debe
estar pensando cualquier persona honesta que aún esté en el gobierno creado por
el golpe de Estado en Ucrania, último país al que EE.UU. y sus aliados de la
OTAN han llevado al borde de la guerra civil para provocar foco de constante confrontación
con Rusia.
Al mismo tiempo, signo de que el imperio ya no puede controlar a todo el mundo
durante todo el tiempo, en Latinoamérica y el Caribe se prosigue la creación de
los mecanismos de integración regional y subregional en los cuales EE.UU. no
figura ni puede controlar. Por su parte el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica) sigue avanzando con sus proyectos de creación de un banco de
desarrollo e instrumentos monetarios y financieros fuera del alcance de EE.UU.
y del dólar, mientras que asistimos al reforzamiento de lazos económicos,
comerciales y monetarios entre Rusia y China, entre otros procesos regionales
en curso en Asia y Eurasia.
Nada de esto constituye en sí una alternativa anticapitalista, más bien la casi
totalidad de países funcionan dentro de un sistema capitalista, aunque tengan
importantes sectores estatales en la economía y puedan estar priorizando formas
de propiedad social como sustituto a la propiedad privada en ramas de la
economía. Pero, detalle clave, en prácticamente todos los países la
intervención estatal en la economía es un hecho.
Asimismo, en todos esos procesos el regionalismo incluye la participación e
intervención de los Estados, de sus instituciones y empresas, así como niveles
de planificación sectorial en las áreas industriales, energéticas, comerciales
y de servicios, y sistemas financieros y monetarios que se promete o avizora
estarán fuera del control del imperio y sus aliados. Una forma de regionalismo
de este tipo como alternativa al “capitalismo universal”, lo que hoy llamamos
neoliberalismo, fue propuesto por el intelectual húngaro Karl Polanyi en 1945
(2), tema sobre el cual retornaremos en la segunda parte de este artículo.
Pero aun no siendo una alternativa socialista o anticapitalista, es claro que
estos procesos regionales y multilaterales constituyen una formidable barrera a
los planes del imperio, una barrera que el imperialismo está tratando de
derribar con todos los instrumentos a su alcance, como la ofensiva para
concluir rápidamente y en el más completo secreto los Acuerdos de “última
generación” -el Acuerdo Transpacífico de Asociación económica , la Asociación
Transatlántica sobre Comercio e Inversiones y el Acuerdo sobre el comercio en
servicios-, o tratando de entorpecer los acuerdos regionales a través de los
políticos, burócratas, profesionales y empresarios que están al servicio del
imperio.
Los mencionados Acuerdos tienen por objetivo la eliminación de la soberanía
nacional y la sujeción de los Estados signatarios a respetar los términos de
esos tratados negociados en secreto, que respetan una sola ley, la de EE.UU., e
incluyen mecanismos por los cuales los Estados que no respeten los términos
pueden ser llevados ante tribunales de arbitraje por los monopolios. Esos
Estados pasan a ser garantes de las inversiones de los monopolios extranjeros
para apropiarse de los sectores económicos que les interesan, incluyendo los
que dejarán los Estados al privatizar los servicios públicos.
Pero esos Acuerdos no son cosa hecha porque el rechazo crece en las poblaciones
que no quieren abandonar sus legítimos sentimientos e intereses nacionales, y
en los intereses capitalistas locales que saben que serán aplastados por los
monopolios extranjeros. Y mientras que el regionalismo avanza, en la Casa Blanca
y el Congreso de Washington no les queda otra que aferrarse a seguir creyendo
que el imperio es invulnerable y puede seguir actuando, él y sus aliados
estratégicos, con la impunidad que les dio el (relativamente breve) orden
unipolar.
Es en este contexto que tiene su dimensión el discurso del presidente ruso
Vladimir Putin ante los embajadores de Rusia, el 1 de julio, donde les recordó
que EE.UU. está aplicando a su país la misma política de “contención” que
durante la Guerra Fría aplicó contra la Unión Soviética, y que esperaba que el
pragmatismo prevalecerá, que los países occidentales se despojarán de
ambiciones, de tratar de “establecer cuarteles mundiales para organizar todo
acorde a rangos, e imponer reglas uniformes de comportamiento y de vida de la
sociedad”
Putin señaló que los diplomáticos rusos saben cuán dinámicos e impredecibles
los acontecimientos internacionales pueden a veces ser. Parecen haber sido
presados juntos de una sola vez y por desgracia no son todos de carácter
positivo. El potencial de conflicto está creciendo en el mundo, las viejas
contradicciones se agudizan y otras nuevas están siendo provocadas. Muy seguido
nos encontramos con este tipo de situaciones, a menudo de forma inesperada, y
observamos con pesar que el derecho internacional no está funcionando, que las
leyes internacionales no funcionan, que las elementales normas de decencia son
descartadas y que triunfa el principio de todo-está-permitido… Es tiempo de que
reconozcamos el derecho de los demás a ser diferentes, el derecho de cada país
a construir su vida por sí mismo, no por las avasallantes instrucciones de
algunos () el desarrollo global no puede ser unificado, pero podemos y debemos
buscar un terreno común, ver socios en cada uno de los demás, no rivales, y
establecer cooperación entre los Estados, sus asociaciones y las estructuras
integradas. Y refiriéndose a los conflictos que asolan varias regiones del
mundo. Putin subrayó que “el mapa mundial tiene de más en más regiones donde
las situaciones están crónicamente enfebrecidas, sufriendo de un “déficit de
seguridad” (3).
Horas antes, en el Encuentro Internacional Antiimperialista convocado por la
Federación Sindical Mundial (FSM) y realizado en Cochabamba, Bolivia, el
presidente boliviano Evo Morales señaló que “es importante identificar” los
instrumentos actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo, porque
“por lo menos en América Latina ya no se ven golpes de Estado, ya no hay tanto
las dictaduras militares como antes”, sino más bien “pueblos que defienden las
democracias, pueblos que con mucha claridad plantean programas y proyectos,
proyectos políticos de liberación”.
Y en este contexto, según el Presidente boliviano, hay que preguntarse qué hace
el imperio: “provoca conflictos en cada país, financia enfrentamientos de un
pueblo, de un país y después con el pretexto de defensa de los derechos
humanos, del niño, de la mujer, del anciano intervienen con el Consejo de
Seguridad; qué Consejo de Seguridad, para mí sigue siendo ese llamado Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas un consejo de inseguridad, un consejo de
invasión a los pueblos del mundo”.
Para enfrentar esta agresión imperialista Morales pidió a los delegados de la
FSM que elaboren “una nueva tesis política para liberar a los pueblos del
mundo", que sobrepase “las reivindicaciones sectoriales para ahondar la
crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que las oligarquías y jerarquías”
(4).
Resumiendo, para un observador que no haya perdido la memoria histórica, lo que
Putin dijo no es más que una explicación a los diplomáticos rusos de la
conclusión a la que el pueblo ruso, y al menos una parte de sus dirigentes, han
llegado después de haber sufrido la experiencia de la Perestroika y la
aplicación brutal de las políticas neoliberales, y de vivir la experiencia
actual de cómo se comporta el imperialismo estadounidense cuando un pueblo
quiere buscar su propia vía, aun dentro del capitalismo, sin menospreciar que
todo eso debe haber ayudado a revivir lo que el imperialismo buscó enterrar:
las enseñanzas de Lenin sobre el imperialismo.
No es tan fácil borrar la memoria histórica de los pueblos, y mientras eso
pensaba leí el artículo “Una mirada al pasado” de Ricardo Alarcón de Quesada,
ex presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, que concluye con la siguiente
frase: Al volver la mirada hacia aquellos años soñadores viene a la mente la
advertencia de William Faulkner: “El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado”
(publicado en la revista chilena Punto Final, edición nro. 807 del 27 de junio
de 2014)
Pocos días antes de la reunión de la FSM el presidente Evo Morales fue
anfitrión de la reunión de los 77+China, y sin duda allí registró muchos
sentimientos sobre el brutal accionar del imperialismo y la voluntad de muchos
gobiernos de poder defender sus legítimos intereses nacionales, algo que bajo
el imperio neoliberal está prohibido. Nuevamente, cuando los pueblos viven bajo
la férula imperial y recuperan la memoria histórica, es lógico que retorne la
necesidad de una estrategia antiimperialista.
En un reciente análisis titulado “Americas Real Foreign Policy – A Corporate
Protection Racket”, el intelectual estadounidense Noam Chomsky describe el
verdadero objetivo histórico de la política exterior de EE.UU.: proteger los
intereses del sector de las grandes empresas con un “nacionalismo económico (un
proteccionismo que) depende en gran medida de la intervención estatal masiva”,
y por eso en regla general se ha opuesto por todos los medios a que los demás
países tengan políticas de “nacionalismo económico”.
Esto, fundamenta Chomsky con referencias documentales, es válido para toda el
análisis de la política estadounidense hacia América latina y el Caribe, y es
el trasfondo del conjunto de la política exterior estadounidense en todo el período
posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando el sistema mundial que iba a ser
dominado por EE.UU. fue amenazado por lo que los documentos internos llamaban
"regímenes radicales y nacionalistas" que responden a las presiones
populares para un desarrollo independiente (5).
Lo que documenta Chomsky se encuadra con lo que en 1945 anticipaba Karl
Polanyi, de que EE.UU. ha sido el hogar del capitalismo liberal del siglo 19 y
es lo suficientemente poderoso para proseguir solo la utópica política de
restaurar el liberalismo (ver llamada 2).
Y, en ese sentido y con todas las limitaciones que conlleva, el regionalismo es
por ahora el principal frente antiimperialista, y el otro tendrá que ser
construido por los pueblos, por sus organizaciones políticas, sindicales y
sociales.
(Fin de la primera parte)
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
1.-Grabación de la conversación de Radoslaw Sikorski: La Vanguardia http://www.lavanguardia.com/politica/20140622/54410291236/escandalo-en-polonia-por-revelacion-de-conversacion-del-ministro-exteriores.html
2. - Karl Polanyi, Universal Capitalism or Regional Planning? publicado en
enero de 1945 en The London Quarterly of World Affairs. En francés está
incluido en el libro Essais de Karl Polanyi, Editions du Seuil, páginas 485 a
493.
3.- Esta cita del discurso del presidente Vladimir Putin ante los embajadores
de Rusia, el 1 de julio 2014 fue traducida por el autor del artículo. La
versión oficial en inglés está disponible en el URL http://eng.kremlin.ru/transcripts/22586
4.- Cita del discurso de Evo Morales tomada de la Agencia Boliviana de
Información, URL http://www3.abi.bo/#
5. - Noam Chomsky, How Washington Protects Itself and the Corporate
Sector http://www.tomdispatch.com/blog/175863/tomgram%3A_noam_chomsky%2C_america%27s_real_foreign_policy
URL de este artículo: http://www.alainet.org/active/75106
EL ANTIIMPERIALISMO Y EL “SER O NO SER” DE LA IZQUIERDA
Alberto Rabilotta
ALAI
AMLATINA, 7.7.14
En el artículo anterior (Destrucción social y caos mundial, esencia del
imperialismo neoliberal, http://alainet.org/active/75106),
planteábamos que los procesos de integración regional en Latinoamérica y
Eurasia con la participación activa de los Estados y sus instituciones, aun con
las limitaciones que conllevan al inscribirse en una estrategia que no se
plantea la salida del capitalismo, es por ahora el principal frente
antiimperialista. Y concluíamos señalando que el otro frente antiimperialista,
el que el presidente boliviano Evo Morales pidió a la Federación Sindical
Mundial, tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones
políticas, sindicales y sociales (1).
Evo Morales dio en el clavo al pedir la identificación de “los instrumentos
actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo” para poder elaborar
“una nueva tesis política para liberar a los pueblos del mundo" que
sobrepase “las reivindicaciones sectoriales para ahondar la crisis en el
capitalismo y acabarlo, al igual que las oligarquías y jerarquías”.
Esta identificación es crucial porque el imperialismo neoliberal es más que la
suma de sus partes conocidas y visibles, como la OTAN y las miles de bases
militares de Estados Unidos (EE.UU.) presentes en todo el mundo, o los acuerdos
de libre comercio y protección de las inversiones. Este es un sistema de
dominación mucho más elaborado, destructivo y totalitario de lo que aparenta, y
que gracias a la conspicua sociedad de consumo, al control de los medios de
comunicación y a la promoción de un individualismo antisocial, posee la
capacidad de “colarse” por todos lados, de contaminar las culturas para
destruir toda capacidad de oposición. Y la lista de sus nefastas consecuencias
es demasiado larga como para continuarla en este artículo.
Por eso la “inteligencia social” de los pueblos, y de la izquierda, debe ser
dirigida a pensar, analizar y formular, en sus ámbitos respectivos, las buenas
preguntas que nos guíen en la búsqueda de la verdadera imagen del imperialismo
neoliberal y que identifique a sus aliados, así como las clases y grupos
sociales que son las víctimas principales y deben ser protagonistas en esta
lucha. Que designe los aspectos estratégicos que deben constituir los objetivos
principales, y a partir de ahí construir una estrategia antiimperialista para
librar las luchas en los diferentes frentes, las que ya están librando los
pueblos de la actual o pasada periferia y las extremadamente importantes que
tienen que librar los pueblos de los países centrales del imperio, y asegurar
que ambas confluyan en el objetivo común de superar el capitalismo.
Al emprender esta tarea debemos entender que un “regionalismo” que incluya la
intervención de los Estados para desarrollar las fuerzas productivas del
conjunto de las economías nacionales, sean se propiedad estatal, privada o
social, permitirá seguir resolviendo los problemas de atraso, pobreza y
exclusión social y económica que dejó el subdesarrollo creado por la
dependencia y que agravó la experimentación de las políticas neoliberales en
las últimas tres décadas del siglo 10, como es el caso en la mayoría de países
de Latinoamérica y el Caribe.
En el caso de Rusia -y otros países de la ex Unión Soviética-, este tipo de
regionalismo, y más aun si se complementa con uno que incluya a China y otros
países de Asia-, permitirá desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de
las economías y la reconstrucción de los Estados e instituciones destruidos o
desmantelados por la aplicación de las recetas neoliberales a partir de los
años 90, las cuales provocaron el empobrecimiento masivo de pueblos que habían
alcanzado buenos niveles de vida, de seguridad y de justicia social.
China es un caso y ejemplo particular para el desarrollo del regionalismo
planificado porque es un país que se proclama socialista y donde se combinan la
propiedad estatal socialista –dominante en sectores básicos- con la propiedad
privada de tipo capitalista –preponderante en muchas ramas de la economía-, y
nichos de propiedad comunal. Como tal China ha logrado que la entrada del
neoliberalismo (a través de las empresas transnacionales o los acuerdos
comerciales) no debilitara de manera notable las capacidades del Estado o de
sus principales instituciones y empresas, continuando así una política de
defensa del Estado central que en ese milenario país tiene una muy larga
historia.
La política china de hacer respetar los controles estatales por las filiales de
las empresas transnacionales en el país logró, como señalaban los sociólogos
Giovanni Arrighi y Beverly Silver, que en EE.UU. dudaran de la “fidelidad” de
estas filiales hacia los intereses estadounidenses (Caos y orden en el
sistema-mundo moderno, Ediciones Akal, 2001). En ese sentido se pueden
interpretar los objetivos de la inserción de países socialistas con una larga y
fiel tradición antiimperialista, como Vietnam o Cuba, en procesos de
integración regional que implican una apertura al mercado y el capital
extranjero.
Varios analistas avizoran que las recientes negociaciones entre Rusia y China
para aumentar la cooperación, el comercio y las inversiones, así como efectuar
los intercambios en sus monedas nacionales para escapar al dominio del dólar
–objetivo que figura en la agenda del BRICS-, creará una masa crítica para la
expansión del regionalismo con una robusta intervención estatal hacia países
como Irán, India y Paquistán, creando o fortaleciendo los vínculos con la
integración regional en Latinoamérica y el Caribe, y tal vez propiciando algo
similar en África, como era el objetivo del líder libio Muammar el Gadafi, y
probablemente la razón para su derrocamiento y asesinato en el 2011 por las
fuerzas combinadas de Francia, Gran Bretaña y EE.UU..
Empero, todo esto depende de que estas experiencias de regionalismo se
concreten y muestren resultados en la vida concreta de los pueblos, y que
resistan a los torpedos cotidianos de los agentes del imperialismo neoliberal
en esos países y a las agresiones económicas, financieras, subversivas o
militares del imperialismo y sus aliados desde el exterior.
Un aspecto esencial de todas estas experiencias de integración regional, que
vale destacar, es el manifiesto interés –visible en los discursos de muchos
gobernantes, entre ellos de Vladimir Putin-, de “reincrustrar” o de mantener
“incrustadas” las economías en las sociedades, o sea que las economías vuelvan
a estar o se mantengan subordinadas a las sociedades, y en ese sentido este es
un ataque a un aspecto central del imperialismo neoliberal, que la primera
ministra británica Margaret Thatcher definió con claridad en 1987, cuando dijo
que “there is not such thing as society”, o sea que, como tal la sociedad no
existe, requisito para hacer efectivo el lema neoliberal de que “no hay otra
alternativa” a este sistema, también enunciado por la señora Thatcher.
Pero hay que aclarar que la garantía de que estas integraciones regionales
serán algo más que una episódica “resistencia antiimperialista” dependerá de la
participación y presión social y política para que el desarrollo se dirija
hacia los objetivos sociales más amplios posibles, para que se creen las
democracias participativas que permitan defender y profundizar las políticas
antiimperialistas, tarea esta que por intereses de clase deben llevar a
cabo las organizaciones sociales, laborales y políticas del pueblo trabajador,
los estudiantes y todos los sectores sociales que han sido, están siendo o
podrán ser las víctimas principales de la aplanadora neoliberal.
El antiimperialismo en los países centrales del capitalismo.
Con el imperialismo neoliberal ha quedado en claro y fuera de discusión que el
conjunto de las clases que viven de un ingreso laboral en EE.UU., los países de
la Unión Europea (UE) y otros países del campo imperialista, están perdiendo
rápidamente lo conquistado durante la breve era (1945-1975) del Estado-benefactor.
El desempleo y la exclusión social aumentan, ya prácticamente nadie tiene
seguridad laboral y el empleo a tiempo parcial y mal pagado es la norma. Y
estamos asistiendo a un fenómeno nunca visto, el de una generación de jóvenes
con elevados niveles de conocimientos que en gran parte quedará fuera del
mercado laboral, y de retirados cuyas pensiones bajan o están amenazadas de
desaparición.
Esto es resultado de políticas aplicadas en los países del capitalismo avanzado
para seguir acumulando la riqueza social en muy pocas manos, lo que provoca las
obscenas disparidades de ingresos que todos conocemos, mientras que en la
práctica nunca ha sido tan grande la capacidad de producir los bienes y
servicios socialmente necesarios, gracias al enorme desarrollo de las fuerzas
productivas.
Las transnacionales de los países centrales del imperio proporcionan cada vez
menos empleos y pagan menos salarios en las sociedades en las cuales se
formaron y transfieren sus operaciones a las filiales que han creado en cercanos
o lejanos países donde emplean a trabajadores mal pagados. De esas operaciones
proviene alrededor de la mitad de las ganancias de estas empresas, que llegan
como renta diferencial –la plusvalía producida en otro país llega como renta
diferencial- a los dueños de los monopolios y las transnacionales. Esto explica
el aumento de las ganancias de las trasnacionales, y la pérdida trabajos
asalariados es la clave de la baja de la demanda final y del bajo crecimiento
de la economía real en los países centrales.
No es necesario explicar los dramas sociales que viven las mayorías en los
países del capitalismo avanzado. Las derechas y las izquierdas lo conocen y en
su superficie lo detallan frecuentemente, pero lo que asombra es la falta de
análisis más profundo sobre el cambio estructural en el modo de producir del
capitalismo y sus efectos en la sociedad, en el sistema político, que hace
décadas André Gorz y otros más describieron, y que poco o nada influyeron en el
pensamiento y los programas de las principales fuerzas de la izquierda.
Sin embargo, es en estos países donde el capitalismo industrial se topó ya con
las barreras sistémicas que lo están haciendo “saltar por los aires”, donde ya
no puede reproducirse en tanto que tal y como sociedad, como Karl Marx
planteaba, y donde ya existen las condiciones económicas y sociales para
cambios radicales, por no nombrar lo que muy raramente se nombra, para llevar a
cabo la revolución social que complete la salida del capitalismo en todas sus
formas.
Y si de revolución social se trata, porque el capitalismo dominante ya no tiene
absolutamente nada que ofrecer de positivo a las sociedades y pueblos de los
países del capitalismo central, es grave constatar la ausencia de una clara
política antiimperialista que lleve nombre y apellido en los discursos y
programas de los partidos de la izquierda radical, porque el imperio
neoliberal de EE.UU. tiene muchos socios dispuestos a participar en el saqueo,
como se ha visto con la activa participación de países de la UE en las
agresiones militares en Libia y Siria, del apoyo de la UE en las sanciones y
hostigamiento de Irán, y ahora el apoyo al golpe de Estado con ayuda de los
neonazis en Ucrania.
¿Y qué decir del apoyo o del cómplice silencio de partidos de la izquierda radical
ante estas políticas de países de la UE o directamente de la UE?
La UE es un proyecto neoliberal que aplica el neoliberalismo a ultranza en los
países que la componen, y es parte del imperio neoliberal. Su política
exterior, como la de Japón y otros aliados del imperio, está dirigida a tratar
de apropiarse de la mayor parte posible del “pastel” de la explotación mundial,
y prosiguiendo ese objetivo algunos países de la UE o la UE en sí misma están
creando o agravando los conflictos que están destruyendo las economías y las
sociedades muchos países del Oriente Medio y África.
Esto, en lugar de ser denunciado y combatido como parte de una política para
luchar contra las políticas imperialistas “dentro de casa”, primer escalón para
combatirlo a escala internacional, brilla por su ausencia o no tiene el lugar
que debería tener en los programas y la práctica política de muchas fuerzas y
partidos que se definen como parte de la izquierda radical.
De ahí la importancia de definir una estrategia antiimperialista que incorpore
esta realidad, que borre las vergonzosas claudicaciones ideológicas del pasado
y asuma plenamente las teorías revolucionarias, para que esta estrategia
antiimperialista se convierta en la guía y la herramienta que oriente las
luchas políticas y sociales en lo interno y lo externo, y haga renacer una
efectiva solidaridad internacional.
En síntesis, construir una política antiimperialista lúcida y radical, que
nombre a las cosas por su nombre, es la cuestión del “ser o no ser” para las izquierdas
y demás fuerzas que luchan o dicen luchar, en esta etapa crucial de la
humanidad y de nuestra madre tierra, para poner fin al imperio neoliberal antes
de que destruya definitivamente las sociedades y el planeta.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
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