UN PROBLEMA DEL SIGLO XIX

"Nos conviene" por Alvaro Ramis
Nuestra relación con Bolivia pone en colisión dos puntos de vista. El primero,
al que adhiero, considera que Chile tiene una obligación de justicia, por la
que debe restituir la calidad marítima a Bolivia. Nuestro país realizó un
expolio salvaje durante la guerra del salitre que va mucho más allá de la
usurpación territorial. Las consecuencias de 1879 se extienden, en la historia
boliviana, hasta hoy, originando un daño multidimensional que no somos capaces
de captar sin visitar el país altiplánico y estudiar detalladamente su historia
política y económica. Desde esa perspectiva, la demanda en La Haya debe ser
atendida y Chile esta obligado a acatarla.
El otro enfoque se basa en la legitimidad del “derecho de conquista”, por el
cual los territorios asimilados constituyen un patrimonio irrenunciable,
herencia de la sangre derramada. Esta argumentación se puede desplegar de forma
brutal, chovinista, racista y discriminatoria. Pero también puede adquirir
formas sutiles, civilizadas y racionales. “No hay nada que discutir” es el
axioma que pone candado a toda reclamación boliviana. Con oídos sordos y la
mirada perdida en el horizonte, Chile asume que con Bolivia la mejor relación
es no tener relación. Dice atender así a nuestra conveniencia. ¿Por qué ser
generosos? Especialmente si este mundo se muestra como un campo de batalla. El
hombre es un lobo para el hombre, decía Hobbes. Y el que no lo entienda, que
salga a la calle y lo entenderá.
Los reclamos de justicia no sólo chocan con el chovinismo y el racismo que
corroe sin distinción de clase. También se estrellan ante el muro de la
conveniencia, del pragmatismo, del autointerés colectivo. Y ante ese bastión es
difícil oponer argumentaciones morales. Es necesario cambiar la discusión.
Chile y Bolivia están condenados por geografía e historia a vivir juntos y
entenderse. Su forzada convivencia puede ser provechosa, o seguir siendo un
dilema que cause constantes desgastes económicos y políticos. Chile sufre el
costo de este conflicto secular como un enorme daño reputacional. El estigma de
“mal vecino”, “usurpador”, “problemático”, “sordo y prepotente” tiene un
precio, que los propagandistas del “derecho de conquista” nunca calculan. Pero
las mismas dinámicas de la globalización exigen ponderar este aspecto. Hoy los gobiernos
intentan potenciar la “marca país”, entendida como el valor de su reputación.
Calculan el valor simbólico de sus productos -turismo, selecciones deportivas,
artistas, servicios públicos- y obtienen un dato que refleja cuantitativamente
sus cualidades diferenciadoras. Aborrezco la noción de “marca país”.
Mercantiliza a los pueblos, las identidades y las culturas. Pero me llama la
atención que los mismos que la promueven, nunca caen en la cuenta de que la
mejor manera de potenciar la “marca Chile” sería resolver creativamente un
conflicto que nos coloca contra las cuerdas en los foros internacionales. Si
nos importa el prestigio y el “capital confianza”, las agencias de branding, las creadoras
de imagen, ya deberían proponer una salida al principal flanco débil de nuestra
marca.
Kant decía que “el establecimiento de un Estado siempre tiene solución, incluso
cuando se trate de un pueblo de demonios, basta que estos posean
entendimiento”. Lo racional, lo lógico, es darse normas de convivencia, que sin
despreciar las “tendencias egoístas”, las reoriente hacia el máximo beneficio.
Chile podría torcer el rumbo del conflicto, tener audacia y ofrecerle a Bolivia
una propuesta que sea imposible de rechazar. Ser generoso y cambiar el juego de
suma cero en el que hemos caído. Si lo hace, The Economist nos
declararía “país del año”, tal como lo hizo con Uruguay luego de la ley sobre
el consumo de marihuana. Ofrecer a Bolivia una solución definitiva sería una
medida igualmente inteligente. No sólo resolvería una disputa cara e inútil.
También nos posicionaría como uno de los pocos países que ofrecen soluciones
del siglo XXI a los problemas del siglo XIX.
"Relaciones con Bolivia" por José Aldunate S.J
Frente a la aspiración boliviana de una salida soberana al mar, podemos
oponer razones válidas fundadas en el tratado de 1904. Podemos aun sentar
nuestra posición por la fuerza. Pero, ¿nos bastará todo esto para que quedemos
satisfechos y tranquilos? Alguno pensará tal vez blandir en esta ocasión
nuestro desgraciado lema “Por la razón o la fuerza”. Ojalá que un día
reneguemos de él.
Ciertamente no basta tener la razón, ni la fuerza. Hay otros valores que
crecientemente se aprecian en el mundo de hoy. Está la apreciación ética, la
amistad, la simpatía. Prácticamente todos nuestros países hermanos de
Sudamérica apoyan la postulación boliviana. Podemos aparecer como prepotentes y
autosuficientes. La generosidad no es solamente una virtud para el individuo,
lo es también para una nación. Nuestro ingrediente cristiano nos impulsa en
esta dirección. Chile debe dejar en el pasado su visión corta de pueblo isleño.
Vive en un continente -o en un subcontinente- destinado a convivir, a
colaborar, a crear en conjunto un organismo integrante de un mundo
globalizado.
¡Tantos desafíos surgen ante este llamado a integrarnos! Podemos tener la
capacidad de integrar el problema boliviano a esta visión, y discernirla a la
luz de esta totalidad. Ciertamente en esta perspectiva no basta tener la razón
y la fuerza. Nuestra situación actual con Bolivia es de tensión, no de amistad.
A esta tensión contribuye aún más el recurso impuesto por Bolivia ante el
Tribunal de La Haya. El recurso de Bolivia en el Tribunal de La Haya no es
comparable con el que formuló Perú. La iniciativa peruana se justificaba por el
hecho que Chile no consintió en dialogar sobre su diferendo, como Perú se lo
había pedido. Ahora, en cambio, ya estaban dialogando Chile y Bolivia. Bolivia
dice que interrumpió el diálogo porque sentía que éste se había vuelto engañoso
y no conducía a nada. Los ex presidentes chilenos de la República han
aconsejado al gobierno actual que no reconozca autoridad al Tribunal de La Haya
para intervenir en este litigio.
Yo creo que el camino verdaderamente constructivo para buscar una solución sería
reanudar el diálogo, ofreciendo la garantía de un diálogo serio. Se le podría
pedir a Bolivia que suspenda su recurso ante La Haya. En todo caso, que se
“encapsule” el litigio si no se puede suspender. Un encapsulamiento que no se
hizo por torpeza de los cancilleres chilenos en el caso del recurso peruano a
La Haya. Lo importante es que continuemos abiertos y dialogando todo lo posible
en búsqueda de un acuerdo viable.
No puedo dar un consejo autorizado: mi opinión es personal, pero está
ciertamente influida por una visión cristiana del mundo y un patriotismo que
quiere ver a Chile integrado a una América Latina y a un mundo ecuménico. La
solución se trataría fundamentalmente de una donación, aunque percibamos
compensaciones menores que se podrían pactar. Por ejemplo, compensaciones en
gas o en agua. No haría falta la mediación jurídica de un tribunal, pero sí
podría pedirse la asistencia de una entidad pública como la OEA, Mercosur o
Unasur, -o bien de la misma Santa Sede que nos ha ayudado en otras ocasiones a
dar sabiduría, peso y solemnidad a las resoluciones-.
En cuanto a la concreción de la salida al mar para Bolivia, uno piensa
espontáneamente en localizarla en un territorio y un mar situado entre Perú y
Chile, o sea, en la región de Arica. Contrariamente a lo que se ha dicho,
entiendo que Perú no se opone radicalmente a esta salida. Pondrá sí, me
imagino, sus condiciones. Quisiera avanzar otra opinión -que tendrá
oposiciones- pero es bueno que todos opinemos y se conozcan esas opiniones.
Podría barajarse la posibilidad y la conveniencia de convertir a Arica en un
puerto común bajo el dominio de los tres Estados: Bolivia, Perú y Chile. O aún
de quedar la ciudad de Arica -y su región- como un Dánzig(1) perteneciente a
los tres países, como ciudad abierta o bien perteneciente al co-gobierno de los
tres países. Es evidente que en cualquier caso lo determinante sería la
voluntad de los ariqueños. No hemos de considerar estas posesiones de
territorio o regiones como inconcebibles. Un falso nacionalismo nos podría
llevar a ello. Debe primar un claro bien común de la región y también el bien
común del continente. Arica podría ser el término de un importante corredor
transcontinental que uniría el Atlántico con el Pacífico. Los ariqueños se
sienten en parte frustrados y postergados. Sufren desocupación y podrían ser
los grandes beneficiados por el crecimiento previsto de una nación entera como
Bolivia y el interior del Brasil.
Al hacer esta proposición de entregar un territorio patrio lo que quisiera,
ante todo, es inculcar un cambio en nuestro discernimiento de lo bueno y malo
en temas patrióticos o que interesan a la patria. El cambio de criterio a que
me refiero consiste en el paso de una actitud egoísta a una actitud altruista,
más universal en la valoración de las relaciones entre países. Y vale el dicho
de que lo más universal es lo más divino. Haber contribuido al bien de todo
nuestro continente americano debería ser lo que cause mayor satisfacción y
orgullo patrio a Chile. El mundo ha cambiado, el “bien común” se ha corrido de
lo particular a lo más universal. Bien común de Chile es América Latina, es
incluso todo el universo. Nuestra grandeza es poder contribuir a ese bien
común. Hemos de corregir criterios errados que aún dominan entre nosotros. Un ejemplo:
no estoy de acuerdo con el ex presidente Sebastián Piñera y la actual
presidenta Bachelet en su lamentación por el resultado del Tribunal de La Haya
en el litigio de fronteras marítimas con Perú. Se lamentaron por algo que
tendrían que haber valorado, que deberíamos todos valorar: que el tribunal haya
devuelto las costas peruanas como el mar territorial que les correspondía,
rectificando así una falla que afectaba al continente mismo en sus “derechos
geográficos” por llamarlos así.
(1) Se refiere a la ciudad libre de Dánzig, establecida el 10 de junio de 1920
bajo tutela de la Sociedad de Naciones.
Nota de PF.- Punto Final comparte y hace suyas las
opiniones de los redactores José Aldunate S.J. y Alvaro Ramis. La revista
siempre ha apoyado la justicia histórica de facilitar a Bolivia una salida
soberana al mar. Ha llegado el tiempo de tomar una iniciativa que dignificaría
la posición de Chile en América Latina.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 807, 27 de junio, 2014
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