AMERICA LATINA: ¿PRUSIANISMO O CONSENSO?

Por:
Roberto A. Ferrero

Publicado el 01/11/2014

CAROS AMIGOS

   Cuando Bolívar  constituyó la Gran Colombia y después, en 1826, cuando trató de crear la Confederación Anfictiónica de toda Hispanoamérica, empleó siempre la argumentación y la diplomacia, pero en ambos casos la última ratio, que subyacía no muy disimuladamente bajo aquéllas, era la fuerza militar de los Ejércitos de la Independencia, que empleó cuando fue necesario. Lo mismo hicieron el Mariscal Santa Cruz para dar a luz la Confederación Perú-Boliviana y Francisco Morazán en los años 40 y Justo Rufino Barrios en los 80 para reconstruir la disgregada nación centroamericana. Vale decir: emplearon los métodos bismarckianos de construir “desde arriba”, acelerando el tiempo histórico, en las que Gramsci llamaba “revoluciones pasivas”, porque las masas no tenían en esa transformación progresiva un papel activo, aunque acompañaran con sus simpatías.

  Sin embargo, esas tentativas de unificación nacional fracasaron allí donde Bismarck triunfó como unificador de Alemania o Cavour y Garibaldi lo hicieron en Italia. ¿Porqué Prusia y el Piamonte sí y Latinoamérica no? La fuerza militar, empleada en todos los casos parece ser, como cosa evidente, un instrumento incontrastable para imponer una voluntad unificadora, pero no es así. Los ejércitos no constituyen -aunque lo parezcan- una entidad independiente sobrepuesta a la sociedad: no son inmunes a la lucha de clases ni a las pujas geopolíticas interregionales. Lo que decide, en última instancia, son las condiciones materiales, sociales y culturales en que esa fuerza se halla inmersa. De allí que la explicación última del éxito de unos países en constituirse y del fracaso de otros en el mismo esfuerzo se encuentra en los diferentes escenarios históricos y geográficos en que uno y otro fenómeno nacional se han desenvuelto.

   Para tomar el ejemplo más paradigmático de “unificación desde arriba”, el de Alemania, se debe considerar que el “Canciller de Hierro”  no inició su obra desde cero y con el solo auxilio del ejército prusiano. No, él contaba con algunos prerrequisitos ya establecidos: un ámbito terrestre germánico no muy extenso, una unión aduanera (el Zollverein) en funcionamiento, una vigorosa burguesía industrial nacional interesada en constituir un mercado interno bajo su control, un centro político-militar hegemónico cual era Prusia, una dinastía real que por ambiciones de poder y prestigio estaba dispuesta a apoyar los esfuerzos de Bismarck y un grupo de intelectuales que racionalizaban la tentativa. Todo ello potenciaba a su vez, las tendencias centrípetas de los pequeños estados alemanes, sin que faltaran algunas resistencias, obviamente.

  Muy pocas -o ninguna- de esas condiciones se hallaban presentes en Hispanoamérica a principios del Siglo XIX, donde la aparición repentina de un separatismo precipitado por la debacle de la monarquía española nos había encontrado en una situación de inmadurez histórica relativa, si la comparamos con la que había presidido la aparición de las naciones en Europa. Efectivamente: la constitución de un espacio geográfico unificado se encontraba muy dificultada por las enormes distancias, las selvas impenetrables, las cordilleras inmensas y los terribles desiertos, que no alcanzaban a vencer los medios de transporte primitivos, lentos y de poca capacidad. La peculiar disposición de grandes Ciudades-puertos en los bordes de todo el continente -Buenos Aires, Valparaíso-Santiago, La Guayra-Caracas, Guayaquil, Panamá, Río de Janeiro, etc.- había determinado la aparición, en cada una de ellas, de una aristocracia mercantil, aliada a las oligarquías agrarias o mineras de su hinterland, todas clases precapitalistas, menos ligadas entre sí que al mercado externo ultramarino que adquiría sus producciones primarias y proveía a sus importaciones. Faltaba una industria desarrollada más allá de las artesanías y los obrajes textiles y, por ende, una burguesía nacional interesada en el mercado interno, de por sí raquítico y estrangulado en su demanda por el latifundio semifeudal (por definirlo rápidamente). Por lo demás, Bismarck tuvo que enfrentarse militarmente a enemigos exteriores, que concitaron el patriotismo reunificador alrededor de Prusia, mientras que nuestros libertadores y unificadores debían hacerlo contra países de la misma estirpe, lo cual acentuaba los rasgos de pétit-nationalisme (o patriotismo regional) que tendían a la segregación y no a la reconstrucción de la Patria Grande.

   Sobreabundaban las fuerzas centrífugas y faltaban las centrípetas. Las aristocracias criollas separatistas no aspiraban a la Unidad latinoamericana, sino al control de su transpaís inmediato, entrando así en competencia entre ellas por delimitar cada una su mayor radio de acción. Nuestros Libertadores fueron unificadores burgueses sin burguesía nacional, así como Moreno y Castelli habían sido jacobinos sin pequeñoburguesía revolucionaria. En consonancia con esta situación, no existían más que unos pocos “intelectuales orgánicos” de la unidad (Monteagudo, Cecilio del Valle, Cea, Juan de Egaña, etc.), ya que la mayoría de ellos pertenecían, por inserción y tradición, a esas clases desinteresadas de la integración continental. Su función sería, por el contrario, inventar las diferentes “naciones” latinoamericanas, diseñando sus escudos y banderas, narrando una épica separada de las vecinas, escribiendo sus himnos y biografiando a sus próceres presuntamente rivales: toda una construcción destinada a justificar y apuntalar la balcanización gran-nacional.

  Y ninguna de estas 20 “naciones” era una Prusia con capacidad hegemónica aglutinante. Por el contrario: Argentina, Guatemala, Brasil, los países de mayor desarrollo relativo en cada región, actuaron siempre como verdaderas “Prusias al revés” -como señalara agudamente Jorge Abelardo Ramos- boicoteando todo intento de unidad, porque ese mayor desarrollo no estaba causalmente ligado al crecimiento del mercado nacional sino al creciente aumento de las exportaciones primarias y del remanente de la renta agraria que el imperialismo dejaba en manos de sus clases dominantes asociadas.

   En Alemania, la nación unificada fue la coronación del crecimiento económico y el esfuerzo bélico, que la precedieron y la posibilitaron, en tanto que en América Latina ella fue proclamada antes en los documentos fundacionales como una entidad formal previa, que los ejércitos debían construir a continuación. Pero no existió ni existe ninguna Prusia militarista en Latinoamérica, ni siquiera el Brasil actualmente, que se haga cargo de la tarea. En 1906, desilusionado de las tentativas frustradas de  unificación espontánea de los pueblos del Continente, Miguel de Unamuno escribía al coronel peruano Mariano J. Madueño: “Esa unión la espero de que alguna de las repúblicas hispanoamericanas (no sé cual), crezca, se robustezca y se enriquezca tanto que se despierten en ella pujos imperialistas y constituya para las demás repúblicas de lengua española un centro de atracción […]. Un Piamonte o una Prusia -concluía- es lo que deseo a la América Española”.

   Pero de aquella misiva a estos años ha pasado más de un siglo y las condiciones socioeconómicas han variado. La unificación por consenso colectivo ya es posible y los gobiernos pequeñoburgueses al frente de los diferentes países han tomado sobre si la tarea de constituirla: el MERCOSUR y la CELAC parecen apuntar en la buena dirección. Pero si las clases medias, hoy activas, se muestran incapaces de llevar a buen término la construcción de la Gran Nación Latinoamericana sobre el eje Brasil-Argentina, no hay duda de que las grandes masas populares la harán con sus propios métodos y su propia ideología revolucionaria.

                                                                     Córdoba, 5 de agosto de 2014

 

Publicado en la Revista brasilera “Caros Amigos” de Septiembre del 2014