DECRECE LA SEXTA OLA DEL POPULISMO LATINOAMERICANO

Por:
Roberto A. Ferrero

Publicado el 01/12/2014

   Los Movimientos Nacionales y Populares  de este continente mestizo -llamados despectivamente “populismos” por los eruditos elitistas de la academia, pero rescatados y dignificados por Ernesto Laclau-  se dieron siempre como “oleadas” que implicaban a varios países, como que eran la expresión de la unidad profunda de América Latina. Ellos eran además, por su origen, una muestra patente de la incompletud del desarrollo capitalista local, de la presencia dominante del imperialismo y del deseo de las grades masas de superar simultáneamente una y otra condición para abrir una época de crecimiento económico nacional-burgués con justicia social. Vale decir: con una mayor participación de las clases subalternas en el reparto de la renta nacional y en los bienes superestructurales.

 

1.     Las seis olas del “populismo” latinoamericano.

   La primera de estas oleadas fue anterior a la Primera Guerra Mundial y se significó con revoluciones como la del Méjico de Villa y Zapata y movimientos reformistas populares como los del yrigoyenismo argentino y el batllismo y el herrerismo blanco en el Uruguay en una específica división de adhesión de las masas, singularidad uruguaya.

 La segunda surgió en el período de la primera post-guerra: el alessandrismo chileno de corta duración, el APRA de Haya de la Torre en el Perú, el varguismo en Brasil, el movimiento de Grau San Martín  en Cuba, el “velazquismo” en Ecuador, etc.

Durante y después de la II Guerra, como parte de la Revolución Colonial que  recorrió como un vendaval los tres continentes coloniales y semicoloniales, se vio aparecer al Peronismo en nuestro país, la revolución guatemalteca de Arévalo y Arbenz, el relanzamiento del  velazquismo con la “Gloriosa Revolución del 28 de Mayo” (de 1944), el retorno del varguismo al poder en brazos de las masas, el ibañismo en Chile, Jorge Eliecer Gaitán y su gran movimiento popular en Colombia y el MNR de Paz Estensoro y Montenegro en Bolivia. Era la tercera ola.

 La cuarta es la del “populismo ligth”, llamémosle así, movimientos populares de la pequeñoburguesía que moviéndose en el escenario abierto por las grandes derrotas del  período 1954-1960 (derrocamiento de Arbenz y Perón, suicidio de Vargas, capitulación del MNR boliviano y el aprismo peruano rendido ante la reacción) , tratan de implementar la utopía de un “desarrollo” que no afectase ni a la oligarquía ni al imperialismo, sino, que, por el contrario, contase con el sector “progresista” y “democrático” del imperialismo mismo (Kennedy y similares), para aportar los fondos de inversión que el Desarrollismo no se animaba a obtener por la vía de las estatizaciones y las expropiaciones, que constituirían la acumulación primitiva estatal. Tales los Movimientos que encabezaron Arturo Frondizi en Argentina. Juscelinho Kubistchek en Brasil, Belaunde Terry en el Perú y Rómulo Betancourt en Venezuela  

La quinta oleada cabalga entre los años Sesenta y Setenta: es aquella que encabezan el General Torrijos en Panamá, Velazco Alvarado en el antiguo imperio de los incas, los Generales Ovando y Torres en Bolivia, el emergente Frente Amplio en el Uruguay, Salvador Allende en Chile y el Peronismo renovado y potenciado por las grandes masas de la pequeñoburguesía radicalizada.

Derrotados todos ellos por los golpes de Estado, los asesinatos y las conspiraciones de palacio, después de los años de las Dictaduras que asolaron el Continente y de los gobiernos neoliberales que les siguieron con extraño apoyo popular-masoquista (Alfonsín y Menem en Argentina, Collor de Melo y Cardozo en Brasil, Sánchez de Lozada en Bolivia, Carlos Andrés Pérez en Venezuela y otros) aparece con el  nuevo siglo la actual Sexta Ola del Populismo Latinoamericano: El Comandante Chávez, Evo Morales, Lula Da Silva, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Lugo, el Frente Amplio, la recuperación del sandinismo con Daniel Ortega y otros, hegemonizada por sectores de la pequeñoburguesía más o menos radicalizada.

 

2.Audacias y limitaciones de la Sexta Ola.

  Al socaire de la reversión de la tendencia histórica del deterioro de los términos del intercambio para los países exportadores de materias primas, beneficiados por la incorporación  de gigantescas demandas de mercados como las de los grandes países emergentes (China, India, Irán) y la Rusia reconstruida por Putin, estos Movimientos de la Sexta Ola han reincorporado por millones a los excluidos del sistema, han creado otros tantos millones de nuevos empleos, han democratizado la distribución de la renta nacional, han enfrentado políticamente al imperialismo y a los representantes de la vieja y corrupta partidocracia y su prensa, han intentado re-industrializar sus países y han bregado por constituir organizaciones de unidad regional, como la UNASUR. Sin embargo, han hecho todas estas meritorias tareas nacionales -dignas del mayor apoyo- sin proponerse acabar de alguna forma con el sometimiento al  imperialismo y la economía extranjerizada que, en mayor o menor medida, caracteriza a toda la región. Emulando al “desarrollismo” de principios de los años Sesenta, se proponen erigir un país capitalista “normal” (vale decir: una economía burguesa autocentrada y autónoma), sin tocar los pilares de la sujeción al amo extranjero. Vale decir: una imposible tarea de desarrollo burgués nacional sobre el mismo piso del dominio imperialista que no se ataca mayormente en los hechos. La disputa es más bien a nivel discursivo y diplomático contra los Estados imperialistas que protegen las inversiones de sus consorcios en el extranjero que contra ellas mismas, salvo casos marginales. En algunos países, como Bolivia, Ecuador y Venezuela, los gobiernos de la Sexta Ola han superado esta norma común de comportamiento: han sido más audaces y han avanzado bastante, por la vía  pacífica y parlamentaria, contra el dominio del imperialismo y sus clases nativas asociadas, llegando a plantearse incluso una alternativa “socialista” al menos en las palabras. Los otros, como Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, se han apegado más a la norma y sólo han realizado tímidas reformas sin afectar, en lo fundamental, la estructura económica extranjerizada, aunque beneficiando indudablemente a las grandes masas explotadas o ignoradas durante el periodo neoliberal.

 

2.     Revoluciones burguesas y Revoluciones nacional-populares

   Es en estos últimos cuatro países que han permitido la sobrevivencia del privilegio imperialista, oligárquico y gran-burgués transnacionalizado, donde ha comenzado el retroceso de la Sexta Ola del Movimiento Nacional.

  Este retroceso, que en Latinoamérica termina siempre con su alejamiento del poder cada 10/15 años, es característico de los Movimientos Nacionales populares y -de un modo más general- de todos los procesos revolucionarios. Como ha explicado Manfred  Kossok en sus investigaciones, las revoluciones burguesas en Europa han tenido una etapa ascendente y una etapa descendente, y los “populismos”, como instrumentos políticos de las revoluciones nacional-burguesas de Latinoamérica y el Tercer Mundo, no son la excepción.  

   Sin embargo, hay dos diferencias importantísimas entre las revoluciones burguesas europeas y las revoluciones nacionales intentadas por los MNyP de América Latina. En primer lugar, las tareas que deben llevar a cabo los pueblos latinoamericanos son mucho más arduas que las que afrontaron en su momento las burguesías metropolitanas, pues no sólo deben enfrentar a las clases oligárquicas nativas, sino a su socio mayoritario, el Imperialismo, que no existía aún en las épocas de las revoluciones del Viejo Continente: en Inglaterra en 1648 con Cromwell, en la Francia Jacobina de 1789 y en las “revoluciones pasivas”, consumadas desde arriba en Alemania e Italia en 1870. En segundo lugar, y derivados de la situación expuesta, los cambios estructurales realizados por las Revoluciones Nacionales y Populares de nuestra periferia nunca alcanzaron la profundidad y la permanencia que tuvieron en Europa las revoluciones burguesas. Tanto, que fracasaron -las pocas veces que lo intentaron- en conseguir la unidad nacional, tarea central junto con la reforma agraria y la industrialización. De manera tal que la etapa descendente de las grandes revoluciones en aquel continente -aun en los países en que la burguesía pactó con un sector sobrevivido y aggiornado de las viejas clases feudales- nunca alcanzó los niveles de una restauración. Las revoluciones que siguieron (Inglaterra: la “Revolución Gloriosa” de 1688 y la ampliación  del sufragio de 1832; Francia: las sublevaciones de de 1830, 1848 y 1870; la alemana de 1918, etc.) no fueron ya movimientos desplegados en el seno de una formación económico-social de tipo feudal, sino en el interior de un sistema hegemonizado por el capitalismo, que necesitaba barrer las residuos del ancienne regime. No se trataba allí de volver a derrotar el sistema antiguo, sino facilitar el desenvolvimiento más libre del modo de producción capitalista y su superestructura jurídico-política liberal.

  En cambio, en Latinoamérica, al no haberse destruido nunca de modo completo el sistema oligárquico/imperialista -salvo en Cuba y hasta cierto punto en el Méjico de 1910, la Bolivia de 1952 y el Perú de 1968 en cuanto a las clases terratenientes precapitalistas- y subsistiendo en diverso grado el poder del Imperialismo, la etapa descendente alcanzó a veces los niveles de una cuasi-restauración, como en la Argentina de 1930 a la caída de Yrigoyen o Guatemala de 1954. En otros lugares y ocasiones, aunque tampoco las oligarquías vieron destruida la base de su poder (la propiedad territorial), las realizaciones del pueblo -sindicatos de masas,  economía estatizada, régimen cooperativo, sistemas de seguridad social- fueron tan sólidas que no permitieron una restauración repentina, total  y en regla, y tardaron décadas en ser domesticadas y/o deterioradas. Tal el Uruguay batllista, la Argentina peronista de 1955 y la Bolivia dejada por el MNR.

 

 

4. Fragmentación y discontinuidad de las Revoluciones Latinoamericanas

   Por lo expuesto, se advierte que la Revolución Nacional -que es más que una revolución meramente burguesa ya que persigue no sólo el desarrollo del capitalismo sino su limitación y regulación estatal en beneficio de las masas- tiene en América Latina dos rasgos centrales: Uno, un carácter fragmentario y compartimentado -que la debilita- que no alcanza a plasmar una unidad a nivel continental, unidad que no es suplida ni siquiera equivalenciada por la coetaneidad de las revoluciones en el seno de las “oleadas” de cada etapa de ascenso. (Recién la Sexta Ola del mal llamado “populismo” ha conseguido concretar la creación  de organismos de unidad a escala continental que, aunque aumentan la solidaridad entre los gobiernos populares y los procesos de cambio desarrollado en cada país, de todas maneras influyen  poco en el ritmo interno de cada uno de sus Movimientos). Y dos: su naturaleza torturada, espasmódica y discontinua, que alterna etapas de avance, retroceso, estancamiento, otra vez avance y nuevos retrocesos, sin que las fuerzas sociales de la Nación y la Anti-nación en pugna alcancen a derrotarse una a la otra definitivamente, prolongando un empate histórico sumamente dañino y medido en sangre y en destrucción de fuerzas productivas presentes y aun potenciales. Sufrimos un desarrollo de cambio progresivo a la prusiana, si recordamos las palabras de Engels: “De este modo, a Prusia le ha correspondido el peculiar destino de culminar, a fines de este siglo, y en la forma agradable de bonapartismo, su revolución burguesa que se inició en 1808-1813 y que dio un paso de avance en 1848. Y si todo marcha bien, si el mundo permanece quieto y tranquilo y nosotros llegamos a viejos, tal vez en 1900 veamos que el gobierno prusiano ha acabado realmente con todas las instituciones feudales y que Prusia alcanzó por fin la situación en que se encontraba Francia en 1792”. (Engels se quedó corto: fue recién en 1918 que se abolieron por parte de la socialdemocracia las últimas resabios de feudalismo).

 

5. Self-Stop y sublevaciones contrarrevolucionarias

   La etapa descendente o de declinación del los gobiernos nacionales y populares (que no quiere decir desaparición del propio Movimiento Nacional, que suele prolongar su vigencia en el llano y aun en la clandestinidad), obedece a  tanto a causas endógenas como a razones externas. Entre las endógenas podemos contar: a) la permanencia de la base de sustentación del enemigo del pueblo: la propiedad oligárquica e imperialista, cuya solidez  permite que las clases explotadoras, después de un momento de retracción  y desconcierto, reaccionen, se rehagan y comiencen a armar su contraofensiva; b) el cansancio relativo de sus cuadros y de las bases de apoyo popular, que no pueden estar constantemente a la ofensiva y deben en algún momento retornar a su vida rutinaria de trabajo o estudio; c) el traspaso de la hegemonía interna desde el sector más revolucionario en el gobierno hacia la oposición movimientista más moderada, que hasta entonces había permanecido en un lugar subordinado y ahora se hace cargo de la dirección; d) los éxitos mismos del gobierno popular, que al mejorar los niveles de vida de una parte de las clases medias y de los trabajadores, hace que estos sectores adopten una conducta más prudente, casi conservadora, enemiga de arriesgar lo logrado con nuevos avances hacia la izquierda. e) la tendencia de las direcciones burguesas, pequeñoburguesas o bonapartistas a pactar con el enemigo nacional (que es siempre una clase propietaria) cuando el proceso tiende a desbordarse por izquierda en un sentido revolucionario en las ocasiones en que la historia las pone en la obligada opción. (Siempre con la excepción de Cuba). Entre las causas exteriores, la principal es el hostigamiento diplomático, el ahogamiento económico o directamente la invasión armada del imperialismo, eficazmente secundado por los emigrados políticos y los elementos cipayos que “se unen al extranjero para humillar a su Patria”, como anatematizaba el General San Martín.

   A determinada altura, el proceso revolucionario, por algunas o por todas las causas enumeradas, detiene su desarrollo y comienza a agotarse. Aparece lo que podríamos denominar el “self-stop” de los movimientos nacionales, al que seguirá la etapa descendente o un largo estancamiento. Son los casos de “el Alto de Viera”, encarnado por el Presidente batllista uruguayo Feliciano Viera después del segundo Gobierno de José Batlle y Ordóñez; el reemplazo de Yrigoyen, en el segundo gobierno radical de 1922-1928, por el ala aristocrática de Marcelo T. de Alvear, Leopoldo Melo y Vicente Gallo; la sucesión de Cárdenas en Méjico por el general Manuel Ávila Camacho “que impuso un fuerte compás de espera a las reformas” lanzadas por el cardenismo, en palabras de Torcuato Di Tella; el travestismo de Paz Estensoro en Bolivia, al negarse a profundizar la revolución boliviana y ponerse él mismo a la cabeza de la capitulación ante el imperialismo yanqui: la sustitución en 1975 del liderazgo del General Velazco Alvarado por el del General Morales Bermúdez , jefe del ala más conservadora del Ejército, en la revolución peruana; la derrota electoral del sandinismo en Nicaragua frente a la candidata de la burguesía nativa, Violeta Chamorro.

   En los casos en que el gobierno del Movimiento Nacional y Popular en el poder se encuentra aún en un curso ascendente y/o resiste más de la cuenta la presión destituyente del imperialismo y sus aliados internos, éstos entonces organizan directamente la sublevación militar que dará por tierra con los atrevidos “populistas”: sublevación contra Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954; “Revolución Libertadora” contra Perón en 1955: destitución de Jango Goulart en Brasil en 1963, de Juan José Torres en 1971 en Bolivia, y Salvador Allende en 1973, etc.

  Corresponde señalar que las mencionadas no son siempre dos vías alternativas, ya que algunas veces suelen combinarse, como en la Bolivia de 1964: la etapa descendente y la capitulación del Paz Estensoro no fueron suficientes para el imperialismo y la reacción sobrevivida, que tramaron la destitución del Presidente capitulador por la vía del golpe militar de noviembre de 1964. Lo mismo podría decirse de la destitución de Arturo Frondizi dos años antes: ni el abandono del anti-imperialista Programa de Avellaneda ni todas las concesiones hechas a los sectores antinacionales pudieron conformar a las corrientes ultrarreaccionarias del Ejército y la Marina, que lo depusieron y lo encarcelaron en la isla de Martín García.

 

6. Comienza a detenerse la Sexta Ola.

  Ambos fenómenos: el autodetenimiento (self-stop) o la destitución militar, han asolado a los movimientos populares de Latinoamérica en el curso de las diversas “olas” revolucionarias y hay claros indicios de que la Sexta Ola está entrando en su período descendente, cuando ya  han sido  destituidos algunos de los gobiernos que la expresaban en determinados países: Paraguay y Honduras, in concreto. La variante en estos casos respecto a las destituciones militares de un pasado cercano consiste en que, merced a su control hegemónico de los medios de prensa oral y escrita y a la subordinación en que la reacción tiene a la partidocracia capituladora y cómplice, los golpes de Estado dados por los Ejércitos han sido remplazados por los “golpes blandos”, utilizando la cobertura legal de Parlamentos sumisos y corruptos y Jueces cómplices.

   Aún sin coincidir con el juicio terminante de Raul Zibechi de que “el ciclo progresista en Sudamérica ha terminado”, hay indicios más que claros de que el proceso ha entrado en una detente sugestiva: la “coalición” democristiano-socialista administrando la herencia pinochetista en Chile sin atreverse a hacer cambios de verdad; la pérdida de votos y de la mayoría parlamentarios del PT en Brasil  tanto como la designación como Ministro de Economía de un adepto neoliberal de la Escuela de Chicago por parte de la presidenta Dilma Rouseff como es Joaquim Levy;  el ciclo inócuo de José Mujica en el Uruguay, convertido en niño mimado de la gran prensa comercial, que resalta sus cualidades de modestia, franqueza y sencillez…que no afectan en nada las estructuras pétreas de la injusticia (El reciente triunfo de Tabaré Vázquez, poco amigo del MERCOSUR y simpatizante de la Alianza del Pacífico enfeudada a los EE.UU, no implica un relanzamiento popular del Frente Amplio, sino todo lo contrario, porque está sustentado en el voto conformista cada vez más de centro); el estancamiento de la Revolución Bolivariana, que no fue capaz de acallar a una oposición bochinchera y golpista ni de hacer productiva inversión de su gigantesca renta petrolera, más allá de la redistribución de las “Misiones”, instituciones muy fáciles de derogar; y la ruptura de la Presidenta Fernández de Kirchner con el mejor sector de la burocracia sindical, su negativa a gravar la renta financiera y realizar una modificación progresiva de nuestro retrógrado sistema impositivo,  el acercamiento -desairado- a la gran burguesía nacional con la política del “chevasquismo”, el respeto estricto a las grandes inversiones extranjeras, excepto en el caso de imperialismos de cuarta como el español y el crecimiento de la candidatura muy moderada de Daniel Scioli para las presidenciales del año que viene. Como decimos, son todas éstas señales de que los Movimientos Nacionales y Populares de la Sexta Ola están llegando al final de su ciclo progresivo de gobierno. El empate histórico no ha podido ser resuelto y la oportunidad brindada por la nueva relación de fuerzas  a escala internacional ha sido en gran parte desaprovechada. Los movimientos populares deben prepararse para actuar en la oposición y la resistencia por todo un período, que  no se sabe cuán prolongado será, por las dudas se cumpliese el plazo fatídico, cabalístico de los 10/15 años de gobierno de los Movimientos Nacionales: Batlle y Ordóñez (1903-1916), Getulio Vargas (1930-1945), Arévalo-Árbenz (1944-1954), Perón (1945-1955), El MNR en Bolivia (1952-1964), sino ménos…

   Este plazo -que venimos poniendo de relieve desde hace años en base a la experiencia histórica concreta y que últimamente ha repetido Zibechi- de todas maneras, si bien puede ser fatídico, no es fatal. No es un plazo impuesto mecánicamente desde fuera de la sociedad y de la historia, sino resultado de una constelación de factores sociales, económicos, culturales y políticos que en su combinación dan lugar a esa etapa limitada. Esta combinación puede variar y el plazo de los gobiernos populares puede acortarse o alargarse en el futuro, pero hasta el presente es el mencionado. Lamentablemente, los hechos indican que en cuatro, al menos, de los gobiernos de la Sexta Ola “populista”, la etapa descendente ya se asoma, como indicamos arriba ¿Se detendrá, habrá un nuevo impulso, se estancará, se reinstalará un nuevo neoliberalismo como en Paraguay y Honduras?  Imposible pronosticarlo. El escenario mundial y el teatro nacional de cada país han variado mucho desde los tiempos de la Quinta Ola al presente. Sólo queda volcar todo el esfuerzo de los movimientos nacionales y populares, con independencia de los retrocesos y vacilaciones de sus propios gobiernos, para organizarse debidamente, resistir y volver al ruedo. Que el retiro de la creciente no arrastre mar adentro todo lo bueno que trajo la pleamar.

                                  Córdoba, 8 de diciembre de 2014.