DOSSIER DE PATRIA GRANDE SOBRE CHARLIE HEBDO (CUATRO NOTAS)

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Publicado el 01/01/2015

I.-

JE NE SUIS PAS CHARLIE

                                                                  José Antonio Gutiérrez D. | 08-01-2015 | 

Parto aclarando antes que nada, que considero una atrocidad el ataque a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París y que no creo que, en ninguna circunstancia, sea justificable convertir a un periodista, por dudosa que sea su calidad profesional, en un objetivo militar. Lo mismo es válido en Francia, como lo es en Colombia o en Palestina. Tampoco me identifico con ningún fundamentalismo, ni cristiano, ni judío, ni musulmán ni tampoco con el bobo-secularismo afrancesado, que erige a la sagrada “République” en una diosa. Hago estas aclaraciones necesarias pues, por más que insistan los gurús de la alta política que en Europa vivimos en una “democracia ejemplar” con “grandes libertades”, sabemos que el Gran Hermano nos vigila y que cualquier discurso que se salga del libreto es castigado duramente. Pero no creo que censurar el ataque en contra de Charlie Hebdo sea sinónimo de celebrar una revista que es, fundamentalmente, un monumento a la intolerancia, al racismo y a la arrogancia colonial.

Miles de personas, comprensiblemente afectadas por este atentado, han circulado mensajes en francés diciendo “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie), como si este mensaje fuera el último grito en la defensa de la libertad. Pues bien, yo no soy Charlie. No me identifico con la representación degradante y “caricaturesca” que hace del mundo islámico, en plena época de la llamada “Guerra contra el Terrorismo”, con toda la carga racista y colonialista que esto conlleva. No puedo ver con buena cara esa constante agresión simbólica que tiene como contrapartida una agresión física y real, mediante los bombardeos y ocupaciones militares a países pertenecientes a este horizonte cultural. Tampoco puedo ver con buenos ojos estas caricaturas y sus textos ofensivos, cuando los árabes son uno de los sectores más marginados, empobrecidos y explotados de la sociedad francesa, que han recibido históricamente un trato brutal: no se me olvida que en el metro de París, a comienzos de los 60, la policía masacró a palos a 200 argelinos por demandar el fin de la ocupación francesa de su país, que ya había dejado un saldo estimado de un millón de “incivilizados” árabes muertos. No se trata de inocentes caricaturas hechas por libre pensadores, sino que se trata de mensajes, producidos desde los medios de comunicación de masas (si, aunque pose de alternativo Charlie Hebdo pertenece a los medios de masas), cargados de estereotipos y odios, que refuerzan un discurso que entiende a los árabes como bárbaros a los cuales hay que contener, desarraigar, controlar, reprimir, oprimir y exterminar. Mensajes cuyo propósito implícito es justificar las invasiones a países del Oriente Medio así como las múltiples intervenciones y bombardeos que desde Occidente se orquestan en la defensa del nuevo reparto imperial. El actor español Willy Toledo decía, en una declaración polémica -por apenas evidenciar lo obvio-, que “Occidente mata todos los días. Sin ruido”. Y eso es lo que Charlie y su humor negro ocultan bajo la forma de la sátira. No me olvido de la carátula del N°1099 de Charlie Hebdo, en la cual se trivializaba la masacre de más de mil egipcios por una brutal dictadura militar, que tiene el beneplácito de Francia y de EEUU, mediante una portada que dice algo así como “Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene las balas”. La caricatura era la de un hombre musulmán acribillado, mientras trataba de protegerse con el Corán. Habrá a quien le parezca esto gracioso. También, en su época, colonos ingleses en Tierra del Fuego creían que era gracioso posar en fotografías junto a los indígenas que habian "cazado", con amplias sonrisas, carabina en mano, y con el pie encima del cadáver sanguinolento aún caliente. En vez de graciosa, esa caricatura me parece violenta y colonial, un abuso de la tan ficticia como manoseada libertad de prensa occidental. ¿Qué ocurriría si yo hiciera ahora una revista cuya portada tuviera el siguiente lema: “Matanza en París. Charlie Hebdo es una mierda: no detiene las balas” e hiciera una caricatura del fallecido Jean Cabut acribillado con una copia de la revista en sus manos? Claro que sería un escándalo: la vida de un francés es sagrada. La de un egipcio (o la de un palestino, iraquí, sirio, etc.) es material “humorístico”. Por eso no soy Charlie, pues para mí la vida de cada uno de esos egipcios acribillados es tan sagrada como la de cualquiera de esos caricaturistas hoy asesinados.

Ya sabemos que viene de aquí para allá: habrá discursos de defender la libertad de prensa por parte de los mismos países que en 1999 dieron la bendición al bombardeo de la OTAN, en Belgrado, de la estación de TV pública serbia por llamarla “el ministerio de mentiras”; que callaron cuando Israel bombardeó en Beirut la estación de TV Al-Manar en el 2006; que callan los asesinatos de periodistas críticos colombianos y palestinos. Luego de la hermosa retórica pro-libertad, vendrá la acción liberticida: más macartismo dizque “anti-terrorismo”, más intervenciones coloniales, más restricciones a esas “garantías democráticas” en vías de extinción, y por supuesto, más racismo. Europa se consume en una espiral de odio xenófobo, de islamofobia, de anti-semitismo (los palestinos son semitas, de hecho) y este ambiente se hace cada vez más irrespirable. Los musulmanes ya son los judíos en la Europa del siglo XXI, y los partidos neo-nazis se están haciendo nuevamente respetables 80 años después gracias a este repugnante sentimiento. Por todo esto, pese a la repulsión que me causan los ataques de París, Je ne suis pas Charlie.

II.-

El gobierno francés co-responsable de la masacre de "Charlie Hebdo"

 

                                                          Carlos Aznárez

 

Francia está convulsionada, surcada por la confusión e invadida por los miedos (que casi siempre desembocan en comportamientos xenófobos), porque esta vez la guerra que tanto provocaron y alentaron sus gobernantes ya no alcanza para verla solamente en los televisores. Ahora las balas de un lado y del otro resuenan en las calles de París y sus alrededores, y como no podía ser de otra manera hay muertos. Algunos, como los colaboradores del periódico "Charlie Hebdo", masacrados en su lugar de trabajo. Otros, fusilados por la policía francesa, que en su afán de "encontrar culpables", militariza con más de 80 mil efectivos la capital y sus pueblos adyacentes.

Esta es la foto que muestra al mundo, en este particular principio de año, un país que a diferencia de los Estados Unidos, siempre se las ha arreglado para disimular su afición a la violencia, y dentro de ella, las "hazañas" de años de terrorismo estatal.  

Francia, la de la guillotina, en la que perdieron la vida tantos inocentes (desoladoramente pobres la mayoría de ellos, que no tuvieron el más mínimo derecho a la defensa). Francia, la de cuatro centenares de pruebas atómicas en otros tantos sitios del planeta, contaminando y destruyendo el ecosistema. Francia, la de las guerras imperiales y colonialistas en Argelia, en Chad, en Africa y el Medio Oriente. Basta recordar el poderío militar francés, capaz de arrojar al vertedero aquellas frases ilustres de "Libertad, Igualdad y Fraternidad", arrasando con sus uniformados poblaciones enteras, bombardeando territorios muy lejanos de sus lugares habituales de residencia, torturando salvajemente a los revolucionarios haitianos y argelinos, encarcelando por cientos a militantes vascos, bretones o corsos (todos ellos, embarcados en rebeldías independentistas), o exportando la doctrina militar de exterminio hacia diversos puntos del planeta, como Argentina, por ejemplo, en que los militares gorilas locales leyeron y releyeron manuales elaborados por sus colegas vecinos de la Torre Eiffel.

El caso al que ahora se refiere con indisimulado morbo la mayoría de la prensa corporativa mundial, no escapa a las generales de la ley. Un grupo comando simpatizante de Al Qaeda o el ISIS (qué más da), irrumpe en la redacción de un semanario humorístico y asesina a gran parte de la redacción, algunos de cuyos integrantes eran conocidísimos por sus caricaturas y viñetas cargadas de un humor irreverente, que a veces solía causar gracia y otras, decididamente no. Se trata, desde ya, de un crimen brutal, pero no menos importante que el de cientos de periodistas asesinados gota a gota en Honduras, en México o en Guatemala.

Ahora bien, párrafo aparte merece este tipo de "journal humorístico" que, como en el caso de "Charlie H." la había emprendido desde hace varios años -entre otros temas urticantes de los que les tocó burlarse- contra el profeta Muhammad y por ende contra todo el Islam. Por ello, las amenazas les llovían a granel, pero jamás pensaron sus directivos, que iban a ser víctimas de un "jueves negro". 

Lo que ocurre es que en los tiempos que corren, el humor no otorga luz verde, y hay temas que no se pueden tomar en broma. Sobre todo, si ofenden la elección religiosa de millones de personas en el mundo. Por un lado, porque si bien es cierto que las religiones son generalmente manipuladas por los poderosos o son parte importante del Sistema de opresión, en otras ocasiones, como ya ha ocurrido con los movimientos cristianos latinoamericanos denominados "del Tercer Mundo", o con distintas experiencias del Islam, pueden ser utilizadas como una herramienta de toma de conciencia y de lucha anticolonial. 

 

Ahora bien, el grupo ultra que atacó las oficinas de "Charlie H." no era desconocido para la Inteligencia francesa, ya que varios de ellos, en ocasiones totalmente distintas a las actuales, habían salido del país para formar parte de las "milicias de la libertad" que intentaron, sin éxito, derrocar al presidente sirio Bachar Al Assad. Otros, hermanos, primos o vecinos de estos que ahora fueron fusilados por la policía francesa, habían combatido del lado de la OTAN, en Libia y en Iraq. Equipados con armamento de primera tecnología, ayudados económicamente por el dinero que depositaban en bancos europeos o de Medio Oriente, jeques, emires o monarcas, pero también por no pocos empresarios europeos. Los mismos que hoy se rasgan las vestiduras y claman al cielo por la "libertad de opinión", palabra que sistemáticamente les sirve para violarla y perseguir a quienes la practican. 

 

Hay un momento (lo mismo le pasó a los jerarcas de Washington) que el Frankestein construido con tanto esmero y disciplina, decide caminar por pie propio. Ya se pudo ver con los talibanes afganos, o con las mismas milicias mercenarias en Libia. El denominado "Estado Islámico" no es otra cosa que eso, y cuando se llega a ese punto, la guerra que antes era bien vista por la codicia Occidental, se convierte en un akelarre de horror y miedo desesperado en sus propios territorios. Se lo pudo ver y palpar esta semana, con los trenes y el metro londinense interrumpidos por una simple llamada con "aviso de bomba", o en Madrid, con amenazas que mencionaban el 11/M de la Estación Atocha, o en París, con el caso de "Charlie Hebdo". 

 

El gran problema es que los tiempos siguen cambiando para mal, ya que el poderío capitalista en su afán de extender sus conquistas económicas sigue apelando a invadir territorios que les pueden dar dividendos importantes, y comienza a sufrir las consecuencias de una guerra asimétrica que muchas veces se les escapa de la mano y les estalla en pleno rostro. Esto es lo que, sin dudas, han provocado personajes siniestros como el ex presidente Nicolás Sarkozy y el actual mandatario Francois Hollande. El primero fue el principal instigador del brutal crimen del jefe libio Muhammar Gadafi, y en 2009 había recibido en su despacho a uno de los yihadistas que ahora atacó la redacción de "Charlie H.". El mismo Sarkozy que en el colmo del cinismo ahora clama al cielo señalando que "Los bárbaros están atacando a Francia". 

No se queda atrás el actual mandatario Francois Hollande, aliado fundamental de Estados Unidos en cuanta tropelía se les ocurre emprender a los genocidas de Washington y figura aborrecible por su prédica fascista contra los inmigrantes de ascendencia musulmana.

Hacia ellos y no sólo contra los atacantes al "Charlie H." (mercenarios cómplices de su política imperial) deberían ir dirigidas todas las acusaciones por lo ocurrido en estos días. Y sin embargo, como esos boxeadores que demuestran tener buena cintura, ambos convierten la hipocresía criminal que los arropa desde siempre en una carga de gigantesco victimismo.  Muy sueltos de cuerpo, convocan a "la unidad del pueblo francés" para "detener al terrorismo". Además, intentan convertir el ataque al "Charlie Hebdo" en una excusa para blanquear cientos de asesinatos provocados por sus soldados colonialistas en diversos países, y por último, convocan a una marcha de repudio al crimen de los periodistas en la que participen la izquierda y la derecha representada por ellos mismos. "Millones de franceses debemos salir a las calles este domingo", sostiene Hollande, cuando él  y muchos de los que lo acompañarán ese día callaron frente a las masacres de palestinos en Gaza, o los ataques similares realizados por los mercenarios en Siria, Iraq y el Líbano. Es fácil reclamarse ahora "víctimas del terrorismo" y convertirse en blancas palomas de la "unidad y la tolerancia". Son los mismos que en estas tristes circunstancias desempolvan nuevamente la bandera del chauvinismo anti musulmán, negándole a esa comunidad el derecho a la educación, a la atención médica o el acceso a trabajos dignos. En fin, excluyéndoles de la vida social, con expresiones de un racismo que en ese país no es sólo privativo de la ultraderecha de Le Pen.

Por todo ello, sería loable que el pueblo francés exija en la calle el castigo a los culpables de la masacre de "Charlie H." pero también se pronuncie a favor de la retirada de los militares franceses de las fuerzas de exterminio de la OTAN, y deje de apoyar al paramilitarismo mercenario que tantos muertos causa diariamente en Medio Oriente. La impunidad con que vienen actuando los gobernantes franceses no puede ser premiada ni glorificada con la excusa de un crimen brutal. Menos aún marchando juntos con quienes han provocado este estado de cosas. ¿Qué se podría pensar si el presidente mexicano Enrique Peña Nieto convocara en estos días a una manifestación junto a los familiares de los estudiantes masacrados en Atyozinapa, para exigir justicia, cuando es el propio poder gubernamental el culpable de esas muertes?

 

 III.-

 

“CHARLIE HEBDO” Y LA OLA REACCIONARIA

                                                                                       Guillermo Almeyra

                                                                                       Rebelión



El brutal asesinato de los de Charlie Hebdo desencadenó el tradicional chauvinismo patriotero de los franceses que en este caso puede disfrazarse detrás del horror, el odio y el repudio que provoca a todo ser humano pensante cualquier asesinato masivo. Hollande y la Francia “de Orden” se montan sobre esa ola en la que se mezclan los legítimamente indignados por el crimen con los sionistas, que quieren llevar agua a su molino antiárabe y salir de su aislamiento y con la extrema derecha racista francesa. Los del gobierno “socialista” trabajan así a toda máquina a favor de la xenofobia racista del nacional-fascismo lepeniano. El gobierno racista de Valls-Hollande, estúpidamente, para recuperar popularidad, cree poder robarle el terreno bajo los pies al lepenismo encabezando la jauría antiárabe, tan popular en un país que en su historia medioeval tiene diversas cruzadas contra el mundo árabe, entonces mucho más avanzado que Francia y por eso temible y después, ya capitalista, colonizó países con mayoría musulmana y fue echado de ellos no sin dejar, por ejemplo, en Argelia, un millón de muertos.

Hubo un tiempo en que Charlie Hebdo criticaba suavemente a los gobiernos sucesivos mientras hacía chistes machistas y élitistas y era sólo una revista-pasatiempo irreverente. Pero desde el ataque a las Torres Gemelas en Estados Unidos asumió el papel de Catón francés de tercera clase fabricando una versión colonialista y racista del Islam sin tener en cuenta ni el necesario respeto a las creencias religiosas de millones de trabajadores en Francia ni la sangrienta huella que dejó en éstos el racismo y la opresión de los colonialistas. En el país del racismo institucionalizado que originó el caso Dreyfus y donde si uno rasca a millones de clasemedieros de ambos sexos, sobre todo pieds noirs, aparece de inmediato la asquerosa figura de Monsieur Chauvin, Hollande amalgama los sentimientos legítimos de horror de mucha buena gente con el racismo sionista francés y con el viejo racismo “antimetecos” de la derecha y la extrema derecha para lograr “la unidad nacional”. De este modo, al igual que el escritorzuelo Houellebecq abre de par en par la puerta al fascismo de masas.

Todo asesinato es siempre inadmisible y repudiable y no hay para él justificación política ni religiosa alguna. El crimen cometido contra los provocadores arrogantes de Charlie Hebdo no es, por consiguiente, justificable pero sí es explicable. Porque si uno no se explica las razones que llevaron este horrendo asesinato queda intelectualmente a la merced de los “guardianes del Orden republicano”, es decir, de los asesinos en masa, mediante la “austeridad” para proteger al gran capital, de pobres, niños, ancianos en Europa misma y de los que bombardean donde les parece en nombre de la “Libertad”. El ignorante y las almas cándidas colaboran para construir el inmundo fascismo de mañana cuyo aliento se siente ya detrás del movimiento reaccionario de Francia para los franceses.

La ideología de origen estadounidense de esta ofensiva de la derecha es el supuesto choque de civilizaciones, la guerra contra el Islam (es decir, contra dos mil millones de musulmanes en el mundo). Esta ideología apocalíptica encubre la guerra eterna y prepara en varios países la guerra civil (que ya está instalada en África bajo la forma de la guerra entre musulmanes extremistas y cristianos sostenidos por el imperialismo, sobre todo francés).

Los gobernantes de los países imperialistas crearon y después alimentaron y armaron el integralismo fanático de algunos pequeños grupos islámicos: Francia lo hizo en Argelia con sus harkis, soldados nativos que luchaban contra la independencia; Estados Unidos estaba detrás de los Hermanos Musulmanes egipcios para combatir al nacionalismo árabe laico de Nasser y utilizó a los talibanes afganos contra el gobierno laico prosoviético y las tropas de Moscú que habían entrado en el país para sostener a ese gobierno. Israel estuvo detrás del nacimiento de Hamas para combatir a la laica e izquierdista Organización para la Liberación de Palestina dirigida por Yasser Arafat. Como es lógico el hijo de Frankestein del oscurantismo medioeval así promovido comenzó a andar por su cuenta y escapó a sus amos, como Bin Laden, el agente primitivo de la CIA. Inglaterra, por su parte, al ser echada de la India, dejó el veneno de la lucha religiosa entre hinduistas, budistas y musulmanes que se trasladó después a los Estados independientes de la India y Pakistán. El fundamentalismo integralista de algunos grupos musulmanes es reflejo directo de los fundamentalistas cristianos occidentales que pretenden creer que sus valores culturales son universales y se creen destinados por su Dios a evangelizar y civilizar a sangre y fuego a los llamados salvajes o bárbaros.

La solidaridad peluda al colonialista Hollande formulada- ¡en la lengua de Voltaire!- por el primer ministro inglés Cameron o por John Kerry, vicepresidente yanqui, bate por eso todos los 

Todo atentado terrorista indiscriminado, además de un crimen, es un grave error político, así lo cometa un honesto anarquista que, con una bomba quiere acabar con un sistema, cuya represión refuerza de inmediato. Los que mataron a los periodistas de Charlie Hebdo desencadenaron una ola antiárabe, con bombas en las mezquitas, detenciones “preventivas”, medidas utrareaccionarias contra todos los jóvenes que parezcan musulmanes, y dieron aliento político a la extrema derecha xenófoba en toda Europa, al FN lepenista, a la derecha en el gobierno, que será aún más proisraelí, aún más colonialista. Si su acción criminal no se explicase por su ignorancia, su atraso político y su desesperación, parecería obra de los Servicios, una provocación similar a la quema del Reichstag por los nazis para imponer el triunfo de Hitler. El resultado es el mismo.

 

IV.-

LA GUERRA DE 1954-62, UNA HERIDA ABIERTA EN AMBOS PAISES

ARGELIA AGREGA CONTEXTO AL ATAQUE CONTRA “CHARLIE HEBDO”

 

                                                                                              Robert Fisk

                                                                                              La Jornada

 

Faltó incluir este ángulo histórico en las notas de prensa internacionales

 


Mucho antes de que la identidad de los sospechosos de la matanza fuera revelada por la policía francesa –incluso antes de escuchar los nombres de Chérif y Said Kouachi–, murmuré la palabra Argelia para mis adentros. Tan pronto como oí los nombres y vi los rostros, volví a decir Argelia. Y luego la policía francesa dijo que los dos hombres eran de origen argelino.

Argelia sigue siendo la herida más dolorosa en el cuerpo político de la república –salvo tal vez por su continuo autoexamen de la ocupación nazi– y aporta un temible contexto a cada acto de violencia árabe contra Francia. La guerra de independencia argelina, que duró seis años y costó la muerte a un millón y medio de musulmanes árabes y a muchos miles de hombres y mujeres franceses, sigue siendo una agonía interminable y no resuelta para ambos pueblos. Hace apenas poco más de medio siglo, estuvo a punto de desatar una guerra civil en Francia.

Tal vez todos los reportes de periódico y televisión deberían llevar un ángulo histórico, un pequeño recordatorio de que nada –nada en absoluto– ocurre sin un pasado. Las masacres, los baños de sangre, la furia, el dolor, las cacerías policiacas (que se extienden o se estrechan al gusto de los editores) se llevan los titulares. Siempre el quién y el cómo, pero rara vez el por qué.

Tomemos por caso el crimen de lesa humanidad en París esta semana –las palabras atrocidad y barbarie disminuyen de algún modo el salvajismo del acto– y su secuela inmediata. Conocemos a las víctimas: periodistas, cartonistas, policías, y la forma en que fueron asesinados. Hombres enmascarados, rifles automáticos Kalashnikov, una indiferencia despiadada, casi profesional. Y la respuesta a por qué fue solícitamente proporcionada por los propios asesinos. Querían vengar al profeta por los irreverentes y (para los musulmanes) sumamente ofensivos cartones de Charlie Hebdo.

El pleito fundamental

Y, por supuesto, todos debemos repetir la rúbrica: nada, nada en absoluto, puede justificar esos crueles actos de asesinato en masa. Y no, los perpetradores no pueden recurrir a la historia para justificar sus crímenes.

Pero existe un contexto importante que de algún modo fue dejado fuera de la nota esta semana, el ángulo histórico que muchos franceses, al igual que muchos argelinos, prefieren pasar por alto: la sangrienta lucha de un pueblo entero por la libertad contra un brutal régimen imperial en 1954-62, una guerra prolongada que sigue siendo el pleito fundamental entre árabes y franceses hasta nuestros días.

La crisis permanente y desesperada en las relaciones franco-argelinas, a semejanza de la negativa de una pareja divorciada a aceptar un relato de su pena acordado por ambas partes, envenena la cohabitación de estos dos pueblos en Francia. Al margen de la forma en que Chérif y Said Kouachi buscaran excusar su acto, nacieron en un tiempo en que Argelia había sufrido una mutilación invisible tras 132 años de ocupación. Tal vez 5 millones de los 6.5 millones de musulmanes de Francia son argelinos. La mayoría son pobres; muchos se consideran ciudadanos de segunda clase en la tierra de la igualdad.

Como todas las tragedias, la de Argelia elude la explicación de un solo párrafo de los despachos de las agencias de noticias, incluso las notas más cortas escritas por ambos bandos luego que los franceses abandonaron Argelia, en 1962.

Porque, a diferencia de otras importantes dependencias o colonias francesas, Argelia se consideraba parte integrante de la Francia metropolitana, que enviaba representantes al parlamento en París e incluso proporcionó a Charles de Gaulle y los aliados una capital francesa desde la cual invadir el norte de África y Sicilia, ocupados por los nazis. Más de 100 años antes, Francia había invadido Argelia, subyugando a su población musulmana nativa, construyendo ciudades y chateaux en la campiña e incluso –en un renacimiento católico de principios del siglo XIX, destinado supuestamente a recristianizar el norte de África– convirtiendo mezquitas en iglesias.

La respuesta argelina a lo que hoy parece un monstruoso anacronismo histórico varió en el curso de las décadas entre la lasitud, la colaboración y la insurrección. Una manifestación por la independencia en la población nacionalista y de mayoría musulmana de Sétif, el Día de la Victoria –cuando los aliados habían liberado las naciones europeas cautivas–, desembocó en la muerte de 103 civiles europeos.

La venganza del gobierno francés fue despiadada: hasta 700 civiles musulmanes –tal vez muchos más– fueron muertos por enfurecidos colonos franceses y en un bombardeo de las aldeas circundantes por la aviación y un crucero naval de Francia. El mundo prestó poca atención.

Pero cuando una insurrección en gran escala surgió en 1954 –al principio, claro, emboscadas con poca pérdida de vidas francesas y luego ataques al ejército galo–, la sombría guerra de liberación argelina fue casi predeterminada.

Vencido en esa clásica batalla de posguerra y anticolonial en Dien Bien Phu, el ejército francés, luego de su debacle en 1940, parecía vulnerable a los más románticos nacionalistas argelinos, que notaron la nueva humillación de Francia en Suez en 1956.

Lo que el historiador Alistair Horne describió con justeza en su magnífica historia de la lucha argelina como una salvaje guerra de paz, costó la vida a cientos de miles. Bombas, minas, masacres por fuerzas gubernamentales y guerrilleros del Frente de Liberación Nacional (FLN) en el bled –la campiña al sur del Mediterráneo– condujeron a la brutal supresión de sectores musulmanes en Argel, y al asesinato, tortura y ejecución de líderes guerrilleros por paracaidistas franceses, soldados, operativos de la Legión Extranjera –entre ellos ex nazis alemanes– y policías paramilitares. Incluso franceses blancos simpatizantes de los argelinos fueron desaparecidos. Albert Camus se pronunció contra la tortura y empleados civiles franceses quedaron asqueados por la brutalidad empleada para mantener a Argelia como territorio galo.

De Gaulle parecía apoyar a la población blanca y así lo dijo en Argel:

– Je vous ai compris, les aseguró–, y luego procedió a negociar con representantes del FLN en Francia. Los argelinos habían aportado la mayoría de los pobladores musulmanes franceses y en octubre de 1961 hasta 30 mil de ellos llevaron a cabo una marcha prohibida por la independencia en París –de hecho, a escaso kilómetro y medio del escenario de la reciente matanza–, la cual fue atacada por unidades de la policía francesa que asesinaron, como ahora se ha reconocido, hasta a 600 manifestantes.

Argelinos fueron muertos a golpes en cuarteles de la policía o arrojados al Sena. El jefe de la policía que supervisó las operaciones de seguridad y que al parecer dirigió la masacre de 1961 no fue otro que Maurice Papon, quien, casi 40 años después, fue condenado por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el régimen de Petain en Vichy durante la ocupación nazi.

El conflicto argelino terminó en un baño de sangre. Colonos franceses pied noir se negaron a aceptar la retirada, apoyaron los ataques de la Organización del Ejército Secreto (OAS, por sus siglas en francés) a musulmanes argelinos y alentaron a unidades militares francesas a amotinarse. Hubo un momento en que De Gaulle temió que paracaidistas franceses intentaran tomar París.

Cuando el fin llegó, pese a las promesas del FLN de proteger a ciudadanos franceses que eligieran permanecer en Argelia, hubo asesinatos en masa en Orán. Hasta un millón y medio de hombres, mujeres y niños franceses –enfrentados con la opción de maleta o ataúd– se marcharon a Francia, junto con miles de leales combatientes harki argelinos que lucharon con el ejército, pero que en su mayoría fueron después abandonados a su terrible destino por De Gaulle. Algunos fueron obligados a tragarse sus medallas francesas y arrojados a fosas comunes.

Pero los antiguos colonos franceses, que aún consideraban a Argelia parte del territorio galo –junto con una exhausta dictadura del FLN que se adueñó de la nación independiente– instituyeron una fría paz en la que la rabia residual de los argelinos, en Francia al igual que en su patria, se asentó en un resentimiento de muchos años. En Argelia, la nueva élite nacionalista se embarcó en una inviable industrialización de estilo soviético de su país. Ex ciudadanos franceses demandaron cuantiosas reparaciones; de hecho, durante décadas los franceses retuvieron todos los mapas del desagüe de las ciudades argelinas, de modo que los nuevos dueños del país tenían que escarbar kilómetros cuadrados de calles cada vez que reventaba una tubería.

Y cuando comenzó la guerra civil argelina de la década de 1980 –luego de que el ejército argelino canceló una segunda ronda de elecciones en la que era segura la victoria de los islamitas–, el corrupto pouvoir del FLN y los rebeldes musulmanes se enredaron en un conflicto tan espantoso como la guerra con Francia de las décadas de 1950 y 1960. Las torturas, desapariciones y matanzas en aldeas se reanudaron. Francia apoyó discretamente a una dictadura cuyos líderes militares acumularon millones de dólares en bancos suizos.

Una nueva causa

Musulmanes argelinos que volvían de la guerra contra los soviéticos en Afganistán se unieron a los islamitas en las montañas y dieron muerte a algunos de los pocos ciudadanos franceses que quedaban en el país. Y muchos partieron después a combatir en guerras islamitas, en Irak y más tarde en Siria.

Entran en escena los hermanos Kouachi, en especial Chérif, quien estuvo en prisión por reclutar franceses para combatir a los estadunidenses en Irak. Y Estados Unidos, con apoyo francés, ahora respalda al régimen del FLN en su continua batalla contra los islamitas en los desiertos y los bosques de las montañas de Argelia, armando a un ejército que torturó y asesinó a miles de hombres en la década de 1990.

Como dijo un diplomático estadunidense poco antes de la invasión de 2003 a Irak, Estados Unidos tiene mucho que aprender de las autoridades argelinas. Se puede ver por qué algunos argelinos fueron a pelear por la resistencia iraquí. Y encontraron una nueva causa…

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya