EL ACUERDO CASTRO-OBAMA Y EL FUTURO DE CUBA

Por:
Roberto A. Ferrero

Publicado el 01/01/2015

    Desde que consolidaron su independencia y comenzaron a tener conciencia clara de sus intereses, los Estados Unidos ambicionaron siempre establecer su dominio sobre la vecina isla de Cuba, entonces -primera mitad del Siglo XIX- bajo el control colonial de España. De un modo general, sus gobiernos, de Polk (1) en adelante, la codiciaban por su estratégica posición cerrando por el norte el Golfo de Méjico  y controlando el mar Caribe, espacios que los norteamericanos anhelaban hacer su mare nostrum (de ellos, naturalmente….). La aristocracia esclavócrata del Sur, a su vez, reforzaba esas ambiciones con su particular conveniencia: deseaba hacer de Cuba -con gran cantidad de trabajadores negros sometidos  a la esclavitud- un estado más de ese conglomerado de estados esclavistas que en 1861 constituirían los secesionistas Estados Confederados de América. Los intentos varios de comprar la patria de Martí  fracasaron sucesivamente, hasta que a fines del siglo se les presentó la oportunidad de hacerse del dominio de la Isla: Estados Unidos, montándose sobre la larga lucha de los patriotas cubanos, armó la provocación del Maine en 1898(2) y desatando una guerra de  tres meses y medio de duración echó por fin pie en Cuba. Y en Puerto  Rico. Y las Filipinas…

    No “dieron la independencia a Cuba”, como proclamarían mentirosamente, pero le permitieron constituirse como una nación relativamente independiente en los aspectos formales. La isla tuvo entonces su Presidente -que fue Tomás Estrada Palma-, su parlamento, su himno y su bandera, pero quedó sujeta a su gran vecino merced a la introducción de la famosa Enmienda Platt en su Constitución (3). Económicamente, la situación de subordinación fue aún peor, porque a las ya grandes inversiones yanquis de pre-guerra se le sumarían ahora las que pasaron el control de la industria azucarera (tierras e ingenios) a los monopolios norteamericanos, lo mismo que la minería, los ferrocarriles y la banca. Al advenimiento de la Revolución de Castro, los capitales yanquis controlaban además los teléfonos, el gas y la energía eléctrica, las pocas grandes industrias existentes y el sistema hotelero. Hasta la mafia norteamericana se afirmó bajo la administración de Fulgencio Batista y La Habana se convirtió en el casino y burdel de los yanquis. “La economía cubana estaba tan comprometida con la economía norteamericana que era, por muchos conceptos -escribe Dudley Seers- un simple apéndice de la misma, aunque sin disfrutar, como lo hace un estado pobre dentro de los Estados Unidos, de los servicios sociales federales o del acceso a las fuentes norteamericanas de ocupación” (4).

   Pero “llegó el Comandante y mandó parar”, como decía una conocida canción cubana. El 1° de Enero de 1959 las tropas rebeldes de Fidel Castro y el Che Guevara, en medio del delirio popular, entraron a la capital de Cuba e iniciaron una nueva era de independencia y soberanía. La toma revolucionaria del poder estableció la soberanía política plena y la administración planificada del castrismo consumó la independencia económica respecto del imperialismo norteamericano. Los sucesivos gobiernos de EE.UU. trataron de doblegar a Cuba, pero fracasaron durante medio siglo. Ni la derogación, en junio de 1959, de la cuota de azúcar comprada por los estadounidenses, ni la invasión -derrotada- de abril de 1961 en Playa Girón, autorizada por el presidente Kennedy, ni el bloqueo naval, ni los sangrientos actos de sabotaje o los bombardeos aéreos, ni el embargo económico absoluto hecho norma legal en 1996 por la Ley Helms-Burton, pudieron doblegar la decisión de Cuba de mantenerse independiente y erguida. Incluso la terrible etapa conocida como el Período especial, posterior a la caída de la URSS y la consiguiente suspensión de su indispensable ayuda, pudo hacer que Fidel Castro transara indignamente con los yanquis. Los cubanos se ajustaron el cinturón y siguieron adelante.

   Entre tanto, aprovechando la necedad de los gobiernos norteamericanos, empresarios españoles, canadienses e italianos fueron haciendo negocios en un mercado cerrado a sus similares de Estados Unidos. Por breve tiempo, nuestro país se contó también entre quienes desobedecieron la unilateral “prohibición” yanky: fue durante el tercer gobierno del General Perón, cuando se vendió trigo y automóviles a la Isla. La Iglesia, a su vez, con su antigua sabiduría política, comprendió tempranamente que la única forma de no perder a Cuba y su feligresía era acercándose e ella y no enfrentándola beligerantemente. Ya en enero de 1998, el Papa Juan Pablo II expresó su estrategia en su recordada frase: “Ojalá que Cuba, con su magnífico potencial, se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Sus sucesores siguieron en general la misma línea de aproximación, y el gobierno fidelista, muy discretamente y como contrapartida, fue devolviendo a la Iglesia las propiedades que les había incautado y las prerrogativas que les había cancelado. Ahora, Cuba “se ha abierto al mundo” y ha sido nuevamente un pontífice católico, Francisco I, quien ha tenido un papel importante en esta apertura que es esencialmente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y -parcialmente- comerciales con el país del Norte.

   Más no fue ese el único motor del sorpresivo acercamiento Castro-Obama (sorpresivo en realidad sólo para la opinión pública, desinformada de que se lo negociaba en secreto desde junio de 2013). Contaban también los empresarios norteamericanos. Estos  nunca comulgaron unánimemente con el cierre del mercado cubano para sus productos. Poco les importaba que Castro se declarara marxista -leninista y que prohibiera a los partidos “democráticos” mientras les permitiera vender e invertir en su país.“Bussines are bussines”. La National Asossociatión of  Manufacturers, la Cámara de Comercio, los exportadores de cereales y los periodistas que reflejaban esas aspiraciones en la prensa económica, jamás cesaron de presionar  en el sentido de una plena apertura comercial y financiera hacia y desde Cuba. Últimamente, hasta algunos políticos realistas como Jeff  Flake, senador de Arizona, se habían sumado a este reclamo. Sólo el ala más reaccionaria de los republicanos y de los viejos exiliados anti-castristas en Florida resistían activamente este curso plausible y previsible de la historia .Ya para inicios del Siglo XXI, el bloqueo y el embargo de Cuba eran un anacronismo, dada la desaparición de la Unión Soviética y la ralentización y hasta desaparición del apoyo fidelista a las revoluciones y las guerrillas del mundo y, especialmente, de América Latina.

   Ha de recordarse en este momento que desde un principio la dirección de Fidel y el Che tuvo claro que un país pequeño, pobre, plagado por el analfabetismo y la enfermedades y estancado en la monocultura del azúcar (que proporcionaba el 80% del PBI), no podría lograr nunca por sí mismo las metas de desarrollo material y cultural que se fueron explicitando. Necesitaba el apoyo concreto de países vecinos aliados que sostuvieran una misma o análoga ideología socialista (en realidad, un capitalismo de Estado absoluto y centralizado) o al menos militantemente antiimperialista. Aislada de América Latina, las posibilidades de fracaso de la Revolución eran muchas. De allí el patrocinio o el apoyo a diversas tentativas revolucionarias de Panamá al Perú, pasando por Venezuela, Haití, Santo Domingo, y Nicaragua, hasta culminar en Bolivia, y sin olvidar la aventura sin destino de Masetti en el norte argentino. Fracasadas en todos los casos estas guerrillas -el Frente Sandinista de Liberación recién triunfará en 1979- Cuba no tuvo más remedio que consolidar su alianza subordinada con la URSS, surgida ya en mayo de 1960 con la reanudación de las relaciones diplomáticas y el acuerdo militar reservado firmado entonces. La burocracia soviética dará un escudo protector a Cuba contra su más encarnizado enemigo, pero también acabará con los sueños de industrialización acelerada que había planeado el Che Guevara, pues en la división internacional del trabajo “socialista” a la Isla revolucionaria sólo le cabía el papel de proveedora de azúcar, cigarros y servicios de hotelería.  

   Salvo en los rubros de educación y medicina, la economía cubana se estancó, aun pasado el “período especial” y aliviados los terribles resultados de la implosión de su protectora-controladora. No obstante la ayuda de la Venezuela chavista en materia petrolera, el crecimiento del conjunto de la economía insular en los últimos periodos ha sido apenas de un 2% o menos por año: las inversiones productivas de capital han sido de un 10% del PBI (frente al 20% promedio de Latinoamérica); la agricultura -centrada como siempre en el cultivo del azúcar y carente de tecnificación-  proporciona apenas el 5% del PBI, mientras que una actividad típicamente parasitaria como la hotelería y el turismo participa con un asombroso 74% del mismo. Un resultado directo: el salario de los trabajadores del Estado (la inmensa mayoría, dada la estatización casi total), si tomamos un valor de 100 en 1989, vísperas de la caída de la URSS, alcanzaba en 2013 un valor de ¡27!

   Este cúmulo de circunstancias desfavorables y el estancamiento del sistema productivo -en parte resultado del bloqueo y en parte originado en causas internas, en una proporción difícilmente calculable- decidieron a Raúl Castro, que sucedió de hecho a Fidel en el 2006 a raíz de su enfermedad, a encarar una serie de reformas que profundizarían la “pequeña NEP” (5) de los años Noventa, cuando se legalizó parcialmente la circulación y tenencia de dólares, se crearon empresas mixtas de capitales privados y estatales, se autorizaron  empresas urbanas de carácter familiar y se liberalizó en parte el mercado agropecuario. Entre Abril de 2011 y Enero de 2012, el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba y su I° Conferencia Nacional adoptaron una serie de decisiones destinadas a abandonar paulatinamente el modelo soviético-burocrático imperante, disminuyendo esencialmente el peso sofocante del Estado y el Ejército en toda la economía y abriendo espacios calculados a la pequeño producción mercantil -fuente permanente de capitalismo, según Lenin-, a la iniciativa privada y a la inversión de capitales extranjeros. Se impulsaba así la ordenada y cuidadosa implantación del “modelo chino”, alabado por Raúl públicamente en varias ocasiones, y que Samuel Farber ha definido bastante bien como “un Capitalismo de Estado que conserva el monopolio del poder político a través del Partido Comunista y que controla los sectores estratégicos de la economía, como la banca, mientras comparte el resto con un sector privado nacional y extranjero” (6). De este modo, se está produciendo un cambio radical en la direccionalidad del proceso histórico cubano, ya que las estructuras estatales de la economía y la cultura que se consideraban en conjunto una forma de transición del capitalismo al socialismo, serán ahora sustituidas por otras que implican claramente una transición del “socialismo” (en cuanto aparato estatal-económico centralizado y planificado) al capitalismo. En este devenir, la reanudación de las relaciones diplomáticas pactadas el 17 de diciembre de 2014 es  un hito importantísimo. No porque implique una victoria de la Revolución cubana, como creen ingenuamente ciertos admiradores incondicionales de Fidel, o el presidente Morales de Bolivia o el cantautor cubano Silvio Rodríguez , sino por todo lo contrario: porque significa el inicio formal de la tentativa de reconquista de Cuba por parte del capitalismo estadounidense.

  Sus principales referentes y la prensa que expresa sus intereses ya lo están anunciando de viva voz. Como dijimos, sólo el Tea Party, la derecha de los republicanos y una minoría recalcitrante de cubano-estadounidenses representada por

los  senadores Robert Menéndez y Marco Rubio y los legisladores por Florida Ileana Ros-Lehtinin y Mario Díaz Balart, se oponen abiertamente. La pragmática esfera de las empresas norteamericanas apoya la apertura porque ellas ya planean  aprovechar las “oportunidades para los negocios” que se les abre en Cuba. Al otro día nomás de ser conocido el acuerdo Castro-Obama, subieron en las diversas Bolsas (de  Nueva York, Toronto, etc.) las acciones de gran cantidad de corporaciones, especialmente de las que ya venían operando en la Isla: la Aerolínea Copa, la cadena de Hoteles Meliá y la productora de níquel Sherrit International, por ejemplo. El influyente The New York Times escribió que “La historia le dará la razón”, al referirse a la iniciativa de Barak Obama y su creencia -bien fundada- de que “si nos acercamos, tenemos la oportunidad de influir sobre el desarrollo de los acontecimientos en un momento de cambio generacional en ese país”. Se trata del reconocimiento del fracaso de una táctica y de su reemplazo por otra, pero no de una derrota de Estados Unidos. Así piensan los dirigentes más inteligentes (o simplemente más astutos) del establishment imperialista. Tienen a la vista el caso de China, radiada durante casi 30 años del concierto internacional y acogida de nuevo al seno de las naciones “serias” en 1978, con innegable beneficio para las corporaciones estadounidenses, imbricadas en el “modelo chino” desde entonces.

      Este modelo, que la dirigencia cubana pretende instaurar paulatinamente en su país, ha sido viable en el sentido de acrecentar su economía y mantener su independencia política en las tierras de Mao, pero porque China es un país gigantesco, con una población igualmente gigantesca, con una cultura propia milenaria muy diferenciada y geográficamente alejado de Estados Unidos. Cuba, en cambio, es todo lo opuesto: un país pequeño, apenas con 12 millones de personas, a 150 kilómetros de su voraz vecino, con una cultura  “occidental” consumística  latente en una pequeñoburguesía de segunda generación que  escucha la retórica revolucionaria como el sonido de un ritual vacío. Pronto se producirá una avalancha de turistas comedores de hot-dogs, las corporaciones comenzarán a invertir y producir en Cuba aprovechando la mano de obra barata en una nueva expansión de la deslocalización industrial y se organizarán partidos “democráticos” opositores aunque el gobierno de Castro no lo quiera. Los siete pisos del edificio de la “Sección de Intereses” de los yanquis en el boulevard marítimo del Malecón de La Habana se convertirán en sede de la embajada de los Estados Unidos y su titular, como un Spruille Braden (7) redivivo, organizará y dirigirá a los políticos “democráticos” contrarrevolucionarios. La presión será irresistible y el capitalismo probablemente será parcialmente restablecido en la patria adoptiva del Che siguiendo los lineamientos del modelo chino, por más que Raúl Castro declame que Cuba no renunciará al socialismo.

   Sin embargo, si los imperialistas piensan en un retorno puro y simple a la situación imperante en las vísperas del triunfo de Fidel, se equivocan completamente. Unarestauración completa del capitalismo dependiente en Cuba es impensable después de los profundos cambios introducidos en las instituciones y en las mentes de los cubanos por la gran Revolución verde oliva.  Conquistas perdurables como las que han prestigiado a la medicina, la educación y la seguridad social y el sentimiento de dignidad nacional introyectado profundamente, serán defendidos con uñas y dientes por vastos  sectores de las masas populares, sobre todo si los yanquis, con su habitual soberbia y falta de tacto (herencia malograda de la diplomacia inglesa) pretenden avasallar a la Isla con prepotencia e imposiciones. Precisamente por todo eso es que el “modelo chino” no es simplemente capitalismo, sino un híbrido de capitalismo y estatismo económicos con burocratismo político. Pero un híbrido no puede tener una duración indefinida. El curso de los acontecimientos lo decantará en una u otra dirección: en un largo plazo puede derivar, junto al resto de América Latina, a formas económico-políticas de un socialismo verdadero, donde la norma sea la propiedad social en sus diversas manifestaciones (y donde la estatal sea una de éstas y no la única, como en la actualidad). Pero para ello, Cuba debe resistir hasta que Latinoamérica la acompañe. En el plazo más inmediato la deriva más probable es -como dijimos- el restablecimiento parcial del orden capitalista y de las formas “democráticas” de gobierno, después de que la oposición burguesa y pequeñoburguesa erosione el monopolio burocrático del poder por parte del PCC. Este proceso será largo y contradictorio, estorbado por los nacionalismos latinoamericanos, el surgimiento de los países del BRIC, la potencia de los chinos y las rivalidades interimperialistas, pero al final está el objetivo que persiguen tenazmente  los yanquis, ahora  con su nueva táctica.

   Por supuesto, en un futuro régimen formalmente democrático, habrá también un pequeño lugar  -mezquino, reprimible- para las tendencias de izquierda que surjan intentando mantener y actualizar el legado revolucionario de Martí, Fidel y el Che, pero las perspectivas son más bien oscuras. Sólo un triunfo revolucionario en varios de los países más importantes de Latinoamérica -repetimos- logrará impedir un gran retroceso en la centenaria y esforzada marcha del pueblo cubano hacia la libertad y el bienestar. Ayudará que las nuevas generaciones comprendan, como escribió José Martí, que “el hombre de verdad no pregunta de qué lado se está mejor, sino de qué lado está el deber”. Y el deber, sin duda, está del lado del pueblo y no de los clientes de MacDonalds.

                                                                Córdoba, 11 de enero de 2015

 

 

                                                         

                                      N O T A S

 

   1. James Polk K. Polk (1795-1849), Presidente norteamericano de 1845 a 1849.

  2. Maine, buque norteamericano que explotó muy convenientemente frente a La Habana el 15 de febrero de 1898, dando lugar a la excusa necesaria para que EE.UU. invadiera Cuba. Una comisión investigadora española dictaminó que la explosión se debió a causas internas al buque.

 

3. Agregado a la Constitución cubana de 1901, idea del Senador norteamericano Orville Platt, que EE.UU. impuso a Cuba para “legalizar” su constante intervencionismo armado en la Isla

4. Dudley Seers (comp.).Cuba: the economic and social revolution; Chapel Hill, The University of North Carolina     Press, 1964 , pág., 20.

5. NEP: Siglas de la “Nueva Política Económica” implantada por el gobierno soviético de Lenin permitiendo, por un breve período (1921-1925), la reaparición parcial de las relaciones de producción capitalista a los fines de paliar la grave crisis económica post-revolucionaria

6. Samuel Farber. Cuba/Estados Unidos. La alternativa en Cuba. Havana Time, 30-12-2014.http:/havanatime.org

7. Spruille Braden. Embajador estadounidense en la Argentina en 1945-46, cuando intervino abiertamente organizando y encabezando las fuerzas opositoras al candidato popular Gral. Juan D. Perón