Ella ya es señorita

Por:
Eduardo Paz Gonzales

Publicado el 01/04/2015

Roberta nació en la provincia Ingavi del departamento de La Paz. Llegó a la metrópoli paceña en 1985 sin haber alcanzado la mayoría de edad. Se incorporó a las empleadas domésticas cuando las condiciones eran más precarias que hoy; trabajando como “empleada cama adentro” aprendió el ir y venir de la ciudad, sus ritmos, sus dinámicas. Constreñida al mundo de las trabajadoras mal pagadas, vivió abusos económicos y también la estigmatización de su pollera, del uso de su castellano a medio camino con el aymara, de sus trenzas.

En fin, el estigma de ser chola en un país donde la esquizofrenia social dominaba: presuntamente todos eran ciudadanos, pero el ejercicio del poder político levantaba altas murallas para quienes no se habían asimilado al modelo del mestizaje. El multiculturalismo del Estado neoliberal solo consideraba la condición indígena de los pueblos en zonas muy específicas, restringiéndose a la imagen de un indígena como un silvícola.

Roberta en su quehacer cotidiano estaba armada de una radio canchera que tenía encendida desde temprano en la mañana, cuando se transmitían las noticias en aymara.  La radio siempre tenía el dial en el 940 AM Metropolitana. En la mañana, Roberta seguía las incidencias que se daban en La tribuna libre del pueblo, conducida por Carlos Palenque, su esposa Mónica Medina, Remedios Loza y Adolfo Paco.

Palenque era el pivote carismático de un equipo que dentro de la comunicación popular logró lo que Rafael Archondo ha descrito como la transposición de la lógica de la reciprocidad en el medio urbano. Como ha señalado la antropología boliviana, la reciprocidad es una de las estructuras primordiales de organización de la comunidad andina. Palenque, un hombre acaudalado, entraba en relación de reciprocidad con quienes se aproximaban a él buscando ayuda. Una forma peculiar de compadrazgo y reciprocidad quedaba establecida entre los involucrados.

Silvia Rivera Cusicanqui lanzó una crítica feroz en contra de la forma de hacer política de Palenque y de su partido, Conciencia de Patria (Condepa). Según Rivera, Condepa replicaba un modelo excluyente de política: los indios están bien para ir a apoyar, votar, recibir ayuda y ser clientela política de un núcleo que respondía al ideal del mestizaje ilustrado. Este partido no estaba lejos de las acciones políticas del indianismo y del katarismo, pero su modo populista de política levantaba sospechas en la izquierda (y repulsión visceral en la derecha).

PALENQUE. Más allá de las grescas políticas, Roberta se encontraba compelida a votar por Palenque porque se había aproximado a quienes ella entendía como su gente: “Palenque nos ayuda a nosotros, los pobres”. En una sociedad que se manejaba con una política prácticamente clausurada a las cholas, la presencia de Remedios Loza, una mujer de pollera, provocaba una empatía profunda. No obstante, es notable que Roberta no bautizó a su primera hija con el nombre de Remedios, sino con el de Mónica, como la esposa de Palenque, una mujer blancona, nacida en la clase media y ataviada con costosos trajes. Palenque era un fenómeno que sí despertaba empatías, pero también aspiraciones con una naturaleza colonial en un país colonial.

Después de casarse, Roberta se instaló en El Alto junto a su marido, un profesor de escuela rural que se ausenta en la semana y regresa sábado y domingo a la casa. Es en El Alto donde la entonces joven pareja crió a Mónica y luego a otros tres hijos. Mientras los niños crecían, tanto Roberta como su esposo votaron repetidamente por Palenque, incluyendo aquel voto póstumo en 1997 que rindió homenaje al líder condepista después de su muerte.

Luego de la desaparición de Condepa, Roberta tuvo que reflexionar nuevamente sobre a dónde orientar su apoyo. Años de votar por el candidato carismático se fundieron con la experiencia de elegir a alcaldes o diputados sí “mestizos”, pero también por personas en quienes ella se podía reconocer, otros cholos, otros indios. Ella identificaba que esa gente que escuchaba en la junta de vecinos, profesores de escuela o comerciantes reconocidos de su barrio, podrían merecer su adhesión.

Cuando Evo Morales se postula en 2002, la práctica de votar por personas de extracción popular se enlazó con la estructura de ofertas políticas. No se lo dudó: Morales era el candidato a respaldar. Las conversaciones del barrio llegaban a la misma conclusión: lo más conveniente para los vecinos de Río Seco era apoyar la fórmula del Movimiento Al Socialismo (MAS). Se deliberó sobre las ofertas, sobre lo que podría pasar si Gonzalo Sánchez de Lozada volvía al palacio, las posibilidades de apertura política que se ganaba con Morales. Había una distancia entre aquello que movilizó el voto por Palenque y aquello que convocaba a votar por el MAS. No existía precisamente una ruptura, pero sí un cambio en el detalle de las apreciaciones. Votar por el MAS se convirtió en un acto calculado, sentido sin duda, pero sopesado de diversos modos colectivos.

Luego vino octubre de 2003 y las cosas quedaron marcadas a fuego. El MAS se fue tornando en la fuerza política más relevante del país y ganó amplios bolsones a lo largo de toda Bolivia. El Alto, una ciudad que había sido condepista hasta la muerte de Palenque se había convertido casi sin remilgos en una ciudad donde el masismo se diseminaba.

DEMÓCRATA. En las elecciones de octubre de 2014 todavía se dejó sentir el fuerte apoyo que existe hacia el MAS. Sin embargo, en la mesa de la casa de Roberta se suscitó algo llamativo. Mónica, ya con edad de votar y pronta a ser bachiller, expresó en casa su intención de votar por Unidad Demócrata (UD). En primera instancia esto sorprendió a los padres de Mónica, que en los últimos años habían apoyado a la sigla del actual presidente de Bolivia. No obstante, lo entendieron. Mónica había crecido en la ciudad y pronto alcanzaría un grado escolar que su madre no posee y aspira a estudios superiores. No ha experimentado los sinsabores de la migración y si bien su casa tiene precariedades, su familia es la dueña del predio. “Ella ya es una señorita”, dice Roberta; que Mónica vote por UD se desprende en parte de ese hecho, mientras tanto ella y su marido seguirán votando por el MAS. Ella es una señorita, ellos siguen siendo cholos.

El significante de su nombre parece imponerle a Mónica una aspiración que había germinado en su madre 18 años antes. Roberta ha votado por más de 20 años a la opción que ella entendía como la más favorable a las cholas; su hija es, a sus ojos, una señorita. ¿Estamos frente a una contradicción colonial? ¿Qué deontología prescribe que los hijos de cholos no puedan votar a una opción que se ajusta a sus aspiraciones declaradas? Sin duda, lo colonial sería establecer el modo correcto del votar cholo. Pero también hay que notar que la persistencia de un modelo de ascenso social colonial mantiene plena vigencia: dejar de ser india, dejar de ser chola —generaciones de por medio— y pasar al lado de las “señoritas” es un movimiento deseado por Roberta y Mónica. Ximena Soruco ha llamado la atención sobre la recurrencia de este tema en el teatro popular: La hija pródiga que afirma que se avergüenza de las polleras de la madre, solo para volver arrepentida después de enfrentar la violencia de las fronteras sociales. En el teatro, este arrepentimiento tiene lugar. En el caso de Roberta, estamos frente a un final todavía abierto.