FRANCIA: LOS DESPLAZAMIENTOS DEL VOTO

Por:
Hugo Moreno

Publicado el 01/04/2015

Las elecciones departamentales del 22 y 29 de marzo permiten esbozar algunas refexiones sobre la situación social y política francesa. En primer lugar, se trata de entender cómo y porqué la derecha conservadora logró una importante victoria, saliendo de su crisis profunda y proyectando nuevamente a primer plano la figura del ex-presidente Nicolas Sarkozy.

Los datos son frecuentemente fastidiosos, pero resultan imprescindibles para comprender una dinámica social y política cuyas raíces se hunden en las relaciones de fuerzas y de intereses entre las clases y los diversos componentes de la sociedad. Veamos, pues, algunos datos generales.

Estas elecciones (anteriormente denominadas cantonales) tuvieron lugar en los 101 departamentos que componen la Francia continental, a excepción de París y Lyon que tienen un estatuto especial y donde no se votó. Los departamentos están, a su vez, subdivididos en 2.054 cantones. La novedad residía en el modo de escrutio : sufragio mayoritario a dos vueltas y consejos elegidos por seis años (y no renovables por mitades); además, se agregó el requisito de las “candidaturas cremallera” : una mujer y un hombre, titulares así como  suplentes. En total, se elegían 4.108 consejeros departamentales.

Los electores inscriptos eran 42.693.564, de los cuales votaron el 22 de marzo 21.420.527, y en la segunda vuelta el 29 de marzo, 20.160.862. En total, hay que destacar la importante abstención. Solo participó alrededor del 50 % de los inscriptos. El porcentaje de participaciùon en este tipo de elecciones locales, fue siempre bajo y no difiere mucho de los precedentes. En cambio, releva importancia si se tiene en cuenta el contexto y el enfrentamiento político nacional. Adquiere entonces otra dimensión cualitativa. Al mismo tiempo, la abstención por capas socio-profesionales fue superior en los sectores populares (obreros-empleados) donde alcanzó entre el 61% y el 65 %, el mismo porcentaje que entre los sectores juveniles entre 18 y 35 años, base electoral potencialmente favorable a la izquierda.

En resumen, los votos emitidos dieron una amplia mayoría a la derecha tradicional. La Unión por un Movimiento Popular (UMP) y la Unión de Demócratas e Independientes (UDI, centro-derecha) fueron sus principales beneficiarios. Los votos a su favor totalizaron 7.413.333  (36,60 %) en la primera vuelta y 8.322.958 (45,03 %) en la segunda el 29 de marzo. La derecha y sus aliados  se impusieron, en el resultado final, con la elección de 2.396 consejeros y el control de 67 departamentos de los 101 en juego. 28 departamentos pasaron a sus manos (perdiendo solo uno) en detrimento de la izquierda, que redujo su anterior mayoría a solo 34. La tendencia se dió la vuelta cualitativamente.

La suma de los votos UMP-UDI y aliados de diversas derechas, más el FN,  representaba el 63 % contra el 47 % en 2012. ¿Se puede hablar de una Francia derechizada? Es posible, pero no tan seguro. En el dramático enfrentamiento de la lucha de clases, se producen frecuentemente cambios inesperados. En este mapa electoral, una mayoría de los electores manifestó su opción por la derecha, no siempre motivados por idénticas razones. En lo esencial aparece el núcleo de la UMP-UDI, una derecha tradicional, republicana conservadora, en alianza con partidos centristas. Pero hay que contar en este desplazamiento de votos con el 50 % que se negó a participar en el juego electoral. La abstención, pues, sigue siendo el gran interrogante para el próximo futuro.

El Frente Nacional, por su parte, que los sondeos y medios de comunicación proyectaban como una fuerza de ascenso incontenible, el “Primer partido de Francia” repetía incansablemente Marine Le Pen – 30% o más anunciaban las primeras páginas los grandes diarios –, logró apenas el 25 % de los votos, o sea, el mismo porcentaje obtenido en las elecciones europeas (mayo de 2014). Sin minimizar su importancia, pues uno de cada cuatro electores votó por el Frente lepenista, el resultado final fue frustrante en relación con las expectativas. El FN no es el “primer partido” de Francia, aunque su implantación en capas populares resulte significativa, en particular en las regiones que sufren la desindustrialización y el desempleo, como es el caso, por ejemplo, del viejo bastión de izquierda en Pas-de-Calais (Norte) Lo que ha cambiado, eso sí,  es la consolidación de una corriente nacionalista reaccionaria, xenófoba y racista, establecida a nivel nacional.

Su discurso “renovado”, desde que Marine Le Pen asumió la dirección, limado de sus aristas más odiosas de la herencia de la extrema-derecha, ha tenido sus efectos. Hay que sumar a ello el discurso populista de su dirección, que resulta, a veces sorprendente. Su demagogia los lleva a enarbolar posiciones en nombre de “los de abajo”. Al mismo tiempo que mantiene la dañina amalgama “inmigración-inseguridad”, Marine Le Pen se permite  de fustigar al “capital financiero” y a la “Europa liberal”, preconizando un nacionalismo con cierre de fronteras y salida del Euro... Estas ideas simplistas encuentran un terreno abonado por la crisis económica, el desempleo, el sentimiento de “pérdida de identidad”.

El resucitado Nicolas Sarkozy, catapultado a la cabeza de la UMP, no tuvo reparos en su momento en utilizar un discurso ambigüo. Ahora se pronunció tibiamente, negando un apoyo o alianza con el FN, pero dejando abierta la puerta con su “Ni Frente Nacional ni Partido Socialista”. Ese “Ni-Ni” prosperó, aunque no sin resistencia : el 54 % de los afiliados a la UMP y buena parte de los centristas, lo rechazaron. Las bases electorales lo entendieron también a su manera. Solo el 18 % de sus votos fueron al FN el 29 de marzo.

Sin embargo, el Frente Nacional logró 5.141.897 votos (25,24 %) en la primera vuelta, y mantuvo una fuerte presencia en la segunda: 4.108.404 (22,30 %). Logró imponer 66 consejeros, cifra inferior a las ambiciones proclamadas por Marine Le Pen, aunque significativa. Logró presencia en numeros consejos cuando anteriormente solo tenía dos representantes. En cambio, se esfumaron sus ambiciones de ganar al menos un departamento. El sistema electoral, es cierto, fue en su detrimento, lo que explica que con alrededor de 5 millones de votos solo obtuviera 66 consejeros. Habrá que ver cuál será la dinámica en las elecciones regionales, en diciembre 2015, con voto proporcional. Por ahora, solo queda atenerse a los hechos.

En cuanto al Frente de Izquierda (PCF, Partido de Izquierda y otras organizaciones), los resultados obtenidos no son catastróficos. Ha resistido correctamente. Allí donde se presentó en alianza con otras corrientes, entre ellas Europa Ecología–Los Verdes (EELV), obtuvo 1.018.807 votos el 22 de marzo. En la segunda vuelta, disminuyeron, pero aún así el Front de Gauche logró 76 consejales y el PCF 26.  Es decir, un resultado relativamente honorable. Este osciló, en la primera vuelta, entre el 9,4 % y el 11,9 % en los cantones donde el Front de Gauche pudo presentar candidaturas. En la segunda, disminuyeron por la lógica misma del enfrentamiento, el PCF llamando a votar PS y otros manifestando su reticencia.. En un departamento como Val-de-Marne, parte del otrora “cinturón rojo” de París, la izquierda logró conservarlo, imponiendo 18 consejales del FG, 7 del PS, 2 de diversas izquierdas y 1 del EELV. Lo mismo sucedió en otro baluarte tradicional – el departamento de Seine-Saint-Denis – que fue conservado por la izquierda con la presidencia de un socialista crítico.

Por último, el gran perdedor ha sido el Partido Socialista que es, al mismo tiempo, el principal responsable de su propia derrota. Sin embargo, con sus aliados, logró 7 441 729  (36,70 %) en el primer turno, 5 939 339 (32,12 %) en el segundo. Algo que puede considerarse hasta inesperado, pues tres años después de la elección de François Hollande como presidente, en 2012, el balance de su gestión es calamitoso. Una tras otra van siendo erosionadas las conquistas históricas logradas desde 1945, a favor de la opción social-liberal impuesta por el aparato partidario. Asimismo, el gobierno de François Hollande abandonó hasta las tímidas promesas de su campaña electoral. En cambio, aplicó una política de austeridad dictada por la Europa liberal, en beneficio del gran capital y nefasta para los pueblos. Sin olvidar que consolidó el alineamiento de Francia con la estrategia atlantista hegemonizada por Estados Unidos, ya iniciado por Nicolas Sarkozy durante el gobierno precedente..

¿Qué diferencias, pues, podía visualizar el elector de izquierda con la derecha conservadora? Esto explica, al menos en parte, la desafección de muchos que  votaban izquierda, y que esta vez, en buena medida, se quedaron en sus casas. El nefasto “todos iguales” unifica y opera como el gran desencantador no sólo de los políticos, sino de la política misma. Esa es la primera fractura, la gran brecha abierta en la sociedad francesa entre los gobernantes y los gobernados, entre los de abajo y los de arriba, entre Ellos y Nosotros. Y si se observa el comportamiento, el lenguaje, la manera de vestirse, los gestos, hábitos y expresiones de los políticos, no cabe duda que resulta difícil distinguirlos. Parecen todos cortados por la misma tijera o vestidos por el mismo sastre.

El gran daño del social-liberalismo, acentuado con el gobierno de Manuel Valls, ha contribuido en este sentido. En su soberbia soberana, su primera reacción fue : “Seguiremos con el mismo rumbo”... atribuyendo la derrota a la “desunión de la izquierda” y no a su política de contrarreformas, la austeridad y el abandono de las promesas de 2012.

Es de esperar que todavía subsistan sectores socialistas capaces de resistir, aunque su margen de maniobra sea limitado. No resulta fácil, pues es casi imposible modificar un partido burocratizado y clientelista, que abandonó hace mucho las banderas del socialismo. Manuel Valls ya lo había esbozado, con cierta sinceridad, cuando planteó la cuestión del nombre mismo del partido. Sugirió entonces, lisa y llanamente, el abandono de la apelación socialista. Más claro, imposible. Pero este hombre  que había obtenido el peor resultado en las primarias socialistas de 2012, es ahora el Primer ministro de François Hollande..¿Cómo extrañarse entonces del desencanto y la desesperanza del “pueblo de izquierda” y en particular de los socialistas?

La actual coyuntura está impregnada de interrogantes. La pérdida de la esperanza se ha convertido en un estado generalizado. Debilitados los antiguos lazos colectivos sindicales y políticos, la sociedad atomizada, el repliegue individual se convierte en un refugio. La crisis, pues, no es solo política. Es también cultural, moral, un cambio profundo en las relaciones sociales. Encontrar una salida no es tarea fácil. Los tiempos actuales están dominados por la ausencia de proyectos y perspectivas válidas. Resistir y reconstruir una alternativa sigue siendo un objetivo prioritario. Solo podrá hacerse sobre la base de la reorganización de un nuevo movimiento social cuya dinámica resulta difícil de precisar. En este sentido, resulta útil seguir atentamente los acontecimientos en Grecia, la victoria de Syriza y la dura y dramática lucha entablada por el gobierno de Alexis Tsipras.

Los desplazamientos de voto en las elecciones departamentales permiten un atisbo de la actual relación de fuerzas sociales y políticas. Cualquiera sea el curso que tomarán los acontecimientos, parece claro que sin reconstruir la esperanza y recrear una perspectiva de cambio social creíble, nada es posible. Eso pasa ahora por la defensa de las conquistas, la resistencia frente al desmantelamiento total del Estado Social que surgió de las luchas y del Consejo Nacional de la Resistencia. Al fin de cuentas, la libertad, la igualdad y la fraternidad, base del pacto republicano, aún mantienen su vigencia. Es lo único quizá que pueda realmente enfrentar el peligro que siempre acecha de una derrota y un retroceso histórico colosal.

Los fantasmas del pasado actúan como las sombras de la Caverna. Hay que mirarlos, pero sin confundirse, en primer lugar porque es la condición para distinguir quien es el enemigo y cuáles los aliados. Eso lo sabe el pueblo francés, como lo demostró la gigantesca movilización de masas de la semana de enero, en solidaridad contra los atentados a Charlie-Hebdo y al Hyper-Casher de la Porte de Vincennes. Dos millonesde manifestantes en París y cuatro en toda Francia que dijeron “No a la muerte”, defendieron los derechos democráticos y humanos, que desfilaron en nombre de la solidaridad y la fraternidad. Nadie pudo usufructuar esa manifestación espontánea. Aquellos que lo intentaron comenzando por el gobierno Hollande-Valls, Sarkozy y el conjunto que defiló poniéndose al frente, algunos harto siniestros, no pudieron sacar el menor provecho. En realidad, fueron relevados al papel de sombras. Y el Frente Nacional corrió la misma suerte : no le quedó otra que reunir algunos centenares en una ciudad del sur de Francia. Ese gran momento socio-político nutría sus raíces en la tradición de lo mejor de la república francesa. Los desplazamientos de votos, por importantes que sean, se inscriben en esa dinámica. Todavía hay tiempo, pues, para seguir construyendo una alternativa, pues nada está definitivamente perdido.

 

El 29 de agosto de 1937, cuando  la amenaza del fascismo y la Alemania nazi, eran una realidad;  la guerra civil en España se convertía en prólogo de segunda guerra mundial; y en Moscú se preparaban los trágicos Procesos, León Trotsky, en su exilio mexicano, escribió: “Si las desfavorables relaciones de fuerza no permiten conservar las posiciones políticas, por lo menos hay que conservar las posiciones ideológicas, pues la experencia tan cara del pasado se ha concentrado en ellas”.

No estamos, ciertamente, en una situación como aquel 1937. Pero, aún así y por eso mismo, es bueno recordarlo.

Hugo Moreno es miembro del Comité de Redacción de Sin Permiso.