TOMOGRAFIA DE AMERICA LATINA

Por:
Andrés Solíz Rada

Publicado el 01/07/2015

Con la minuciosidad y precisión que la tomografía médica obtiene múltiples imágenes de cuerpos o secciones del cuerpo humano, el libro “De Murillo al rapto de Panamá. Las luchas por la unidad y la independencia de Latinoamérica (1809-1903) – editorial Imago Mundi--, del connotado historiador y patriota argentino Roberto A. Ferrero, penetra en los pliegues más recónditos de nuestra  América morena para develar la idea obsesiva de EEUU y las potencias europeas de evitar a cualquier costo la reconstitución soberna de la Patria Grande, que estaba administrativa y políticamente unificada durante el coloniaje, a través de virreinatos, capitanías generales, audiencias, corregimientos y cabildos, dependientes de la Corona.

 

El tema de la unidad, o su cohesión progresiva a través de los virreinatos, audiencias y  capitanías generales era tan importante para Simón Bolívar que estaba dispuesto a postergar la independencia latinoamericana, a condición de evitar su disgregación. Ferrero recuerda que el colombiano Francisco Antonio Cea (o Zea) presentó al Rey de España, en 1820, un proyecto de confederación hispanoamericana inspirado por el propio Libertador. En ella convivirían en un gran imperio federal España y las Repúblicas perfectamente independientes, reunidas bajo una monarquía constitucional.

 

La base sicológica del planteamiento residía en que en la guerra por la independencia los patriotas de las diferentes latitudes alzaron las armas no como mexicanos, peruanos, chilenos o argentinos, sino como americanos. El término unificador de americanos del centro, del sur y del Caribe nos diferenciaba, al mismo tiempo, de los americanos del norte, de raíz sajona, con los que nunca nos sentimos identificados. Es obvio que Pedro Domingo Murillo no pensó que su sacrificio en aras de la libertad tenía los límites del altiplano paceño. En México, en 1810, el Libertador José María Morelos dispuso que, en adelante, ya no se llamará a los hijos del país “indios o mulatos, sino que todos serán americanos. En 1816, el Congreso de Tucumán proclama la independencia de las “Provincias Unidas de Sudamérica”. En vísperas de la batalla de Maipú, el chileno Bernardo de OHiggins llamó a los americanos a constituir la gran Confederación de América Meridional y José de San Martín, en carta a Tomás Eloy Cruz, decía “que los americanos o provincias unidas no han tenido otro objeto que formar una nación”.

 

Para impedir la unificación, EEUU y las potencias europeas acudieron a todos los recursos imaginables, desde el desembarco de tropas y bombardeos a nuestros puertos y el libre comercio, hasta el cobro de deudas reales o imaginarias, pero siempre usureras, originadas, inclusive, en supuestas ofensas a sus súbditos, lo que las “obligaba” a defender su “honor nacional”. El relato de los enfrentamientos entre las corrientes unificadoras y disgregadoras, entre 1809, a partir de los gritos libertarios de Chuquisaca y La Paz, hasta la mutilación del territorio colombiano, para fundar la República de Panamá, en 1903, constituye el hilo conductor del libro del escritor cordobés, en el que no se pasa por alto el papel de los agentes del coloniaje o vende patrias, que también existieron en todas las provincias de la América bolivariana. A modo de ejemplo, cabe recordar al gobernador de la península de Yucatán, Santiago Méndez, quien, en 1848, en carta al Secretario de Estado de EEUU, John Buchanan, le decía: “Ofrezco a vuestra nación el dominio y la soberanía de esta península”.

 

La mano balcanizadora está presente en la separación del Uruguay de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a fin de convertirlo en una colonia británica disfrazada; en la infame guerra de la Triple Alianza contra Paraguay; en el funcionamiento de Buenos Aires como Estado soberano e independiente de la confederación argentina; entre 1852 y 1859; en el despojo de Malvinas; en el enclaustramiento geográfico de Bolivia (al que se sumó la mutilación del Acre por la geofagia brasileña), en los intentos de separar las provincias de Cumaná, Barcelona, Guayana y Trinidad de Venezuela, en las que predominaba la etnia africana, a fin de fundar, en 1848, un “Imperio Negro”, dependiente de Londres, hasta el propósito francés de fundar un Estado araucano, en el Sur de Chile, en 1858. Como contra partida, los intentos por hacer de América Latina y el Caribe un Estado Nacional continúan hasta ahora, nos enseña Ferrero.