El Estado Libre Asociado cayó en moratoria y lo que antes nos
presentaban como “la vitrina del Caribe” se desacreditó. Ya nadie lo considere
solvente, ni en Wall Street ni entre los tres poderes de la Unión, pues además
del desastre económico el ELA ha probado ser un fiasco político. Pero cuando
corresponde definir quién pagará el desastre, ellos aducen que, como viene de
décadas de malas administraciones puertorriqueñas, sus costos deben recaer
sobre quienes las eligieron. La gran prensa y los carísimos consultores y
cabilderos oficiales omiten quién instauró al régimen que originó tales
administraciones y limitan la cuestión a decidir las medidas “técnicas”
requeridas para paliarlo.
Nada nuevo en el repertorio neoliberal. Como los
“pigs” europeos ‑‑Portugal, Irlanda, Grecia y España‑‑, la isla se endeudó
descomunalmente y ahora la “única” salida es exigirle extrema austeridad.
Maliciosa distorsión del término que no sugiere sobriedad sino que manda
precarizar empleos, abatir salarios, achicar pensiones, eliminar días de
descanso, reducir servicios públicos y elevar impuestos. Esto no castiga a
quienes implantaron ese modelo económico, ni a quienes contrajeron esta deuda y
gozaron del despilfarro, sino a un pueblo que no tuvo otras opciones políticas.
Puerto Rico es un “territorio” que pertenece a Estados Unidos pero no forma
parte esa nación; el Congreso de Washington ejerce los poderes sobre la isla y
define las modestas atribuciones caseras del gobierno local. En castellano,
esto es una colonia.
¿De dónde vino semejante endeudamiento? De una
larga insostenibilidad del modelo, que por decenios tomó empréstitos
adicionales crecientemente onerosos para tapar deudas anteriores, hasta que el
gobierno resultó incapaz de pagar. Los seductores prestamistas de ayer son los
implacables buitres de hoy, y aseveran ‑‑con el dogma neoliberal en el puño‑‑
que haciéndola consumir menos y tributar más la isla podrá pagar lo recibido y
sus intereses. Pero según la legislación federal los “territorios” no tienen
derecho a auxilios por bancarrota; la Casa Blanca aclara que solo piensa
“asesorar” al gobierno de San Juan y el Congreso tiene otras prioridades.
A la vez, se omite que antes de discutir
cualquier pago debería auditarse cada préstamo, pues en el bulto adeudado se
ocultan gastos o extravíos inadmisibles. Como igualmente se silencia que
durante más de un siglo Puerto Rico nunca dejó de subsidiar a la economía
estadunidense, al tener que amoldarse a las necesidades norteamericanas incluso
a expensas de su propia subsistencia.
Cuando Estados Unidos necesitó azúcar, se
cañaveralizó a la isla arrasando los demás cultivos y la seguridad alimentaria,
hasta que los agricultores norteamericanos la surtieron con azúcar de remolacha.
Entonces se impuso la industria de derivados del petróleo hasta que la crisis
de 1973 encareció el suministro y dañó el negocio. Luego, el Congreso
estadunidense favoreció con exoneraciones la instalación de industrias ligera y
farmacéutica en la isla, hasta que estas la abandonaron cuando los atractivos
asiáticos y los TLC con México y Centroamérica les ofrecieron mayores ventajas.
E invariablemente esas empresas repatriaron enormes ganancias sin reinvertir en
Puerto Rico, y cada una de esas experiencias le restó sostenibilidad a la
economía del país, cuya gente nunca las ideó ni fueron sus beneficiarios. Y
cada una dejó una crisis humana ‑‑y demográfica‑‑ por la cual millares de
puertorriqueños no tuvieron más remedio que dejar su patria.
Más de un siglo de historia muestra que el
verdadero deudor es Estados Unidos, y que los pícaros que endeudaron a la isla
sabían en qué andaban y pueden asumir esa responsabilidad sin pretender
ganancias adicionales. Ello dista de ser un problema “técnico”, y es imposible
apretar más la tuerca de la austeridad sin romper el tornillo. Dentro del
sistema colonial que creó y recicla el problema, ningún paquete de medidas
sacará a la isla del marasmo. La crisis proviene del régimen que impide a los
puertorriqueños escoger sus propias alternativas y usar los mismos recursos
soberanos que sus vecinas repúblicas caribeñas y latinoamericanas.
Para superar la crisis lo que toca negociar no
son medidas “técnicas”, sino la transición para convertir a Puerto Rico en una
república independiente y sostenible.
- Nils Castro es escritor y catedrático
panameño.
PUERTO RICO, ESTADO POCO LIBRE, ASOCIADO Y…EN BANCARROTA