DOSSIER: LAS ELECCION EN ARGENTINA

Por:


Publicado el 01/10/2015

I

 

 

 

 

Previendo las elecciones presidenciales

La ruleta rusa argentina

 

Emilio Cafassi

Editorial La República

 

 

El domingo 25 se celebrarán las elecciones presidenciales orientando el futuro político del país por 4 años. No está en juego exclusivamente la presidencia (y la vicepresidencia) ya que se elegirán además 130 diputados, 24 senadores y –por primera vez- 43 parlamentarios del Parlasur. Sin embargo, en un régimen político presidencialista potenciado por una cultura personalista, farandulera y caudillista, el devenir estará signado prioritariamente por la titularidad del poder ejecutivo, que disputarán entre seis candidatos, la mayoría de los cuales poseen asombrosas similitudes entre sí.

Por el lado del oficialismo se presenta Scioli, una suerte de satélite gelatinoso y acompañante paciente de las gestiones menemista, duhaldista y kirchnerista(s), en diversas funciones claves. Triunfador de la interna sin tener que disputarla electoralmente siquiera, gracias a la sola exhibición de resultados encuestológicos y algún probable pacto en el estrecho cónclave presidencial que excluyó cualquier oposición a cambio de algunas concesiones en candidaturas subalternas. A pesar de los denodados esfuerzos de los voceros del kirchnerismo por devaluar y hasta humillar la figura de Scioli mientras exploraba alternativas electoralmente ganadoras, finalmente la sucesión quedó representada por quien –aparentemente- menos la representaría. Los cinco restantes, encarnan el arco opositor. Macri, el actual Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, de estirpe acaudalada aunque con cierto discurso concesivo y demagógico para con el peronismo. Otro tanto ocurre con el tercer candidato, ex jefe de gabinete del gobierno de Fernández de Kirchner, Massa, Intendente del partido de Tigre en cuanto a sus orígenes ideológicos. El cuarto, Rodríguez Saa, quién fuera gobernador de la provincia de San Luis y ex presidente por escasos días en la sucesión discreta de primeros mandatarios durante la debacle del 2001, podría ser considerado, inversamente, de linaje peronista. Los dos restantes provienen de tradiciones ajenas al movimiento hegemónico de la última década. Stolbizer es una dirigente del ala tenuemente progresista de la Unión Cívica Radical (tal su sigla, no su orientación que es de centro derecha) y el último, Del Caño, un joven diputado trotskista que venció en la interna a un consuetudinario multi candidato histórico del otro componente del frente electoral que conformaron, no sin agrias disputas internas.

La disyuntiva que se presenta opone un clima político cuatrienal que en el mejor de los casos podrá estar entre un grisáceo otoño destemplado y el más crudo de los inviernos. Salvo una nueva sorpresa –tan habitual en la tradición política argentina que no es sino la ausencia de política- el progresismo, si es que alguna vez lo hubo, fenece en dos semanas. Tomando las proyecciones de catorce empresas encuestadoras, todas ellas coinciden en la victoria del candidato oficialista. Siete concluyen la probabilidad de que lo logre en primera vuelta y las restantes se inclinan por un incierto ballotage. Seis de ellas entre Scioli y Macri y una entre Scioli y Massa. Todas les proyectan a estos tres candidatos entre el 85 y 90% del total de las preferencias electorales, un muy discreto papel al “progresismo” de Stolbizer y probabilidades irrelevantes para los dos restantes. Me concentraré en los tres principales que reúnen la casi totalidad de las preferencias electorales y comparten perfiles muy significativos. Aquí algunos.

Ninguno proviene de sectores populares ni de la clase media. Son hijos de empresarios. Los tres desconocen la universidad pública habiéndose formado en universidades privadas, dos de los cuales lograron la graduación muy recientemente mientras ocupaban altos cargos públicos o estaban en campaña. Los tres son millonarios en magnitudes desiguales aunque todos ellos sufrieron procesos judiciales por inconsistencias en sus declaraciones juradas de bienes y fueron indagados por enriquecimiento ilícito. Macri además está procesado por ordenar escuchas ilegales (que incluyeron a algunos familiares propios) como primera medida de creación de la policía metropolitana. Los tres son fervientes católicos. Los tres dicen ser amigos de los principales miembros de la farándula y no tienen escrúpulos en participar en programas televisivos como el de Marcelo Tinelli. Todos ellos además provienen de experiencias políticas de derecha y ultraderecha, cosa que aconseja detenernos en este punto por algunas líneas más.

Scioli, conocido en el país por haber logrado títulos “deportivos” en la motonáutica llega a la política de la mano de Menem, quien promovió a cargos electivos a varios personajes famosos que lo apoyaban como por ejemplo el cantante Palito Ortega. De este modo Scioli es electo diputado en 1997 integrando el bloque menemista. A partir del 2002 fue secretario de deportes durante las presidencias de Rodríguez Saa (precisamente el cuarto candidato mencionado) y Duhalde. En 2003 pasó a ser vicepresidente acompañando a Kirchner. La secuencia del menemismo hacia el posterior duhaldismo no podría ser objeto de tensión en el kirchnerismo ya que es idéntica a la del matrimonio presidencial y a casi todos los miembros de sus gabinetes. Sin embargo, Scioli se mantuvo en una rara combinación de reivindicación de la trayectoria de sus antiguos líderes y de dubitativo acompañamiento al giro progresista del oficialismo que él mismo encarnaba. Ya como gobernador de la Provincia de Buenos Aires, cuando logó mayor autonomía en un cargo ejecutivo para aplicar políticas propias, lo hizo con inocultable raigambre duahaldista como en el caso de la presentación del Código Contravencional en el que se penalizan las protestas sociales, la iniciativa de pedido de baja de edad de imputabilidad y una estrategia de seguridad basada en el reforzamiento de la magnitud e injerencia policial, precisamente de aquella más implicada en el narcotráfico, la trata de personas y la tortura. Al punto que en uno de los spots de campaña, se presenta hoy con un ejército de policías a sus espaldas. A la vez, al igual que Duhalde, ponderó el juego como una creciente actividad recaudatoria y debió enfrentar serias investigaciones judiciales sobre el Instituto Provincial de Loterías y Casinos a cargo de uno de sus mejores amigos. Es el típico político de mano dura con dosis de concesión asistencialista.

Macri es en toda la acepción de la palabra un heredero. Su notoriedad llegó al asumir la presidencia del masivo club de fútbol Boca Juniors desde donde nunca dejó de reconocerse como admirador del gobierno neoliberal de Menem a quien definió como “el gran transformador”. Dudó públicamente en varias oportunidades sobre encarar su carrera política desde el peronismo o hacerlo desde una agregación política propia, hasta que en el 2003 fundó su propia alternativa partidaria aliado con el derechista López Murphy. Su hoy aliada Carrió lo definió como “uno de los que se robaron la patria” por el hecho de que las empresas familiares resultaron beneficiadas (en dos oportunidades) por la asunción de sus deudas por parte del Estado. Su fuerza política, el “PRO”, logró aglutinar a casi todo el arco derechista que fue desperdigándose ante la derrota de Menem y su posterior alianza con el kirchnerismo, aunque con un tono más desacartonado que el de los exponentes más duros de los años ´80 y ´90. Apoyándose en lugares comunes de la antipolítica y la simulación (véase al respecto mi artículo del 16 de agosto) presenta una cara más lavada e imprecisa. Su propuesta es tan vaga como mejorar lo bueno y cambiar lo malo. Al igual que al resto, le da lo mismo cualquier organización política porque la carrera es personal, no colectiva. Su disputa es por el poder, no por la ideología o el proyecto.

Por su parte, Massa, se inició de joven en la Unión de Centro Democrático (UCD) liderada por la familia Alsogaray que finalmente resultó cooptada por el menemismo durante su larga vigencia aunque hoy sus simpatizantes y exponentes se encuentran referenciados casi excluyentemente en el PRO. Esta suerte de cooptación es la que, por recomendación del sindicalista ultramontano Barrionuevo y la diputada Caamaño, decide migrar al peronismo desde donde atravesó sin conflictos todas las mutaciones hegemónicas internas, pasando del menemismo al duhaldismo, de éste al kirchnerismo hasta ser desplazado y prácticamente obligado a presentarse como un alternativa independiente. De todas formas, el periodista Diego Genoud en su libro sobre el candidato sostiene que si bien en lo político es el más apegado a la peor derecha del peronismo, representa por sus asesores económicos y referencias, algo del perfil más industrialista del primer mandato de Kirchner. En lo económico se presentaría como la opción menos regresiva.

Por último, las arquitecturas políticas de los tres son idénticas, o para decirlo más claramente, carecen de partido. No existe orgánica, militancia (que no sea rentada), discusiones o elaboraciones de base que puedan influir en la línea política o programa. Los candidatos y los voceros están en manos de los asesores de imagen contratados para tal fin. Representando algo así como el pan (o pos) peronismo, ninguno proviene de allí.

Queda develar si al cargador electoral le extrajeron alguna bala porque las próximas elecciones serán una verdadera ruleta rusa.

Emilio Cafassi Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

 

II

POSICION DE SOCIALISMO LATINOAMRICANO (IZQUIERDA NACIONAL)

NO SE PUEDE AVANZAR RETROCEDIENDO

Gustavo Horacio Cangiano

 

Frente a las elecciones del 25 de octubre, Socialismo Latinoamericano-Izquierda Nacional advierte: esas elecciones constituyen apenas una anécdota en el enfrentamiento entre la revolución y la contrarrevolución que atraviesa desde sus orígenes la historia argentina. Si nos convocan a elegir entre lo malo y lo peor, rechazamos el convite. Pero estaremos presentes en las barricadas populares que librarán las futuras luchas emancipatorias a partir de 2016.25octubreSL

 

Socialismo Latinoamericano

 

Como militantes del campo nacional y popular, compartimos la preocupación de miles de compañeros: un triunfo electoral del macrismo significaría retroceder a los más oscuros tiempos del neoliberalismo menemista y videlista. Macri sintetiza en su persona los intereses más retrógrados de la Argentina semicolonial: los grupos económicos trasnacionalizados, la burguesía agroexportadora, el capital financiero más concentrado, la corrupta partidocracia demoliberal, la casta judicial conservadora, los monopolios mediáticos y, también, esa base social de la Derecha que es la pequeña burguesía cacerolera, la que en su momento sirvió de sostén a los golpes gorilas de 1955 y 1976.

 

Sin embargo, creemos que la decisión de enfrentar a Macri recurriendo a una figura que por formación, temperamento y relaciones sociales y políticas constituye casi una réplica del jefe del PRO, encierra un gravísimo error estratégico de Cristina Fernández de Kirchner, aun cuando se revista en lo inmediato de presunto acierto táctico. En el camino de la emancipación nacional y social, que el kirchnerismo pretende transitar desde hace 12 años –y no viene al caso discutir ahora cuánto hay de cierto en esta pretensión–, existe un principio incuestionable: no se puede avanzar retrocediendo.

 

Del riñón menemista

 

¿Significa la figura de Daniel Scioli un avance  o un retroceso en la implementación del mentado “Proyecto” que el kirchnerismo considera su más preciado aporte a la vida política nacional? Para responder esta pregunta no hay más que recordar lo que las figuras más destacadas del kirchnerismo –empezando por Néstor Kirchner y por la actual presidenta– han repetido una y mil veces: Daniel Scioli salió del riñón menemista y siempre ha estado más cerca de Clarín y de las corporaciones que de la militancia popular reconstruida luego de las jornadas de 2001. Daniel Scioli representa esa pata regiminosa y conservadora que impidió al kirchnerismo alzar vuelo más allá de cierto punto en su disputa con el establishment.

 

Catapultado a la presidencia de la República, el ex motonauta menemista ya no será “una parte subordinada a un todo” que lo excede, sino “la parte de ese todo”, al que procederá a reconfigurar desde su lugar hegemónico. ¿Cómo conciliar, entonces, la candidatura de Scioli con la vigencia de la consigna “nunca menos” que animó en estos años la épica kirchnerista?

 

Como socialistas de la Izquierda Nacional, no podemos acallar nuestra convicción de que el error estratégico de Cristina Fernández de Kirchner no es producto de la cuasualidad, sino que responde, en última instancia, a las limitaciones estructurales de la fuerza que encabeza. Es una ley histórica: cuando un bloque de clases y sectores sociales subalternos irrumpe en las sociedades semicoloniales bajo la conducción de jefaturas burguesas o pequeñoburguesas –civiles o militares–, sólo puede avanzar hasta cierto límite en su desafío al orden oligárquico-imperialista. Más allá de ese límite, lo que se pone en cuestión es la propia estructura capitalista semicolonial, y para removerla hace falta, además de una dirección y un programa adecuados, la movilización revolucionaria de la clase obrera y las masas populares. Es decir, hace falta un método de lucha política que trascienda el encorsetamiento que suponen las rigideces institucionales del liberalismo burgués. En este sentido, el método de lucha es el programa. El kirchnerismo, replicando en este aspecto al peronismo y al yrigoyenismo, en cuyas tradiciones dice inscribirse, se revela como estructuralmente impedido de pegar este salto cualitativo. Imposibilitado de avanzar ininterrumpidamente en un sentido emancipatorio, prefiere entonces detenerse y retroceder. La candidatura de Scioli no es más que la expresión de esta circunstancia trágica que se repite una y otra vez a lo largo de la historia.

 

Disputar la hegemonía

 

Pero, ¿qué hacer entonces el domingo 25 de octubre? Si Macri representa la rosca oligárquico-imperialista que conserva el poder real después de 12 años de kirchnerismo, y si Scioli representa el retroceso –si no la claudicación frente a esa rosca oligárquico-imperialista–, entonces no podemos convocar a votar por uno u otro sin traicionarnos a nosotros mismos. (Tampoco, obviamente, podemos llamar a votar por Massa, un hombre de la embajada norteamericana, por el neoalfonsinismo decadente de Stolbizer o por la esterilidad ultraizquierdista del FIT). El socialismo de la Izquierda Nacional no interviene en la arena política con el sólo propósito de engrosar pasivamente las filas del campo nacional-popular sino, también, con el propósito de disputar la hegemonía de ese campo a los sectores burgueses y pequeñoburgueses impotentes para coronar la lucha en una victoria. Nuestra responsabilidad, entonces, es la de contribuir a la construcción de una vanguardia militante socialista y revolucionaria que garantice, en los hechos y no sólo en las palabras, la consigna “nunca menos”. Por esta razón, nuestra corriente no votó a Cámpora en 1973, sino que acompañó la lucha popular con la fórmula socialista del Frente de Izquierda Popular (FIP). Por esa razón repitió su conducta en 1983, acompañando a la clase obrera peronista pero sin apoyar la candidatura claudicante de Luder. Y por esta misma razón, a lo largo de los últimos 12 años, hemos acompañado las medidas antioligárquicas y antiimperialistas del kirchnerismo, como la pelea por las retenciones, la nacionalización (parcial) de YPF o la recuperación estatal del sistema jubilatorio. Hemos apoyado al gobierno en su enfrentamiento con el Grupo Clarín, al tiempo que hemos señalado que hay que inspirarse en el ejemplo del propio Perón, que en 1952 expropió La Prensa (el Clarín de aquella época) y lo entregó a los trabajadores. Hemos sostenido, en suma, una posición clara: no se avanza retrocediendo; el proceso de luchas emancipatorias constituye una “revolución permanente” en la que se trata de destruir al enemigo de la Patria y del Pueblo, y no de negociar con él un imposible “modus vivendi”.

 

Las elecciones del 25 de octubre constituyen apenas una anécdota en el enfrentamiento entre la revolución y la contrarrevolución que atraviesa desde sus orígenes la historia argentina. Si nos convocan a elegir entre lo malo y lo peor, rechazamos el convite. Pero estaremos presentes en las barricadas populares que librarán las futuras luchas.

 

 

III

 

 

 

¿Fin del kirchnerismo?

 

Guillermo Almeyra

La Jornada

 

 

El 25 de este mes Argentina elegirá su próximo presidente y sus nuevas cámaras de Diputados y Senadores. Los candidatos con mayores posibilidades de éxito son Daniel Scioli, ex campeón mundial de motonáutica, ex vicepresidente de Néstor Kirchner y actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, que encabeza la fórmula del peronista Frente para la Victoria, y Mauricio Macri, ex gobernador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, multimillonario proimperialista. Ambos son conservadores en diferentes grados, ambos son bien vistos por la asociación de los industriales, la Unión Industrial Argentina (UIA), y por los medios de información más reaccionarios (que, al mismo tiempo, temen la ignorancia e ineptitud de Macri, aunque lo promuevan, así como el pasado de sumisión al kirchnerismo de Scioli).

Ninguno de los dos, sin embargo, es kirchnerista y los kirchneristas reales, como Estela de Carlotto, la presidente de Abuelas de Plaza de Mayo, han propuesto que Scioli sea presidente de transición por cuatro años entre el actual mandato de Cristina Fernández de Kirchner y una futura tercera presidencia de la misma en 2019, cosa que de inmediato Scioli rechazó indignado.

Scioli, en el caso de que gane ya en la primera vuelta (necesita 40 por ciento de los votos y una diferencia de 10 por ciento sobre el segundo o 45 puntos, y una encuesta en la provincia de Buenos Aires –que tiene el 38 por ciento de los electores– le daba hace dos meses 45.2 de los votos contra 25.7 de Macri), con el sistema argentino, que es presidencialista, tendrá el control del gobierno que el kirchnerismo quiere acotar.

Actualmente cuenta con el apoyo del aparato justicialista (peronista) formado por los alcaldes y otros barones municipales de la provincia de Buenos Aires y por los millonarios y corruptos burócratas sindicales al servicio del gobierno y que mantienen el control de sus sindicatos gracias a las prebendas de aquél y a la represión del aparato oficial a las tendencias democráticas. Si llegase a ganar en primera vuelta, ese aparato de inmediato le rendirá pleitesía, dejando al kirchnerismo posiciones marginales en las cámaras.

Macri, por su parte, salvo en la ciudad de Buenos Aires, en la que es ampliamente mayoritario, depende en el resto del país sobre todo de alianzas con algunos de los restos de la derecha de la Unión Cívica Radical, partido liberal formado en 1890, y de residuos de otras agrupaciones de centroderecha o de derecha que, en la primera vuelta, votarán por sus respectivos candidatos y sólo en un eventual ballotaje podrían sufragar por un hombre que hace lo que le dicta la embajada estadunidense.

Como el gobierno de Cristina Fernández, buscando apoyos en los medios empresariales, elabora leyes contra las manifestaciones, a las que reprime, y cuenta entre sus sindicalistas de confianza a miembros del Servicio de Inteligencia de la dictadura, como el dirigente del sindicato de la construcción Gerardo Martínez, las movilizaciones obreras y populares actuales no son numerosas. La clase obrera es el convidado de piedra en las elecciones, en las que se limita a esperar que el inevitable cambio económico sea lo menos dañino posible. Porque tanto Scioli como Macri tienen en su programa el endeudamiento externo y una devaluación del peso (en distinto grado y de distinto modo) como respuesta a la gravísima crisis de Brasil, la escasez de dólares y la caída brutal de los precios de las materias primas. Además, no tendrán mayoría absoluta en las Cámaras y serán inestables.

Ante el hecho de que los partidos izquierdistas tradicionales optan por uno u otro frente capitalista (un sector socialista y el Partido Comunista están en las listas del Frente para la Victoria, mientras la mayoría del Partido Socialista está con los soyeros y la derecha proimperialista), la única alternativa electoral es el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), que se opone a las políticas antiobreras de ambos reagrupamientos capitalistas. Como la tasa de explotación aumentará y al mismo tiempo caerá la esperanza en un gobierno progresista, el conflicto social será más agudo y la izquierda tendrá mejores perspectivas.

El FIT está creciendo y ha incorporado otros sectores de la izquierda anticapitalista que eran abstencionistas y ha tenido buenos resultados en las últimas elecciones provinciales; es posible, por lo tanto, que obtenga nuevos diputados nacionales. Eso sería un gran progreso y garantizaría posiciones de lucha en las instituciones. Pero sus ilusiones sobre el fin del kirchnerismo y el apoyo masivo de amplios sectores obreros son desmentidas por la polarización entre macrismo y justicialismo y por la sensación en vastos sectores populares de que es mejor lo malo conocido que lo pésimo que podría venir, lo que los hace tratar de conservar un gobierno peronista.

Scioli perdió sin embargo el apoyo de vastos sectores. Los miembros de Carta Abierta –intelectuales kirchneristas– no saben cómo justificar su voto por un conservador al que combatieron y que hará lo contrario de la política kirchnerista. Pero ese descontento se reflejará en las próximas luchas sociales, no en las elecciones. Además, la publicidad del FIT se limita a presentar los candidatos con una gran foto y sólo una frase que dice por un diputado de izquierda y el nombre del propuesto, sin una sola idea programática que apele a la inteligencia de los electores. O, en el mejor de los casos, sólo dice que el candidato del FIT apoyará las luchas sociales. Este obrerismo elemental no prepara la evolución de las conciencias hacia el anticapitalismo y, por lo tanto, no modifica la intención de voto conservadora de quienes votarán Scioli por temor a un salto al vacío ni tampoco prepara a los trabajadores para las próximas y pésimas condiciones sociales y económicas.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/10/04/opinion/016a2pol

 

IV

CARTA AL DIRECTOR

Sobre el situación preelectoral, la secretaria de prensa del PSIN (segunda época) ha dirigido, el 16-09-15, una carta a “Patria Grande” en la que reitera que, a su juicio, el gobierno kirchnerista “es el más corrupto que recuerda la historia argentina”. A continuación, critica el pago de la deuda externa a la usura imperialista, política desmalvinizadora, déficit fiscal, saqueo de las arcas del Banco Central y el manejo provincial por mafias vinculadas a la prostitución y tráfico de drogas. Considera, finalmente, que el gobierno kirchnerista, es una alianza espuria entre la dirección corrompida del Partido Justicialista, el Partido Comunista, los ex terroristas de la década del 70, junto a renegados de la Izquierda Nacional y de otros agrupamientos, que sostienen ideológicamente a esta administración.