.- Con su Congreso Nacional como indicador emblemático
de una crisis que aún no resuelve su destino, Brasil se encamina a cerrar el
2015 con signos inequívocos de falta de coordinación entre sus esferas
administrativas – federal, estadual, municipal-, con un salario real promedio
en las periferias de las grandes ciudades un 7% más bajo que el año pasado, una
retracción económica global de casi un 3% del PBI y un contingente de casi 800
mil trabajadores menos en el mercado de trabajo. Una política económica – la
impulsada por J. Levy desde principio de año – que comienza a profundizar la propia
fragmentación de los intereses sociales que, frente a la coyuntura, buscan
resolver por su cuenta sus circunstancias.
Desde un punto de vista más panorámico,
pareciera que en Brasil vuelve a aparecer una de las marcas idiosincráticas de
su capitalismo constitutivo: la inorganicidad de las diferentes partes del
sistema social, tal como lo han discutido y debatido por décadas sus
principales intelectuales. Aquello que había sido una posibilidad medianamente
estabilizada de organicidad política - o “conciliación de clases”, para usar un
término más clásico- entre industriales y sindicatos, actividades agropecuarias
y modernización científica, bancos y consumo popular, etc., durante el período
“lulista” (también proyectable a algunos años del primer gobierno de Dilma
Rousseff), parece haber entrado en una fase de desagregación. Las posiciones y
respuestas empiezan a ser parciales, desarticuladas, lo que alimenta un cuadro
general no demasiado auspicioso.
Petrobrás y la crisis económica
Siendo la principal empresa latinoamericana, hay
una conexión nada despreciable entre la crisis de Petrobrás y la contracción
del PBI brasileño durante el 2015. En comparación con el año pasado, Petrobrás
redujo sus inversiones en casi un 40%, con consecuencias sobre toda la
economía: si se incluyen los efectos indirectos (sobre empresas subsidiarias,
los proveedores relacionados con la industria del petróleo, la retracción a la
baja en general de la población afectada) y las inversiones totales que dejaron
de ser realizadas por las constructoras (no sólo en las áreas de petróleo y
gas) el efecto negativo llega a casi un 2% del PBI. Sin que fueran
indispensables las medidas tomadas, como lo han advertido especialistas en el
tema, este “giro” de Petrobrás tuvo una consecuencia mayor sobre el
achicamiento de la economía que las propias medidas recaudatorias del “ajuste”
promovido por J. Levy; tiene que ver con el peso determinante que tiene sobre
la economía: en el ciclo 2010-2014, fue responsable por el 8,8% de las
inversiones en el país, lo que constituye a la compañía en un factor clave,
indispensable.
La buena disposición mostrada por la “comunidad
internacional de negocios”, las calificadoras de riesgo y los medios
emblemáticos globales de comunicación, respecto de Brasil, Lula e incluso la
propia Dilma (que presidía el Consejo de Petrobrás desde el 2006) comenzó a
modificarse precisamente a partir de que el Gobierno, en el 2010, dispuso como
marco regulatorio sobre los campos de petróleo del Pre-Sal – la mayor reserva
de petróleo descubierta en el Siglo XXI- la obligatoriedad de la presencia de
Petrobrás como operadora única, lo que no excluía la participación de otras
compañías. A partir de allí, no sólo empezó una campaña internacional y
nacional para “reabrir” estas cláusulas (soberanas) brasileñas sino que comenzó
la búsqueda por modificar la gestión de la compañía, como queda claro en los
documentos que evidenciaron el espionaje de la NSA a Petrobrás en el 2013. La
caída de los precios internacionales del petróleo y las denuncias por el
escándalo del Lava-Jato – con una sobreexposición mediática permanente-
ampliaron el margen de maniobra para las interferencias sobre la empresa: las
presiones continuaron con el reemplazo de G. Forster, la asimilación de que la
salida a su “crisis financiera” era el eventual “giro” de la compañía de este
año, medidas compactadas con el arribo del nuevo equipo al Ministerio de
Economía. Pero los cambios no se han detenido allí: en estas últimas semanas
han tomado envión en el Congreso Nacional los diversos proyectos de
modificación sobre las competencias y atribuciones de Petrobrás en los campos
del Pre-Sal, cuestión que ya pareciera tener más posibilidades de que ocurra,
como lo admitió hace unos días en Marruecos el propio J. Levy. El sentido es el
mismo: el “giro” de Petrobrás es la proyección de la lógica del ajuste del
gobierno de Dilma Rousseff sobre uno de los elementos más gravosos de
crecimiento económico, sino el más importante.
El Partido dos Trabalhadores y la lógica del
ajuste
Este cambio en la política de inversiones de
Petrobrás –que la semana pasada tuvo como respuesta una huelga de petroleros,
la más importantes en muchos años, con consecuencias en la propia cotización
internacional- resulta clave en función de los ajustes realizados en otras
esferas estatales; por la recesión económica que provoca, puede llegar a poner
en juego la propia supervivencia política del Partido dos Trabalhadores.
Algunas conclusiones deberían poder sacarse sobre este punto; tanto en relación
con Petrobras, cuyo valor viene en franco declino, como desde un punto de vista
más general, en relación con las opciones que toman los gobiernos en
determinados momentos de su gestión, respecto de la “lógica del ajuste”.
La “lógica del ajuste” es difícil de poder
administrar focalizadamente: se convierte con cierta velocidad en una opción
ideológica que impregna al resto del conjunto, aún más si parte del núcleo del
poder decisorio, como el Ministerio de Economía, o de la principal palanca del
crecimiento económico de los últimos años, como Petrobrás. Desde ese centro se
difumina una particular “cultura del ajuste” en las mentalidades de quienes
toman las definiciones en materia de políticas públicas - y en Brasil, en estos
meses, ha sucedido parcialmente este fenómeno-, que se desplaza hacia las
administraciones subnacionales (basta sólo revisar cómo están argumentando
gobernadores de signo políticos distintos los proyectos de presupuesto
“achicados” para el 2016), los léxicos de las dirigencias empresariales (algo
explícito, por ejemplo, en los últimos documentos de la FIESP) e, incluso, pasa
a formar parte de algunas orientaciones del sentido común.
En la “lógica del ajuste” – ese desplazamiento
que va de la opción económica a la perspectiva ideológica- hay un espiral cuyo
control no siempre es posible de administrar, como propicia, incluso, el propio
Lula: los tres anteproyectos de Presupuesto 2016 debatidos hasta el momento
tuvieron que ser modificados por pronósticos progresivamente más negativos para
el año que viene. Y lo que resulta más importante: como expresión de esta
trayectoria 2015, una dialéctica social cuyo panorama es de una mayor
desagregación política y cultural, sea en el aumento de la protesta sindical,
sea en un Congreso Nacional completamente fragmentado y caotizado, o bien en
procesos de identificación microsociales que se multiplican desde las mínimas
singularidades. En otras palabras, un año de reversión en términos cohesivos
respecto del avance de los últimos años; un paso hacia atrás. Algo de esa
inorganicidad que la sociología brasileña caracterizó con detalle hace tiempo.
- Amílcar Salas Oroño es Licenciado en Ciencia
Política por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Ciencia Política por
la Universidad de San Pablo y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de
Buenos Aires. Autor del libro Ideología y democracia: intelectuales, partidos
políticos y representación en Argentina y Brasil entre 1980 y 2003.
CRISIS EN BRASIL: PETROBRAS Y LA LOGICA DEL AJUSTE