Las acciones de acecho y conspiración imperialista sobre América Latina han alcanzado su momento estelar en los últimos meses no solamente por los efectos de la crisis capitalista internacional que afecta a las economías de varios países, sino por la avanzada de los sectores de las oligarquías y burguesías locales que, utilizando los mecanismos parlamentarios, electorales, de los poderosos medios de comunicación y políticos, han tomado la iniciativa para destrozar lo avanzado en la integración y acercamiento de los pueblos y gobiernos de América Latina y el Caribe, prendiendo así la luz roja del peligro que esto significa al avance conseguido en los últimos quince años.
El ablandamiento de la situación tuvo como referente inicial la muerte del comandante Hugo Chavez, quien se había convertido en el eje de convergencia del discurso bolivariano emancipador y de sólido impulsor del acercamiento y convergencia de los pueblos y gobiernos contra las políticas de Estados Unidos, y prosiguió con campañas militares, comerciales, ideológicas y mediáticas contra los gobiernos más claramente identificados con el antiimperialismo y la lucha por la liberación nacional, como son los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
La escalada ha tenido finalmente su punto de ataque los gobiernos de Brasil y Argentina: en el primer caso con la arremetida contra Dilma Rousseff, a poco de ganar las elecciones para su segundo mandato, aprovechando las denuncias de corrupción existentes en la poderosa empresa PETROBRAS y utilizando al Presidente de la Cámara de Diputados; y en el segundo con la especulación de la deuda externa con los “fondos buitre”, denuncias corrupción y la campaña de desestabilización del diario Clarín contra Cristina Fernandez, que avanza con un proceso electoral en el cual han alzado la cabeza los sectores conservadores y neoliberales.
Los resultados de la segunda vuelta electoral que enfrentará al conservador Mauricio Macri, apoyado por el imperialismo y las oligarquías argentinas, y al oficialista Daniel Scioli, quien no representa necesariamente las posiciones más avanzadas de la tradición nacional y popular, van a marcar las tendencias futuras de la región y el alcance de las estrategias del imperialismo para dar nuevos pasos.
Este panorama muestra que se han debilitado las iniciativas de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) e, inclusive, el Mercado Común de Sur (MERCOSUR), lo que no es casual si se toma en cuenta el peso político y económico de Brasil, Argentina y Venezuela en la región, en una coyuntura geopolítica internacional en que los movimientos de las potencias como Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea tienden a afianzar posiciones en las distintas regiones del mundo.
Los gobiernos de Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa de Ecuador, Nicolás Maduro y Daniel Ortega de Nicaragua, a pesar de las campañas que enfrentan y del tamaño de sus economías, deberán afianzarse como el referente político e ideológico de los movimientos populares revolucionarios antiimperialistas de América latina y el Caribe para marcar el ritmo de las futuras batallas en Nuestra América.
En el caso boliviano, el referéndum del 21 de febrero del próximo año marcará una tendencia importante y el gobierno nacional deberá impulsar, por un lado, la sanción a los responsables de los casos de corrupción en el Fondo Indígena y el municipio de El Alto y, por otro lado, el debate en torno a un programa patriótico antiimperialista que fortalezca el Estado Nacional, el capitalismo de estado, la industrialización, la revolución agraria, el proteccionismo de la manufactura e industria internas, la unidad nacional y patriótica y un modelo productivo autogestionario.