.- La
reciente derrota del kirchnerismo en la Argentina y las dificultades
político-económicas por las que atraviesan otros países gobernados por fuerzas
de izquierda (Venezuela, Brasil, Ecuador), han estimulado la tesis del fin del
ciclo progresista iniciado en 2003 en América Latina.
Eso fue saludado tanto por la derecha que cree
que se abre un nuevo período de “tiempos conservadores” – para usar la
denominación que el ecuatoriano Agustín Cueva dio al ascenso neoliberal en los
´80 – pero también por diversos sectores de la izquierda críticos del
progresismo por motivos diferentes tales como: (i) su falta de voluntad
de hacer una transición al socialismo o (ii) el uso de recursos del
extractivismo para financiar las políticas sociales o (iii) lo que consideran
serían rasgos autoritarios frente a los sectores populares que le hacen
oposición. Aquí vamos a trabajar una tesis diferente, que reconoce
impasses en la estrategia progresista – en general, resultantes de sus éxitos
sociales en un contexto adverso del capitalismo globalizado – a la vez que
apunta a las potencialidades para seguir hacia adelante.
Políticas comunes
Hay que partir reconociendo una gran
heterogeneidad que dificulta el tratamiento de los problemas desde un punto de
vista general. En el mismo ciclo están incluidos “pequeños países
periféricos” (ej. Bolivia, El Salvador, Nicaragua) hasta uno del grupo de los
“emergentes” (el caso de Brasil) pasando por otros considerados intermedios, en
tamaño e industrialización (como Argentina y Venezuela).
Sin embargo, hay rasgos comunes
relevantes. En casi todos los casos hubo un rescate del papel económico
del Estado. El menú ha sido variado: nacionalizaciones de empresas
transnacionales, fortalecimiento de empresas que habían permanecido públicas;
mayor presión fiscal para capturar una parte adicional de las rentas
extraordinarias de empresas productoras-exportadoras de commodities agrícolas,
minerales o energéticas; reglas más rigurosas en las concesiones de
servicios públicos al sector privado, entre otras medidas.
En general, esos países desarrollaron fuertes
políticas sociales buscando retirar directamente de la extrema pobreza a
segmentos importantes de la población con resultados significativos e inéditos
en términos históricos. Y verificaron una disminución de la desigualdad
en la distribución del ingreso monetario – única región del mundo que registró
ese fenómeno en el período que estamos tratando –. Hubo países con
aumentos de salarios reales – o sea, por sobre la inflación registrada – y por
encima de los aumentos de la productividad del trabajo.
Fases del ciclo económico
En términos económicos, el ciclo debe ser
desglosado en, por lo menos, tres fases: (i) hasta el 2008, cuando hay
condiciones externas muy favorables – entre otras, el denominado “superciclo”
de commodities, que se reflejó en mejoras substanciales de los términos de
intercambio del comercio exterior de la región. Luego, (ii) el primer
momento de impacto de la crisis del capitalismo desarrollado que tiene su
epicentro en EE.UU. y Europa al que los países progresistas latinoamericanos
responden con medidas contra-cíclicas con buenos resultados. Finalmente
hacia 2012-13, (iii) hay un agotamiento de esa respuesta que combinada con
una reversión de los precios del mencionado “superciclo” constituyen el terreno
de la disputa que hoy está en curso. Esta tercera fase registra no solo
problemas de desaceleración fuerte llegando a la recesión, como también
reflejos en el empeoramiento de la situación social – por ejemplo, vuelve a
crecer en números absolutos el total de pobres extremos –.
Hay un “telón de fondo” de esas fases que
atraviesa el ciclo progresista: la globalización económica capitalista que
alcanzó desde los años 1990 niveles inéditos, históricos, resultado de los
“trabajos de Hércules” emprendidos por el neoliberalismo en respuesta a la
crisis general capitalista de los años 1970. Se abrió un nuevo escenario
de mayor liberalización del comercio en todos los países que se tradujo
rápidamente en las estrategias de deslocalización productiva que permitían a
las empresas migrar las inversiones al país que ofrecía más bajos costos –
impositivos y laborales – desde donde se podría vender a cualquier mercado
alrededor del mundo. Un viejo comunista europeo sintetizó el siglo XX
así: “lo que (el miedo a) la URSS nos dio en la post Segunda Guerra
Mundial (el Estado de Bienestar), la (competencia de bajos costos de)
China nos lo quitó en los años 1990-2000”. Pero la globalización no fue
sólo de la producción (la aclamada “fábrica mundial”) sino del comercio
(con sus tratados de libre comercio y la OMC).
El gobierno de los EE.UU. tomó una serie de
medidas desde inicios de los años 1970 e impuso a través del FMI y el Banco
Mundial otras tantas que resultaron en lo que conocemos hoy como la
“financierización” capitalista. Un crecimiento monstruoso de la dimensión
financiera – con mercados que especulan con tasas de cambio, tierras,
inmuebles, producción futura de commodities, acciones de compañías,
expectativas en relación a esas acciones, etc. – en una frenética
escalada que no corresponde a la economía capitalista real, sus tasas de lucro,
etc. Esa riqueza financiera provoca periódicamente “burbujas”
especulativas de las que los gobiernos deben salvarlas – como quedó patente en
la crisis del 2008 –. Vivimos un período histórico donde en el
capitalismo mundial no hay un “modo de regulación” que tienda mínimamente
a estabilizarlo – como fue el fordismo-keynesianismo en los “30 gloriosos años”
de la post guerra –.
Progresismo y globalización
Considerando que todos nuestros países
mantuvieron su inserción en el mercado mundializado, ¿es posible desarrollar
políticas económicas progresistas – como las reseñadas arriba – en ese contexto
de globalización capitalista?
Hasta los años 1980 era posible que un país
definiera un patrón diferente de desarrollo y acudiera a la URSS en busca de
tecnología, mercado y apoyo para inversiones. El desarrollo del
socialismo en Cuba desde los años 1960 estuvo marcado por esa
opción. En 2006 defendimos la tesis de que la integración regional podría
ser un sucedáneo a la ausencia de la retaguardia estratégica de la URSS que
había desaparecido en 1991[1]. Esa estrategia avanzó – en relación al
histórico latinoamericano – pero fueron progresos insuficientes o lentos en
relación a las necesidades urgentes de nuestras economías – nos referimos al
comercio intra-regional con monedas nacionales, el Banco del Sur, la
complementación productiva regional, entre otras iniciativas de una “nueva
arquitectura” regional.
Pero volvamos a la pregunta sobre política
económica del progresismo en la globalización. En 1966 el economista
marxista heterodoxo polaco M. Kalecki afirmaba, en un artículo titulado “La
diferencia entre los problemas cruciales de las economías capitalistas
desarrolladas y subdesarrolladas”, que en el primer caso se trataba de la
“adecuación de la demanda efectiva”, mientras que en el segundo sería “el
aumento considerable de la inversión (…) para acelerar la expansión de la
capacidad productiva indispensable al rápido crecimiento de la renta nacional”.
El progresismo trató de resolver el desafío
kaleckiano con un mix de utilización de divisas del boom de las exportaciones,
aprovechamiento fiscal de las rentas extraordinarias del superciclo y atrayendo
a capitales internacionales. Pero, al mismo tiempo, y esto fue un
diferencial del período, buscó hacer del mercado interno (o regional) de masas,
impulsando mejores estándares socio-laborales y la expansión de políticas
sociales dirigidas a los más pobres, la principal palanca de la demanda
efectiva. El ciclo progresista invirtió el adagio conservador (de
“hacer crecer la torta para luego repartirla”) afirmando que era necesario y posible
“distribuir para crecer”. Lo hizo.
Necesitaríamos realizar un análisis más
detallado de cada caso nacional. Pero, si hablamos del país con mayor
peso y liderazgo en la región, el Brasil, fue de esas fuentes de recursos que
vino el estrangulamiento, cuando cambió el mercado mundial de commodities y los
capitales decidieron presionar contra las medidas gubernamentales que reducían
sus tasas de lucro – y favorecían a los trabajadores –. Fue en ese
momento, hacia el 2013, que las medidas contra-cíclicas dejaron de funcionar y
el país cayó en la estagnación – mientras el gobierno buscaba mantener en
expansión el mercado interno –. La respuesta de los industriales
paulistas a la continuidad de los esfuerzos gubernamentales contra-cíclicos fue
convertirse en importadores de manufacturas provocando un gigantesco déficit en
la balanza comercial industrial. Bajo el ropaje de dilemas de la política
económica se trataba de pura lucha de clases en torno a la tasa de lucro de las
empresas, es decir, a la apropiación del producto neto de la sociedad que a lo
largo del ciclo progresista había sido favorable a los trabajadores (a fines
del 2014 el país todavía tenía la tasa de desempleo más baja de su
historia)[2].
Profundizar el debate
No es posible una estrategia progresista con los
resultados sociales y laborales como los antes reseñados sin alterar la
relación entre nuestros países y el mercado mundial globalizado, porque éste es
el escenario construido por las fuerzas del capital a lo largo de décadas de
iniciativa neoliberal sobre la derrota de los trabajadores y para continuar
derrotándolos. Pero por las características capitalistas periféricas y
dependientes de nuestros países se hace necesario que tal respuesta sea dada
con procesos de integración regional – justamente una de las materias
pendientes del ciclo – para tener peso en las disputas políticas globales y
escala en la estrategia económica. Parafraseando otro debate ocurrido
hace ya casi cien años: “no es posible el progresismo en un solo país”.
No estamos en los años 1980 para que vuelvan los
sombríos “tiempos conservadores”. El pueblo y sus organizaciones han
probado que es posible mejorar las condiciones de vida y trabajo de las
mayorías. La derecha que ha asomado ruidosamente la cabeza no tiene un
programa económico alternativo al del progresismo capaz de conquistar a la
población – aunque en una primera elección se puede beneficiar del desgaste de
los impasses progresistas, acto seguido no consigue mantener la adhesión
popular con sus recetas retrógradas –. Todo indica que a Macri en
Argentina le espera el camino del acelerado desgaste sufrido por Sebastián
Piñera, en Chile y Horacio Cartes, en Paraguay, que de empresarios exitosos y
profetas neoliberales eufóricos terminan como políticos fracasados.
Las izquierdas, para retomar la iniciativa,
deben profundizar el debate estratégico más allá de la gestión macroeconómica
de corto plazo y responder la cuestión de cómo conseguir un “aumento
considerable de la inversión” continuando la estrategia de “distribuir para
crecer” en la actual coyuntura histórica capitalista.
Notas:
[1] Ver: http://www.contextolatinoamericano.com/articulos/america-latina-integracion-regional-y-luchas-de-emancipacion/
[2] Ver: https://fernandonogueiracosta.wordpress.com/2015/07/13/razao-do-ajuste-fiscal-realinhamento-tarifario-tributario-cambial-inflacionario-depressivo-logica-do-capital/
- Gustavo Codas es economista paraguayo.
* Artículo publicado en la Revista América
Latina en Movimiento No. 510 (diciembre 2015), con el título "¿Fin del
ciclo progresista?" -http://www.alainet.org/es/revistas/510